Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.
Hernández Correa, Karen Guadalupe. (2025). Romper las cadenas: un acercamiento a Los Gladiadores de Arthur Koestler. Revista digital FILHA. Enero-julio. Número 32. Publicación semestral. Zacatecas, México: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: http://www.filha.com.mx. ISSN: 2594-0449.
Karen Guadalupe Hernández Correa. Mexicana. Estudiante del Doctorado en Ciencias Agrarias en la Universidad Autónoma Chapingo; Maestra en Ciencias en Sociología Rural por la misma universidad. Licenciada en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Autónoma del Estado de México. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0001-6486-9360 Contacto: kdz.summer@gmail.com
Breaking the chains: an approach to The Gladiators by Arthur Koestler
Resumen: Este trabajo constituye un análisis de la novela Los Gladiadores, de Arthur Koestler, bajo la guía de términos clave en el estudio de la política, los movimientos sociales y la acción colectiva. El propósito de esto es señalar el papel que el pensamiento, las acciones y las pasiones, en conjunto con las oportunidades, las alianzas, enfrentamientos y tensiones, ocupan en los procesos de conservación, transformación, ruptura y cambio. Como marco de todo ello se encuentra la condición humana de la pluralidad, la cual trae consigo uniones y encuentros, pero también contenciones y disrupciones. Con todo, lo humanamente otro es justo lo que permite los nuevos comienzos y el rompimiento de las cadenas, metafóricas o no, que aprisionan y frenan el ejercicio de la libertad.
Palabras clave: Arthur Koestler, ciencias sociales y humanidades, movimiento, acción, pasiones, pluralidad.
Abstract: This work constitutes an analysis of the novel The Gladiators, by Arthur Koestler, under the guidance of key terms in the study of politics, social movements and collective action. The purpose of this is to point out the role that thought, actions and passions, in conjunction with opportunities, alliances, confrontations and tensions, occupy in the processes of conservation, transformation, rupture and change. The human condition of plurality, which brings with unions and encounters, but also contentions and disruptions, that is the framework for all this. Yet, the humanly other is precisely what allows for new beginnings and the breaking of chains, metaphorical or not, that imprison and restrain the exercise of freedom.
Keywords: Arthur Koestler, social sciences and humanities, movement, action, passions, plurality.
Se precisa de todo para hacer el mundo. Hay una especie que dice palabras agradables en los oídos de los poderosos y están aquellos que gritan en la noche su rabia y sus lamentos. Arthur Koestler, Los Gladiadores
Los antagonismos marcan y hacen la historia. Dibujan los derroteros de la humanidad. Abren caminos, bifurcan senderos y erigen diques que dividen. Dicha división, de forma paradójica, también une y hace posible el mundo. Mundo que, desde la perspectiva arendtiana, constituye el “«espacio entre» [Zwischen-Raum] donde tienen lugar todos los asuntos humanos” (Arendt, 2019a, p. 56). Es ahí donde rivalidades añejas se metamorfosean al tiempo que surgen otras nuevas. Así pues, es posible decir que antagonismos sociales han existido siempre, pero con distintos matices y protagonistas. Cambian los tiempos y con ellos los actores, sus anhelos, preocupaciones, entusiasmos e inclinaciones. Si bien esto es así y el tejido social muda, ínsito en él se encuentran las tensiones, oposiciones y hostilidades que dan pie al deseo de romper, de virar y de construir otros espacios.
Un análisis de la realidad en su efectualidad permite entender que la vida y los asuntos políticos tienen dimensiones, por lo que no pueden ser reducidos a una sola esfera. Proceder de esa forma implica negar la totalidad de lo que sucede. Caer en una visión así constituye una reducción de la política, de su ejercicio, del mundo y de las relaciones sociales. Los múltiples niveles y espacios en los que se da la existencia humana llevan a hablar no solo de pasiones, valores y emociones tales como la amistad, el respeto, la alegría, el diálogo o la concordia; remiten también, y en gran medida, al odio, la rabia, la falta de consideración hacia las otredades, al conflicto, la violencia y las confrontaciones entre los diversos.
A partir de esta gama de pasiones, desencuentros y connivencias es que la esfera pública es trasformada. Y eso ocurre a causa de la acción de los diversos; esto es, de personas con ideas distintas y quizá contrapuestas que, sin embargo, a través de su capacidad para comunicarse, pueden llegar a acuerdos y decisiones racionales que incluyan y respeten las diferentes posturas. El objetivo de esto es robustecer el entramado social, cada vez más decadente y violento. Ante ello, surge la necesidad de pensar el presente y de cuestionar la historia. Para dicho cometido se recurre, en este escrito, a una manifestación literaria de finales de la tercera década del siglo XX: Los Gladiadores, de Arthur Koestler. En esta tónica y siguiendo a Arendt (2006), se rescata que “el pensamiento piensa el presente, el juicio juzga lo pasado, la voluntad quiere lo futuro” (p. 722). Así pues, el pensamiento se encuentra unido a la vida, a la política y, por supuesto, a la literatura. En tanto, el juicio y la memoria permiten no olvidar las injusticias pasadas. Mientras que la voluntad, puede decirse, se relaciona con la acción y la posibilidad de cambio. En conjunto, estos tres elementos permiten (re)interpretar la existencia y (re)construir el mundo.
Sacudir la realidad a través de la interrogación permanente permite ver que las condiciones mundanas son mutables. Si bien el tiempo otorga finitud a los individuos, estos son seres abiertos al infinito; por ende, las posibilidades de su pensamiento son ilimitadas. El pensamiento, como tarea que nunca acaba, enfrenta a los seres humanos a un sinfín de eventualidades. Al pensar lo pensado se establece el diálogo y la apertura. Cada individuo es portador de un pensamiento diferente, con matices que le son propios gracias a sus circunstancias. La promesa inherente a la pluralidad humana es la potencialidad de nuevos comienzos y de otras maneras de comprender, juzgar y pensar la realidad. Por ello es relevante abordar, a partir de la literatura, problemáticas sociales que, si bien sucedieron hace siglos, su eco es tal que repercute en las movilizaciones sociales del siglo XXI. A partir de ellas se puede dar cuenta de conflictos, alianzas, enfrentamientos y cursos de acción emprendidos por una pluralidad de seres con el objeto de romper las cadenas de la opresión y caminar en busca y a través de otros senderos.
Romper, de acuerdo con la Real Academia Española (2024), cuenta con veintiséis acepciones, de las cuales, y para los fines de este trabajo, se presentan seis. 1) “Separar con más o menos violencia las partes de un todo, deshaciendo su unión”; 2) “Quebrar o hacer pedazos algo”; 3) “Interrumpir la continuidad de algo no material”; 4) “Quebrantar la observancia de la ley, precepto, contrato u otra obligación”; 5) “Tener principio, empezar, comenzar” y 6) “Manifestar a alguien la queja o el disgusto que de él se tiene, separándose de su trato y amistad”. Como se ve, romper no solo es acabar con, sino comenzar a. En este doble entendido, la historia está hecha de rupturas, de escisiones que cobran sentido cuando son narradas porque revelan dilemas y evidencian situaciones.
A pesar de que la historia no es lineal y que se vive más bien en un escenario heterogéneo y discontinuo, ha existido, y de hecho existe, la constante de preguntarse por la vida de la humanidad en la Tierra, así como respecto a sus múltiples formas de relacionarse. Hoy en día en torno a dicho cometido se ocupan cientos de individuos desde las más diversas trincheras. En este sentido, comprender la realidad efectual a través del cuestionamiento de la fragilidad de los asuntos humanos es una actividad que puede llevarse a cabo a partir de la literatura y desde su relación con otras áreas del conocimiento tales como la sociología y la filosofía. Es por ello por lo que aquí se ve a la escritura y a la lectura como una especie de oasis que posibilita acercarse a lo humano con otros lentes. Cabe aclarar que los oasis “no son lugares de «relajación», sino fuentes de vida que nos permiten vivir en el desierto sin reconciliarnos con él” (Arendt, 2019b, p. 226). De ahí que inviten al estudio y a la discusión de lo que sucede en el mundo y sean un punto de apoyo para ir más allá de lo que es.
En este orden de ideas y a manera de ejemplo el análisis, a la luz de la acción colectiva y los movimientos sociales, de la novela Los Gladiadores, escrita en 1939 por Arthur Koestler (1905-1983), permite afianzar la concepción antedicha de que el mundo no es sino un «espacio entre» marcado por contenciones, disrupciones y nuevos comienzos. Ese entre tiene lugar para «improbabilidades infinitas» (Arendt, 2019a), esto es, para todo aquello que es impensable, que no se prevé y que, no obstante, puede acontecer. Muestra de ello es la Guerra de los Esclavos o Guerra de los Gladiadores, que tuvo lugar entre el 73 y 71 a.C. a lo largo de Italia.
Dicho enfrentamiento hizo evidente la existencia de viejos agravios y tensiones. Visibilizó hartazgos e insatisfacciones. Dio voz a la rabia contenida y mostró la frustración acumulada. Pero no solo eso, también cimbró las bases de la sociedad romana y llevó la incertidumbre e intranquilidad a las elites políticas y económicas. En palabras de Koestler (1947), “la civilización del mundo tambaleaba sobre sus cimientos: los esclavos, multitudes torpes, hediondas, amenazaban con tomar el poder, se creían los amos de mañana” (p. 10). La rebeldía y rabia que dio pie al levantamiento esclavo desencadenó una serie de persecuciones, enfrentamientos y negociaciones a lo largo de tres años. Periodo en que se construyeron alianzas y fijaron ideales, pero también se sucedieron rupturas y traiciones. Todo ello para librarse del yugo del amo y poder romper las cadenas.
Los gladiadores, vistos como esclavos, esto es, como seres que carecen de libertades y derechos, no tenían nada que perder salvo la vida y sus cadenas, pero sí algo que ganar: la libertad. Siendo esto así, ante su voz se ejercía cierta sordera y frente a su rostro los ojos eran miopes. Se trataba de individuos objetualizados que servían a los propósitos y deseos de terceros. Por ese motivo, huyeron de las condiciones de servidumbre en que se encontraban y partieron en busca de lo desconocido. En el camino, su número aumentó. De cincuenta llegaron a cinco mil y, más tarde, ya eran cien mil. La idea de la liberación se extendió por contagio y de boca a boca. Llegó a oídos de otros esclavos que se mantenían a la espera, acaso de una oportunidad (política), quizá de alguien que rompiera sus cadenas.
Las oportunidades políticas señalan “no solo el momento en el que surgen, sino asimismo la estructura formal que adoptará la acción colectiva […] es muy probable, que la forma que adopte la movilización también se vea determinada por el tipo de oportunidad” (McAdam, McCarthy y Zald, 1999, p. 33). En consecuencia, la metamorfosis de la movilización de los esclavos se vio impactada no solo por su toma de decisiones, sino también por las oportunidades que el contexto en el que se encontró inserta ofreció. Así, la oportunidad, en el caso particular de los esclavos, llegó de la mano de uno de ellos. Su nombre: Espartaco, el hombre de la piel, el “libertador de esclavos, jefe de los oprimidos” (Koestler, 1947, p. 163). Con dotes estratégicos y ojos luminosos, llegó a ser el adversario más temido de Roma. Rompió cadenas y grilletes de muchos, se erigió como conductor de miles y cuestionó las condiciones de vida, así como el sistema imperante.
El levantamiento de los esclavos tuvo un doble sentido. De un lado, la defensa por la vida; del otro, la dignidad ante la muerte. Perseverar en el ser y no querer morir, habla de una afirmación ante la vida que encuentra asidero en la persecución de metas que, si bien pueden no ser claras, forman parte de un boceto en el que se hayan trazadas las líneas generales a seguir. Esto sucedió con los esclavos. El objetivo inicial fue liberarse. Con el tiempo y gracias a oportunidades aprovechadas, surgieron otros cometidos. La creación del Estado del Sol representa uno de ellos. Es en este entramado que el movimiento de los esclavos se fue construyendo, no sin la aparición de divisiones y disputas, desacuerdos y rivalidades. En lo que respecta a la muerte, lo que se buscó fue morir como alguien y no como algo; es decir, con un rostro y no fenecer en el anonimato de la arena, de los campos, de las minas.
Resistir a la paulatina destrucción al igual que romper las cadenas para liberarse, son tareas que requieren hacer frente a agravios y tensiones. Dicha situación tiene como antesala el anhelo por cambiar las condiciones de vida. De ahí que la movilización de los esclavos parte del descontento, de la insatisfacción e incomodidad ante la realidad en su efectualidad. El “odio de los encadenados y oprimidos que pesaba sobre Italia” (Koestler, 1947, p. 97), así como la ira que inundaba los cuerpos vejados, abrieron caminos y permitieron aprovechar la estructura de oportunidades políticas que el momento ofreció. Esta última tiene que ver con la apertura del sistema político, con la estabilidad o inestabilidad de las elites, con la presencia (o no) de aliados y con la represión que el propio Estado sea capaz de ejercer sobre quienes que se movilizan (McAdam, McCarthy y Zald, 1999, p. 32).
Si bien las oportunidades políticas constituyen un elemento imprescindible para la movilización social, no son su único detonante. Como antesala se encuentran años de tensiones, agravios históricos y antagonismos añejos. Es preciso señalar que el hecho de que existan tiranteces no es señal de que habrá movilizaciones. “La tensión puede persistir durante largos periodos sin conducir necesariamente al cambio social” (Smelser, 1996, p. 62). Así, las tensiones, para traducirse en algo más, requieren de otros soportes tales como las oportunidades, las alianzas y las redes de apoyo. La historia ha demostrado que los enfados, rencores y hostilidades por sí solos no bastan para que la gente se movilice y tome las calles.
Por ello, los esclavos, al experimentar agresiones y vejaciones similares en su cotidianidad, requirieron de la unión de fuerzas para rebelarse en contra de sus amos, de aquellos que representaban a los Pocos. Espartaco, visto por todos como un líder, dijo a sus tropas: “Nosotros somos los Muchos […] y los hemos servido porque éramos ciegos y no pedíamos razones. Pero en cuanto empezamos a pedirlas ya no tienen más poder sobre nosotros” (Koestler, 1947, p. 96). Erigirse como actores de su propio destino fue una invitación implícita en la arenga de este gladiador. Al cuestionar el poder y buscar otras formas de organización, al construir redes y entablar negociaciones, los esclavos estaban actuando. En este sentido, en la novela en cuestión los esclavos se preguntan “¿Por qué el fuerte ha de servir al débil […] por qué los Muchos a los Pocos?” (Koestler, 1947, p. 201). La pregunta, al ser formulada por más de uno, al encontrar eco, hizo que la disrupción dejara de ser una posibilidad para que se constituyera como algo asequible y susceptible de cambiar el entramado social.
Romper las cadenas, en su doble sentido de acabar y comenzar, precisa de seres de acción que, en conjunto, construyan nuevos senderos. A la acción “le es peculiar sentar un nuevo comienzo, empezar algo nuevo, tomar la iniciativa o, hablando kantianamente, comenzar por sí mismo una cadena” (Arendt, 2019a, p. 64). En este orden de ideas, la disrupción de los esclavos cambió su dinámica e hizo tambalear el orden social. Al romper con la condición de esclavitud en que se encontraban, buscaron otras formas de organización. Siguiendo la obra de Koestler, ésta se materializó en la llamada Ciudad del Sol. Si bien se le destruyó, fue muestra de que a partir de la acción colectiva pueden surgir movilizaciones que luchen por mejorar la vida en su inmediatez. Para ello, es preciso no perder de vista que los movimientos no son fortuitos, sino construcciones sociales (Melucci, 1999) que se encuentran en proceso.
Los movimientos, entonces, son dinámicos. Se van construyendo, no son una tarea acabada. Constituyen pasos para delante, pero también hacia atrás. Su acción se enfrenta a oportunidades y restricciones, esto en lo que respecta al exterior. Al interior, son posibles los desacuerdos y las rupturas, las tensiones y traiciones. De ahí que aprovechar los resquicios que el sistema ofrezca y estar atento a las limitaciones que se presenten sean tareas tan necesarias como lo son el establecimiento de metas, negociaciones y alianzas. En consecuencia, el camino de los movimientos no es recto ni igual para todos. Bajo este panorama, la incertidumbre se erige reina. Señorea cada paso y acción de aquellos que lo forman y de quienes, de una u otra forma, son afectados por él. La Guerra de los Esclavos, recuérdese, inició con cincuenta hombres; tiempo después, alcanzó números insospechados y llegó a dónde no se habían propuesto.
Lo anterior es muestra de la imprevisibilidad de la acción. En el sentido arendtiano del término, aquella tiene un comienzo establecido, pero un final inesperado. Es en ese camino que los individuos se muestran como actores capaces de modificar el entramado social. El carácter imprevisible de la acción está marcado por lo que Koestler (1947) denomina “la ley de los rodeos” (p. 79). A través de ella, muestra cómo el movimiento de esclavos se encaminó por senderos sinuosos y alejados de los objetivos señalados por Espartaco: “la ley de los rodeos, allí estaba de nuevo, obstruyendo cada paso con nuevas exigencias, fangosa e impenetrable” (Koestler, 1947, p. 179). Así pues, el camino de los movimientos no es recto, sino intrincado e incierto, atravesado por pasiones e intereses diversos que tanto contribuyen como alejan de las metas perseguidas de manera inicial.
Por ello, antes de construir la Ciudad del Sol, destruyeron otros espacios, quemaron ciudades, robaron, masacraron y violaron. En otras palabras, desarrollaron un repertorio de confrontación que llegó a ser conocido por el pueblo romano y sus dirigentes. Al respecto de dicho repertorio y siguiendo a Tarrow (1997), es posible decir que “cada sociedad tiene una reserva de formas familiares de acción, conocidas tanto por los activistas como por sus oponentes, que se convierten en aspectos habituales de su interacción” (p. 51). Producto de estas acciones se alcanzaron objetivos y, al menos en cierto sentido, se dibujaron nuevas rutas a partir de las cuales conducir la vida. No obstante, y a causa de lo imprevisible de la acción, la movilización emprendida por los esclavos enfrentó obstáculos diversos y constantes, contingencias que llevaron a la exigencia de liderazgos y estrategas que dieran sentido a lo que sucedía.
Así, los virajes del movimiento esclavo, los múltiples rodeos que enfrentó, las escisiones y nuevas alianzas que se dieron estuvieron precedidos por la idea de ser conducidos por alguien. Se decía: “Debe haber una voluntad, la voluntad del que sabe. Pues solo él puede ver la meta, el fin de los malos rodeos, el progreso en el aparente retroceso” (Koestler, 1947, p. 222). Esa voluntad fue la de Espartaco. Con ello, Koestler deja ver la fascinación compartida en torno a la figura del tracio. Al tiempo, el escritor húngaro muestra entre líneas la necesidad de los individuos de ser guiados por alguien que conozca el camino y tenga un punto en la mira. De esta manera, tanto para fundar la Ciudad del Sol como para acabar con ella, los esclavos contaron con conductores.
Crixo y Espartaco se erigieron como aclamados lideres, cada uno con sus propios simpatizantes y características, intereses e inclinaciones. Si el movimiento fracasó y el Senado pudo dominarlo, se debió, según Koestler (1947), a que “esa gente fué (sic) tan amable como para ponerse a querellar entre ellos mismos en el momento decisivo; un fenómeno aparentemente característico de todas las revoluciones, que así provee su propio antídoto” (p. 246). Así y con todo, al moverse entre rodeos y obstáculos los ánimos cayeron. Gran parte del movimiento quería regresar a su vida anterior, tenía el anhelo de volver, el deseo de retornar. La condición de servidumbre era preferible a la asunción de nuevas libertades y obligaciones. Esto tiene sentido si se considera, al igual que Koestler (1947), que “no hay nada más grande que cambiar los hábitos de pensamiento” (p. 161), lo que lleva a no soltar aquello que se conoce y evitar lo desconocido.
Dado que muchos en la Ciudad Esclava experimentaron nostalgia por el antiguo estado de cosas, es que la idea de Espartaco se desvaneció. Pero ese no fue el único motivo, la falta de cohesión y las disputas internas contribuyeron también a ello. Sus habitantes fueron víctimas del anhelo por un pasado que ya no era y que, sin embargo, se presentaba como más seductor que el presente y aun que el futuro. Por esto se antoja necesario no olvidar que “un movimiento no es una estructura homogénea guiada por la voluntad de un jefe o por el rigor de una disciplina ideológica” (Melucci, 1999, p.34). Por el contrario, la pluralidad es la que lo hace ser. La ayuda mutua, la acción conjunta, las negociaciones y consensos son los pilares que lo mantienen en pie. El derecho a disentir, a decir diferente, más que llevar a la ruptura, permite la innovación y el cambio. Así, las fronteras de los movimientos son laxas, no rígidas. Su conformación cambia al igual que el ambiente en el que se desarrollan.
Los movimientos, dice Melucci (1999), “hablan con anticipación, anuncian aquello que está teniendo lugar incluso antes de que su dirección y contenido sean evidentes” (p. 11). Al enunciar aquello que está sucediendo, los movimientos pueden considerarse como un diagnóstico del presente. Dirigen la mirada hacia tensiones apremiantes y enfrentamientos que irrumpen en el espacio público. Siendo esto así, la movilización de los esclavos reveló dilemas y puso en jaque a instituciones como el Senado Romano, al que enfrentó, pero con quien también estableció puentes y negociaciones. Los gladiadores tenían un interés principal: dejar de ser esclavos y pasar a ser hombres libres. Para tal cometido fue necesaria una interacción mantenida con sus adversarios, esto es, frente a los Pocos.
Por añadidura, la acción colectiva de los esclavos fue contenciosa. Una acción se convierte en tal, según Tarrow (1997), “cuando es utilizada por gente que carece de acceso regular a las instituciones, que actúa en nombre de reivindicaciones nuevas o no aceptadas y que se conduce de un modo que constituye una amenaza fundamental para otros” (p. 19). En este sentido, la afrenta de los gladiadores representó una amenaza para el gobierno, para la elite romana y para todo aquello que encarnaban los amos. Si bien la disidencia de los esclavos constituyó un parteaguas, forma parte de lo que Koestler (1947) denominó revoluciones abortivas/fracasadas. El término refiere a movilizaciones aparentes, inconclusas. En apariencia, cambiaron las cosas, pero solo un momento para después seguir igual.
Empero, esto no significa que la movilización encabezada por Espartaco, el gran libertador que dirigió a miles y se enfrentó al más poderoso Imperio, no dejara frutos. Su lucha terminó, sí. Pero sembró la incertidumbre y afianzó el descontento. Abrió el camino para nuevas movilizaciones y otros actores. Porque, incluso si las movilizaciones fracasan, dice Tarrow (1997), generan efectos y cambios en la política. Según este autor, “el poder de los movimientos se pone de manifiesto cuando los ciudadanos corrientes unen sus fuerzas para enfrentarse a las elites, a las autoridades y a sus antagonistas sociales” (p. 17). Siendo esto así, el movimiento esclavo afectó las relaciones de Roma con el resto de las ciudades. Además, a su causa se unieron hombres libres dedicados a tan diversas ocupaciones como la retórica y el campo, haciendo de la movilización un conjunto heterogéneo y plural.
Las movilizaciones vuelven a comenzar, pero no lo hacen desde cero. Tienen tras de sí una serie de historias. Acciones que en primera instancia llegaron a considerarse insignificantes, marcaron un camino y sembraron ideales. La insignificancia, de acuerdo con Kundera (2014) “es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento […] incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias” (p. 135). Así, la insignificancia de las acciones radica en que coloca los puntos sobre las íes. Entender el valor de la insignificancia representa una invitación a no ser indiferente, a no conformarse solo con admirar los cambios y no intervenir. La insignificancia, en este sentido, constituye además una provocación para recuperar la inmediatez de la experiencia humana en el marco de una realidad social resquebrajada y violenta, en la que el desarraigo total y la fragmentación del tejido social son latentes.
La acción, en su carácter de insignificante, da forma al mundo. Ésta, al añadir algo nuevo, hace de quien la lleva a cabo un alguien, un actor con la capacidad de incidir en el curso de la vida. Permite ser persona y moverse en el mundo desde la singularidad. Pero esto no quiere decir que ocurra en soledad. Precisa de los diversos, de otros que la acompañen, vean y den cuenta de ella. De seres que narren lo acontecido y otorguen sentido a lo que sucedió. Espartaco y los miles de esclavos que se enfrentaron a los romanos, si bien eran vistos como diletantes, hicieron camino. “Vosotros sois los dilettanti de la revolución” (Koestler, 1947, p. 286), así se refiere Marco Craso a Espartaco y el ejército de esclavos en el marco de un intento fallido de negociación, misma que desembocó en la derrota del movimiento y en la muerte de su líder. Con una connotación negativa, el término diletante refiere a un amateur, a un aficionado. Sin embargo, eso no disminuye el impacto de su acción y lo que ella llega a provocar.
Aficionados o no, su acción marca horizontes y deja ver que sí, que otras vías son posibles con y a pesar de los innumerables rodeos que se hayan de dar para acercarse cada vez un poco más al Sol. “Ningún hombre puede vivir sin entusiasmo […] pues de otro modo se secaría como un árbol sin raíces” (Koestler, 1947, p. 295), de ahí el camino emprendido y el sentido de toda acción. El sentimiento de entusiasmo, la concepción de una meta, la construcción de proyectos a futuro, son elementos que llevan a las personas a moverse, a no anquilosarse y a agregar algo nuevo al mundo que, se lo propongan o no, lo transforma, lo cambia.
De ahí que movilizaciones en apariencia insignificantes, a la manera de Machado (2016), hacen camino al andar. “Uno debe mantenerse en la senda hasta el final […] Debe seguir marchando hasta el fin, o la cadena se rompe. Así es como deber ser, y uno no puede preguntar por qué” (Koestler, 1947, p. 290), de esa manera lo entendió Espartaco. La acción, entonces, hace posible el mundo, el reino de los asuntos humanos. Por lo tanto, los gladiadores, al ser los madrugadores (Tarrow, 1997) de la movilización, esto es, aquellos que iniciaron la acción, fueron los encargados de visibilizar la vulnerabilidad del sistema romano, ampliar las oportunidades políticas y dar pie a una acción colectiva contenciosa que la historia, milenios después, no ha olvidado. Si bien en el camino se sumaron otros contingentes a los cincuenta gladiadores, estos fueron quienes comenzaron la movilización que llegó a formar un grupo tan heterogéneo como numeroso y que acabó por actuar de diversas formas.
Bajo la idea de que la acción “crea la condición para el recuerdo, esto es, para la historia” (Arendt, 2014, p. 36), es que la lucha emprendida por los esclavos se recuerda en el presente. Pese a que el levantamiento iniciado por Espartaco, luego de tres años, llegó a su fin, no puede decirse que fracasó, al menos no del todo. Sembró el germen de la disrupción. Los esclavos que formaron parte de esta guerra se enfrentaron a todo un Imperio y sacudieron las bases sociales y políticas de la época. Más allá de meros diletantes fueron, y son, figuras libertadoras. Sus acciones, en la segunda década del siglo XXI, son susceptibles de ser narradas y se puede ver en ellas más de lo que en su momento se vio. En términos arendtianos, las acciones cobran sentido porque son vistas por otros y pueden narrarse una vez que han sucedido. Es en la narración donde radica su fuerza y su potencialidad se encuentra en lo que llegan a desencadenar.
Es cierto que la guerra de los esclavos terminó con su derrota y el triunfo romano. Pero no es menos cierto que Espartaco y su ejército prevalecen en los anales de la historia como símbolos de disrupción, como recordatorio de que es posible romper las cadenas cuando las pasiones y razones encuentran oportunidades y los anhelos se afianzan en metas. Los movimientos, fallidos o no, generan ecos y transmiten mensajes que son leídos de manera diferente. Para unos serán amenazas, para otros, palabras de aliento. Un movimiento, en suma, es el punto de partida para otras acciones, movilizaciones y disrupciones.
Por lo anterior, es posible decir que la movilización social rompe. Romper en tanto acabar y comenzar. Al evidenciarse los procesos de contención, las tensiones se acrecientan y los rodeos comienzan. Por eso, para romper, es necesario virar. Dar rodeos. Ir por caminos sinuosos e inciertos. Sumergirse en la insignificancia, sacudirse la arena del desierto y, en sentido arendtiano, dar pie a los oasis para asumirse como actores que, siempre en contubernio, abren y crean nuevos escenarios. Si bien los movimientos no suponen el sentido de la historia, sí lo enuncian.
El conflicto sostenido que viene con las movilizaciones sociales busca crear otros senderos. Por ello, todo movimiento social es un acontecimiento. De acuerdo con Birulés (2019) “cada acontecimiento en la historia humana revela un paisaje inesperado de acciones y pasiones y de nuevas posibilidades que conjuntamente trascienden la suma total de voluntades y el significado de todos los orígenes” (p. 28). Y, como acontecimiento, la movilización rompe cadenas, se apropia de símbolos y puede hacer de la subalternidad una condición que impulse a los individuos a ser actores. Como muestra de ello Koestler (1947) señala que “el odio a sus viejos torturadores hacía ingeniosos a los rebeldes: muchos trajeron consigo sus propias cadenas para forjar con ellas puntas de flecha y espadas” (p. 149). Dicho en otras palabras, los esclavos se apropiaron de viejas cadenas para darles otro sentido, un nuevo uso y dibujar con ellas el camino hacia la libertad.
En esta tónica, la historia pone de manifiesto que tanto la disrupción como el rompimiento de las cadenas requieren de rebeldía, razón, rabia y coraje. Elementos sin los cuales las movilizaciones, en la latitud que sea, no pueden surgir y menos aún llegar a buen puerto. Aunado a ello, se antoja necesario no perder de vista la centralidad que la pluralidad juega en el mundo. Bajo la consideración de que existir y perseverar en el ser se dan gracias a los otros, es que la vida no es una cuestión aislada. Solo es posible entre lo humanamente otro. El reconocimiento de los diversos a través de los discursos y acciones que derivan del pensamiento implica dar cuenta de la existencia de múltiples modos de ser y estar, mismos que, en determinado momento y en función de las oportunidades que se presenten, harán posible, o no, el proceso de movilización y desencadenarán la acción.
Por lo anterior, la lectura que aquí se hace de Los Gladiadores de Arthur Koestler, bajo la égida de la movilización y la acción, invita a ver en la literatura una arista para el análisis social y la crítica de la fragilidad de lo humano. Además, representa una provocación para entender la insignificancia a la manera de Kundera y dar cuenta de que aquella lo abarca todo, incluso la existencia. Ante esta panorámica de uno de los episodios más emblemáticos en la historia a cargo de un grupo de esclavos, es posible ver como telón de fondo, aunque muchas veces más en primer plano, tensiones y pasiones, conflictos y desavenencias, las cuales, como se ha señalado, no son precisamente puntos de quiebre, sino bisagras para acciones en cadena. En tal sentido, (re)pensar los procesos de movilización demanda no perder de vista la pluralidad en sus diversas manifestaciones, porque solo a partir de ella es posible mostrarse en la esfera pública e ir adelante, entre la incertidumbre y a pesar de los rodeos.
Arendt, H. (2006). Diario filosófico. 1950-1973. Herder.
Arendt, H. (2014). La condición humana. Paidós.
Arendt, H. (2019a) ¿Qué es la política? Ariel.
Arendt, H. (2019b). La promesa de la política. Booket.
Birulés, F. (2019). Introducción. En H. Arendt, ¿Qué es la política? (pp. 9-35). Ariel.
Koestler, A. (1947). Los Gladiadores. Abril.
Kundera. M. (2014). La fiesta de la insignificancia. Tusquets.
Machado, A. (2016). Poesías completas. Antonio Machado. Universidad Autónoma del Estado de México.
McAdam, D., McCarthy, J. D. y Zald, M. N. (1999). Movimientos sociales: perspectivas comparadas. Oportunidades políticas, estructuras de movilización y marcos interpretativos culturales. Istmo.
Melucci, A. (1999). Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. El Colegio de México.
Real Academia Española (2024). Romper. En Diccionario de la lengua española. Recuperado el 02 de junio de 2024, de https://dle.rae.es/romper
Smelser, N. J. (1996). Teoría del comportamiento colectivo. Fondo de Cultura Económica.
Tarrow, S. (1997). El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política. Alianza.