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Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.

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Publicaciones

Los estudios afrocentroamericanos como espacio vital de materialización académica y reivindicación tangible por Diana Senior Angulo

Julio-diciembre 2020, número 23.
Autora: Teresa Chávez. Título: Reflexión. Técnica: Acrílico sobre tela. Medidas: 0.80 x 1.20 m. Año: 2016.

Senior Angulo, Diana. (2020). Los estudios afrocentroamericanos como espacio vital de materialización académica y reivindicación tangible. Revista digital FILHA. Julio-diciembre. Número 23. Pp. 1-12. Publicación semestral. Zacatecas, México: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: www.filha.com.mx. ISSN: 2594-0449.   

Handle: http://ricaxcan.uaz.edu.mx/jspui/handle/20.500.11845/2056

Diana Senior Angulo: Costarricense, politóloga (UCR, 2001). Máster académica en Historia (UCR, 2007). Doctora en Historia Contemporánea de la Universidad Sorbonne Nouvelle, Paris 3, Francia (2015). Docente e investigadora desde el 2007, y Profesora Asociada de la Universidad de Costa Rica (2019). Autora de distintos artículos y textos, entre los que se destaca el libro “Ciudadanía afrocostarricense: el gran escenario comprendido entre 1927 y 1963" (2011). Contacto: diana.senior@ucr.ac.cr, ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-0940-7208

LOS ESTUDIOS AFROCENTROAMERICANOS COMO ESPACIO VITAL DE MATERIALIZACIÓN ACADÉMICA Y REIVINDICACIÓN TANGIBLE

Afro-Central American studies as a vital space for academic materialization and tangible demand

Resumen: el artículo corresponde a la Conferencia Magistral impartida el 20 de noviembre de 2019, en Roatán, Islas de la Bahía, Honduras; en el marco de las III Jornadas de Estudios Afrocentroamericanos. En dichas Jornadas, la autora, tomando como base su experiencia personal de vida, y apoyándose en una perspectiva, así como teorización de índole históricas, realiza un breve recorrido de lo que ha sido el devenir de dichos estudios, priorizando los aportes desde lo afrocentroamericano, y especialmente por parte de las mujeres afrodescendientes.

Palabras clave: Afrocentroamericanos, Afrodescendientes, Mujeres, Estudios, Historia, Academia

Abstract: the article corresponds to the Keynote Lecture addressed the 20th November, 2019, in Roatan, Bay Islands, Honduras, framed by the Third Afro Central American Studies Sessions. In this Sessions, the author, based on her personal life experience, and leaning upon a historical perspective and theorization, gives a brief overview of what has been the development of these studies, prioritizing the contributions from the Afro Central Americans, and especially from Afrodescendant women.

Key words: Afro Central Americans, Afrodescendants, Women, Studies, History, Academia

 

Dedicado a mi hermana mayor, la Dra. Carmen Hutchinson Miller y a mi hermana menor, la Dra. Joyce Senior Angulo: ambas, desde diferentes profesiones, comparten la atención en cuanto al cuidado personal de las mujeres afro.

Quisiera iniciar con dos poetas, quienes me han inspirado y forman parte de mi panteón ancestral. La primera, Eulalia Bernard, negra, limonense y costarricense, quien en su “Nuevo ensayo sobre la existencia y la libertad política” (1981), nos dice lo siguiente, a propósito “Del ser libre y el ser vital”:

 

Por ello, cuando se me pregunta o se me interroga sobre si considero libre a algún hombre o grupo de hombres en particular, por ejemplo “el hombre negro”, tengo que referir a mi interrogador (sobre) lo que aprendí no hace mucho de Zapata Olivella y de Brecht (el primero en su obra Tierra Mojada, el segundo en su obra Galileo Galilei), a la inmensa deuda que tenemos los que aspiramos a ser existencias libres con el vitalismo, lucha constante entre el yo libre individual, existencia-libre (;) y el yo social, existencia-no libre; sin quererlo, el ser vital se iguala al ser libre, de modo que ese saberse unido a todo, continuidad de todo cuanto me rodea (,) justifica mi necesidad de vivir, de existir libremente para continuar la obra creativa (Bernard, 1981, pp. 16-17).

 

Lo que refuerza una de las frases célebres de la poeta afroamericana Maya Angelou, quien lo plasmó, grosso modo, en los siguientes términos: No puedes realmente saber hacia dónde vas, hasta que sepas dónde has estado.

De acuerdo con el historiador camerunés Achille Mbembe, en su Crítica de la razón negra (2016), en la actualidad asistimos a un:

 

Devenir negro del mundo. Todo lo que ocurría detrás de la línea se torna universal. La condición negra engloba y anticipa el destino de las poblaciones en la época neoliberal (…) una renovada oportunidad de rebelión para los nuevos condenados de la tierra (Eiff, 2016, s.p.).

 

Volveré sobre esa afirmación más adelante. De momento, retomo las palabras del historiador francés Fernand Braudel, quien afirmó en 1958 que:

 

La historia es hija de su tiempo”, y dentro de las responsabilidades de las personas historiadoras, radica el hecho de realizar un trabajo que sea crítico. No creemos ya, por tanto, en la explicación de la historia a través de un factor dominante. No hay historia unilateral —nos dice. No la dominan en exclusiva ni el conflicto de las otrora “razas”, cuyos choques y avenencias determinarían el pasado de los seres; ni los poderosos ritmos económicos, factores de progreso o de caos; ni el reino de la técnica; ni la presión demográfica. El ser humano es mucho más complejo (Braudel, 1958, pp. 25-26).

 

La vida, la historia del mundo, todas las historias particulares se nos presentan bajo la forma de una serie de acontecimientos (Braudel,  1958, p. 27). Nuestra labor consiste precisamente en sobrepasar este primer margen de la historia. Hay que abordar, en sí mismas y para sí mismas, las realidades sociales:

 

Entendemos por realidades sociales todas las formas amplias de la vida colectiva: las economías, las instituciones, las arquitecturas sociales y, por último (y sobre todo), las civilizaciones; realidades todas ellas que los historiadores de ayer no han, ciertamente, ignorado, pero que, salvo excepcionales precursores, han considerado con excesiva frecuencia como tela de fondo, dispuesta tan sólo para explicar las obras de individuos excepcionales, en torno a quienes se mueven los historiadores con soltura (Braudel, 1958, p. 29).

 

Lo anterior, refiere a individuos que, en muy pocas ocasiones, proceden de las civilizaciones africanas. Los estudios afrocentroamericanos corresponden a esa historia civilizatoria de un gran y continuo desplazamiento humano. Es la historia contemporánea, situada a partir del siglo XV, de millones de personas que en un principio fueron sucesivamente arrancadas de África, como consecuencia de uno de los crímenes contra la humanidad sin precedentes en la historia mundial: la esclavitud africana y la trata trasatlántica. Aquellos que, siendo africanos fueron obligados a dejar su continente para satisfacer las ansias expansivas y mercantilistas de las coronas europeas, tan pronto arribaron a suelo americano, fueron convertidos en “negros”; y con ello, receptores ineludibles de toda la carga negativa que dicho bautismo pudiera concederles en términos: económicos, políticos, sociales y culturales.

Efectivamente, esta es la historia de un gran contingente de inmigrantes, pero no se trata de cualquier tipo de inmigrantes. Es la historia de las continuidades que tuviera el conjunto resultante de la trata esclavista, así como la reconversión civil que dichas poblaciones “negras” tuvieran, luego de los procesos abolicionistas en el continente americano. Es entonces la trayectoria seguida por las poblaciones libertas en suelo hemisférico, pero fundamentalmente de aquellas que, procedentes de las Antillas e investidas de una diversidad de nacionalidades, aunque reconocidas por su generalización o mote de “negros”; llegaron a la franja Caribe de Centroamérica a partir de 1850, para terminar, conformando, lo que contemporáneamente conocemos como las poblaciones Afrocentroamericanas.

Precisamente pensando en una parte de sus descendientes, esta historia personalmente comienza en Costa Rica, un verano de 1992. Luego de otro campeonato para los Chicago Bulls y en medio de un agitado ciclo lectivo colegial, comencé a cuestionarme seriamente sobre el aporte de mi ancestría africana no solo en mi país, sino a nivel mundial. Me desilusionaba muchísimo pensar que su aporte podía reducirse únicamente a la esclavitud y a la construcción del ferrocarril; razón por la cual ese reduccionismo laboral, uno forzado y el otro mal pagado, no abandonaron mis inquietudes y reflexiones a lo largo de mi adolescencia. Probablemente y de manera inconsciente, esas cavilaciones me llevaron a decantarme por la Ciencia Política en lugar del Derecho, en este primer momento.

Fue así como la Universidad de Costa Rica cobijó a lo largo de 4 años una serie de preguntas alimentadas -aunque no contestadas-, por lugares comunes tristemente repetidos aún en la actualidad, como el que “los negros no podían pasar a San José”; o por mitos fundacionales del Estado-nación costarricense, tales como el que le terminó concediendo exclusivamente a José Figueres Ferrer, el acceso a la ciudadanía para la población afrocostarricense, luego de la promulgación de la Constitución Política de 1949. Solo ese par de suposiciones, lograron que me trasladara de trinchera disciplinar, para poder darle respuesta a un fenómeno social por lo demás complejo, y que inicialmente pensé que era exclusivo para Costa Rica.

Así, desde la Maestría Centroamericana, fui afinando las preguntas y aprendiendo el oficio de escribir la Historia: única disciplina de las Ciencias Sociales, con una particularidad metodológica significativa: los Archivos Nacionales y las fuentes primarias para el estudio del pasado. Ahí, fui llevada de la mano de grandes profesionales, tales como: Lara Putnam (quien inicialmente dirigiera mi trabajo de investigación), Víctor Hugo Acuña (quien me conectó con ese primer viaje a Honduras, donde pude vincularme de manera extensiva, al Movimiento de Juventudes Afrolatinas y Caribeñas); Ronny Viales, Héctor Pérez y Rina Cáceres (quien fuera parte de mi tesis); así como también lo fueron los académicos y amigos: Lowell Gudmundson (profesor y motivador a lo largo de mi recorrido tesiario), y Luis Guillermo Solís (sí, el ex Presidente de Costa Rica, quien, mucho antes de ese cargo, fue mi profesor en Ciencias Políticas).

De ahí que, no dejé de dialogar con la Ciencia Política, y más bien abrí la perspectiva hacia las Ciencias Sociales; en la medida en que me apoyé también en: la Antropología, la Sociología (disciplina en la cual cursé estudios), y el Derecho (el cual finalmente retomé, pero desde los Derechos Humanos).

“Negro” fue la categoría económico-social asignada a la población africana que, en condición de esclavitud, fue forzada a trabajar durante aproximadamente 3 siglos, para satisfacer las ambiciones monárquicas del “Viejo Continente”. “Negro” fue por mucho tiempo una etiqueta, pero sobre todo un estigma impuesto, con el cual nacieron generaciones de africanos al otro lado del Atlántico. La paradoja fue que “negro”, como forma de identidad cultural, terminó convirtiéndose en la fehaciente evidencia de hasta dónde la resistencia y la lucha por la libertad e igualdad podían llegar. La sobrevivencia, contra todos los pronósticos, de enormes contingentes de “negros” a lo largo del continente americano, hizo del “negro”, en sí mismo, una causa y una reivindicación humanas. 3 los cuales a lo largo ya del siglo XX, conjuntan el Panafricanismo grosso modo con la defensa de los Derechos Humanos.

Actualmente existe todo un debate en cuanto a los alcances de aquellos susceptibles a ser considerados como Afrodescendientes. Al mismo tiempo, encontramos posiciones contrapuestas referentes a si el término es inclusivo, y si no lo es, a quiénes estaría dejando por fuera. Se trata de un debate en curso, desde las propias poblaciones concernientes; en particular desde algunas colectividades garífuna, debido a su parcial constitución “etno-cultural” indígena o amerindia-arawaka; así como otras poblaciones que prefieren asumirse como “negros”, en la medida en que, al igual que lo defienden muchos de los “no-negros”: la Humanidad entera desciende de África. Las posiciones son válidas desde el punto de vista de la construcción de la identidad y las identidades, como procesos a la vez personales y colectivos en constante dinamismo y redefinición. Sin embargo, aunque lo “negro” fuera posteriormente reapropiado identitariamente en términos positivos, y sigue siendo aún la convención socialmente aceptada para identificar la diversidad de un macro conjunto de poblaciones, incluidas las del África subsahariana; asumido ya sea por sí mismos, así como por otros “exógenos”, la forma más contemporánea e inclusiva de nombrar a quienes de estos, han nacido en América Latina y el Caribe, es la de Afrodescendientes. Y la forma de reconocer al mismo tiempo, su adscripción nacional en la región centroamericana corresponde a la de: afroguatemaltecos, afrohondureños, afrosalvadoreños, afronicaragüenses, afrocostarricenses y afropanameños.

En medio de las investigaciones y mientras me dedicaba a la tesis de maestría, me encontraba recorriendo extensivamente Centroamérica, y precisamente el 2004, fue el año que más países de la región conocí. En esos recorridos y en esos transitares, que me llevaron prácticamente por toda América Latina, llegué a preguntarme si el proceso que analizaba para Costa Rica era exclusivo de este país, o si, por el contrario, podría encontrar algunos paralelismos en el resto del Istmo centroamericano, a lo acontecido en la asumida “Suiza centroamericana”.

Así, una vez culminada la reconstrucción histórica del proceso de naturalización tendiente a la ciudadanía de la población afrocostarricense, mi nuevo contexto de interrogantes generadoras del proceso académico-investigativo, se situó en la primera década del siglo XXI. En el 2001, las Naciones Unidas convocaron en Durban, Sudáfrica, la III Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia. A ésta, se dieron cita, representantes estatales y organizaciones no gubernamentales; con el fin de estudiar, debatir y proponer medidas tendientes a la eliminación de tales agresiones y amenazas; como prioridad de la comunidad internacional, frente a la libertad y la dignidad de los seres humanos alrededor del mundo. Posteriormente, a la vuelta de una nueva década, entre el 2010 y el 2012, se realiza la primera ronda censal, que incluyó el conteo de las poblaciones afrodescendientes de América Latina, desde que se desestimó su registro entre las décadas de 1950 y 1960.

En este sentido, si nos guiáramos por la función social de los Archivos Históricos, específicamente aquellos que se ubican en los diferentes países del Istmo centroamericano, tendríamos que afirmar que no hay historia de las poblaciones “negras” después de abolida la esclavitud, salvo cuando reaparecen como inmigrantes en los proyectos económicos ligados a los ferrocarriles, el Canal de Panamá y las plantaciones agrícolas, especialmente las bananeras; para luego, no haber mayor referencia que la consagrada en leyes y disposiciones gubernativas, cuando las hubo; así como en posicionamientos, medidas y/o prácticas sociales, siempre y cuando lograran ser registradas y/o preservadas. Así fue como, sin proponérmelo, realicé la primera tesis doctoral que analiza la dinámica centroamericana, tomando en cuenta un segmento poblacional, y que además lo hace desde una perspectiva comparativa.

Para Markusen (1987), una región constituye una sociedad territorial contigua e históricamente evolucionada, con un desarrollo físico, un milieu económico, político y cultural, así como una estructura espacial distinta de otras regiones. Así, tomando en cuenta la construcción sociocultural de América Central desde la época colonial, la base político-administrativa de la Capitanía General nos permitió incorporar dentro del análisis, a las otrora provincias, posteriormente constituidas en Estados nacionales de: Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Por su parte, la dinámica ístmica de la región permitió que Panamá se sumara al análisis; en la medida en que, pese a haber estado integrada inicialmente a la Gran Colombia, los tempranos trabajos del ferrocarril y luego los del Canal, propiciaron el arribo de grandes cantidades de trabajadores; destacándose los afrocaribeños entre los de mayor importancia y presencia numérica, quienes desde ese territorio, junto a nuevas redes itinerantes, lograron desplazarse por toda la región y más allá de sus fronteras.

En ese sentido, es importante señalar que El Salvador y Belice no formaron parte del estudio, pese a que ambos países se sirvieron de la esclavitud africana, así como de la lógica social impuesta durante la época colonial. Sin embargo, en el caso de El Salvador, además de su mestizaje poblacional, es el único país de la región que no cuenta con costa en el Caribe, y contemporáneamente aún se le sigue “identificando” como el único país de la región donde “no hay negros”, lo cual es falso; ya que contamos con valiosas contribuciones académicas para tales, en la época colonial, de Escalante y Loucel, entre otros.

Por su parte, la comparación, como herramienta de análisis, requiere de un ejercicio intelectual complejo en la definición de sus alcances, así como de un trabajo minucioso en cuanto al tratamiento de las fuentes. De ahí que, a diferencia de sus detractores, quienes argumentan sobre el carácter constructivista que la caracteriza, la escogencia y pertinencia de los “niveles y unidades de análisis”, así como su mirada al pasado fundada en “ideas preconcebidas”; no implican de entrada que el análisis se trate de una eliminación de las particularidades a la vez que una simplificación de las realidades en aras de escudriñar una problemática “única” dentro del entramado social de las historiografías nacionales. Todo lo contrario. Requirió en nuestro caso, un manejo cuidadoso del macro terreno regional centroamericano, de las poblaciones estudiadas, de las escalas de análisis seleccionadas a nivel nacional y regional, así como de las fuentes para arribar a lo que Haupt (2001) denomina el tertium comparationis.

Así, nuestra escala de comparación, en la cual las poblaciones de origen africano son los principales actores, lo constituye la esfera de la región centroamericana. Las unidades de análisis vendrían dadas por cada ámbito nacional, dividido en dos espacios de orden provincial/departamental. El primero, la zona Caribe o “Atlántica” (como fue bautizada en aquella época), constituye el espacio geográfico donde se concentró la mayor cantidad de población de origen africano, además de ser el lugar por excelencia donde se desarrollara el principal puerto nacional; y aún sigue siendo la zona donde circula un considerable porcentaje de las riquezas producidas de los respectivos países; aunque gran parte de sus ganancias quedaran, en aquella época, en manos de las transnacionales estadounidenses. El segundo espacio, lo constituye el resto del territorio nacional con énfasis en la capital de cada país, como centros detentadores del poder político y sociocultural. A nivel regional centroamericano, nuestro interés se centró en analizar la dinámica normativa y social producida, en la cual las poblaciones de origen africano, en los diferentes países del área, fueron partícipes durante el periodo de estudio, principalmente desde la franja Caribe de Centroamérica. Y del plano internacional extrarregional, nos interesó constatar por medio de las evidencias existentes, los visos de concientización negra o afro manifiestos en cada país, a través de las conexiones con: las Movilizaciones y Postulados Negro-Panafricanistas a nivel internacional; el reordenamiento mundial dado a través de los Derechos Humanos y su influencia en cada país de la región; así como la triple influencia económico-político-social de los Estados Unidos, tanto a nivel nacional, como regional-centroamericano.

Según Hartog (2003), el régimen de historicidad planteado corresponde a un periodo de mediano plazo, construido desde una perspectiva analítica braudeliana de larga duración (Braudel, 1958). De ahí que la perspectiva histórica desde lo regional suponga un campo interdisciplinario, en el cual coinciden, de acuerdo con Hall (1989) la geografía y la historia.

Los primeros en estudiarnos, me refiero a la población afrocaribeña de la región, fueron mayoritariamente “outsiders” y masculinos. Son muchos los nombres que pudieran estar llegando a nuestras mentes en este momento, por lo que prefiero no dedicarme a mencionar unos cuantos, ya que todos han sido importantes a lo largo de esta trayectoria académica.

Sin embargo, las mujeres afrolatinas y afrocaribeñas somos más de 100 millones en América Latina y el Caribe (más de un tercio de la población centroamericana – alrededor de 47 millones en el 2018), en su gran mayoría en condiciones de exclusión social y subrepresentación política. Pese a ello, hoy somos más mujeres afro y no afro, las que estamos interesadas en investigar y socializar el conocimiento, destacándose en su etapa más madura las señoras: Gloria Rowe (también conocida como Gloria Arnold) para la afro guatemalidad, y doña Melva Lowe de Gooding, para la afro panameñidad.

En ese sentido, no soy la primera mujer afrocostarricense en estudiar Historia en Costa Rica, el Bachillerato y Licenciatura en la UCR lo hizo doña Marcia Robinson, quien se fue a EEUU, nunca ejerció y actualmente dirige un “Movimiento de Limonenses en el Exterior”, ubicados mayoritariamente en Nueva York. Quien se dirige a ustedes fue la primera que hizo la Maestría Académica en Historia, a la cual ingresé en el 2001, luego de un breve paso por la carrera de Sociología.

Y no soy la primera doctora afrocostarricense en Historia, Carmen Hutchinson Miller se doctoró primero en la Universidad de Barbados, en el 2012. En ese sentido, yo fui la segunda, al doctorarme en Francia, aunque la primera afrocostarricense en hacerlo en Historia en aquel país, en el 2015. En ese sentido, y sin pretender ser exhaustiva, sigo una larga tradición de mujeres afro que se atrevieron, pese a que el tiempo y las circunstancias no fueran las más favorables.

Estudiar a un segmento poblacional étnicamente no dominante, siendo además parte e integrante del mismo, requiere un doble ejercicio de honestidad académica y compromiso colectivista. Lo digo, no solamente pensando en voz alta, sino por el compromiso invariable y adquirido, ya de años, de cara a los distintos periodos que Naciones Unidas establece para dedicarse a ciertos colectivos poblacionales. En ese sentido, el Decenio Internacional para los Afrodescendientes 2015-2024, cifrado en términos de “reconocimiento, justicia y desarrollo”, a 5 años de su declaratoria, lo puedo ver materializado en el trabajo de mi hermana, la abogada afropanameña, Urenna Best, Directora de la Secretaría Nacional para el Desarrollo de los Afropanameños (SENADAP) y escogida recientemente como Experta Gubernamental del Grupo de Trabajo del Protocolo de San Salvador (GTPSS) en el Consejo Permanente de la OEA.

Y así, pasé de tener casi exclusivamente referentes masculinos afrodescendientes como modelos a seguir, en cuya cuenta se encuentran: mi papá, Alder Senior (director de la Escuela de Lenguas Modernas en 2 periodos, laureado por el Gobierno Francés con las Palmas Académicas y Profesor Emérito de la UCR) Martin Luther King, Malcolm X, Bob Marley, Michael Jordan, Alex Curling (nuestro primer diputado afrocostarricense y Benemérito de la Patria) Quince Duncan (nuestro Honoris Causa de la UCR) Nelson Mandela y Barack Obama, entre muchos otros; a una paritaria colectividad de mujeres, quien son muestra de inspiración para mí: mis abuelas, mi mamá, Marlene Angulo (ama de casa y emprendedora nacida en Barbacoas, Tumaco-Nariño, Colombia) Harriet Tubman, Eulalia Bernard (mentora, madre política y multifacética mujer negra costarricense) Angela Davis (a quien tuve no solo el honor de conocer, sino que recibí su dedicatoria en uno de sus libros que le llevé emocionada y pude, además, entregarle mi libro con unas sentidas palabras de admiración y respeto). A propósito de todas ellas, quisiera compartir con ustedes un poema de mi autoría, el cual lleva por título:

 

MIS ESTRELLAS NEGRAS

Marlen, mi madre, sus sueños y olvidos

Joyce, mi hermana, su optimismo y alegría

Mis abuelas Miranda, Francisca y Teresita, Eleguá, protección y sabiduría

De ambos lados, María y María, tías abuelas que, sin progenie, sostuvieron series

Tías: Lucha, sazón y devoción; Dorrett, altruismo y optimismo; Chabela, paciencia y entrega; Ignacia, fidelidad y constancia; Thelma y Lía, aguerridas de por vida

Serena Williams, más poderosa que la mujer maravilla

Celia Cruz, azúcar y carnaval

Michelle Obama, poder descomunal

Angela Davis, poder intelectual

Oprah Winfrey, poder inmaterial

Winnie Mandela, mamá África y lo ancestral

Whoopi Goldberg, vida y risa más allá de lo normal

Lupita Nyongo y el color de mis sueños

Eulalia Bernard, su séquito, de ancestros y los nuestros

Sojourner and our Truth

Maya Angelou, palabras con luz

Hannah Gabriels, pugilista y actitud

Erika Cyrus, terapias para el alma

Charlene Stewart, soul and music like a wonder

Por las sendas de la libertad, Nanny y Harriet,

Toni Morrison, beloved y los relatos de mi padre

Miss Joyce Sawyers, maestra y política comunitaria

Marva Spence, lingüista, amiga y solidaria

Urenna, she is the Best, together ‘til the end

Carmen Hutchinson, NEFTA, y no ha habido como ésta

Queen Nzinga, just bring it sista!!

Shirley Campbell, su fuerza y su poesía

Como ella, me confieso Liberada, en demasía,

Coincidencia, el que todas soñemos una Tierra más sororaria, así como sociedades más igualitarias,

Para que así nuestras generaciones actuales y futuras, puedan vivir con altura.

 

Y a propósito de referentes, hace exactamente dos meses, un par de ex estudiantes de humanidades, se informaron sobre mis horarios y me esperaron a la salida del seminario participativo que imparto dos días a la semana en la Escuela de Estudios Generales. Casualmente, ambos son estudiantes de la carrera de Historia y llevan juntos un curso en el cual, como trabajo final, están tratando de situar el pensamiento y discursos de Alex Curling, nuestro primer diputado afrocostarricense y Benemérito de la Patria, dentro del contexto centroamericano y caribeño de la época. Lo que más atesoro de este reencuentro con ellos, que además les sirvió para orientar su trabajo de investigación, fue el hecho de recordar que, gracias al trabajo que, desde mis inicios, vengo realizando en Sedes Regionales, uno de los muchachos es resultado del cambio de carrera vía excelencia académica, mientras que el otro entró decididamente a la carrera de Historia. También, gracias a trabajos de grado y posgrado, me he encontrado en el camino y he estrechado lazos de amistad con: Byron González de Bellas Artes, Marianela Muñoz de Filología, Raimy Camacho de la Maestría en Artes, Lucía Alfaro del Posgrado en Literatura, así como Anthony Arias y Wilson Arroyo aquí presente, de Historia y Enseñanza de los Estudios Sociales.

Con ello, decir que los estudios sobre lo afrocentroamericano dichosamente han ido cobrando relevancia dentro de las Ciencias Sociales; por supuesto con desarrollos diferenciados en cada uno de los países centroamericanos: desde los insumos nacionales acuerpados por apoyos internacionales tanto en Guatemala como en Honduras, los que nos han mantenido gratamente expectantes en El Salvador como Marielba Herrera, hasta los esfuerzos internos con vinculación externa de la URACCAN en Nicaragua con la Universidad de Texas en Austin, por ejemplo; al igual que las plataformas nacionales y externas de Panamá y Costa Rica.

En ese sentido, agradezco a la Red de Estudios Afrocentroamericanos, así como al Comité Organizador de estas Terceras Jornadas Internacionales de Estudios Afrocentroamericanos, por esta invitación. Agradezco, muy especialmente a la historiadora hondureña Yesenia Martínez, quien hace un año me envió la información de este evento en el que tenía que participar. Me motiva el hecho de estar aquí y establecer vínculos más allá de lo académico con quienes se dieron cita a este Encuentro. A Yesenia Martínez, también le agradezco mantenerme cercana a la parte humana de mi experiencia por estas tierras: supe de la delicada situación y posterior fallecimiento de Juana, artista conocida como La Loca, a quien tuve el placer de conocer una noche de reunión académica y bohemia en Tegucigalpa; así como el sensible fallecimiento del historiador empírico garífuna Salvador Suazo; con quien tuve el privilegio de compartir, y de quien conservo una hoja de su puño y letra, con una valiosísima explicación de nuestra ancestría africana.

Volver a Honduras, y hacerlo para conocer Roatán en Islas de la Bahía, es un sueño hecho realidad para mí. Sueño que comenzó a gestarse en el 2013 a partir de mi trabajo de campo para la tesis doctoral. Fui acogida en Tegucigalpa por la familia Chimilio-Sabio, y de la mano de mi hermana Suseth, a quien conocí unos años antes en procesos de juventud afrocentroamericana, pude además conocer Trujillo, así como adentrarme un poco más en la fascinante cultura garífuna. Es por ello que, además de la dedicatoria a mis hermanas Joyce Senior, Carmen Hutchinson y Urenna Best inclusive, comparto a la vez que me embarga un sentimiento de agradecimiento infinito para con Marta Adelina y Juan Ambrosio Sabio, madre y tío de Suseth Chimilio, respectivamente, y ambos hijos del pionero, visionario y profesor célebre de Roatán, don Isidro Sabio.

Para mí, como afrodescendiente y como centroamericana, más que un “devenir negro del mundo” en el cual, de acuerdo con Mbembe, se amplíen horizontes, que nos permitan adentrarnos en un conjunto de perspectivas y elaboraciones conceptuales no del todo desconocidas, pero no por eso menos novedosas, los estudios afrocentroamericanos deberían tejerse fundamentalmente desde un conocimiento construido a partir de la confianza mutua, el respeto compartido y la solidaridad colectiva.

 

Referencias bibliográficas

Bernard, E. (1981). Nuevo ensayo sobre la existencia y libertad política. San José, Costa Rica: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, Dirección de Publicaciones.

Braudel F. (1958). “Histoire et sciences sociales : la longue durée”. Annales : économies, sociétés, civilisations, vol. 13, núm. 4, 725-753.   

Eiff, L. (2016). “Reseña de crítica de la razón negra, de Achille Mbembe”. Futuro Anterior, Buenos Aires, vol. 6, núm. 2. DOI: https://doi.org/10.4000/corpusarchivos.1637

Hall, C. (1989). La geografía histórica: un campo interdisciplinario entre la Geografía y la Historia. En Fonseca E., editora, (ed.), Historia. Teoría y Método (pp. 25-64). San José, Costa Rica: EDUCA.

Hartog, F. (2003). Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps. Paris : Seuil.

Haupt, H-G. (2001). Comparative History. En Smelser N. J. y Baltes P. B., Editors, (Eds.), International Encyclopedia of Social and Behavioral Sciences (vol. 4, pp. 2397–2403), 26 Vols. Amsterdam, New York: Elsevier.

Markusen, A. R. (1987). Regions: the economics and politics of territory, New Jersey: Rowman and Littlefield.

 

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