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Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.

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Entre el dolor y la alegría de existir: aproximaciones a Emil Cioran y Albert Cossery por Belén Nava Valdés

Julio-diciembre 2022, número 27.
Autor: Pinchi Necro. Título: Acciones. Técnica: Tinta china sobre fabriano. Medidas: 30x50cm.

Nava Valdés, Belén. (2022). Entre el dolor y la alegría de existir: aproximaciones a Emil Cioran y Albert Cossery. Revista digital FILHA. Julio-diciembre. Número 27. Publicación semestral. Zacatecas, México: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: http://www.filha.com.mx. ISSN: 2594-0449. 

Belén Nava Valdés es mexicana. Licenciada en antropología y licenciada en filosofía por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMÉX). Es docente de la Universidad Isidro Fabela de Toluca: Toluca, MX. Orcid ID: http://orcid.org/0000-0001-9335-0023 Contacto: arbe0329@gmail.com

ENTRE EL DOLOR Y LA ALEGRÍA DE EXISTIR: APROXIMACIONES A EMIL CIORAN Y ALBERT COSSERY

Between the pain and the joy of existing: approaches to Emil Cioran and Albert Cossery

 

Resumen: Las siguientes líneas se elucidan referentes a la familiaridad de Emil Cioran y Albert Cossery. En este texto se abordan temas que van desde la escritura marginal hasta el repudio, siempre latente, de la civilización y todo lo que ella acarrea. Las maneras adoptadas para resquebrajar los ideales del ser humano, las formas de retratar las más ínfimas miserias, concentran dosis de sarcasmo, palabras cáusticas semejantes a navajas afiladas y risas estridentes. No obstante, a pesar de las similitudes, Cioran y Cossery son diametralmente opuestos en los puntos concluyentes; a saber, mientras uno veía en la vida la razón suficiente para una celebración constante, para el otro vivir implicaría un tormento, cuya única salida se muestra inaccesible.

Palabras clave: escritura marginal, alegría, dolor, Cioran, Cossery.

Abstract: The following lines continue the interest already shown in some other works referring to the familiarity of Emil Cioran and Albert Cossery. This text addresses issues ranging from marginal writing to the always latent repudiation of civilization and all that it entails. The ways adopted to crack the ideals of the human being, the ways of portraying the most insignificant miseries, concentrate doses of sarcasm, caustic words similar to sharp knives and raucous laughter. Yet despite the similarities, Cioran and Cossery are diametrically opposed on concluding points; namely, while one saw in life sufficient reason for constant celebration, for the other living would imply torment, the only way out of which is inaccessible.

Keywords: fringe writing, joy, pain, Cioran, Cossery.

 

 

¿Qué sentido tiene sobresalir en un mundo de locos, hundido en la estupidez o el delirio? ¿Para qué prodigarse y con qué fin?

Emil Cioran

 

 

Hay que tener un alma vil para desear la celebridad

en un mundo tan idiota. ¿Exhibir el propio talento o

parecer célebre? ¿Ante quién?

¿Puedes decírmelo?

Albert Cossery, en Michel Mitrani,

Conversación con Albert Cossery

 

 

En la serie de charlas que componen el texto Cioran, un aventurero inmóvil. Treinta entrevistas realizado por el Dr. Ciprian Valcan, quien es considerado como uno de los especialistas en torno a la obra del filósofo rumano Emil Cioran, hay dos que me parecen de suma relevancia en cuanto que permiten vislumbrar el sentido tácito del presente texto. Se trata, por un lado, de la entrevista proporcionada por el periodista Patrice Bollon y, por el otro, la que corresponde a José Luis Álvarez Lopeztello; y de manera particular, puesto el énfasis en la pregunta siguiente: “¿Cuáles escritores del siglo XX pueden ser comparados con Cioran en lo concerniente a temas de reflexión y estilo?” La respuesta de ambos intelectuales coincide, entre otros matices, y más allá de diferencias insoslayables, en que Cioran y Albert Cossery, se aproximan en un estilo y “tono incendiario” de su prosa, asimismo ambos resultan pertenecientes a “una misma familia” de pensamiento, a la “manera en la que llevaron la pereza a sus últimas consecuencias”, entre otras semejanzas que consolidarían su afinidad.

Por lo anterior, asumo como propósito de este escrito el ir delineando, en la medida en que sea posible, los aspectos estilísticos, los puntos de unión, las ambivalencias alegría-dolor que ambos pensadores sangran a través de sus letras. Dos ejercicios impregnados de una lucidez impresionante que desmoronan hasta el dogma más insigne, que corroen las profundidades humanas hasta convertirlas en tormentos, en un constante resquebrajamiento de mentiras, harto incómodas para la amargura-risa más hirientes.

En un ejercicio de honradez y fiándome de la fidelidad de la entrevista, en el año 2008, la pintora Iléna Lescaut (ilena lesco) realizó, la que se ha considerado la última conversación con Albert Cossery, pocos meses antes de su muerte. En ésta, el pensador egipcio deja clara la negativa a hablar de Cioran, esquivando en dos ocasiones la pregunta que sustrae toda posible relación personal:

 

IL: Albert Cossery, es usted un escritor que ha escogido el francés como lengua de expresión, en el sentido filosófico más profundo. Es usted un “francógrafo” como Emil Cioran. ¿Lo conoció usted?

AC: No, personalmente no. Conozco lo que escribió. Sin embargo, sí conocí a otro rumano: Panaït Istrati, (Panaitistrati) que también era fotógrafo. Hacía muchas fotos a pie de calle. Más tarde, se metió a escritor…

IL: Vuelvo por un momento a Emil Cioran. Cioran era hijo de un pope ortodoxo, aunque no era creyente. Se preguntaba por la cuestión metafísica, por la naturaleza última del Ser y del mundo. ¿Cuál es su posición con respecto a la cuestión metafísica?

AC: Yo soy sirio ortodoxo y me crie en Egipto. No me planteo ese tipo de cuestiones. Es una cuestión propia de los europeos, pero yo soy egipcio. La vida es sencilla, y mis personajes también lo son…[i]

 

No queda sino un recurso esbozado a partir de los propios intereses de quien escribe estas líneas, las simetrías que he localizado merced a una gimnasia interpretativa que nace de las expectativas personales y en cuyo trasfondo anida el posible encuentro reflexivo de dos pensadores marginales (como el mismo Cossery se autodenominaba y Cioran aseguraba de sí mismo). Colocados en las periferias, muestran, a través de sus letras, un espectáculo deshonroso y despreciativo que pone en evidencia la miseria humana; aniquilan, mediante la risa y el desasosiego, los baluartes santificados durante milenios. Pensadores limítrofes, pero decididos a andar por la ciudad para atestiguar la desgracia en la que se autoaniquila la humanidad: ¿acaso no despreciaba Albert Cossery vivir en el campo por considerar absurdo el criticar a los árboles? [ii] ¿Y de Cioran, no se dijo que era el “pensador esencialmente cívico, pensador de la ciudad”, agregando además que “así como en nuestras ciudades recogen los vagabundos y los perros callejeros los desperdicios de una cultura putrefacta, así supo él alimentarse… a salto de mata” [iii]; y, más aún, no fue él mismo quien espetó contra Nietzsche al tildarlo de ingenuo reconociéndole una vida demasiado intensa, genial, pero incapaz de conocer el hastío de aquel que vive en una gran ciudad, que se roza con los demás? [iv]

El acceso voluntario a la propia disolución ante la negativa de vivir en el engaño y la falsedad, cuya vía vomitiva es la escritura. En Cioran y Cossery, la escritura cumple con el doble propósito de denunciar a la vez que curar, como mecanismo que hace digerible la existencia; ocultar a la vez que mostrar el trasfondo de los propios infortunios, imprescindible como escape liberador al mismo tiempo que como suplicio y fascinación. La patología y el estado salutífero cumplen una labor terapéutica en la tragedia humana a través del acto de escribir. Al respecto dice Cioran:

 

Porque escribir, por poco que sea, me ha ayudado a pasar los años, pues las obsesiones expresadas quedan debilitadas y superadas a medias. Estoy seguro de que si no hubiese emborronado papel, me hubiera matado hace mucho. Escribir es un alivio extraordinario. [v]

 

Mientras que Cossery interpela en el mismo tenor:

 

Algunos escritores escriben directamente y te dicen: «yo escribo cinco páginas al día», lo que me parece aberrante. No escriben, simplemente redactan un texto cualquiera. Yo, por mi parte, escribo una frase. Solo que le doy veinte vueltas para que dentro haya algo. [vi]

 

A través de las palabras se va desplegando esta doble acción: la de aliviarse contra la estupidez y la de vengarse contra todo aquello que se afinca como verdad sacrosanta. Su prosa aniquiladora es alivio y venganza contra uno mismo y contra el mundo, mirando el papel y ser testigo del propio desangre. Escribir es –como diría Nietzsche- una necesidad que produce a la vez vergüenza y enojo, pero que representa el único descubrimiento para desembarazarse de los propios pensamientos. [vii] Por ende, ya sea mediante la novela o a través de la escritura fragmentaria, las suyas son flechas envenenadas contra la torpeza y la banalidad mundana. Desahogo y venganza constituyen la efervescencia de sus escritos:

 

No creo en la literatura –espeta Cioran-, sólo creo en los libros que expresan el estado de ánimo de quien escribe, la necesidad profunda de liberarse de algo. Cada uno de mis escritos es una victoria sobre el desánimo. Mis libros tienen varios defectos, pero no están fabricados, están escritos verdaderamente con toda pasión: en lugar de abofetear a alguien, escribo algo violento. Por tanto, no se trata de literatura, sino de terapéutica fragmentaria: son venganzas. [viii]

 

Sus líneas son brebajes tan enfermizos como curativos. Enfermedad y antídoto se confabulan en beneficio de la autoliberación y de la posible emancipación, incluso del contagio del lector, pero no como una faena altruista, sino como dietética necesaria para todo aquel que se insufla del menosprecio por lo real; mediante un trabajo arduo que le permita entrever las heridas punzantes del escritor, adivinarlas, sospecharlas. ¿Será menester sostener lo anterior, afirmando que “[…] todo lo que se dice y todo lo que se formula está alterado en la forma. Por lo tanto, el lector debería hacer un esfuerzo de imaginación para remontarse de la fórmula a la sensación”? [ix] ¿Y no añaden, además, el gesto jocoso, el agradecimiento vivencial de quien ha recurrido a sus libros y ha salido de ellos con aire triunfal y ávido de vivir?: “Un día vino a verme un estudiante y me dijo: «estaba enfermo, tenía algo en los pulmones, así que me encontraba en un sanatorio y un amigo me trajo uno de sus libros. Lo leí y, después de aquello, ya no volvía a sentirme enfermo»”. [x]

Por otro lado, las flechas lanzadas por Albert Cossery llevan el sabor más agrio de la burla punzante y afilada. El tono socarrón de sus escritos vuelca su venganza en una comedia que exige, que provoca el deseo de ver transformado a su lector: “Me gustaría que después de haber leído uno de mis libros, la gente no fuera a trabajar al día siguiente, que comprendieran que la ambición de vivir es suficiente”. [xi] Y, de la misma manera, Cioran reclama: “No, yo creo que un libro debe ser realmente una herida, debe trastornar la vida del lector de un modo u otro. Mi idea al escribir un libro es despertar a alguien, azotarle”. [xii]

Inclusive, escribir contra ese traidor que se enmascara para mimetizarse en una sociedad rancia, exasperante y tramposa; que es capaz de sobrecogerse a los más bajos artificios a favor de ser parte de un paisaje embustero: “Cualquiera que sea el medio -afirma Cossery- por el que colabores con esta porquería de mundo, incluso con el trabajo más ínfimo, te conviertes inevitablemente en un traidor para alguien. Vivimos en una sociedad fundada en la traición”. [xiii] Su venganza -entonces- es la de aquel que goza melancólicamente al ver cómo sucumben los infortunios constitutivos de la realidad, de la denuncia siempre latente contra los malestares que directamente se apoltronan como ideales, mediante los cuales la vida se vuelca soportable, porque “ver tan de cerca la estupidez es un enriquecimiento prodigioso para el espíritu”. [xiv]

Así que, el “despertar de la conciencia” y “el valor de desconectar” guardan en sus profundidades una esencia recalcitrante. Consecuentemente, el haber sido desengañados de un mundo que apresa la hipocresía como elemento esencial de la impostura universal, no los lleva a sumergirse en el ajetreo cotidiano y, menos aún, a recurrir a cualquier otro terminajo que inaugure una nueva filosofía (hartos están de un saber académico que estrangula y sofoca las verdaderas preocupaciones existenciales). Se sabe del profundo desprecio que les inspiraba la universidad y, por ende, la usanza filosófica de verse embrollados y embotados por sus categorías ininteligibles. En la conversación que sostuvo el autor de Desgarradura con Jean-François Duval en el año 1979, dice: “Y rompí totalmente con la Universidad. Soy enemigo, incluso, de la Universidad. La considero un peligro, la muerte del espíritu”. [xv] Lo que hila estrecha relación con Gohar, que encarna a un exprofesor de literatura de una universidad de gran prestigio en la novela Mendigos y Orgullosos, obra culmen del escritor egipcio:

 

Había necesitado largos años, la monotonía de toda una vida dedicada al estudio, para considerar la enseñanza en su justo valor: una monumental estafa. Durante más de veinte años había enseñado torpezas criminales, había sometido a jóvenes cerebros al yugo de una filosofía errónea y confusa. ¿Cómo pudo tomárselo tan en serio? ¿Acaso no comprendía lo que leía? ¿Acaso sus discursos nunca le habían parecido cargados de una impúdica hipocresía? Fue una inconcebible debilidad. [xvi]

 

En este orden de ideas, no es casual que Cioran haya fungido como profesor durante un único año, viviendo, hasta que le fue posible, de la beca que le subsidió la universidad y Cossery hiciera lo propio gracias a la venta de los cuadros que le regalaba Alberto Giacometti para pagar su hotel, aunado a la ayuda económica que le brindaban sus amigos George Henein y Henry Miller. También, cabe agregar que a Cioran, su amigo Mircea Eliade le enviaba paquetes de cigarrillos Camel de Lisboa, como dijo, en una entrevista, su compañera de vida Simone Boué, con lo que el escritor rumano se pagaba un mes de alquiler con un solo paquete de cigarros.

Por otra parte, su lenguaje hacía indispensable la claridad y precisión (recordemos que tanto uno como otro renunciaron a escribir en su lengua materna). Para Cioran el escribir en francés era hacerse consciente de la lengua, el darse cuenta de la manera en la que se componen las oraciones porque no hay dos formas de decir una misma cosa, de ahí la importancia de utilizar los términos adecuados. Mientras que en el caso de Cossery, el asunto no va por otro rumbo. Elogia el lenguaje simple e interfiere a favor de lo que Galar llamó Le mot juste, la palabra justa, inclusive, aunque se tardara en dar con ella días o meses, no tenía prisa por encontrarla. Quizás esto tenga que ver con la herencia que ambos pensadores recibieron de Nietzsche, quien en La Gaya ciencia, en el apartado de “ser profundo y parecerlo” señaló:

 

El que sabe que es profundo se esfuerza en ser claro; el que quiere parecer profundo al vulgo se esfuerza en ser oscuro, pues el vulgo tiene por profundo todo cuyo fondo no alcanza a comprender: ¡es tan miedoso y tan opuesto a meterse en el agua! [xvii]

 

La perspicacia singular que adquieren para transformar el dolor en categorías lingüísticas conserva cierto grado de crueldad para consigo mismos que, por otro lado, los exime de pertenecer a una época demarcada por los caprichos humanos. Respecto a su estilo, Cioran confesó:

 

No me he planteado la cuestión de si es actual o no, si está pasado de moda o no: No podemos decir que sea actual, es un estilo bastante neutro, que carece de imágenes, que no es de una época exactamente. Hay una vertiente anacrónica, eso es evidente”. [xviii]

 

En tanto que, análogamente, Cossery expresa:

 

No creo que en literatura haga falta ser o no contemporáneo, pues hoy en día podemos leer sin problemas a Stendhal o Dostoyevski, a pesar de que hayan escrito en otro tiempo y otro lugar. Son eternos… Un escritor siempre escribe sobre una realidad persistente y universal. [xix]

 

Desde la lectura desalentada que hacen de los aconteceres humanos, vemos derrumbarse uno a uno los pilares que sostenían la modernidad, los términos filosóficos que habían hallado un espacio cómodo en los altares institucionalizados; el progreso que se cuenta entre los hombres como el deseo más fulgurante de un ser enfermizo y decadente. El desprecio con el que entretejen cada uno de sus malestares los convierte en pensadores subversivos, desesperados y desilusionados que, fastidiados, atestan contra toda vana utopía. La civilización representaba a los ojos de Emil Cioran el asidero de los fiascos humanos, asegurando que ésta no podía ser un camino conducente al paraíso sino a las letrinas. Con la misma intención, se puede leer el extracto siguiente, tomado de la conversación que Michel Mitrani sostuvo con Albert Cossery:

 

M. M.- Hay una frase muy curiosa al final de este relato, cuando el perturbador…

A. C.- El que preconiza la fantasía.

M. M.- El mismo que se encuentra en apuros cuando tiene un cólico… No puede ir al retrete en la ciudad indígena, lo que usted llama la ciudad indígena, porque los servicios son repugnantes…

A. C.- La ciudad popular.

M. M.- Pues bien, no puede vaciar las tripas más que en la ciudad europea. El relato concluye así. Le preguntan: ¿el porvenir, el porvenir? «El porvenir está en las letrinas públicas, al menos por el momento».

A. C.- «En esas letrinas que ves allá», sí. Es decir, que es un porvenir de mierda. [xx]

 

Así que, los suyos son libros vehementes que intentan movilizar vidas arrellanadas en el confort, devolviéndoles los dolores primigenios que moraban en lo más profundo de la piel. Operación que inevitablemente establece un vínculo filial entre el pensamiento y la existencia. No es casual que tanto uno como otro insistan en haber escrito el mismo libro toda su vida y sobre todo autobiográfico. Una autobiografía salpicada por el estilo, el tono y la misma estructura de las frases, en una suerte de ocultación del autor que se complace a la vez que berrea el dolor más insondable: “En el fondo -dice el pensador rumano-francés- todos mis libros son autobiográficos, pero de una autobiografía disfrazada”. [xxi] Y paradójicamente los dos autores comparten su resistencia a ser partícipes del rito biográfico: ¿no era ésta una procesión inútil que trataría de verbalizar lo que más valdría no ser verbalizado? “Yo no tengo biografía -sentencia Cossery-. Yo no he hecho nada en la vida. Yo no he hecho otra cosa que divertirme”. [xxii]

Y llevando la simetría pasos más adelante, cabe preguntarse: ¿no guarda relevancia el que ambos hayan sido comparados con el dandi, en cuanto a su estilo rebelde, su modo de vida penetrante, que iba más allá de la perfección en el vestir, pues cicatrizaba un compromiso actitudinal y moral, donde la vida se trastocaba en la propia voz del pensamiento? [xxiii]

Vida y filosofía unidas en un estrecho maridaje capaz de tonificar las penurias más entrañables, las demoliciones más atroces. Vivir filosóficamente implicaría no olvidar el compromiso con las propias miserias, desvanecerse en los estados más prolijos de desesperación y renunciar, por tanto, a una vida elocuente y cercenada por lo absurdo. Y es esa disgregación, separación eterna, en la que Occidente se encuentra embotado, donde toda filosofía no deja de ser más que un insulso vocinglero, un hervidero de voces sin trasfondo, a diferencia, de Oriente (hay que considerar que Cossery escribió sus primeros textos recién empezado el siglo XX). Allí “no podemos imaginarnos a los sabios taoístas como estafadores intelectuales o profesores. No era [la filosofía] una profesión. Su vida estaba indisolublemente vinculada a su pensamiento y eso es, sin embargo, algo capital”. [xxiv]  

Lo que exigiría, siguiendo la misma línea reflexiva, quedar exento de cualquier ambición. No es insustancial la exacerbación que hicieron ambos pensadores de la pereza, pero no en la superficial ambivalencia que tradicionalmente la coloca en el lado opuesto del trabajo. Menciona Albert Cossery:

 

La palabra «pereza» -- está mal considerada en los países occidentales, porque, en estos países, pereza quiere decir casi estupidez, lo que no es cierto en absoluto. Para mí la pereza es una forma de ociosidad. Indispensable para la reflexión. Por eso, en Oriente encontramos sabios, profetas. [xxv]

 

La atracción que sienten por “el gusto de no hacer nada” tiene como antecedente una herida, la herida que vuelca inútil toda obra emprendida, por lo que es necesario puntualizar que: “A ese amigo que me confiesa aburrirse porque no puede trabajar, le contesto que el tedio es un estado superior, y que relacionarlo con la idea de trabajo es rebajarlo”. [xxvi]

Por lo tanto, el perezoso no es el empleado asfixiado en el tiempo muerto que viene tras una larga jornada laboral, la pereza es la experiencia esencial que irrumpe en el hombre para dar cuenta del pacto existente entre el tiempo inamovible y “la angustia insoportable”. Cioran refiere que: 

 

En el tedio el tiempo no puede correr. Cada instante se hincha y no se da, por decirlo así, el paso de un instante a otro. La consecuencia es que se vive sin adhesión profunda a las cosas. Todo el mundo ha conocido el tedio. Haberlo conocido en un acceso no es nada, pero haber conocido un estado de tedio constante durante un periodo de la vida es una de las experiencias más terribles que puedan sufrirse. [xxvii]

 

Y, líneas adelante añade:

 

En la vida la existencia y el tiempo marchan juntos, forman una unidad orgánica. Avanzamos con el tiempo. En el tedio el tiempo se separa de la existencia y se nos vuelve exterior. Ahora bien, lo que llamamos vida y acto es la inserción en el tiempo. [xxviii]  

 

Y quizá el eco que comenzaba a clamar los entreveres de la postura de Cioran se encuentre en Nietzsche -su tan amado como odiado maestro- quien a propósito del aburrimiento sentenció que:

 

Para el pensador y para el espíritu inventivo el aburrimiento es la calma chicha del alma que precede a los alegres vientos y a la feliz carrera; hay que soportarlo y esperar su efecto, y esto es lo que las inteligencias inferiores no pueden conseguir de sí mismas. Disipar el aburrimiento de cualquier manera es lo vulgar, tan vulgar como el trabajo sin gusto. En esto se distinguen los asiáticos de los europeos: en que aquéllos son capaces de reposo más prologado y profundo que éstos. Hasta sus narcóticos obran lentamente y requieren paciencia, al revés de lo que sucede con la insoportable rapidez de ese veneno europeo que llamamos alcohol. [xxix]

 

La falta de orientación en la que nos zambullimos los modernos ha contravenido en un sentido de la vida estulto y fallido porque “un perezoso inteligente -como afirmaría Cossery- es alguien que ha reflexionado sobre el mundo en el que vive. Así que no se trata de pereza. Es el tiempo de la reflexión. Y cuanto más ocioso esté uno, más tiempo tiene de reflexionar”. [xxx] La exacerbación de la pereza es el único compromiso ético que puede asirse para con la vida. Un compromiso que a las vísperas del hombre “poshistórico” causa vergüenza y estupor, lo cual delinea de manera clara cuán lejos estamos de encontrarnos con nuestras propias amarguras:

 

Ahora nos avergonzamos del reposo; la meditación prolongada casi produce remordimientos. Se medita reloj en mano mientras se come, con los ojos fijos en las cotizaciones de Bolsa; se vive como si se temiera dejar de hacer algo. «Más vale hacer cualquier cosa que no hacer nada»: esta máxima es un ardid para dar el golpe de gracia a todas las aficiones superiores. [xxxi]

 

Nuestra precipitación, la deshonra con la que nos habituamos a vivir, los puntos suspensivos que consolidan la esperanza más fútil, usurparon la única dignidad que podría reservársenos: la de aquel que, renunciando a toda excelsa obra, sueña con la inutilidad. Al respecto, espeta Emil Cioran en Adiós a la filosofía y otros textos:

 

El principio del mal reside en la tensión de la voluntad, en la ineptitud para el quietismo, en la megalomanía prometeica de una raza que revienta de ideal, que estalla bajo sus convicciones y la cual, por haberse complacido en despreciar la duda y la pereza –vicios más nobles de todas sus virtudes-, se ha internado en una vía de perdición, en la historia, en esa mezcla indecente de banalidad y apocalipsis. [xxxii]

 

Después de un breve recorrido que, insisto, responde más a una inquietud mental que a un ejercicio erudito, quizá sólo al final quede la duda que expone la excesiva cercanía, pero que demarca las líneas agrietadas que en el último paso los separaría, colocándolos en extremos opuestos. No obstante, entre “el inconveniente de haber nacido” y “la alegría de vivir”, que serán los respiraderos finales que vertebran sus angustias, hay un paso detenido por el sufrimiento humano. Porque, como se afirmó de Epicuro:

 

Veo su mirada vagar sobre anchos mares blanquecinos, sobre los peñascos de la costa en que descansa el sol, en tanto que los animales, chicos y grandes, se regocijan bajo sus rayos, tan tranquilos y seguros de sí como aquella claridad y aquellos ojos. Esta dicha sólo pudo ser inventada por alguien que padeciera sin cesar; es la dicha de unos ojos que han visto apaciguarse bajo su mirada el mar de la existencia, que no se hartan de contemplar la superficie de ese mar, su epidermis multicolor, suave y agitada. [xxxiii]

 

Al haber accedido a estados malsanos desde la tierna infancia, Cioran narra en sus Conversaciones cómo a la edad de diez años vivenció el drama de “la caída del paraíso” cuando sus padres lo obligaron a abandonar aquel pueblo pintoresco, localizado en la montaña, no lejos de Hermannstadt, para comenzar sus estudios. Y aclara que tuvo “la sensación de una gran catástrofe”. Por su parte, Cossery no se cansa de repetir que a los diez años de edad ya había comprendido la “impostura universal” y haberse sacudido de las sábanas con las que se cubre la realidad. En suma, la clarividencia de ambos pensadores los vuelca, lúcidos, atravesados por una burla clara y un dolor trepidante. Para decirlo con Cioran: “De lo más profundo de una persona emana la necesidad de destruir falsas ilusiones y certidumbres, factores del falso equilibrio sobre el que descansa la existencia”. [xxxiv] Después de todo, el llanto y la risa son dos alabanzas que surgen en las mismas aguas.

A pesar de las semejanzas antes delineadas, las conclusiones a las que llegan parecen localizarse en las antípodas: mientras que para Cossery la clarividencia, la inteligencia o la conciencia es liberación, para Cioran es condena, tortura. Mientras Cioran veía en la vida la razón suficiente para una celebración constante, para Cossery vivir implicaría un tormento, cuya única salida se muestra inaccesible. Empero, no dejan de ser estimulantes e interesantes los intersticios que acercan, pese a sus diferencias infranqueables, dos posiciones totalmente genuinas y paradigmáticas de una condición humana limítrofe.

 

Bibliografía

Albert Cossery (2011), Mendigos y orgullosos, Pepitas de calabaza editorial, La Rioja.

Ciprian Valcan (2019), Cioran, un aventurero inmóvil. (Treinta entrevistas), UTP, Pereira.

Emil Cioran (1995) Conversaciones; [Entretiens], Tusquets, D.F., 2012 [1ª ed.].

___________ (1988) Adiós a la filosofía y otros textos, Alianza, Madrid, 2009 [6ª reimp.].

Friedrich Nietzsche (2015), La gaya ciencia, Colofón, D.F. [1ª ed.].

José Blanco Regueira (2002), Estulticia y terror, IMC, México.

José Luis Galar (2013), Tras Albert Cossery, Kadmos, Madrid. [1ª ed.].

Lars Svendsen (2008), Filosofía del tedio, Tusquets, México. [1ª ed.].

Mitrani, Michel (2013), Conversación con Albert Cossery, Pepitas de calabaza

editorial, La Rioja.

 

Notas

[i] Disponible en http://amputaciones.blogspot.com/2012/09/voces-albert-cossery-la-ultima.html

[ii] José Luis Galar, Tras Albert Cossery, p. 43.

[iii] Blanco Regueira, Estulticia y terror, p. 99.

[iv] Emil Cioran, Conversaciones, p. 46.

[v] Ibid., p. 17.

[vi] Michel Mitrani, Conversación con Albert Cossery, p. 120.

[vii] Friedrich Nietzsche, La Gaya ciencia, p. 91.

[viii] Emil Cioran, Conversaciones, p. 104.

[ix] Ibid., p. 42.

[x] Michel Mitrani, Conversación con Albert Cossery, p. 144.

[xi] Ibid., p. 29.

[xii] Emil Cioran, Conversaciones, p. 19.

[xiii] En Michel Mitrani, Conversación con Albert Cossery, p. 92.

[xiv] José Luis Galar, Tras Albert Cossery, p.71.

[xv] Emil Cioran, Conversaciones, p. 33.

[xvi] Albert Cossery, Mendigos y orgullosos, pp. 138-139.

[xvii] Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, p. 129.

[xviii] Emil Cioran, Conversaciones, p. 38.

[xix] Michel Mitrani, Conversación con Albert Cossery, p. 17.

[xx] Ibid., p. 33.

[xxi] Emil Cioran, Conversaciones, p.  99.

[xxii] Michel Mitrani, Conversación con Albert Cossery, p. 61.

[xxiii] Para el caso de Emil Cioran confróntese con Ciprian Valcan, Cioran, un aventurero inmóvil. Treinta entrevistas, p. 16. Para el caso de Albert Cossery revísese a José Luis Galar, Tras Albert Cossery, p. 45.

[xxiv] Emil Cioran, Conversaciones, p. 63.

[xxv] Michel Mitrani, Conversación con Albert Cossery, p. 139.

[xxvi] Lars Svendsen, Filosofía del tedio, p. 22.

[xxvii] Emil Cioran, Conversaciones, p. 55.

[xxviii] Ibid. p. 55.

[xxix] Friedrich Nietzsche, La Gaya ciencia, p. 64.

[xxx] Michel Mitrani, Conversación con Albert Cossery, p. 58.

[xxxi] Friedrich Nietzsche, La Gaya ciencia, p. 163.

[xxxii] Emil Cioran, Adiós a la Filosofía y otros textos, pág. 19.

[xxxiii] Friedrich Nietzsche, La Gaya ciencia, p. 66.

[xxxiv] Emil Cioran, Conversaciones, p. 88.

 

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