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Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.

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Publicaciones

El discurso ideológico sobre la patria en el Libro Rojo por David Campos Moreno y Víctor Manuel Chávez Ríos

Julio 2017, número 16.
Autor: Sabino López Aquino. Título: Pez volador. Técnica: Colografía. Medidas: 45 x 35 cm.

Campos Moreno, David y Chávez Ríos, Víctor Manuel. (2017). El discurso ideológico sobre la patria en el Libro Rojo. Revista Digital FILHA. [en línea]. Julio. Número 16. Publicación bianual. Zacatecas: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: www.filha.com.mx. ISSN: 1870-5553. 

David Campos Moreno es licenciado en Historia y es estudiante del cuarto semestre de la Maestría en Investigaciones Humanísticas y Educativas, con orientación en Literatura Hispanoamericana de la Unidad Académica de Docenia Superior de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Es docente en la Universidad Sierra Madre en Zacatecas (2010-2016) a nivel licenciatura y preparatoria e investigador auxiliar de la Agenda 2004 del Instituto Electoral del Estado de Zacatecas. Correo electrónico: dcamposm82@gmail.com

 

Víctor Manuel Chávez Ríos es docente e investigador de la Unidad Académica de Estudios de las Humanidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas y es doctor en Historia por la misma universidad. Pertenece al cuerpo académico Historia y Crítica de la relación entre la Literatura y la Nueva España, UAZ-CA-180.  Sus líneas de investigación individuales son: La novela mexicana decimonónica continuidades y rupturas, La relación entre la Historia y la Literatura. Tiene Perfil PROMEP desde el 2004. Es docente de la Maestría en Investigaciones Humanísticas y Educativas donde imparte los seminarios de Romanticismo Mexicano y del Doctorado en Estudios Novohispanos con seminarios de Semiótica y Hermenéutica y Cultura Literaria entre los siglos XVIII y XIX. Correo electrónico: victorchavez56@gmail.com

EL DISCURSO IDEOLÓGICO SOBRE LA PATRIA EN EL LIBRO ROJO

 

Resumen: La idea de “patria” en El libro rojo (1870), de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno, es una construcción ideológica imaginaria elaborada por el grupo en el poder, en este caso el liberalismo mexicano, en su intento por implantar el nacionalismo liberal en la sociedad mexicana del último tercio del siglo XIX. Para lograr esto se valieron de algunas estrategias literarias persuasivas y de la Historia, creando así un relato sobre la patria que sigue teniendo alguna influencia en el nacionalismo del México actual.

Palabras clave: Nacionalismo mexicano, Siglo XIX, Liberalismo, Patria, Patriotismo, Literatura, Historia, El libro rojo, República, Relato, Unificación.

Abstract:  The idea of “patria” (homeland) in El libro rojo (1870), of Vicente Riva Palacio and Manuel Payno, is an imaginary ideological construction made by the mexican establishment, that is to say Mexican liberalism, trying to implement liberal nationalism in Mexican society of the last third of the 19th Century. To achieve this, they used some literary rhetoric strategies and History, creating a story about the country that continues having some influence on the nationalism of the current Mexico.

Keywords: Mexican nationalism, 19th century, Liberalism, Patria, Patriotism, Literature, History, El libro rojo, Republic, Story, Unification.

 

Aunque poco recordado por la historia oficial, el año de 1867 marcó un importante acontecimiento en la historia mexicana. En dicho año se restauró la República, poniendo fin a la intervención francesa y a cualquier otra amenaza del exterior. Con la muerte de Maximiliano de Habsburgo, la ideología de los liberales decimonónicos mexicanos, sin oposición real, vio allanado el camino para la reconstrucción nacional, después de décadas de enfrentamientos internos y luchas fratricidas.  El objetivo era lograr una identidad que reflejara las ideas de los triunfantes republicanos y cohesionara al país en torno de un concepto de patria y de nación.  

Sin embargo, las estrategias para unificar al país que utilizó la clase en el poder presentaron dificultades muy serias al momento de llevarlas a la práctica. La cúpula del poder de los liberales mexicanos decimonónicos estaba constituida por hombres comprometidos con el conocimiento y la escritura, además de ser fervorosos patriotas. Ellos emplearon a la Historia y a la Literatura como vehículos idóneos para propagar sus  ideas nacionalistas.

Un medio muy eficaz de adoctrinamiento fueron las novelas. Ignacio Manuel Altamirano fue consciente del potencial de éste género para penetrar en las conciencias de los lectores, y diseminar sus ideas liberales. Los escritores decimonónicos utilizaron ampliamente a la literatura para éstos fines, emulando a intelectuales europeos como Rousseau y Voltaire.[i] Las publicaciones de fragmentos de novelas o de relatos cortos en periódicos gozaron de cierta aceptación entre la población urbana. Si bien la tasa de analfabetismo en México era muy alta, quienes eran capaces de leer tenían por costumbre compartir sus lecturas mediante conversaciones o leyendo en voz alta para que los demás escucharan. De esa manera más gente estuvo familiarizada con obras literarias pertenecientes a diversos géneros. El formato más común para estos textos era el “folletín”, que consistía en publicarlos por entregas a través de los periódicos. Por lo general, los textos aparecían en una sección especial del periódico, y en este formato se publicaron novelas, narraciones cortas, poemas, ensayos, críticas literarias, etc. Los libros eran de uso común pero sólo entre las clases medias, debido a su costo más elevado.

Algunos liberales renombrados habían incursionado en las letras y pusieron sus habilidades al servicio de su ideología, escribiendo novelas históricas, artículos, opúsculos, narraciones y hasta libros completos sobre Historia patria. En este artículo se analizará un libro que sirve para ejemplificar la manera en la que los liberales trataron de imponer sus ideas sobre la patria y el nacionalismo mexicano, y se hablará además de la forma en la cual este libro construye un relato alrededor de la idea de “patria”.  Se trata de El libro rojo, publicado en 1870 por Manuel Payno y Vicente Riva Palacio.

Si bien es un libro que se ha reeditado en varias ocasiones (la última en 1989), no existe una bibliografía abundante sobre él. Clementina Díaz y de Ovando y José Ortíz Monasterio, quienes han estudiado minuciosamente la vida y obra de Riva Palacio lo han mencionado superficialmente, dedicándole un par de párrafos o un subtítulo.[ii] Ortíz Monasterio reconoce que el libro es tan representativo que bien merece una monografía. Diana Irina Córdoba, autora de un estudio exhaustivo sobre Manuel Payno, también lo menciona, pero sin profundizar en alguna temática inserta en el libro.[iii] En internet se pueden encontrar reseñas sobre él y sobre el espíritu liberal reflejado en sus páginas, en ediciones virtuales de las revistas Proceso y Forbes.[iv] Existen además algunos artículos que lo utilizan como fuente primaria, como  el de William Riordan, "Liberalism and the Narrative Construction of the Nation in Nineteenth-Century Mexico", en el cual se analiza a varios autores liberales (entre ellos Payno y Riva Palacio) y sus obras, sosteniendo la tesis de que la nación es el sujeto protagonista de la narrativa liberal en la segunda mitad del siglo XIX mexicano.[v]

Existen además algunas tesis que lo citan en relación a diversas temáticas que están presentes en sus páginas, como su aspecto periodístico,[vi] pero, principalmente sobre su ideología liberal. En cuanto a las publicaciones físicas aparece el libro de Leticia Algaba Martínez, Libertad versus opresión en El libro rojo (UAM, Departamento de Humanidades, 2011) el cual se concentra en conceptos como libertad e independencia, presentes en la obra. Las publicaciones a las cuales se alude aquí mencionan la importancia de la idea de nación sin que ésta constituya el eje principal de la investigación. Esto pudiera parecer una ventaja en cuanto a la pertinencia del artículo, pero impone limitaciones respecto a un posible diálogo entre diversas perspectivas referentes a éste campo de investigación.

Benedict Anderson, en su libro Comunidades imaginadas, sostiene que los cambios de conciencia profundos traen como consecuencia “amnesias características”, que a su vez dan origen a las narrativas sobre la identidad.[vii] El caso de El libro rojo es un ejemplo característico de la construcción de un relato nacionalista que se da precisamente en una coyuntura importante para la historia mexicana: la República Restaurada. Quedan para futuras investigaciones diversos temas pendientes, como el estudio de este libro como obra literaria, la relación entre historia y ficción en sus relatos y las características del liberalismo mexicano expuesto en sus páginas, sólo por mencionar algunas. Con este artículo se pretende contribuir a la discusión sobre la obra, y en particular, sobre la génesis del patriotismo mexicano.

 

El libro rojo

 

El libro rojo se publicó originalmente por entregas en algunos periódicos de la época, a partir de 1868. Posteriormente, en 1870 se compilan sus fragmentos y se vende al público en forma de libro. Se trata de 33 relatos sobre las desgracias y muerte de personajes de la historia de México. La alusión al color rojo del título hace referencia a la sangre derramada por todos aquellos personajes. El periodo histórico que El libro rojo abarca comprende desde la conquista de México en 1521 hasta la muerte de Maximiliano en junio de 1867.

Este libro se inscribe dentro de la tradición del liberalismo mexicano del siglo XIX, y fue escrito principalmente por dos autores de renombre: Riva Palacio y Payno. Colabora también con algunos relatos Juan Antonio Mateos y con solamente con un relato Rafael Martínez de la Torre. Éstos autores, como la mayoría de los de su época, escribían con pasión y plasmaban sus ideas liberales en sus obras. Estaban también influidos notablemente por la idea de literatura nacional que formuló Ignacio Manuel Altamirano, la cual buscaba un estilo original, sin imitaciones, y ofrecía una idea de lo mexicano como algo propio y reconocible a simple vista. Con ello se pretendía darle forma a un nacionalismo que unificara a la nación mexicana alrededor de un solo proyecto nacional: el proyecto liberal.

Acerca del género de El libro rojo, puede decirse que es un “híbrido”, que combina historia y literatura. Es un libro de ensayos literarios que se fincan en la frontera entre ambas disciplinas, pues son relatos de hechos reales constatables en documentos históricos, pero enriquecidos con un elemento de ficción. Si se analiza la recepción que tuvo el libro en su época puede afirmarse sin temor que, a pesar de que tenía elementos literarios, funcionaba más como historia que como literatura.[viii] En párrafos posteriores se mencionarán más ampliamente ejemplos de la forma en la cual los autores mezclaban lo histórico con lo ficcional.

 

Literatura liberal en el México decimonónico

 

La literatura en la segunda mitad del siglo XIX mexicano estaba destinada a cumplir funciones específicas, por ejemplo, de control social, de adoctrinamiento y de enseñanza moral para los lectores. Los autores de El libro rojo trataron de cumplir por lo menos con éstas tres funciones. De hecho no tenían empacho en reconocerlo y lo pregonaban en espacios públicos y privados. Por ejemplo, Guillermo Prieto expresó a Vicente Riva Palacio en una carta personal la idea que los escritores liberales compartían:

 

"…nadie ha comprendido la misión social que tú, Altamirano y yo, hemos o quisimos desempeñar con nuestros versos y escritos, sacrificando el oropel académico a la savia civilizadora de nuestros sentimientos y doctrinas".[ix]

 

En realidad no hacía falta que manifestaran sus intenciones abiertamente, pues éstas emergían con tanta vehemencia en sus textos que no podía haber lugar a confusiones entre quienes consumían su obra histórica y literaria. Estaban conscientes de que eran el grupo en el poder, sin contrapesos, y que cargaban con una responsabilidad y una misión enorme: unificar y homogeneizar a un país sumamente complejo y diverso.

Para lograrlo echaron mano de algunas estrategias. Se valieron del arte, en sus diversas manifestaciones, como la pintura, la literatura, la poesía y la música. Crearon símbolos nacionales con los cuales buscaban lograr una identificación con el gran público. Instauraron las fechas dignas de recordar, siempre relacionadas a las grandes gestas patrióticas. Con todo ello pretendían crear una escenografía del nacionalismo, adecuada para inculcar esta idea entre los mexicanos.  No hay que olvidar que los escritores liberales pertenecían al establishment, y que incluso los más importantes tuvieron también su lugar en la historia de bronce de aquel periodo. Ejemplos clásicos de esto fueron José Joaquín Fernández de Lizardi, Andrés Quintana Roo, Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez y Manuel Payno.[x] Esto demuestra que existía un lazo muy fuerte entre la literatura y la política de aquel entonces. La fórmula de las letras desde el poder se mostró eficaz para cumplir con la misión unificadora que plantearon los liberales.

Contrario a lo que pasó en la complicada primera mitad del XIX (en donde las obras literarias eran una arena más del conflicto ideológico entre liberales y conservadores) [xi] la clase liberal se concentró en sanar las viejas heridas y lograr una reconciliación nacional. Como un ejercicio de auto-reconocimiento, proliferaron las obras de carácter histórico, ya sea en forma de relatos cortos, novelas, o libros de historia propiamente dicha. Payno y Riva Palacio no solo escribieron literatura histórica, sino que incursionaron en el mundo de los datos duros: Payno a través de su  Compendio de la Historia de México, del cual se vendieron 15 mil ejemplares en 1870,[xii] y Riva Palacio con la monumental México a través de los siglos. Aún sin introducir el elemento ficcional en tales textos, ambos armaron sus Historias de tal manera que la noción de progreso estuviera presente, y desembocara en el momento histórico desde el cual ellos mismos escribían.

 

Discurso patriótico en El libro rojo

 

La patria es un concepto que está presente en prácticamente todo El libro rojo, de hecho funciona como su hilo argumentativo.  Cuando avanza en su lectura, el lector quizá tenga la sensación de que cada texto es particular y está aislado del resto de los relatos. Aparentemente, lo único que une un relato con otro es la idea de la tragedia y de sangre, derramada precisamente sobre la patria mexicana. Sin embargo, cuando se lee el libro en su totalidad, el lector advierte que la patria es el punto nodal de su temática. Las muertes que en él se relatan parecen ser y no son en vano, a la vez que guardan una cierta lógica, y no la guardan. Pero al final pareciera que, necesariamente, todo lo acontecido tuvo que ocurrir exactamente como pasó, como si formara parte de un plan superior.

La idea de patria en este libro no es una idea ingenua ni general. Los autores (que eran liberales, románticos y republicanos) estaban comprometidos con su propia visión de la realidad mexicana. De manera que, la patria aparece vista desde el lente liberal. Desde las primeras narraciones sobre el México prehispánico se nota, aunque borrosa, la visión de una patria perdida ante los invasores extranjeros, que, sin embargo, se librará de su yugo trescientos años después y alcanzará su verdadera redención en 1867. Así los liberales anclaron desde su presente su concepto de patria, extendiéndolo hacia atrás, hasta el imperio azteca y partiendo de él, pasando por la colonia, la guerra de independencia, las guerras civiles y las invasiones extranjeras. Todo ello con el fin de justificar su ideología y su proyecto de nación. Aunque algunos relatos de El libro rojo parecen no tener conexión directa con el discurso nacionalista decimonónico o parecer muy lejanos a ello, cada uno de los treinta y tres ensayos mantiene un hilo conductor: la patria y su camino a la verdadera emancipación.

Para los triunfantes liberales mexicanos decimonónicos cualquier amenaza a la patria debía combatirse, ya sea que proviniera de afuera o desde dentro. Enemigos había muchos, que en su momento atentaron desde diversos frentes contra la nación. El libro rojo identifica muy bien a esos enemigos, denostándolos, haciéndolos reconocibles. De esa forma establece una marcada diferencia entre los villanos y los héroes. Ambas categorías tienen una larga lista de nombres que desfilan por las páginas de ese “libro ensangrentado”, y, aunque difieren unos de otros en su realidad histórico-cultural y en sus intereses, es fácil distinguirlos.

Parece ser una constante, a través de la lectura del libro, que los héroes luchan por la libertad mientras que los villanos tratan de anularla. La existencia de un enemigo común estrecha los lazos entre los miembros de una comunidad, pero primero hay que reconocer quién es. Para el nacionalismo, la necesidad de tener un adversario resulta esencial para completar el proceso de adhesión sentimental a la nación, y para ello se ha utilizado siempre la figura del “otro” amenazante. Los liberales fueron especialmente hábiles en explotar esta figura para legitimar la construcción de los nuevos estados decimonónicos.[xiii]

Los tres primeros relatos de El libro rojo narran el proceso de conquista y se evidencia como adversario natural al conquistador, el español peninsular que viene, traiciona y engaña para apoderarse de lo que no es suyo. Dado que era un agente extraño que venía a tomar posesión con el uso de la violencia, la ocupación española en México fue ilegítima e indeseable desde el principio. Aunque la cultura hispánica ha nutrido la cultura mexicana de la misma manera que la mexica, se coloca a los españoles como villanos, pues el hecho de que ocupen la patria ilegítimamente no puede perdonárseles. Por lo mismo se exagera su legado negativo: Carlos Montemayor, en el prólogo a El libro rojo expresa tal idea como sigue:

 

…en esta obra se revela que no proviene de nuestra sangre indígena la tradición del sacrificio humano, sino de la que llegó de España. Que la traición, el sacrificio de los mejores, la barbarie en las ciudades, nació de las blancas manos de los españoles contra sí mismos, contra indígenas, contra negros, contra Dios, contra la verdad, contra la dignidad; que hicieron del sacrificio humano en México otro de sus legados más profundos, más desoladores.[xiv]

 

Riva Palacio se ocupó de la mayoría de los relatos sobre el virreinato. Aparentemente lo hace desde una perspectiva imparcial y con objetividad, limitándose a contar lo que ocurrió y sin hacer demasiados juicios de valor. Pero es inevitable que exprese su sentir respecto a tal etapa sobre todo en los relatos sobre la Santa Inquisición. Por ejemplo, en “La familia Carabajal”, que es un relato que narra el juicio y la posterior ejecución de una familia en un auto de fe, es muy rico en detalles sobre los métodos de los inquisidores. Describe, por ejemplo, el número de vueltas que se le daba al instrumento de tortura para estirar el cuerpo de los acusados,  los jarros de agua que se les daban para lograr su confesión e incluso lo que gritaban los torturados en medio de sus tormentos.  Riva Palacio califica al Santo Oficio como “una terrible institución,”[xv] y, de hecho en algunas de sus novelas históricas utilizó esta temática para dar a conocer a los lectores de su época las maneras de obrar de tan importante órgano eclesiástico para administrar justicia. Obviamente no puede creerse que su objetivo al trabajar el tema era puramente informativo, y más tomando en cuenta la efervescencia de la época en cuanto a la necesaria separación entre la Iglesia y el Estado.

Gracias a que el presidente Juárez había encargado a Riva Palacio el resguardo de los documentos inquisitoriales (que la Iglesia quería ocultar), pudo saberse a detalle cómo operaba el Santo Oficio. Sin proponérselo o no, a través de algunos relatos sobre la época colonial contenidos en El libro rojo, Riva Palacio contribuyó a la difusión de la “leyenda negra”: la idea de una España “inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos, […] dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y las innovaciones”.[xvi] Se reduce así la influencia española en México a una mera actividad de explotación de recursos naturales, asesinato en masa y esclavitud de los indígenas, violación de las mujeres, imposición de una nueva cultura y religión, entre otras cosas igualmente negativas.

Esta construcción de la leyenda negra ayuda a legitimar las acciones anti-imperialistas contra España, y, por extensión, contra el resto de Europa. México aparece constantemente victimizado, como si fuera una persona humillada, por extranjeros y por malos patriotas. Este discurso funciona también como activador de la conciencia colectiva, que debía unirse para no permitir una sola humillación más. El enemigo común se personifica en los individuos que, con malas intenciones, impiden la consecución de la libertad, y los héroes, por antonomasia, son quienes la defienden. Riva Palacio crea los tipos de héroes y villanos desde el principio. A Martín Cortés lo llama “el primer revolucionario de México”[xvii] y a Salazar y Chirino “los primeros tiranos que tuvo México después de la conquista”.[xviii] Esta visión maniquea lleva implicada una cuestión de alteridad, de incomprensión del “otro” diferente, misma que ninguno de los autores parece advertir.

Es inevitable decir que la idea de patria en El libro rojo carece de objetividad. Si bien los escritores liberales mexicanos decimonónicos daban muestras de una sólida conciencia histórica, el proyecto con el cual estaban comprometidos condicionó su visión hacia el pasado. Es claro que la idea de la historia que en la actualidad  se tiene es diferente a la de entonces, sin embargo la cuestión de la objetividad ya era importante para los historiadores de la época. Puede decirse que los autores presentan una idea de patria deliberadamente construida en base a artificios textuales, visuales e imaginarios. La retórica nacionalista está presente en toda la obra, y puede distinguirse a través de varios ejemplos que se mencionan a continuación.

La tan  eficaz técnica de mezclar historia con ficción tiene una desventaja (mínima si así se quiere ver): el hecho de fijar en la mente del lector una idea que pueda tomarse como verdad, sin que necesariamente lo sea. Payno se excusa a sí mismo y a sus coautores al explicar su metodología: “En estos estudios no hacemos sino animar a los personajes y ponerlos por un instante de bulto ante el lector, pero conservando en todo la verdad histórica”.[xix]  En los relatos sobre la independencia (por escoger un caso), la distancia histórica y temporal permitió que los autores dejaran libre su imaginación y plasmaran en sus diálogos intenciones que es imposible saber si los libertadores tenían. Ejemplo: que “el señor Hidalgo quiere libertar a la América”, no deja de ser una conjetura, o que Morelos sufrió un choque en el corazón “al saber que ya tenía una patria por la que podría sacrificarse.”[xx] Al poner ideas en las mentes de los personajes históricos o palabras en su boca, al lector le parecerá que efectivamente eso pensaron o hablaron. Claramente, los diálogos y cuadros de pensamiento contribuyen a construir la idealización de los dos personajes como héroes de la patria.

Es verdad que no puede negarse rotundamente la posibilidad de que los dos próceres hubieran tenido esos pensamientos, lo que constituye un problema de objetividad casi sin importancia. Pero en el libro pueden encontrarse algunos anacronismos que son significativos. Como muestra, al referirse al pasado indígena, los autores atribuyen a su civilización características que pertenecen a la noción de Estado moderno, para aquellas latitudes desconocido. A los aztecas se les llama mexicanos, y a Tenochtitlan “la gran ciudad de México”[xxi]. Esto implica una intención no solo referencial, sino que trata de representar a una especie de nación ideal, (un paraíso perdido) bastante parecida a la que ellos proponen, que desapareció bajo el fuego de la conquista. Otros ejemplos de lo anterior son enunciados como “la libre república de Tlaxcala”, (p. 34)  la existencia de “El senado de la república” (refiriéndose también a Tlaxcala, p. 41), [xxii] o la casi legendaria frase “¿Estoy acaso en un lecho de rosas?”[xxiii] Atribuida a Cuauhtémoc, mientras le quemaban los pies, anacronismo evidente si se considera que las rosas no existían para aquel momento en Tenochtitlan.

La subjetividad se hace presente también al verter la idea de Dios, de providencia, o de naturaleza divina. Al ser la causa de la libertad la más justa, los liberales creen estar bendecidos por Dios, o al menos ser ayudados por las leyes infalibles de la naturaleza. La presencia de la providencia era aún frecuente entre los historiadores del siglo XIX, que aun así procuraban mantenerse en el ámbito de lo terrenal.[xxiv] En sus mentes existe la idea de que la naturaleza se alía con el hombre en su deseo por la libertad. “Las fuerzas todas de la naturaleza se parecen. El orden físico tiene una hermandad, una alianza con el orden moral.”[xxv] Por eso se asume de antemano que lo malo es malo en todos los lugares del mundo y en todos los momentos históricos, y que no puede quedar sin castigo ni perpetuarse, pues la idea del bien que prevalece está presente en el orden natural del cosmos.

Los indígenas, según el pensamiento romántico mexicano del siglo XIX, al estar en una especie de estado de pureza, se asocian en el pensamiento liberal como seres cercanos a la naturaleza. Además ellos pertenecían a la patria original, aquella que se perdió como el jardín de Edén. Los aztecas son vistos en medio de un aura de estoicismo e idealización. A continuación se transcriben dos descripciones sobre el indio que tratan de demostrar que la virtud se asocia a lo bello. La primera, se refiere a Xicoténcatl, considerado el primer gran defensor de la patria:

 

De formas hercúleas, de andar majestuoso, de semblante agradable, sus ojos negros y brillantes [...] Xicoténcatl, con ese fantástico y hermoso traje, hubiera podido tomarse por uno de ésos semidioses de la mitología griega: todo el ejército tlaxcalteca le obedecía, y era él el alma guerrera de aquella república, la encarnación del patriotismo y del valor…[xxvi]

 

O esta descripción idílica y cargada de romanticismo de una mujer indígena:

 

Doña Luisa era la más hermosa de las doncellas tlaxcaltecas; sus formas mórbidas y graciosas se adivinaban al través de la rica túnica de algodón bordada de plumas, que bajaba desde sus hombros dejando descubierto su cuello y sus torneados brazos, su boca pequeña, fresca y nacarada, ligeramente entreabierta, mostraba las rojas encías y los hermosos dientes que caracterizan a la raza indígena de México, y sus ojos ardientes parecían iluminar aquella encantadora fisonomía.[xxvii]

 

Es notoria la idealización del indio en estas descripciones por demás románticas. Es interesante que tal descripción abarca a los dos géneros, y representa un ideal de belleza diferente al del mundo occidental. Esta representación de la raza autóctona de México fomenta en el lector el aprecio hacia lo puramente mexicano.

A través de las páginas del libro se buscaba presentar ejemplos del buen patriota. De hecho, pareciera que El libro rojo es un catálogo de defensores de la patria. La mayoría de ellos perdió la vida por defenderla, pero el patriotismo se expresa en ocasiones de otras maneras. Payno cuenta una anécdota sobre Melchor Ocampo que ejemplifica la actitud de un buen liberal. Estando en un café parisino, un francés dijo que todos los mexicanos eran ladrones. Ocampo, al escucharlo, replicó la ofensa sin ningún temor, primero verbalmente, y después, al no obtener la retractación, se batió en un duelo contra el ofensor. Aunque nadie resultó muerto en esa ocasión, la valentía de Ocampo se manifestó en su patriotismo, confirmando así el ejemplo del hombre que siente un agravio personal al ver agraviada a su patria.[xxviii]

Quizá el mejor ejemplo del patriotismo es el de Miguel Hidalgo. En la pléyade de héroes nacionales, éste ocupa el lugar más prominente. En el artículo que lleva su nombre, se le dedica una grandilocuente presentación. Se le considera el restaurador del imperio de Moctezuma (p.313), y se le compara a Moisés, pues no pudo ver la “tierra de promisión” (p.313). Riva Palacio parece profetizar que “llegará un día en que su nombre sea una religión” (p. 314).[xxix]

Por otro lado, los liberales conciben a la patria dentro de un devenir histórico lineal. Las primeras etapas de la línea de tiempo representada  en El libro rojo aparecen muy oscuras, pero con el transcurrir del tiempo, la luz se va haciendo más brillante. Esta concepción puede leerse en la oración: “la civilización, aunque lentamente, adelanta entre nosotros, y esto lo prueban bastante las narraciones históricas que llevamos publicadas.”[xxx] La época más diáfana llega con la república liberal, y en ese sentido, haciendo una analogía con la Biblia, esta época representa la tierra de promisión, por muchos años anhelada.

La idea bíblica de la restauración también se presenta en la cosmovisión liberal. En El libro rojo se expresa en los términos de la re-apropiación del territorio perdido a manos de los invasores y la recuperación del derecho a gobernarse por sí mismos. El triunfo de la república representó una especie de resurrección del imperio perdido de los aztecas. Hidalgo es el vengador por medio del cual se opera esta restitución: “Hernán Cortés fue un gran capitán, porque con un puñado de valientes conquistó el imperio de Moctezuma. Hidalgo, con un puñado también de valientes, proclamó la libertad de ese mismo imperio…”[xxxi] Cuando Hidalgo se encontraba en la ciudad de Guanajuato, no pudo contener los excesos de su ejército ni la crueldad con la que aplastó a los españoles en la Alhóndiga de Granaditas. Pareciera que aquel gentío estaba poseído por el deseo de venganza de lo que pasó en 1521, según Riva Palacio: “Como si el pueblo en aquella vez hubiera tenido presentes los tiempos primeros de la conquista, la matanza de Santiago y el asesinato de Guatimoc (sic), se vengaba de una manera inaudita.”[xxxii]  

Tal parece que el objetivo y nombre del texto es que tanta sangre derramada no debería ser en vano, de hecho, una idea prevalece en El libro rojo: el bautismo de una nación es con sangre. La sangre es necesaria, santifica a la obra que se pretende culminar. “Las naciones necesitan su bautismo antes de recibir su nombre social”,[xxxiii] por eso a pesar de lo trágico de las vidas que se apagaron, la sangre es, nuevamente, un sacrificio propiciatorio. Una vez que el objetivo se alcanza y no hace falta más sangre, solamente queda honrar a quienes la han ofrendado y que con ello propiciaron el estado de libertad del cual gozan ahora los habitantes de la patria. “La sangre de los mártires fecundiza la tierra; el que muere por su patria es un escogido de la humanidad, su memoria es un faro, perece como hombre y vive como ejemplo”,[xxxiv] expresa una vez más Riva Palacio. Así que fue precisamente la muerte que sufrieron los patriotas, la misma que los enaltece y los salva de la ignominia.

Juan Antonio Mateos es el liberal más radical de El libro rojo. Si ya Payno y Riva Palacio eran bastante “expresivos”, no se comparan al ferviente liberalismo con el que Mateos inunda sus textos. Irrumpe en el libro avasallante, y en cada narración demuestra, sin tapujos, su radicalidad: hierve su anticlericalismo, y se atreve a vaticinar el “crepúsculo del catolicismo”.[xxxv]  No escatima en denostar a los enemigos de los ideales liberales y en alabar a los héroes. Para ilustrarlo nótese el siguiente párrafo:

 

¡Gloria a vosotros, que llevasteis vuestra sangre como una ofrenda a los altares de la patria!

¡Gloria a vosotros, que rindiendo un homenaje al patriotismo, caísteis en la arena lanzando vuestro último grito como un saludo eterno a la libertad!

¡Glorias a vosotros, que sobrevivís a esos días de prueba y arrastráis una existencia de olvido; vosotros sois los templos vivos de nuestras memorias, la tradición palpitante de las batallas; cada vez que las descargas anuncian que uno de vosotros baja al sepulcro, nos parece que se arranca una hoja de ese libro histórico de nuestras glorias![xxxvi]

 

Es a partir de la participación de Mateos que la idea de patria aparece expuesta con claridad. Aunque en las narraciones anteriores también está presente, es en el periodo de la Reforma en donde la sangre de los patriotas corre con más fuerza. Al ser contemporáneo de la mayoría de los mártires, Mateos expresa libremente su euforia por vivir el desenlace de un conflicto ya antiguo. Aunque ni él ni sus contemporáneos puedan conocer el futuro, lo ven con cierta certeza, y la victoria definitiva del liberalismo en efecto llega.

Pareciera que la patria vive y tiene sentimientos. De hecho es representada como una mujer indígena en muchos documentos gráficos de la época. La idea de patria, en femenino, comunica el sentido de pertenencia territorial, por encima de la pertenencia cultural. Tiene hijos, que están dispuestos a defenderla de cualquier “extraño enemigo” que quiera atentar contra su soberanía. Como ejemplo de esta dicotomía patria-territorio, puede citarse un opúsculo de Manuel Payno, titulado “Los primeros tiempos de la libertad mexicana” que refleja esta idea. Se trata de palabras puestas por Payno en la boca de Miguel Hidalgo, quien recrimina a un grupo de hombres el que no estén dispuestos a defender su tierra natal:

 

Id esclavos, no os necesito. Que el gobierno os venda como bestias; que os quite vuestra religión; que os trate como si no fuerais hijos  de Dios y criaturas inteligentes; que usurpe eternamente un suelo que os pertenece todo, todo, nada importa; al fin tengo el placer de que pocos días me quedarán de vida, porque al fin debo ser fusilado…[xxxvii]

 

La idea de pertenencia al territorio y apropiación del mismo, según El libro rojo, está presente desde los primeros tiempos de la colonia, y florece al fin a partir de 1810. El deseo de sacudirse del yugo español, estuvo siempre latente sobre todo en los criollos, quienes fueron expertos en crear símbolos propios que casi siempre guardaban relación con lo autóctono.

Posteriormente los liberales usarían la idea de la pureza mancillada, tanto del pueblo indígena como de la tierra. Al hacerlo buscaban una vez más  una raíz que conectara su momento histórico con el de aquella “antigüedad clásica” arrancada por la fuerza. Esto les sirvió para justificar sus decisiones: la revancha histórica era justa y necesaria, y ellos eran el instrumento para ejecutarla.

Tal venganza llegaría con la muerte de Maximiliano, el último invasor extranjero. Su muerte representaría una especie de restitución, de lo que se perdió trescientos cuarenta y seis años antes. Nótese lo que expresa Agustín Rivera sobre aquella célebre ejecución, y refiriéndose a Benito Juárez y a su manifiesto justificativo de ésta:

 

¡Sobre el Cerro de las Campanas hemos visto cernirse la sombra de Cuauhtemoctzin (sic) como la sombra de una gran justicia nacional, acompañada, empero, de perdurables odios de raza y de venganzas perdurables! ¡Santo Dios! El representante de Carlos V mató con una soga al indio más notable, al gobernante de México, ¡y tres siglos y medio después el indio más notable, el gobernante de México, mató con seis balas al descendiente de Carlos V, recordando a sus progenitores! Maximiliano de Habsburgo sólo por geografía conocía nuestra patria. A ese extranjero ni bienes ni males le debíamos. Sólo la historia nos decía que el representante de su ascendiente Carlos V quemó a mi progenitor Cuauhtemoctzin (sic). [xxxviii]

 

La sangre de Maximiliano de alguna manera lavó la ofensa que los europeos hicieron a la patria. No importaba si Maximiliano tuviera en realidad ideas liberales, que quisiera gobernar con justicia ni que profesara un cariño hacia los niños indígenas. Al haber aceptado ocupar un trono que no le correspondía, estaba sentándose, simbólicamente, sobre la piedra azteca de los sacrificios. El perdón era impensable, y más si se tomaba en cuenta el efecto que produciría su ejecución: podría servir de escarmiento y advertencia al imperialismo europeo, dando el mensaje de que México no toleraría más otra intervención extranjera.

La muerte de Maximiliano es la última registrada en El libro rojo. Es también la única narración efectuada por Rafael Martínez de la Torre. Aunque Maximiliano representa al invasor extranjero, no deja de haber cierta paradoja en cuanto a las circunstancias en las que murió. De hecho, muere amando a la patria que gobernó y en la cual no había nacido. En este último relato queda comprobado que la muerte no conoce de justicia, y a la vez parece estar aliada con el destino. Nótese las palabras de quien es un usurpador pero que al parecer la patria también utiliza para hablar: “Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!”[xxxix]  Según el relato, Maximiliano aceptó su destino mientras deseaba fervientemente que su sangre fuera la última en derramarse, todo en aras del bien de la patria. Esto es lo que hace particular al relato sobre el príncipe austriaco: el hecho de que el patriotismo se manifestara incluso a través de un invasor extranjero.

Leyendo el último relato del libro, la impresión que queda es que el discurrir de México como nación no podía tener otro desenlace, y que la libertad del país estaba ya previamente decretada por la naturaleza o la providencia. Aunque la muerte del emperador era injusta, fue totalmente necesaria y sirvió de escarmiento para posibles insurrecciones internas o por intervenciones extranjeras. De manera trágica, con esta muerte, se cierra con broche de oro la agitada vida nacional del México decimonónico.

La conclusión de El libro rojo no puede desperdiciarse, por ello se cita tal cual a continuación:

 

La regeneración de México ha comenzado, y esta regeneración se saluda como la vuelta de un joven lleno de esperanzas a la vida normal. Alimentemos toda esta preciosa existencia de la patria, con el inmenso amor del suelo en que nacimos, y unidos trabajemos por la paz, que es la más grande herencia que le podremos legar a nuestros hijos.

Llamemos a nuestra mente la trágica historia nacional desde la independencia; evoquemos recuerdos del sentimiento expresado por los hombres todos que han muerto por la patria, y como epílogo de esos solemnes y lúgubres momentos de la muerte, en que están presentes la patria, la familia, la conciencia, Dios y la eternidad, pudieran reasumirse esas palabras de agonía santificadas por la presencia del suplicio, en esta exclamación: “Patria, Patria, infortunada y querida: si de los votos de éstas víctimas dependiera tu felicidad, la unión de tus hijos te abriría el más brillante porvenir, y México sería grande y feliz con la unión de los mexicanos”.[xl]

 

Esta conclusión demuestra la confianza que sentían los liberales de que su proyecto había salido vencedor y que no se vislumbraban amenazas reales. De esta manera, El libro rojo expresa, a la manera bíblica, todas las vicisitudes  de un pueblo que finalmente alcanza la redención mediante la restauración de la república. A la vez que trata de dejar enseñanzas morales, pareciera que la obra remite lo que tuvo que acontecer forzosamente para que México alcanzara su libertad y sus ideales, convirtiéndose así, a pesar de su temática, en una obra moralizadora y edificante.

 

El discurso patriótico como construcción ideológica

 

La historia funcionaba en ese último tercio del siglo XIX, no sólo como elemento cohesionador, sino también llegando a sustituir a la Iglesia como proveedora de lecciones morales. Al igual que la Biblia y las hagiografías, la historia da cuenta de las grandes vidas, de su moral, de su modo de vivir, y de cómo alcanzar el martirio secular: la muerte en pos del patriotismo. Si en los textos religiosos lo más importante es la idea del establecimiento del Reino de Dios, que no es parte de este mundo, la historia en aquel momento sí se refería a un reino muy de este mundo: la república de México recién re-establecida. De esta manera, entre otras, se hace una especie de sustitución de una religión por otra, que ahora pretende ser la oficial: la religión de la patria. No era la intención de los liberales que el catolicismo desapareciera, sino que ahora su función estuviera limitada y subordinada al poderoso Estado. La Iglesia “seguirá disponiendo de la moral privada,” pero es privilegio de la historia proponer los ejemplos de la moral pública.[xli]  No importa ya que miembros de la Iglesia encabezaran los movimientos de independencia, ni que posteriormente fueran excomulgados y maldecidos hasta el cansancio por la institución religiosa. El hecho de haber muerto por la patria, los eleva a una condición aún mayor:

 

 Hidalgo, Morelos y Mina mueren fusilados por su grandeza, son impolutos y llevan la corona del martirio. Los liberales aman a éstos héroes, y no les conceden falla. Murieron en su empeño de infundirle vida a la nación, y representan los valores del porvenir: abnegación, entrega, conciencia carente de egoísmo.[xlii]

 

Las cualidades con que los liberales dotan a los héroes patrios contribuyen a la mitificación de éstos y de la patria, la cual se considera un ente inmutable, que ha pasado por desgracias pero que está destinada a emerger victoriosa. Todo este artificio, que a veces sorprende por su actualidad, es producto de la activación política de la historia en favor del grupo en el poder.

Riva Palacio es considerado el gran constructor de la idea de historia mexicana: es llamado por Ortíz Monasterio el “Herodoto” mexicano y su obra México a  través de los siglos es considerada una especie de “evangelio liberal”. [xliii]  Miguel León-Portilla, Clementina Díaz y de Ovando y el propio Ortíz Monasterio coinciden en que fue aquel quien por primera vez concilió las dos grandes raíces del pasado mexicano: la raíz indígena y la raíz española. En el México a través de los siglos, Riva Palacio dedica un tomo completo (que él mismo redacta) a la época de la dominación española en México. Y lo hace no de una manera negativa, sino considerando a ésta etapa como definitiva y necesaria para la construcción del mestizaje y más que eso, de un nuevo gentilicio: el mexicano.[xliv] Riva Palacio, después de 1867 estaba, como historiador, en mejores condiciones que sus predecesores para comprender el pasado, pues conocía el resultado final de las luchas intestinas del siglo XIX. Esta distancia histórica le facilitó la construcción lineal de la historia mexicana, presentando un futuro promisorio para el país, que ahora volaba en alas del liberalismo.[xlv]

La escritura de la historia en Riva Palacio contribuyó decisivamente a la construcción de la nación mexicana. Su idea tiene un elemento organicista en el sentido de que identifica a México como un órgano vivo, con un “destino” definido, el cual surge como embrión al unirse genéticamente la raza española y la raza indígena.[xlvi] Del pecado de la conquista saldría también su expiación: “una sociedad mestiza y una nación independiente.”[xlvii] Estos elementos son de suma importancia para sostener ideológicamente la idea de patria de los liberales mexicanos en el poder, a la vez que actúan como elementos unificadores: tan mexicanos eran los blancos del norte de la república como los indígenas, y como más aún, los mestizos.

La idea de la historia en El libro rojo, corre paralelamente a la idea de patria. Se trata de una concepción lineal de la historia, con una fuerte idea de progreso, en el cual la patria emerge por fin por encima de sus opresores, en forma de una república liberal.  Después de leerlo, queda en el lector la idea de que, a pesar de todo, México siempre ha tenido quien luche por su independencia y su libertad, “desde Cuauhtémoc hasta Guillén de Lampart, o, mejor aún, hasta Juárez.” [xlviii] La causa de los liberales queda convertida así en la verdadera “ruta” del destino nacional.

 

El libro rojo y su influencia en la actualidad

 

Sería muy difícil rastrear la influencia específica de este libro en los mexicanos de hoy. Sin embargo, puede decirse que la obra es parte medular del discurso patriótico liberal que se originó en el último tercio del siglo XIX. Este discurso ha sabido perdurar a través de los años, prueba de ello es que los héroes nacionales que se proponen en la obra son fundamentalmente los mismos, además de que en la memoria colectiva permanecen las ideas sobre la patria propuestas en el libro. Es obvio que no puede atribuirse solamente a éste la configuración del nacionalismo actual, pero el tipo de relato que contiene ejemplifica (de manera general) la idea de patria que tenían los liberales.

El nacionalismo ha sido en México la corriente de mayor peso y vigencia histórico-política  desde que se logró la restauración de la República. Aunque ha experimentado cambios, sigue siendo el principal concepto que dota de identidad a los habitantes del país. Se halla también presente “en la constitución del estado posrevolucionario”, y “ha logrado permearse entre las más diversas organizaciones políticas”.[xlix] En la actualidad sigue manifestándose con renovado vigor, en las escuelas, en las celebraciones, en monumentos, e incluso en el ámbito deportivo.  

La principal raíz del nacionalismo se encuentra en la obra literaria e histórica de Vicente Riva Palacio. Como escritor incansable, fue capaz de construir un modelo historiográfico sólido que se convirtió en paradigma de la historia nacional. Su éxito es, en enorme medida, el éxito de la campaña secularizadora emprendida por él y sus correligionarios,  la prueba es que más de un siglo después es aún la versión dominante de nuestra historia.[l]  Al día de hoy pueden encontrarse muchas pruebas de esta permanencia. Los héroes patrios siguen siendo básicamente los mismos: aquellos que pertenecen a la tradición liberal o que fueron propuestos por ésta. Los monumentos a éstos héroes están presentes por todos lados, ocupando espacios públicos y permaneciendo a la vista de la gente. Las colonias, calles, escuelas y otras instituciones llevan los nombres de próceres patrios, lo que causa que la gente conozca por lo menos de nombre a aquellas personas ejemplares. Para ilustrar esto, pueden tomarse, por un lado, La Rotonda de los Hombres Ilustres, que corporeiza una visión estatal de la cultura,[li] y el Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México (el cual es literalmente un paseo por el catálogo de héroes de bronce, la mayoría de extracción liberal), donde están presentes muchos de los personajes que son mencionados en El libro rojo.

 Los días festivos y conmemorativos tienen origen nacionalista, y muchos de ellos se retoman de las gestas liberales: por ejemplo, el cinco de mayo se rememora y se califica de “segunda independencia”,[lii] y poco a poco se ha ido convirtiendo en un símbolo del orgullo mexicano entre los migrantes en Estados Unidos. Para exhibir el orgullo nacional a la vista de todos, el gobierno organiza desfiles patriótico-militares que atraviesan por las calles principales de las grandes ciudades e incluso de los municipios.

Algunas situaciones narradas en El libro rojo son ampliamente conocidas, y casi alcanzan un estatus de leyenda. La muerte de Morelos, el tormento de Cuauhtémoc, entre otras que ya se han mencionado por su inexactitud y anacronismo, se han repetido ya tantas veces que son tomadas como verdaderas. El gran público mexicano las ha hecho suyas, sin cuestionar su valor histórico.

Este nacionalismo ha sido recurrente, para lograr conmover a la sociedad como para vigorizar batallas políticas, y muy frecuentemente  para fortalecer al Estado. Es utilizado como proveedor de sustancia y contenido de muchas movilizaciones sociales, además de como agente unificador e identitario, lo cual demuestra que, a pesar de los tiempos de globalización, el nacionalismo en México sigue siendo un tema actual y de interés público.

 

Conclusiones

 

El libro rojo es un libro que resume muy bien la idea que los liberales tenían sobre la patria. En aquel entonces, el medio más eficaz de llegar a la  población era a través de la literatura, lo que explica el afán de los intelectuales por persuadir con sus ideas a los diversos estratos sociales. Aun así, la transformación hacia el patriotismo mexicano que ellos pretendían se dio sólo de manera parcial, pues un gran porcentaje de la población vivía ajena al escenario del relato, en el medio rural.

El mérito original de los liberales fue considerar a la patria como una sola, inmanente e inmutable, que es la misma desde tiempos del imperio azteca hasta su propia contemporaneidad. Por primera vez, los mexicanos consideraron su país, las diferentes partes que lo integraban, su población y su pasado como una entidad unitaria. A partir de entonces, “la nación se contempló como una entidad territorial, social y política que tenía un origen, un desarrollo en el tiempo y un futuro comunes.”[liii] Además, tenía un destino: la libertad y la autodeterminación. La clase liberal podía considerarse privilegiada porque tenía en sus manos la posibilidad de alcanzarlo, de lograr al fin la felicidad de los mexicanos.

A  los liberales les tocó emprender con ahínco la construcción de la identidad mexicana, obligados por el momento histórico que les tocó vivir. Aunque la noción de la patria liberal no deja de ser muy romántica, era inevitable que surgiera de una manera o de otra. Sin que los liberales se lo hayan propuesto en demasía, “su nacionalismo brotó por exigencias defensivas, consecuencia directa de la resistencia a las invasiones extranjeras, y por lo mismo, resultó insustituible como vehículo organizativo.”[liv] Si se toman en cuenta todos los factores que intervinieron en la construcción ideológica de la patria, inevitablemente se piensa que el nacionalismo mexicano es simplemente una consecuencia, a la vez que una necesidad, de legitimación, de defensa y de identidad. También se infiere de todo lo ya expuesto en este artículo, que el nacionalismo mexicano actual es en gran parte el resultado de aquel proyecto nacionalista, lo cual plantea desde la actualidad un problema de anacronismo, ya que las exigencias de aquel momento histórico son muy diferentes a las de hoy en día. 

El fenómeno estudiado aquí debe ser visto y contextualizado desde su historicidad. Deben entenderse las profundas diferencias entre el contexto político y social de entonces al de ahora, casi siglo y medio después. La “mexicanización” de México no sólo se dio en aquella etapa decisiva, (en el siglo XX se incorporarán elementos culturales significativos a la esencia mexicana) pero sí ocurrió en ella la base sobre la que partiría la construcción de la tan ansiada “mexicanidad”.

 

Bibliografía

 

Fuente objeto de estudio:

PAYNO, Manuel, Riva Palacio, Vicente, El libro rojo, (reedición) México DF, CONACULTA, 1989.

Fuentes citadas:

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SOMMER, Doris, Ficciones fundacionales. Las novelas nacionales de América Latina, Bogotá, FCE, Tierra Firme, Serie Continente Americano, 2004

 

Notas

 

[i] Sommer, Doris, Ficciones fundacionales. Las novelas nacionales de América Latina, p. 290.

[ii] Cfr.  Díaz y de Ovando, Clementina, Vicente Riva Palacio y la identidad nacional (discurso) Miguel León-Portilla (respuesta), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, y Ortíz Monasterio, José, “Patria” tu ronca voz me repetía… Biografía de Vicente Riva Palacio y Guerrero, México, UNAM-Instituto de investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1999.

[iii] Cfr. Córdoba  Ramírez, Diana Irina, Manuel Payno. Los derroteros de un liberal moderado, México, El Colegio de Michoacán, 2006.

[iv] Cfr. “El libro rojo de Manuel Payno y Vicente Riva Palacio”, en http://www.proceso.com.mx/199030/el-libro-rojo-de-manuel-payno-y-vicente-riva-palacio consultado el 1 de marzo de 2017 y “El libro rojo”, en http://www.forbes.com.mx/el-libro-rojo/, consultado el 16 de mayo de 2016.

[v] Cfr. Riordan, William, "Liberalism and the Narrative Construction of the Nation in Nineteenth-Century Mexico" (2013). En History Graduate Theses & Dissertations. No.18. En
http://scholar.colorado.edu/hist_gradetds/18

[vi] Cfr. López Peña, Mario, El estilo de la nota roja, México, Tesis de licenciatura en periodismo, Escuela de periodismo Carlos Septién García, 2011.

[vii] Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas, p. 283.

[viii] Ortíz Monasterio, José, “Vicente Riva Palacio, Polígrafo (1832-1896)” en La República de las letras, asomos a la cultura escrita del México decimonónico, p. 350.

[ix] Carta citada en: Ortíz Monasterio, José, México eternamente… p. 119.

[x] Pérez Montfort, Ricardo, Estampas de nacionalismo popular mexicano, p. 48.

[xi] Florescano, Enrique, Historia de las Historias de la nación mexicana, p. 358.

[xii] Francisco Monterde, en  Payno, Manuel, Artículos y narraciones, p. XIX (sic).

[xiii] Sepúlveda, Isidro, El sueño de la Madre Patria, hispanoamericanismo y nacionalismo, p. 243.

[xiv] Montemayor, Carlos, en el prólogo de El libro rojo, p.9.

[xv] Riva Palacio, Vicente, “La familia Carabajal”, en El libro rojo,  p. 177.

[xvi] Sepúlveda, Isidro, Op. Cit., p. 226.

[xvii] Riva Palacio, Vicente, “Don Martín Cortés”, en El libro rojo, p. 70

[xviii] Riva Palacio, Vicente, “Los dos enjaulados”, en El libro rojo,  p. 81.

[xix] Payno, Manuel, “Alonso de Ávila”, en El libro rojo,  p. 98.

[xx] Riva Palacio, Vicente, “Morelos”, en El libro rojo,  p. 338.

[xxi] Payno, Manuel, “Moctezuma II” en El libro rojo,  pp. 19, 22.

[xxii] Riva Palacio, Vicente, “Xicoténcatl”, en El libro rojo, p.48.

[xxiii] Payno, Manuel, “Cuauhtémoc,” en El libro rojo, p. 54,

[xxiv] Ortiz Monasterio, José, “Patria” tu ronca voz me repetía… Biografía de Vicente Riva Palacio y Guerrero, p. 158.

[xxv] Payno Manuel, ”Allende”, en El libro rojo, p. 318

[xxvi] Riva Palacio, Vicente, “Xicoténcatl”, en El libro rojo, pp. 37,38.

[xxvii] Riva Palacio, Vicente,  “Pedro de Alvarado”, en El libro rojo, p. 132.

[xxviii] Payno, Manuel,  “Ocampo”, en El libro rojo, p. 378.

[xxix] Riva Palacio, Vicente, “Hidalgo”, en El libro rojo.

[xxx] Payno, Manuel, “La familia Dongo”, en El libro rojo, p.297.

[xxxi] Riva Palacio, Vicente, “Hidalgo” en El libro rojo, p. 313.

[xxxii] Ibidem, p. 328.

[xxxiii] Payno Manuel, “Allende”, en El libro rojo, p. 330.

[xxxiv] Riva Palacio, Vicente, “El licenciado Verdad”, en El libro rojo, p. 299.

[xxxv] Mateos, Juan Antonio, “Santos Degollado”, en El libro rojo, p. 394.

[xxxvi] Mateos, Juan Antonio, “Leandro Valle”, en El libro rojo, p.384.

[xxxvii] Payno, Manuel, “Los primeros tiempos de la Libertad mexicana”, en Artículos y narraciones, p. 17. Las cursivas son nuestras.

[xxxviii] “Manifiesto justificativo de los castigos nacionales en Querétaro,” por Benito Juárez, el 17 de julio de 1867, citado por Rivera, Agustín, Principios críticos sobre el virreinato de la Nueva España y sobre la revolución de independencia, p. 190.

[xxxix] Martínez de la Torre, Rafael, “Maximiliano”, en El libro rojo, p. 469.

[xl] Ibidem, pp. 474, 475.

[xli] Monsiváis, Carlos, prólogo a  Prieto, Guillermo, Lecciones de Historia Patria, sin página.

[xlii] Idem.

[xliii] Ortíz Monasterio, José, México eternamente… p. 366.

[xliv] Véase Díaz y de Ovando, Clementina, Vicente Riva Palacio y la identidad nacional, p. 34, y Ortíz Monasterio, José, “Vicente Riva Palacio, Polígrafo (1832-1896)” en La República de las letras, asomos a la cultura escrita del México decimonónico, p. 347.

[xlv] Ortíz Monasterio, José, México eternamente… p. 122.

[xlvi] Ibidem, p. 364.

[xlvii] Ortíz Monasterio, José, “Vicente Riva Palacio, Polígrafo (1832-1896)” en La República de las letras, asomos a la cultura escrita del México decimonónico, p. 347.

[xlviii] Ibidem, p. 349.

[xlix] Montalvo, Enrique, El Nacionalismo contra la nación, p. 130.

[l] Carlos Monsiváis, prólogo a Prieto, Guillermo, Lecciones de Historia Patria, sin página.

[li] Monsiváis, Carlos, “La Nación de unos cuantos y las esperanzas románticas. Notas sobre la historia del término “cultura nacional” en México”, en Aguilar Camín, Héctor, (et. al.), En torno a la cultura nacional, p. 207.

[lii] Martínez de la Torre, Rafael, “Maximiliano”, en El libro rojo,  p. 448.

[liii] Florescano, Enrique, Historia de las Historias de la nación mexicana, p. 313.

[liv] Monsiváis, Carlos. Prólogo a Prieto, Guillermo. Lecciones de Historia Patria, sin página.

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