Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.
Moreno Basurto, Salvador. (2015). Pablo y la Primera Carta a los Tesalonicenses: un acercamiento a los orígenes del cristianismo. Revista Digital FILHA. [en línea]. Diciembre. Número 13. Zacatecas: Universidad Autónoma de Zacatecas. Publicación semestral. Disponible en: www.filha.com.mx. ISSN: 1870-5553.
Docente investigador de la Unidad Académica de Docencia Superior de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Licenciado en Humanidades en el Área de Historia, maestría en Estudios Novohispanos y doctor en Historia. Exbecario CONACyT, perfil PROMEP. Miembro del Cuerpo Académico “Cultura, Curriculum y Procesos Institucionales CA-150", en consolidación. Autor de los libros: (2015). Diarios, derroteros e historias. Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas, siglo XVIII. (2014) Paideia Zacatecana. Fuentes para su estudio. 1989-2011. ; (2014). Inventario del Archivo Parroquial de Los Sagrados Corazones de Guadalupe. Obispado de Zacatecas ADABI-UAZ. Participación en varias memorias como las de Estudios de la Gran Chichimeca, Pensamiento Novohispano. Contacto: salmo_84@yahoo.com.mx
PABLO Y LA PRIMERA CARTA A LOS TESALONICENSES:
UN ACERCAMIENTO A LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO
Resumen: Cuando pensamos en los orígenes del cristianismo, pensamos en aquella comunidad felizmente unida por un sentimiento de tipo religioso. El tiempo y el arte se encargaron de exaltar esa condición casi idílica de los cristianos de los dos primeros siglos. Sin embargo, nada más lejano de la realidad: estudios recientes ya sea tanto en la historia como en la arqueología se han encargado de reconstruir el mundo paleocristiano, que han servido mucho para ofrecer nuevas interpretaciones a las obras neo testamentarias.
Palabras clave: Cristianismo, Orígenes, Religión, Comunidad, Roma, Biblia, Testamentario, Tesalonicenses, Pablo, Carta, Apostol, Historia.
Abstract: When we think of the origins of Christianity, we think in a community happily united by a feeling of a religious type. Time and art were commissioned to exalt the almost idyllic condition of Christians in the first two centuries. However, nothing could be further from the truth: recent studies in both history and archeology have been commissioned to reconstruct the early Christian world, which have done much to provide new interpretations of the New Testament works.
Key words: Christianity, Origins, Religion, Community, Rome, Testamentary, Thessalonians, Paul, Letter, Apostle, History.
Una religión cualquiera que sea,
no cae completamente hecha del cielo;
nace de una iniciativa particular o de una necesidad general,
luego se constituye y se nutre […]
tomando lo que necesita de los diversos
medios religiosos en los que está
llamada a vivir.
Charles Gingebert
Cuando pensamos en los orígenes del cristianismo, pensamos en aquella comunidad felizmente unida por un sentimiento de tipo religioso. El tiempo y el arte se encargaron de exaltar esa condición casi idílica de los cristianos de los dos primeros siglos. Sin embargo, nada más lejano de la realidad: estudios recientes ya sea tanto en la historia como en la arqueología se han encargado de reconstruir el mundo paleocristiano, que han servido mucho para ofrecer nuevas interpretaciones a las obras neotestamentarias[i].
Suele imaginarse al cristianismo emergiendo directamente de la ideología del pueblo de Israel; pero poco o casi nada se relaciona al cristianismo con la cultura griega[ii]. Ambas entidades históricas estuvieron supeditadas a la supremacía romana, cultura dominante de esa época. De esta manera encontramos que principalmente, tres culturas (helénica, judía y latina) se confrontaron en el primer siglo de nuestra era, dando por origen una nueva cultura que fue la cristiana. Dicho de otro modo: los orígenes del cristianismo estuvieron supeditados a las condiciones histórico-culturales de aquellas tres grandes civilizaciones.
En este mundo dominado y controlado por los romanos, ideologizado por la cultura helénica y castrante por parte de los judíos, tuvieron que abrirse camino este grupo minoritario. Francamente poco tenían qué ofrecer al mundo de aquel entonces esta secta judía. Si bien es cierto que emergieron del seno palestinense, al poco tiempo de la muerte de Jesús, sus discípulos empezaron a propagar sus ideas.
Al principio la difusión era tímida y local, pues todavía la comunidad de los doce consideraban que la Buena Nueva era exclusiva para los judíos. Sin embargo, había de judíos a judíos; existían aquellos de lengua aramea que vivían en Galilea y Judea –provincia romana–, y los otros llamados judíos de la diáspora que vivían en otras regiones fuera de estas regiones que adoptaron las costumbres helénicas y la lengua griega[iii]. Este grupo también estaba divido en los que vivían en las grandes ciudades como Tarso, Éfeso, Tesalónica –ciudades griegas–, Alejandría, Cirene –africanas– y hasta la misma Roma; y los otros que con el paso del tiempo decidieron regresar a Palestina con toda su carga cultural helénica (Hch 6,9). El crecimiento de la nueva secta inició con esta variedad de judíos [Véase Ilustración 1]. Así que en los primeros años de existencia, el cristianismo estaba conformado por judíos de habla aramea –aquellos nativos de la región como lo fueron los apóstoles– y judíos helenizados –de habla griega– de la Diáspora. Las diferencias no se hicieron esperar en el seno de la pequeña comunidad, así lo narra el autor de Hechos de los Apóstoles:
En aquellos días, como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: «No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra». La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos. (Hch 6, 1-9)[iv]
Sin embargo sus principales opositores fueron los judíos de cualquier variedad que no aceptaron el mensaje, sean fariseos o saduceos o no lo sean. Así se puede entender las constantes persecuciones a sus principales dirigentes como Pedro, Juan y Santiago y la lapidación de Esteban, primera víctima de la nueva ideología[v].
Existe un hilo conductor en la narración de los primeros seis capítulos del único libro histórico del Nuevo Testamento. El autor de Hechos de los Apóstoles está preparando paralelamente la vacilante transición de dirigir el proselitismo protocristiano hacia los no judíos con los personajes principales del movimiento. Después de que el autor narra en un principio la acción localista de los apóstoles en especial la de Pedro, Santiago y Juan y la lapidación de Esteban, su discurso lo desvía con la conversión del etíope (gentil o no judío) por parte de Felipe el evangelista[vi], para culminar con la figura del helenista más grande de todos: Saulo o Pablo de Tarso.
A Pablo –o Saulo– se le puede considerar como el primer escritor cristiano o el primer teólogo. El Nuevo Testamento, fuente primaria para el cristianismo, está conformada por lo menos con más del 50% de escrituras paulinas. Pablo fue el primer abanderador de que la Buena Nueva se diera a conocer a los no judíos[vii]; sin embargo, cabe preguntarse cuáles fueron las causas de que haya tomado esta decisión –a diferencia del resto de los apóstoles que se negaban a salir de su mundo judío– que fue en realidad la que cambió al mundo.
La importancia de Tarso como centro portuario en la Antigüedad se debió a su ubicación en la encrucijada de varias rutas comerciales importantes, que enlazaban el sur de Anatolia (actual Turquía) con Siria (región al norte de Palestina) y la región del Ponto (noreste del Asia Menor al sur del Mar Negro). De ahí que recibió la influencia de muchas culturas.Una posible respuesta está en los orígenes y educación de este extraordinario hombre. En aquellos tiempos Tarso fue la mayor ciudad de la provincia romana de Cilicia. Dicha provincia está situada en las costas más norteñas y orientales del mar Mediterráneo, cerca de la actual Bahía de Armenia[viii]. Desde que el general romano Pompeyo liberó el Mediterráneo de piratas en el 67 a.C. Tarso se convirtió en la capital de Cilicia [Véase ilustración 2], pero ya desde un siglo atrás, fue próspera por su economía basada en el comercio naviero, además de culta y orgullosa de ser una ciudad helénica[ix].
Sin embargo no fue solo famosa como ciudad helénica; en el siglo I antes de nuestra era ahí mismo se definió el futuro del imperio romano, pues fue en Tarso donde el triunviro de oriente Marco Antonio fijó su residencia después de la muerte de Julio César, para recibir apoyo de Egipto. Cleopatra llegó a Tarso en un barco equipado con un lujo extremo cautivando al romano. Como se puede ver: Tarso no era una ciudad cualquiera. En este centro se definió uno de los encuentros más famosos (y románticos) de la historia universal. A partir de su encuentro en Tarso, Marco Antonio y Cleopatra estaban preparándose para luchar contra Octavio y definir el rumbo político de la potente Roma. Pero también otro gran acontecimiento sucedió en Tarso que pasó inadvertido para aquella época: en un año concreto que no conocemos, pero que podría ser el 10 d.C., nació Saulo y que marcó a la ciudad para siempre.
Saulo fue más chico que Jesús con 14 años de diferencia (más o menos). Pero mientras Jesús creció y predicó en los interiores de la provincia romana de Israel, Saulo –perteneciente a una comunidad judía de la Diáspora– recibió educación helenística como habitante de Tarso, formándose religiosamente bajo la estricta observación judía, sin olvidar que cotidianamente recibió información en las calles de Tarso de nuevas ideas que llegaban de lejos. Eso le permitió tener una concepción más amplia de la idea del mundo de aquel entonces, privilegio que chocó con las ideas localistas de los apóstoles en su madurez.
Posiblemente perteneció a una familia opulenta de Tarso. Esto se infiere por dos circunstancias: la primera es que tenía la ciudadanía romana. Sus padres o algún antepasado logró adquirir la ciudadanía romana y él la heredó por nacimiento[x]. Pero además fue miembro de la tribu de Benjamín, teniendo el orgullo nacionalista de la raza judía como lo demuestra en su carta a los Filipenses (Fil 3,5). No es sorprendente que como hijo de una familia conservadora benjaminita, se le diera el nombre del personaje más célebre de dicha tribu: el rey Saúl (1 Sam 9,1-2). Al menos éste lo fue hasta la llegada de Saulo. Parece que no se casó, pero se sabe de su hermana y de su sobrino tal como él mismo lo refiere en sus escritos (Hch 23,16). Perteneciente a una familia opulenta pudo darse el lujo de estudiar y de recibir una completa educación religiosa en la propia Jerusalén.[xi]
Pablo nació alrededor del 10 d.C. Pero si la crucifixión de Jesús fue en el año 27d.C. –como lo sostiene Jordi Sánchez Bosch–, la persecución de Damasco puede colocarse alrededor del 30/31 (Sánchez Bosch; 2009, 19), capitaneada por el joven Saulo de apenas 20 o 21 años. Pero la fecha máxima de la conversión de este perseguidor se podría situar alrededor de los años 36 y 37 (Sánchez Bosch; 2009, 19)[xii] cuando nuestro personaje llamándose ya Pablo –con 27 años– se descolgaba por unos muros huyendo del gobernador de Damasco (2 Cor 11,32). Necesitó tiempo para asimilar su conversión; pero este marco de conversión fue suficiente para hacer de Pablo, en su primera visita a Jerusalén (Gal 1,18) uno de los testigos históricamente más cualificados para acercarnos a los orígenes del cristianismo.
Pablo mismo será testimonio: para él mismo, él es testimonio de Cristo, dirigido a sus contemporáneos neocristianos; para el mundo moderno será testigo con cierto carácter historiográfico, sobre el mundo del siglo primero de nuestra era. En efecto, Pablo es personaje y autor neotestamentario a la vez, privilegio pocas veces dada en la literatura universal. Si en un primer momento es personaje digno de ser rescatado (Lucas lo rescata en Hechos y el mismo Pablo en sus cartas a fin de darse a conocer con sus lectores), posteriormente como un apóstol maduro y anciano, sus escritos tendrán un valor tanto moral-religioso como historiográfico.
En cuanto al apostolado paulino los puntos de referencia serían: a) cuando estuvo en Corinto, durante el proconsulado de Galión en Acaya (Hch 18, 12) durante el periodo 50/52 (Pablo tendría por lo tanto 42 años de edad); b) como prisionero en Cesárea durante los mandatos de Felix y Porcio Festo (Hch 24,27) entre los años 55 al 60. En estos años –según Sánchez Bosch– fue el periodo escriturístico de Pablo, hasta el traslado del apóstol (55/56 d.C.) de Jerusalén a Roma. Su muerte podría ubicarse alrededor del 60 d.C. y según otros hasta el año 64 –según Jordi Sánchez– cuando se dio el famoso incendio de Roma, con el que Nerón inició la primera persecución contra los cristianos (Sánchez Bosch; 2009, 43)[xiii], por lo que Pablo moriría –no tan viejo– entre los 50 y 54 años de edad (sin embargo, la tradición y posteriormente la iconografía cristiana, lo representan como un anciano; posiblemente queriéndolo figurar como un hombre sabio).
Los escritos que Pablo redactó –ya sea en su madurez dirigidos a fortalecer y/o criticar a la comunidades cristianas o en su vejez para que perseveren– son verdaderos testimonios no solo para los cristianos de los dos últimos milenios, sino para los estudiosos del pasado en concreto del primer siglo de nuestra era. Las cartas que Pablo escribió no solo ofrecen un sinfín de enseñanzas de corte moral y teológico solo para los cristianos de los dos últimos milenios, sino que también aporta conocimientos del mundo antiguo en lo que se refiere a vida cotidiana, cosmologías e ideologías de su entorno. De igual manera también permite vislumbrar el mundo judío-helénico que permitió el nacimiento del cristianismo.
Sin embargo no podemos olvidar las verdaderas intenciones del autor al escribir sus famosas cartas. En un primer momento, tanto Pablo como el resto de los apóstoles, no se preocuparon por escribir porque, siguiendo la doctrina cristológica del siglo I, se sostenía que la Parusía (o la segunda venida de Jesucristo) estaba a la vuelta de la esquina. Esto es, en cualquier momento la venida de Cristo glorioso iniciaría una nueva realidad, un nuevo mundo, por lo que todo pasado será borrado; así que no será necesario repensar la historia y por ende innecesaria redactar una historia de la humanidad[xiv]. Como vieron que la comunidad cristiana crecía a la vez que se complejizaba, además que la venida de Cristo se retardaba, vieron que era necesario dejar por escrito los preceptos de la nueva religión. De esta manera podemos identificar una doble intención en los escritos protocristianos –Pablo no sería la excepción, como lo veremos más adelante–: a) escribir para reconfortar al neófito frente a los embates de los tiempos como las cartas y b) preservar en la memoria colectiva las enseñanzas de Cristo hasta “su llegada” (Parusía).
Otro detalle es que el fenómeno cristiano era más bien religioso y no político, por lo tanto no histórico. Ahora los hechos se desplazan del dominio de la acción humana (acción que habían logrado los historiadores del siglo de la Grecia clásica como Heródoto, Tucídides y el tardío Polibio del segundo siglo antes de nuestra era, al proponer al hombre como el centro de las acciones históricas y no las divinidades como estaba escrito en los poemas homéricos del siglo VIII a.C.) a la gracia divina; pero ya no es la divinidad caprichosa y antropomorfizada (un Zeus o un Marte), ahora la Historia (esto es, el hombre en el tiempo) está supeditada a un plan divino de un ser inmutable, así la historia ya no es impasible; Dios tiene un plan y el hombre se agita en ella. Esta idea lo profundizará más detenidamente en el siglo V d.C. san Agustín de Hipona en su magna obra Civitas Dei.
En los primeros tiempos cristianos el hombre debía de regirse por la fe, esperanza y caridad (que más adelante se convertirán en las tres virtudes teologales); las dos primeras son temporales mientras que la última apenas sí era una virtud intelectual según la época. La fe hizo que la noción de tiempo fuera más allá; fue aquí donde la nueva religión centró su atención ya no en el pasado –como el griego– ni en el presente –como en los textos veterotestamentarios (Amós)–, sino en el futuro[xv]; así el milenarismo centraba su atención ya no en este mundo sino en el otro. De esta manera, se negaban los pasados esplendorosos de culturas como la egipcia, mesopotámica y griega; la historia para los primeros cristianos era universal, pero solamente porque se justificaba por la Fe. Todo aquello que no esté en este rubro es pagano. La Escritura Sagrada remplaza a los textos clásicos como las historias de Tucídides y Polibio ubicándolas en el mismo cajón con Heródoto y Homero y estos a la vez con las obras de Virgilio y Petronio. Pese a esto, una gran ventaja nos ofrece para la historia: el cristianismo como no tiene la necesidad de relatar hechos, sí nos ayuda a criticar al hombre en el tiempo. No a juzgar como el romano, sino a comprender al hombre en sí mismo (Shotwell, 1982, cap XXV).
Como el resto de las cartas que conforman el Nuevo Testamento –que no son propiamente una literatura en el sentido abierto, sino simplemente un conjunto de escritos dirigidos a gente sencilla medianamente letrada y uno que otro de élite social– la Carta a los Tesalonicenses ayuda a comprender el mundo helenístico de a mediados del siglo I d.C., además de tratar de comprender el mensaje crístico que san Pablo pretendió trasmitir a aquellos pobladores de la región macedónica. De aquí se desprende la de confrontar dos formas de pensar, dos ideologías que aparentemente se contraponían en los últimos siglos de la historia antigua: las culturas helénica y judía. Confrontación clave para la historia universal, pues con ella se definió la universalización del cristianismo, y por ende al mundo que estaba presto para ser cristianizado.
La Primera Carta a los Tesalonicenses fue escrita –según Vidal– a veinte años de la muerte de Jesús. Pablo lo escribió desde Corinto en el 50/1 d.C. (Vidal; 2006, 10). Se considera valioso este texto porque es el más antiguo de los textos cristianos –incluyendo los Evangelios– que ha llegado a nuestros días. Existieron otros documentos relativos a los seguidores de este Christos judío, pero nuestra carta es uno de los escritos que fueron aprobados como sagrados –Canon–. Es un texto que junto con el resto de los textos del Nuevo Testamento ha movido y regido la conducta de sociedades humanas y seres humanos a lo largo de casi dos milenios. Es una carta de consuelo y exhortación, pero también es una carta con un carácter tremendamente mesiánico y por ende soteriológico. Pero vamos por partes.
Básicamente la Primera Carta a los Tesalonicenses es un escrito de exhortación y consuelo a la unidad a la comunidad cristiana de Tesalónica, que básicamente son helénicos viviendo en un entorno no cristiano (Grecia). Primeramente los felicita por ser ejemplo de la región de Acaya y Macedonia (I Tes 1, 7-9) y qué el mismo contribuyó a conformar este espíritu en ellos sin ser una carga (I Tes 2, 912). Esta carta lejos de ser una exposición teológica, es una carta íntima de padre a hijo, por lo que Pablo responde a las inquietudes más fuertes de los habitantes de Macedonia, que son a saber:
a) Que vivan en santidad y caridad, esto es que eviten aquellos pecados que los puedan alejar de Dios, como las pasiones y la lujuria (actitudes muy propias de las sociedades helénicas de vivir bajo una sexualidad liberada y sin tapujos). Pero no solo evitar la fornicación sino también el engaño. Luego la otra cara: quien desobedece es rechazado por Dios y el de su Espíritu (I Tes 4, 1-8).
b) Así que hay que vivir en amor fraterno, superación, trabajo honrado, y que no vivan a costa de los demás, pues ya se estaba viendo que algunos se aprovechaban de la buena voluntad de otros (I Tes 4, 9-12).
c) vivir en armonía entre ellos y que el trabajo en comunidad los haga vivir dignamente (I Tes 4,8-12)
d) Qué va a ser de sus muertos que no pudieron ser testigos de la llegada de Jesús (I Tes 4, 13 ss). Recordemos que para la primera y segunda generación de cristianos, creían firmemente que Jesucristo bajaría del cielo en cuestión de “días”.
e) Que todos estén preparados para esta inminente llegada (I Tes 5, 1-11). Así que básicamente el mensaje de Pablo a esta comunidad es de fortalecer los lazos de comunión entre ellos y exhortarlos a que pacientemente esperen la Parusía.
Para cuando se escribió esta carta, los primeros cristianos todavía no vivían las grandes persecuciones y las represalias de los judíos habían quedado en una animadversión nacionalista judía local. Los seguidores de Cristo estaban regados en grandes ciudades como Corinto, Esmirna, Antioquía, Jerusalén, etcétera. Todos tenían sus propios problemas, pero en común sufrían represalias de los no cristianos. Así que la carta, fue un mensaje para fortalecerlos y animarlos en su fe frente a las tribulaciones (I Tes 3, 2-3), así lo sentencia de manera más tajante al decirles que:
Ya os predecíamos al estar con vosotros que íbamos a sufrir opresión, como de hecho ha sucedido y sabéis, por lo cual, ya no aguantando más, envié a conocer vuestra fe, no fuera que os hubiera tentado el Tentador y nuestro esfuerzo hubiera sido en vano. (I Tes 3, 4-5)[xvi].
Pablo pretende, por medio de su carta, solucionar las deficiencias de fe de los habitantes de Tesalónica (I Tes 3, 10). Pero ¿a qué se debe que esté preocupado? Esta ciudad poseía una importancia difícil de superar en aquellos tiempos, era antigua y además fue un importante puerto en su tiempo. Tesalónica fue fundada en 316/315 a. C. por el rey Cassander que unificó y sustituyó a los asentamientos erigidos en la ciudad que se llamaba Terme. Le puso el nombre de Tesalónica por su esposa Thessaonikê, quien fue hermanastra de Alejandro Magno; su padre Filipo II de Macedonia le dio ese nombre porque se reunió con su nacimiento el día de su victoria sobre la región de Tesalia[xvii]. Para el siglo I de nuestra era la ciudad era un importante puerto situado al norte del mar Egeo y un importante centro comercial en la Vía Egnatia, una vía romana que conectaba a Bizancio (más tarde Constantinopla) con Dirraquio (actualmente Durres en Albania), que ésta a la vez –por vía marítima– se conectaba con Brindisi (al sur de la bota itálica) y de ahí a Roma [Véase ilustración 3], por lo que se convirtió en la capital de cuatro provincias de Macedonia. Por estar ubicada en una encrucijada de vías y caminos, Tesalónica era una verdadera metrópoli (Vidal; 2008, 107), donde no solo los productos se intercambiaban, sino también las ideas que tomaban auge y difusión. Pablo vio a esta ciudad –como a Corinto y Antioquía– como un verdadero centro irradiador de la Buena Nueva (Vidal; 2008, 71), pues junto con Corinto, representaban los bastiones misionales prestos para la difusión del cristianismo en el ámbito helénico. Había pues qué cuidar, preservar y exhortar a la pequeña comunidad de cristianos tesalonicenses (I Tes 4,10).
La complejidad de esta ciudad, hacía que no sólo se aceptara el nuevo mensaje, sino que también corrieran el riesgo de desviarse a otras doctrinas que circundaban por aquel entonces. De igual manera, era fácil de caer en las diversas tentaciones propias de una gran ciudad, tales como el lucro, la indolencia, y todo tipo de corrupción[xviii]. A esto hay que aunar las dudas doctrinales que iban germinando en la naciente comunidad cristiana tesalonicense a falta de un guía espiritual (I Tes 2, 17).
En el año 48 d. C. –en su segunda misión–, durante su estancia en esta ciudad, Pablo predicó en un primer momento a los judíos y a medida que pasaban las semanas tal como lo describe el autor de Hechos: “algunos de ellos creyeron y se unieron a Pablo y Silas, como también gran número de gente de nacionalidad griega que habían aceptado la fe los judíos, entre ellos varias mujeres de la alta sociedad.” (Hch 17, 4). Sin embargo, se desató una persecución hostil contra los predicadores ante la envidia de los judíos (Hch 17, 5), por lo que Pablo y Silas huyeron de la ciudad dejando inconclusa la catequesis de los recién convertidos no solo en Tesalónica, sino también en Berea. En Atenas envió a Timoteo y Silvano a la región macedónica para estar al tanto de la situación de los conversos. Estos lo alcanzan en Corinto –capital de la provincia de Acaya[xix]– trayéndole buenas noticias (1 Tes 3,6. Cfr. Hch 18, 5). Sintiendo pues, que sí existía interés por seguir dentro de la nueva comunidad y por sentir que la formación de los tesalonicenses quedó trunca, sintió la necesidad de mantener vigente este espíritu; es por eso que probablemente en verano del año 50 decidió comunicarse con ellos por medio de misivas.
Como es tan sencilla la catequesis de Pablo en esta carta se duda que sea de él (Sánchez Bosch; 2009, 132), pero tal vez sea por eso, que por ser sencilla[xxi], sí sea de Pablo debido a que es la primera carta y por lo tanto el punto de arranque para cartas más elaboradas en el futuro. Describe la cotidianidad del habitante de Tesalónica, de ahí que sus recomendaciones sean sencillas a manera de consejos de un amigo y no tan dogmáticas como un jefe superior (Sánchez Bosch; 2009, 131-132. Cfr. Vidal; 2008, 101). Pero no sólo había que mimar a esa comunidad, sino que, también como un niño, también habría qué regañarlo. Algunos miembros convencidos que el final se acercaba, habían caído en la holgazanería. Pablo pone como ejemplo su estancia, pues él tuvo que trabajar para ganarse su sustento y no depender de la comunidad (I Tes 2, 1-12). Es interesante observar en su carta a los tesalonicenses cómo se compara con otro tipo de predicadores que vivían a expensas de la ingenuidad de las gentes. Esto era cotidiano en el primer siglo de nuestra era en el imperio romano, pues hay que recordar que en esos tiempos no solo se predicaba a Jesucristo, sino que estuvieron de moda nuevas doctrinas religiosas como la del mazdeísmo y viejas religiones como la del culto a Isis y Osiris provenientes de Egipto. Resulta interesante este pasaje pues relata la vida cotidiana de cómo tanto las ideas como las doctrinas de movían por estos trashumantes doctrinales, y que constantemente se atacaban entre sí (Vidal; 2006, 76). No hay que olvidar que Pablo y sus compañeros formaban parte de este tipo de población itinerante (I Tes 2, 1-12). La mayoría de los conversos eran de origen gentil y en su mayoría humilde (Vidal; 2008, 112); estos tenían que adoptar una forma de mentalidad a la judía, de ahí que Pablo sentía más la necesidad de escribir para que se mantengan en la fe. La intención de esta carta era de darles ánimos y solucionar algunas deficiencias de su fe. La carta no es una escritura teológica, así que no tiene más intención que una catequesis a sus receptores. Como todas las cartas paulinas, son recuerdos de sus estancias en ellas (Sánchez Bosch; 2009, 131-132). En esta cerca de dos años ha, les recuerda constantemente su catequesis[xx] impartida como vivir de manera digna (I Tes 2, 12), que nadie vacile en la tribulación (I Tes 3,3s), que agraden a Dios (I Tes 4, 1-3), que vivan en armonía (I Tes 4,1-10), que trabajen con sus manos y nada les falte (I Tes 4, 11-12), etcétera.
El abandono de la fe, era la deficiencia más general de los conversos debido a la hostilidad de sus conciudadanos. Por eso el objetivo fundamental de la carta era la de animarlos a que se mantengan firmes ante los embates de los no cristianos. Tenían qué mantener viva la esperanza de la gran liberación que iba a aparecer muy pronto con la llegada del reino mesiánico esplendoroso (I Tes 1,2-10; 2,1-3,13. Cfr. Vidal; 2008, 112, 114-115)
Según Vidal la carta paulina no está configurada bajo una textura ideológica, sino que su argumento narra el acontecimiento de la aparición de una nueva época histórica: la mesiánica (Vidal; 2006, 32. Sin embargo parece que es más explícito sobre este tema en (Vidal; 2005). Para los integrantes de esta nueva secta judía, los tiempos prometidos por los profetas veterotestamentarios se cumplieron en la figura de Jesús o mejor llamado Jesucristo; de ahí que el final de los tiempos estaba a la vuelta de la esquina. De esta manera, se observa en el escrito protocristiano, las primeras imágenes cristológicas y soteriológicas estrechamente vinculadas entre sí. El mesianismo paulino de la carta, está implícito en la imagen soteriológica.
Otro de los principales motivos que obligó a Pablo escribir dicho texto fue la de reforzar el culmen de los tiempos con la Parusía de Cristo. Una de las interrogantes de los de Tesalónica fue el destino de los muertos, dado que no les tocó presenciar la Parusía. Pablo escribe y de esta manera asienta los primeros renglones de una teología escatológica. Sin embargo hay que aclarar que Pablo no tenía esta intención; “la textura argumentativa de la carta no estaba determinada por un sistema ideológico, sino por la misma trama del acontecimiento mesiánico” (Vidal; 2008, 114). Su intención era la de consolar y dar ánimos ante la hostilidad del entorno. En medio de su escrito, la carta recurre ante todo a la dimensión de esperanza del acontecimiento mesiánico. Según él la tribulación es algo necesario en el presente para que garantice la pronta liberación definitiva (I Tes 3, 3-4). Los dolores que se sufren en este mundo son una prueba de aguante o de constancia que alegra al Espíritu Santo (I Tes 1,3)
En esta espera Pablo los exhorta a seguir viviendo en armoniosa comunidad, donde se celebraban las celebraciones comunitarias a fin de estar congregados. En estas celebraciones se celebraba el “beso santo” (I Tes 5,26); un saludo especial del grupo que marcaba la cercanía familiar de aquellos que se llamaban “hermanos” o “hermanas”. Así lo resalta Pablo al señalar:
Sobre el amor fraterno, no necesitáis que se os escriba, ya que Dios mismo os enseña a amaros mutuamente. Y de hecho lo hacéis con respecto a todos los hermanos en Macedonia entera. Pero os exhortamos, hermanos a progresar cada vez más (I Tes 4, 9-10. Traducción en Vidal; 2006, 55,94).
Esta armonía comunitaria no solo servía de ejemplo a otras comunidades, sino que esta cohesión comunitaria contribuía la clarificación sobre el “destino de los difuntos”. Así lo expresa Pablo de manera tremenda:
No queremos, hermanos que tengáis ignorancia sobre los que mueren, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios, por medio del mismo Jesús, llevará con él a los que murieron. Esto es, en efecto, lo que os decimos en una palabra del Señor: nosotros, los vivos que quedemos para la manifestación del Señor, no tendremos ventaja con respecto a los que murieron. Porque el Señor mismo, a la orden, a la voz de un arcángel y a la trompeta de Dios, descenderá del Cielo. Y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después, nosotros, los vivos que quedemos, junto con ellos, seremos arrebatados en nubes hacia el aire, al encuentro del Señor. Y así, estaremos siempre con el Señor. Así pues, animaos mutuamente con estas palabras. (I Tes 4,13-18 Traducción en Vidal; 2006, 55,98)
Así que Parusía y resurrección son simultáneas en Pablo. En este pasaje se refleja la tensa esperanza en la pronta aparición del reino mesiánico que caracterizaba al movimiento cristiano de los comienzos. La espera mesiánica estaba destinada a una sola generación, de ahí que una de las “deficiencias de la fe” de los neófitos tesalonicenses era el destino de los muertos. Pablo expone de manera simple la respuesta a esta interrogante. Todavía no explicita la idea de la Parusía del Mesías con la más amplia imaginería que lo caracteriza en las subsecuentes cartas, pues apenas muestra un carácter limitado y primerizo de esta primera respuesta paulina. Sin embargo esta exposición posiblemente bastó a los inquietos lectores.
El cristianismo empezó desde cero. Fue rechazado por su cultura madre y poco era lo que tenía que ofrecer ante el esplendor que ofrecía Roma y la tremenda visión racional del mundo de los helénicos. Los apóstoles, por su parte, todavía estaban temerosos de si era local o universal su mensaje. En este panorama de ser o no ser del incunable cristianismo apareció el aguerrido Pablo, pues a cada paso que daba en su proselitismo asentaba las bases firmes de una religión dominante en potencia. Sin embargo en sus primeros años también es posible imaginar a un apóstol de los gentiles que dudaba de cómo difundir la nueva propuesta. Primero entre la sandalia y la palabra y después entre la exhortación y la pluma. En este tránsito se puede ubicar la Primera Carta a los Tesalonicenses.
Por considerársele el documento más antiguo del Nuevo Testamento, es una pieza clave para la reconstrucción de los orígenes del cristianismo. Este primer documento redactado con el fin de ofrecer consolidación y ánimo a sus receptores originales, trascendió más allá de su objetivo original. Se convirtió en el primer tratado teológico del cristianismo primitivo al abordar temas como la Parusía y la Resurrección, además de adentrar al lector posterior –esto es al cristiano de todas las épocas– y al estudioso –historiador, teólogo, antropólogo, erudito, etcétera– a entender la vida cotidiana y las dificultades de su fe, esperanza y caridad de los seguidores helenistas de Cristo de a mediados del siglo I de nuestra era. La Primera Carta a los Tesalonicenses es una obra inmortal y sobre todo universal en todos los sentidos que se quiera ver.
Aslan, Reza. (2014). El zelote. La vida y la época de Jesús de Nazaret. México: Ed. Urano.
A. de Sobrino, José. (1986). Así fue la iglesia primitiva, Madrid, BAC.
Asimov, Isaac. (2001). Guía de la biblia. Nuevo Testamento. 11ª edición. España: Ed. Plaza y Janes.
Caldwell, Taylor. (1980). El gran León de Dios. México: Ed Grijalbo.
Charpentier, Etienne. (1981). Para leer el Nuevo Testamento. España: Ed. Verbo divino.
Frost, Elsa Cecilia. (2002). La historia de Dios. Historia en las indias. México: Ed. Tus Quets.
Fuentes Mendiola, Antonio. (1983). Qué dice la Biblia. España: Ediciones Universidad de Navarra.
Guingebert, Charles. (1997). El cristianismo antiguo. 6ª reimpresión. México: FCE, Col Breviarios.
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Mattuck, Israel I. (1971). El pensamiento de los profetas. México: FCE, Col. Breviarios.
Messadié, Gerarld. (1992). Saulo el incendiario. Colombia: Ediciones Martínez Roca.
Sánchez Bosch, Jordi. (2009). Escritos paulinos. 6ª reimpresión. Navarra: Ed. Verbo Divino.
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Vidal, Senén. (2008). Pablo. De Tarso a Roma. Santander, España: Sal Terrae.
Vidal, Senén. (2006). El primer escrito cristiano. Salamanca: Ed. Sígueme-Biblioteca de Estudios Bíblicos Minor.
Vidal, Senén. (2008). Iniciación a Pablo. España: Ed. Sal Terrae.
[i]Ya no existe una diferencia abismal entre la Ciencia y la Fe como lo fue en siglos anteriores. En la actualidad, ambas se complementan en un afán de acceder al conocimiento ya sea del pasado o ya sea para la comprensión de la Fe en todo hombre.
[ii]Ya desde el siglo XIX el historiador alemán Johann Gustav Droysen lo sostuvo: “En mi opinión, la historia de los siglos del helenismo ha sido descuidada en la misma forma nefasta por filólogos, teólogos e historiadores. Y sin embargo, el cristianismo surge del helenismo y de él tomó las direcciones más notables de su primer desarrollo. La maravillosa aparición de una cultura y una literatura mundiales, de una ilustración total, hecho que caracteriza a los siglos inmediatos al nacimiento de Cristo, no es comprensible dentro del cristianismo no del romanismo, sino sólo en la historia del helenismo”. (Jaeger; 2005; 12,13)
[iii] O de la Dispersión. Cuatro siglos atrás de nuestra era, estos judíos determinaron abandonar a su tierra básicamente por necesidad. A lo largo de los siglos lograron adherirse a las sociedades en su mayoría helénicas sin abandonar sus costumbres y religión. Llegaron a florecer en ciudades como Alejandría, Cirene (África), Antioquía Lidia, Frigia (Asia Menor) y hasta la misma Roma, que en tiempos de Augusto podía contarse por docenas de miles (Cfr. Guingebert; 1997, 59-60). Este grupo tendría un importante papel en la expansión del cristianismo, pues sería el enlace para la conversión de los paganos. Pablo lo comprendió bien.
[iv] Versión Biblia Latinoamericana. En la versión de Reina-Valera se trascribe Hch 6,1: “… hubo murmuración de los griegos contra los hebreos”, pero en otras versiones como la BAC y la Biblia de Jerusalén se traduce helenistas o helénicos contra hebreos.
[v]Cfr. Hch 6, 8-15; 7,1-60. Esteban pertenecía a una comunidad de judíos griegos de la Diáspora asentados en Jerusalén, que se unió a los seguidores de Jesús, y que por ende se enemistó con el grupo de judíos que provenientes de las ciudades de Cirene, Alejandría, Cilicia y algunos libertos -judíos helenizados que compraron su libertad- se habían asentado en Jerusalén. En realidad la muerte del protomártir fue un encontronazo entre helénicos (cristianos versus judíos) que nada tuvieron que ver los judíos nativos y los fariseos.
[vi] Que no se confunda con Felipe el apóstol o el mayor. Este Felipe –o el menor- pertenecía al grupo de los cristianos de origen judío-helénico al igual que Esteban (Cfr. Hch 6,5), mientras que Pedro y Juan pertenecían al bando de los judíos.
[vii] Del Nuevo Testamento, desde el punto de vista historiográfico, la figura paulina es de la que se tienen más datos y por ende la más conocida. En efecto la biografía de san Pablo se ha reconstruido con las evidencias que nos ofrecen sus Epístolas y especialmente Hechos de los Apóstoles. De educación y formación universalista para su época (helenista, fariseo, judío, romano y finalmente cristiano) la tradición escrita neotestamentaria nos lo relata originalmente como un ferviente judío perseguidor de los cristianos (Hch, 22) y ya convertido a esta naciente religión por medio de una aparición su fogosidad, se volvió en un exitoso misionero para el resto de su vida.
[viii] Resulta interesante resaltar que como puerto Tarso está muy cerca de la ciudad de Antioquía, sede principal de los cristianos en sus primeros años.
[ix]Existió una universidad estoica importante en Tarso y por ende filósofos connotados. Atenodoro filósofo de Tarso fue maestro del adolescente Octavio Augusto.
[x]Hch 22, 25-28. La ciudadanía romana se podía adquirir ya sea por nacimiento o por compraventa, puesto que era un título valioso en tiempos del Nuevo Testamento y en los siglos venideros. No sólo daba prestigio y categoría social, sino también ciertos privilegios importantes, como los de desarrollar cualquier actividad humana sin presión de algún tipo, ya sea en cuestión laboral (productor, comerciante, viajante, etcétera) o como proselitista. Ser ciudadano romano en la antigüedad, equivaldría actualmente a ser neoyorkino. (Cfr Asimov; 2001, 319- 322)
[xi] No intentamos meternos en discusiones fuera de los que sostienen las cartas paulinas sobre su autor. Existen numerosos escritos donde sostienen que Pablo no fue de Tarso, no estudió en Jerusalén y por lo tanto no fue ni alumno de Gamaliel ni que fue fariseo, además que estaba emparentado con la familia-dinastía de Herodes, etcétera (Cfr. Messadié; 1980 y la obra clásica de Taylor Caldwell. Estas obras más bien caen en la literatura con una que otra intervención de estudios histórico, arqueológico y poco de exégesis neotestamentaria). Todas estas aseveraciones no valen la pena considerar, puesto que no son pertinentes al tema, además que caen en la polémica.
[xii] Pablo refiere su primera persecución como cristiano descolgándose por los muros de la ciudad de Damasco bajo el reinado del rey Aretas IV rey de Arabia. En realidad Aretas IV fue rey de Siria, provincia -en aquellos tiempos- romana, situada al norte de Palestina.
[xiii] Senén Vidal por su parte sitúa el año de su muerte en el año 58 d.C. (Vidal; 2008, 205, 225); Isaac Asimov supone el año 67 (Asimov, 2001, 524). Sin embargo la versión más antigua sobre su muerte es la de Eusebio de Cesárea que sostiene el año 67 al igual que san Jerónimo (A. de Sobrino; 1986, 376).
[xiv] Cfr. Frost (2002), p 38; Guingebert (1997), pp 55-56 y Shotwell (1982), pp 344-345.
[xv] Si bien en la mentalidad religiosa judía concibieron el futuro a partir de su mesianismo, dicho concepto no sólo fue tardío –pues se concretizó a partir del siglo V a.C. –, sino nacionalista (a excepción de Amós e Isaías que concebían un Dios universal). (Cfr. Mattuck, pp 165-188)
[xvi] Traducción de Senén Vidal en El primer escrito Cristiano…pp 51,84.
[xvii] La región de Tesalia se localiza en Grecia central y limita con Macedonia al norte (donde se encuentra nuestra ciudad en cuestión, por lo que Tesalónica y Tesalia son dos entidades totalmente diferentes), Epiro al oeste, Grecia central al sur y el mar Egeo al este. La mitología atribuye su nombre a Tesalo, hijo de Heracles.
[xviii] Lo mismo que sucede en nuestros tiempos. Las grandes comunidades humanas atraen por sí solas no solo un bienestar personal, familiar o comunitario, sino también todo tipo de vicios humanos que pueden ocasionar decadencia social en todos los sentidos.
[xix] Corinto se encuentra al sur de Atenas. Pertenece a la península del Peloponeso.
[xx] Entiéndase como catequesis (de griego κατηχισμ?ς, de κατηχε?ν "instruir") a la tradición del depósito de la fe a los nuevos miembros que se inician en la Iglesia y su posterior instrucción.
[xxi]Esquema de la carta según Jordi Sánchez Bosch:
1.- Encabezamiento 1,1 |
7.- Primera instrucción 4,9-12 |
2.- Primer exordio 1,2-10 |
8.- Segunda instrucción 4,13-18 |
3- Segundo exordio 2,13-16 |
9.- Tercera instrucción 5,1-11 |
4.- Segunda narración2,17 - 3, 10 |
10.- Segunda exhortación 5,12-22 |
5.- Primer final epistolar3,11-13 |
11.- Segundo final epistolar 5,23-28 |
6.- Primera exhortación4,1-8 |
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