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Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.

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Publicaciones

Tañe Carpentier la voz y la sombra del Almirante por Manuel R. Montes

Julio 2018, número 18.
Autor: Delia F. Reyna De la Garza. Título: Niye tai. Técnica: Cera sobre tela. Medidas: 50x70 cm. Año: 2016.

Montes, Manuel R. (2018). Tañe Carpentier la voz y la sombra del Almirante. Revista Digital FILHA. [en línea]. Julio. Número 18. Publicación bianual. Zacatecas: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: www.filha.com.mx. ISSN: 2594-0449. 

Manuel R. Montes escribe narrativa y ensayo, es baterista e imparte clases de literatura y cultura latinoamericanas en The University of Toledo, OH, USA. Contacto: testamoruna@gmail.com

TAÑE CARPENTIER LA VOZ Y LA SOMBRA DEL ALMIRANTE

 

Resumen: A partir del apelativo “ideología neoromántica”, atribuido por el crítico Roberto González Echevarría al conjunto de rasgos con los que Alejo Carpentier reconfiguró la personalidad enunciativa de Cristóbal Colón en su última novela "El Arpa y la Sombra" (1978), el presente ensayo profundiza en el capítulo “La mano” y analiza la recreación de la voz del Almirante fraguada por el extraordinario prosista cubano. Dicha recreación yuxtapone "Diario de a Bordo" (1492) y "El libro de las Profecías" (1502–1504), mediante una sugerente estrategia de palimpsesto intertextual, poco atendida por los especialistas, en la que no escasean las adaptaciones y tergiversaciones que agudizan precisamente, entre otros, el componente “neoromántico” de la obra señalado por González Echevarría. En el "Diario de a Bordo" y en "El Libro de las Profecías" se cimienta, pues, la construcción de un registro ficcional neobarroco –es decir post-renacentista– con el que Alejo Carpentier, en “La mano”, contribuye magistralmente a revalorar, desde la literatura, los claroscuros históricos, las mitologías fundacionales y el episodio de malograda canonización suscitados por la trashumancia, siempre polémica y colmada de discrepancias, del insondable Cristóbal Colón. 

Palabras clave: Alejo Carpentier, Cristóbal Colón, El arpa y la sombra, Roberto González Echevarría, ideología neoromántica, neobarroco, palimpsesto intertextual, recreación de voz narrativa.

Abstract: Alejo Carpentier reconfigured the enunciative personality of Christopher Columbus in his latest novel "The Harp and the Shadow" (1978), the present essay delves into the chapter "The Hand" and analyzes the recreation of the Admiral's voice, created by the extraordinary Cuban prose writer. This recreation juxtaposes "Diario de a Bordo" (1492) and "El Libro de las Profecías" (1502-1504), by means of a suggestive strategy of intertextual palimpsest, little attended by specialists, in which adaptations and distortions are not scarce, which sharpen precisely, between others, the "neo-romantic" component of the work pointed out by Roberto González Echevarría. In "Journal of on Board" and in "The Book of Prophecies", the construction of a neo-baroque fictional register - that is post-Renaissance - Alejo Carpentier, masterfully contributes to revalue, historical chiaroscuros, foundational mythologies and the episode of ill-fated canonization provoked by transhumance, always controversial and full of discrepancies, of the unfathomable Christopher Columbus.

Keywords: Alejo Carpentier, Cristóbal Colón, El Harpa y la Sombra, Roberto González Echevarría, neoromantic ideology, neobaroque, intertextual palimpsest, narrative voice recreation.

 

 

Has puesto en cruz los dos abismos

José Lezama Lima (“Rapsodia para el mulo”)

 

Alejo Carpentier eligió, al emprender su aventura narrativa final, al causante de su más emblemático principio como novelista. Optó por el intuitivo adelantado de mar, voraz lector de leyendas, mujeres y mapas, de quien se habría de asumir obligado heredero, aceptando “la muy honrosa condición de cronista mayor, de cronista de Indias.” [i] Cristóbal Colón, el cartógrafo culpable de redondear el mundo, es el equívoco sobre el cual se urde El arpa y la sombra (1978), cuyo capítulo más memorable, “La mano”, retoca y reivindica, si no para la historia o la fe católica, sí para la modernidad literaria, los imprecisables perfiles del Almirante, quien para el cubano, “a pesar de haber sido el protagonista del acontecimiento más importante de la historia universal (…) sigue siendo, sin embargo, uno de los personajes más misteriosos.” [ii] Carpentier clausura su vasta bibliografía narrativa redimensionando a su ancestro y comete, para ello, no pocos abusos que si bien deslumbran por la destreza de una prosa infalible, sobrecargan El arpa y la sombra, en ocasiones, de una “ideología neoromántica.” [iii] El señalamiento es de Roberto González Echevarría y abre una brecha para ensayar un detenido comentario que aventuro en estos párrafos a propósito de un extrañamiento que me produjeron algunas líneas auto panegíricas, por llamarlas de un lamentable aunque útil modo, y que sin ser abundantes en “La mano” ostentan una relevancia primordial, en tanto desvirtúan o concienzudamente subvierten las principales ambigüedades que rodean la naturaleza críptica del Diario de a bordo en el que se basara parcialmente Carpentier para la confección de su capítulo. Parcialmente, reitero, pues El libro de las profecías (1502–1504), si bien sólo implícito en el monólogo afiebrado, delirante de Cristóbal Colón, también determina en considerable medida su tono, entre elegíaco y procaz. El propósito de este apunte, entonces, es el de inquirir la estrategia de hibridación que Alejo Carpentier efectúa para dotar de voz a un héroe proclive a desleírse, merced a sus alucinantes testimonios y a los tráfagos a los que la historia lleva sometiendo su nombre y su acervo desde 1492. 

 

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Alejo Carpentier adapta en 1933 Le livre de Christophe Colomb, drame lyrique en deux parties, de Paul Claudel, para la emisora Radio Luxemburgo. El acopio de materiales para tal encargo le devela, entre otros volúmenes, Le révélateur du globe: Christophe Colomb et sa béatification future (1884) del paladín católico León Bloy, en donde éste compara, “llanamente” según adverbio del cubano, a Cristóbal Colón con Moisés y con san Pablo. Se sabe que a Carpentier, “con una mezcla de fervor y de impaciencia” [iv] exultó sobremanera tal analogía. La historia lo auspiciará luego con otro llamativo antecedente, asaz acorde a su poética y a la novela que publicará movido por ulteriores exégesis en 1978, y que será la última de su seminal carrera literaria; dicho antecedente es el de la tentativa ininterrumpida de los papas Pío Nono (pontífice de 1846 a 1878), y su sucesor León XIII (de 1878 a 1903), de abanderar la frustrada beatificación de Cristóbal Colón, para la cual 850 obispos hubieron estampado su firma de acuerdo en la flamante propuesta de Postulación ante la Sacra Congregación de Ritos.

La consecuencia de las antes mencionadas causalidades es un ambicioso libro, El arpa y la sombra, cuyo desbalance no es tal que lo cimbre o demerite, y cuyos apartados a continuación sintetizo: i) “El arpa” narra en retrospectiva, con lujo de escalas y epifanías, el periplo de nueve meses que el canónigo Giovanni Maria Giambattista Pietro Pellegrino Isidoro Mastaï Ferretti, futuro Pío Nono, realiza a Chile en 1823 por órdenes de Monseñor Giovanni Muzi, quien le confiere la condición de Enviado al Nuevo Mundo como parte de la primera misión en la América del Sur postrevolucionaria. El establecimiento de la Primera Junta Nacional de Gobierno el 18 de septiembre de 1810 y la abdicación de Bernardo O’ Higgins al cargo de Director Supremo, el 28 de enero de 1823, hace necesaria la presencia de Matsäi para reorganizar la Iglesia Chilena. Pío Nono recuerda sus avatares al respecto de este viaje de iniciación mientas revisa y posteriormente firma el documento para determinar la canonización del Descubridor. El intervalo nostálgico en que dilata su pluma suspendida, antes de suscribir al calce, es el hiato del que Carpentier dispone para enhebrar una remembranza mural dentro de la que el joven Matsäi, infatuado, desanda latitudes latinoamericanas con el mismo asombro que produjeran en Cristóbal Colón, casi cuatro siglos antes, algunas de sus peripecias; ii) “La mano” es la digresión eje de la obra, al transcurso de la cual la voz reconstruida de Cristóbal Colón, en su lecho de muerte (Valladolid 1506), relee su Diario de a bordo a la espera del sacerdote que habrá de darle confesión, mientras desdice sus testimonios, los reivindica, los exacerba, sustenta o abomina; iii) “La sombra”, episodio de cierre, comienza entrometiéndose en los burocráticos debates que un joven seminarista entabla con un conservador respecto de lo que conviene hacer en la Lipsonoteca Vaticana, en un altercado dialéctico que se suscita en un presente en el que Pío Nono ya ha muerto y el papa en funciones es León XIII. Retomada la autopsia tramitológica para que se inmortalice católicamente al Almirante, conocemos que la dificultad de hallar sus restos imposibilita la clasificación de la reliquia, pues aquéllos, como su dueño, “perpetuaron su trashumancia.” [v] De este segmento es remarcable, a la manera de los palimpsestos que Alejo Carpentier gusta de animar –con Concierto barroco (1972) como ejemplo límite– la eventual aparición de personajes de diversas épocas que discuten los beneficios y desventajas de la beatificación: entre otros, el ya aludido León Bloy, José Baldi, Alfonso Lamartine, Víctor Hugo, Julio Verne y un Abogado del Diablo, quien propone: “¿Por qué no convocan de una vez a Fileas Fogg o a los hijos del Capitán Grant?” [vi] El disparatado conciliábulo llega a término cuando las partes reconocen la imposibilidad de que el proceso fructifique debido a “dos grandes cargos contra el Postulado Colón: uno, gravísimo, de concubinato (…) y otro, no menos grave, de haber iniciado y alentado un incalificable comercio de esclavos.” [vii]

 

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De entre las aproximaciones interpretativas más sugerentes a El arpa y la sombra, luego de compulsado un tramo sustancial de las casi innumerables aproximaciones que la comentan, las que a continuación abrevio son las que más se corresponden, creo, con mi lectura: i) Vicente Cervera Salinas, en “El diario de Colón y Carpentier”, aborda El arpa y la sombra desde la perspectiva de lo que Roa Bastos llamó “utopía concreta”, para referirse a ésta como al valor que regía las percepciones del Almirante durante sus navegaciones; Cervera Salinas establece un paralelismo entre la historia de América, a partir de Colón, y la historia de las utopías: Quiroga en el siglo XVI, la misiones jesuíticas en el XVII, así como los avatares independentistas anidados, parafraseo, en los yunques visionarios de la enciclopédica revolución francesa: última utopía que teje la verdadera historia americana del siglo XIX; ii) Félix Lugo-Nazario, en “Sentido y función del mito de Jasón”, centra un indispensable análisis en las bases mítico-estructuralistas de Levi-Strauss y lee la novela carpenteriana como un ensamble derivado, casi unidireccionalmente, de la leyenda griega; iii) Aníbal González, en “Ética y teatralidad”, subraya las intermitencias intertextuales entre la novela de Carpentier y El Retablo de las Maravillas cervantino, implantación alusiva particularmente notoria en el capítulo “La sombra”; iv) Dara E. Golmann, en “Érase una isla”, explora el tropo de la llegada como núcleo de la novelística caribeña, fenómeno que paulatinamente se dispersará a toda Hispanoamérica, demostrando, a su vez, que la búsqueda de los orígenes constituye el tema principal de varias obras de Carpentier, adepto a variar en sus prosas la búsqueda de un punto de partida que la madurez resignada del pensamiento ha perdido; v) Javier Valor Mompó, en “El arpa y la sombra, procesos intertextuales”, coteja la obra de Paul Claudel con la de Carpentier y compara las abundantes evidencias de la clara, y obvia, interacción entre ambas, lo cual según sus apreciaciones constituye un rasgo de la nueva novela histórica, en tanto reinterpreta “hechos históricos importantes, como es el descubrimiento y conquista del Nuevo Continente, a partir de la relectura y reescritura ficcional de sus fuentes documentales” [viii]; vi) Karen Stolley, en “Death by Attrition”, admirable, minuciosa y ampliamente documenta y comprueba la subversión del valor confesional católico en “La mano”, mediante un recuento cabal de las infracciones sacramentales cometidas a placer por nuestro novelista. Para Stolley –me permito adelantar una observación suya que comparto y en la que más adelante abundo–, “There’s a continual subversion of the medieval and Renaissance conventions in Carpentier’s portrayal of Columbus whose confession is neither simple, nor humble, nor ashamed”; confesión que, tal como Tomás de Aquino la prescribiera, tendría que ser “simple, humble, pure, faifhful, and frequent, unadorned.” [ix]

 

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La voz que Carpentier dispendia a Cristóbal Colón no podía ser ni mucho menos unívoca, ni eludir la esencia de los matices que la sedimentan luego de siglos de leyendas y especulaciones historiográficas. Y es que, por principio de cuentas, huelga precisar que el Diario de a bordo, fuente nuclear de la novela, no es el de Cristóbal Colón, o no siempre, no íntegramente, sino el de Fray Bartolomé de las Casas, responsable de su copia, ordenamiento e inclusión en su descomunal Historia de las Indias (1520). El arpa y la sombra no es una relectura inventiva tanto de Colón sino de Colón–vía–De las Casas, o al menos en lo que toca a los vértices más logrados del monólogo delirante en que se cifra “La mano”. La reflexión fragmentaria, elíptica con la que Carpentier abruma la memoria del Almirante mientras éste desvaría moribundo, poco antes de (no) confesarse, es una reflexión sobre lo que Fray Bartolomé dejó transcrito, y no sobre el Diario de a bordo original que se supone tiene bajo las almohadas Cristóbal Colón en la trama, y del que no se tiene certeza sobre su paradero. Que Colón parafraseé un manuscrito perdido, un documento que para él, verosímilmente, aún no existe –es decir su Diario de a bordo futuro, intervenido por el dominico– es una delicada, funcional disparidad temporal que me desconcierta todavía menos que la “ideología neoromántica” mencionada párrafos arriba. Es decir: si el artífice de lo real-maravilloso deliberadamente obvió la decisiva intercesión de Fray Bartolomé al insuflarle voz a su personaje, ello no me resulta tan sugestivo como el hecho de que, aun habida cuenta de tal “réplica” del Diario de a bordo, al retratar a su Almirante, Carpentier lo precise con tan incuestionable claridad predestinado a cumplimentar el Descubrimiento, y que con tan grandilocuentes epítetos lo haga ufanarse de sí mismo. Y es que ni el propio Colón, cuando Fray Bartolomé lo entrecomilla, ni éste, cuando reproduce de aquél extensas descripciones… ninguno emite el aura de contrastada supremacía con que Carpentier recubre ocasionalmente las enunciaciones de su naviero. El calculado error, o el exceso inventivo permisible, al propiciar que Colón en su lecho de muerte se “relea” a sí mismo como el máximo agente de una profecía que fracturó el tiempo y el espacio de la realidad hasta entonces demarcada, y que se “relea” de tal manera sólo en base a un cotejo agonizante de sus anotaciones en el Diario de a bordo, es un elemento que desazona y que complejiza El arpa y la sombra. La justificación de semejante procedimiento quizá sea, pese a mis exultaciones, harto simple, que no fácil: aquello que concilia y fundamenta los raptos de remordimiento y arrogancia del Almirante en la novela de Alejo Carpentier es la influencia no declarada, durante el proceso de su escritura, de El libro de las profecías.

Desde su oracular epígrafe –“Extendió su mano sobre el mar para trastornar los reinos” (Isaías, 23, 11)– el sesgo a un punto narcisista del segundo segmento de la obra, que abre con un versículo premonitorio, va derivando hacia el encomio de una especie de híbrido que Carpentier anhela legendario, y que vincula dos particularidades conceptuales: la de un ente valuado como “la figura de proa del Renacimiento” [x] que razona, que se arrepiente y que se autocuestiona con audacia pero que, a su vez, enaltece sus inmortales fechos de “Caballero inactual” [xi], intercalando muletillas revolucionarias que parecen haberse acuñado al calor de los humores idealistas del XIX. Había declarado Carpentier: “El hombre cambia de circunstancias pero no de esencias y, en el fondo de sus acciones, repite una eterna fábula cuyo diseño es posible captar y fijar en una obra de arte.” [xii] Considero plausible argumentar que la rendija, la extemporánea interpolación a través de la que Carpentier filtra una estima de sí tan alta en su Cristophoros proviene, como se dijo, de El libro de las profecías aunque perpendicularmente de su tentativa de armonizar, en un personaje de proporciones cardinales, el Golpe de Estado de 1789 que desencadena las independencias latinoamericanas y el golpe de remo de 1492 que delinea la fracción restante de la esfera terrestre, exponiendo la cultura europea a uno de sus más fascinantes enigmas. La intención de Carpentier sería la de entablar un diálogo entre dos maneras de asimilarse y confrontarse como individuo, diluyéndolas en las alocuciones de Cristóbal Colón, con lo que El arpa y la sombra condensa un anacronismo exacerbado que apuesta por contener la zaga narrativa que precede a su creador, emprendida por el marino que como incógnita cautivó durante décadas a Alejo Carpentier, y a quien se propuso hacer hablar aunque no necesariamente para interpelarlo ante la historia, pues recordemos que a la promesa de decirlo todo, en el íncipit de “La mano”, sigue su deserción, y una vez que el confesor arriba a “esta habitación de putas donde reflexiono” [xiii], el Almirante calla lo que El arpa y la sombra ha ido profiriendo como palimpsesto a las anotaciones del dominico.

Me parece que la predilección de Carpentier por las consecuencias, para el continente americano, de la Francia que derrocó el absolutismo –terrible y esplendorosamente delineadas en El reino de este mundo (1949)–, afecta de manera incuestionable la hechura de El arpa y la sombra. Y la afecta en un sentido más profundo y discernible, curiosamente, no en el capítulo “El arpa”, que por cronología es más próximo a la Toma de la Bastilla en tanto corresponde al viaje del canónigo Matsäi y eventual papa Pío Nono a Chile, en calidad de Enviado al Nuevo Mundo en 1823. La influencia arquetípica del hombre libertario se imprime más bien, y con particulares altisonancias, en “La mano”, donde un Cristóbal Colón exánime que aguarda su hora mortal, prorrumpe: “el Señalado, el Escogido, era yo.” [xiv] Esta temeridad ficticia, que por oposición al dejo humilde que permea el Diario de a bordo es absolutamente moderna, no aflora sino por razones meramente referenciales, protocolarias, en las transcripciones de Fray Bartolomé, aunque sí la encontramos ya prefigurada en El libro de las profecías. El puntilloso e insoslayable estudio de Juan Luis de León Azcárate “El libro de las profecías de Cristóbal Colón” examina las no pocas y deliberadas adscripciones: “Colón, por tanto, opta por una interpretación muy personal de los textos bíblicos, y en particular dando preferencia al sentido típico, es decir, el concepto de promesa–cumplimiento, que en ocasiones aplicará a sí mismo” [xv]. Que Colón “relea” entonces su Diario de a bordo casi como a ese otro texto suyo, augural, repasando en él una crónica velada de vaticinios y preanuncios, es lo que origina que en El arpa y la sombra abunden exaltaciones como las que cito: “Ensanchador del mundo (…) Gigante Atlas (…) Almirante Mayor de la Mar Océana y Virrey y Gobernador Perpetuo de Todas las Islas y Tierra Firme” [xvi]. Carpentier procede aquí a una peculiarísima superposición perceptiva: Colón se “parafrasea” desde su Diario de a bordo con el ánimo mesiánico con el que glosó los pasajes bíblicos que inspiraron El libro de las profecías. Y es que en el Diario de a bordo, o aún más específicamente en la carta–prólogo al prestamista Luis de Santángel Vilamarxant, que lo antecede, predominan la mesura, el tacto, la diplomática gratitud: “Y para ello me hicieron grandes mercedes y me ennoblecieron que dende en adelante yo me llamase Don, y fuese Almirante Mayor del Mar Océano y Virrey y Gobernador Perpetuo de todas las islas y tierra firme que yo descubriese y ganase” [xvii]. Las adiciones de Carpentier –“Ensanchador del mundo”, “Gigante Atlas”– se puede argüir que son más bien minúsculas, aunque no por ello, discreparía por mi parte, insustanciales o meros divertimentos de hipérbole. El tono de autosuficiencia y entronización, o, en un nivel aún más elemental, el pronombre “yo” estratégicamente elidido, a veces, por Fray Bartolomé en la misma carta que se cita, proviene no de una contemplación en el espejo de la grandeza sino de una percepción indirecta, incluso anonadada, que de sí mismo registra el Almirante: “y creían muy firme  [los nativos de Guanahani, o “monicongos” en El arpa] que yo con estos navíos y gente venía del cielo y en tal acatamiento me recibían en todo cabo después de haber perdido el miedo (…) siempre están a propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que hayan habido conmigo.” [xviii] Asimismo, a los triunfos que se pudiera atribuir Colón los intercede la potestad inefable de lo divino: “Así que, pues Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos Rey y Reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa.”  [xix] En El arpa y la sombra, por el contrario, y con una insolencia que Carpentier estilísticamente pule hasta el destello, Cristóbal Colón se califica de “Predestinado, de Hombre Único y Necesario” [xx], “Abridor y Ujier de los Horizontes Insospechados.” [xxi] En el Diario de a bordo, pues, no se encumbra, sino que reporta con fidelidad los avatares del viaje, pormenorizando su crónica, y omitiendo a su vez las desavenencias, con alusiones más bien imperceptibles a las dificultades padecidas. Muy otro –y más, diríamos, “carpentereano”– es el autorretrato que se atisba en El libro de las profecías:

 

Colón se identificará con distintas figuras bíblicas que permitan visualizarlo como el Enviado o Mensajero de Dios que descubre las Indias, las da a conocer y las evangeliza. Principalmente, con el mensajero de Isaías, en ocasiones con el “buen pastor” y con Pablo, en cuanto apóstol de los gentiles, y también con el rey David e incluso el Siervo Sufriente. Con estos dos últimos se identificará según las circunstancias personales por las que atraviese. Muy secundariamente, parece encontrar algún tipo de conexión entre su persona y una pléyade de figuras bíblicas como Ciro, el siervo Eliaquín, el evangelista Juan en la isla de Patmos e incluso (en una ocasión) Moisés. [xxii]

 

La acaso extravagante canonización cabildeada por Pío Nono y León XIII no parece a la luz del extracto un capricho autoritario de fanático cerril o una gestión acorde al dogma real–maravilloso del Carpentier novelista, sino un acatamiento a la que sería en alguna instancia la voluntad lúcida, todavía no desahuciada, de Cristóbal Colón.

 

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He querido contraponer el Diario de a bordo con El libro de las profecías para entresacar la materia prima de la voz a la que Carpentier dota de gran viveza evocativa en su novela. No es inoportuno ahora considerar que, antes que exhibir una de las muchas facetas del Almirante –la de autoproclamarse un ente profetizado– El libro de las profecías también debe precavernos con respecto a toda gratuidad interpretativa que supongamos fehaciente al dilucidar las máscaras del genovés: “El Libro de las Profecías no es una obra desarrollada y sistemática. Más bien se trata de una colección abrumadora de citas, fundamentalmente bíblicas, inconexas entre sí y sin comentar.” [xxiii] González Echevarría había por cierto discurrido sobre una de las muchas lagunas que oscurecen y nos distancian de aprehender en su totalidad el halo mítico de Colón, si bien enfocándose en el Diario de a bordo; éste, a pesar de que fecunda las narrativas por venir, consiste un “principio sin principio”, con todo y que represente la “escritura de fundación.” [xxiv] El Diario de a bordo comporta el bagaje rudimentario del archivo –el arche, el arcano– que modela “la figura (…) fundamental en la narrativa hispanoamericana moderna” ya que sus páginas “guardan el tiempo del origen, el tiempo sin desgaste ni duración; sin historia, pero que hacen historia. A este archivo acude la narrativa moderna para participar de las crónicas, para ungirse de su sacralidad (…) para compartir el secreto”, si bien “la verdad del archivo es que no encierra verdad alguna.” [xxv] O, si es que la encierra, difícil es establecer sus cabales motivaciones, de las que cabe decir que “parecen ambiguas.” [xxvi] Si El arpa y la sombra “subraya la anacrónica temporalidad de la literatura, dentro de la cual los autores pueden ‘crear’ a sus precursores” [xxvii], el numen ególatra que le depara Carpentier al Almirante concuerda, quizá, con la consigna de complementar con atributos disímiles aquellas oquedades que dotan de una considerable ductilidad el cimiento testimonial al que se remonta la novela. Tal maniobra es, quizá, menos un defecto que un rasgo de vigencia estética: “La continuidad y el valor de cualquier obra moderna depende, paradójicamente, de la capacidad de su autor para poner en duda la validez de todo aquello que la sostiene y perpetúa.” [xxviii]

 

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La sobreexposición lírica de Cristóbal Colón en El arpa y la sombra, que aquí se discute, no es tan notoria bajo el calco de De las Casas, quien entrevera su voz narrativa con la del autor de las notas que transcribe: “Esto que se sigue son palabras formales del Almirante: (…) Todas son palabras del Almirante.” [xxix] ¿Bajo qué criterios procedía su incursión en lo que sería luego un recurso harto común en el oficio de un novelista de la talla de Carpentier? ¿Por qué no vulnera, por ejemplo, las frases en que Colón se torna un espectador sensible, atento a frecuencias poéticas: “Y el cantar de los pajaritos, que parece que el hombre nunca se querría partir de aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol?” [xxx] ¿Hasta dónde admitir un veto de puritanismo religioso ejercido por el fraile ante las descripciones, imagino en su versión primigenia más prolíficas, del Almirante sobre las nativas desnudas?: “son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negras, salvo menos que canarias.” [xxxi] Inmediatamente después de vertido el pasaje, Bartolomé se encomienda al Creador, mientras Carpentier celebra, en el envés de su ficción, la faceta del Almirante de polígamo codicioso, devoto por conveniencia y afecto al sarcasmo: “Aquí no se venía a joder, sino a buscar oro”; [xxxii] “¡Cortes de monarcas en pelotas!” [xxxiii] Ahí donde Bartolomé anota “amén” [xxxiv] Carpentier introduce un remilgo cáustico: “en lo que se refiere al adoctrinamiento de los indios, ¡que de ello se ocupen varones más capaces que yo para desempeñar tamaña misión! Ganar almas no es mi tarea.” [xxxv] De las Casas a su vez enfatiza, entrecomillándolos, los pasajes en que Cristóbal Colón incide en el tema de la fe, y actúa de tal modo debido a que a dicho tema va indefectiblemente ligado el de las remuneraciones económicas que los trasiegos del Almirante reportarán a la Corona. Fray Bartolomé, un dominico, comunica claves decisivas que fortalecerán el poder de la Iglesia secular. Antes de que reitere su harto revelador estribillo, que lo deslinda: “Estas son palabras del Almirante” [xxxvi] reproduce presentimientos como el siguiente: “en poco tiempo acabarán los haber convertido a nuestra Santa Fe multidumbre de pueblos, y cobrando grandes señoríos y riqueza y todos sus pueblos de la España, porque sin duda es en estas tierras grandísima suma de oro. [xxxvii] Cuando Bartolomé permite al Almirante extenderse sobre los recursos naturales, sin intervenir él con sus resúmenes, es para evidenciar lo que dichos recursos, explotados, pueden retribuir a las arcas del reino:

 

Sin duda hay grandísima cantidad de almáciga y mayor si mayor se quisiese hacer (…) y mandé sangrar muchos de esos árboles para ver si echarían resina para traer, y como siempre haya llovido el tiempo que yo he estado en el dicho río, no he podido haber de ella, salvo muy poquita que traigo a vuestras Altezas (…) Y también aquí se habría grande suma de algodón y creo que se vendería muy bien acá sin le llevar a España. [xxxviii]

 

Por lo demás, cuando Cristóbal Colón evoca los frutos de los árboles: “todos huelen que es maravilla (…) que yo estoy el más apenado del mundo de no conocerlos” [xxxix] la voz es diametralmente opuesta a la que le impone Carpentier, quien prefiere, de un hombre que ansiaba nombrarlo todo, por desconocido, a uno que reproduce e improvisa los elementos de ese todo, verificando las visiones de Marco Polo, Toscanelli, Pierre D’Ailly. La taxonomía “primitivista” del Almirante, en el Diario de a bordo, se contenta con las plácidas toponimias río de Luna, río de Mares, Cabo de Palmas, a la manera de un docto ignorante y sin florituras lexicales en que cupieran los hallazgos que increíblemente presencia. Da la impresión de irse desprendiendo de sus lecturas y de que deslíe sus nociones previas al embarque, fundiéndose, “apenado del mundo”, en una voluptuosidad que hace trastabillar incluso sus fantasías. Los países del Gran Kan, las islas de Catay o la prodigiosa isla japonesa de Cipango son suplantadas en su mente por un escenario que, si bien no las borra, violenta con abrupta impresión las analogías que las pudieran intermediar, amenazando con distender un vacío cognitivo que Carpentier no ve o no admite ver si no muy ocasionalmente a través de su novela, que suple las aprehensiones del Almirante con el cariz neoromántico de las predeterminaciones míticas. Así como Fray Bartolomé alternara sus paráfrasis con las notas, hasta donde se admita auténticas del Diario de a bordo de Colón, y así como éste apostilla en El libro de las profecías una especie de proto–Biblia personal que lo profetiza y encumbra, así también Carpentier, hilando fino con las antedichas interconexiones, templa una voz única que reverberaría, reformulada y en retrospectiva, en las cámaras genésicas de la narrativa maestra, fundacional, que González Echevarría ubica en los informes de Cristóbal Colón. Lo anterior un engarce de correspondencias que concuerda con el criterio de Cervera Salinas respecto de la novela moderna hispanoamericana, la cual “es el resultado de la transformación paulatina de aquellos primeros textos cronísticos.” [xl]

Carpentier erige su novela neobarroca en base a la criba fragmentaria que un monje de una orden regular hace del Diario de a bordo, aclarando con cautela que “todas estas palabras (…) son formales del Almirante” [xli], de lo cual se deriva otra arriesgada interrogante: ¿en qué documento queda el marino más fielmente “representado”? ¿En El arpa y la sombra, en el Diario de a bordo, o aún en El libro de las profecías? Si nos propusiéramos notar a Cristóbal Colón con mayor nitidez, ensamblando una personalidad lo más asequible con los tres materiales que aquí se inquieren, hemos de descubrir sin embargo que “la historia se funde tan íntima con la ficción que resulta casi imposible desbrozar sus íntimos estadios en deslindes pertinentes.” [xlii]    

Si el arpa es la historia, Carpentier la pulsa con la mano del Almirante, tensando para revivirlo cuerdas narrativas en que romanticismo y arrobo mesiánico se coluden para concebir una cifra verbal de la historia de América; cifra que para Carpentier puede serle arrogada a un solo hombre críptico e inagotable, ya sin edad. Carpentier afina los ecos de Cristóbal Colón y le brinda conciencia, voz presentes dentro de las que se fundan y funden, sempiternos y activos, los claroscuros del continente. Como el primero de sus epígrafes –Salmo 150–, la exhortación de la novela es la de alabar a Dios, y a uno de sus presuntos heraldos, con una música que sea inmortal y que Carpentier, aspirando a ejecutarla, nos convida a escuchar no sin desafiarnos con su portentosa técnica de paisajista y mistificador libresco: “¡Loado sea con los címbalos triunfantes! ¡Loado sea con el arpa!”

 

Obras citadas

Azcárate, Juan Luis de León. “El Libro de las Profecías (1504), de Cristóbal Colón: la Biblia y el descubrimiento de América. Religión y Cultura, LIII (2007), 361-406.

Carpentier, Alejo. El arpa y la sombra. FCE: España, 1994.

Colón, Cristóbal. Diario de a bordo. EDAF: España, 2006. 

Cervera Salinas, Vicente. “El Diario de Colón y Carpentier: cara y cruz de la utopía americana.” Revista Signos: Estudios de lengua y literatura 25.31-32 (1992): 35-43.

Fouques, Bernard. “La sombra de Cristóbal Colón en el arpa de Alejo Carpentier.” Edad Media y Renacimiento: Continuidades y rupturas. 55-63. Caen: Univ. de Caen, 1991.

Golmann, Dara E. “Érase una isla: la llegada como fundamento retórico en la literatura del Caribe hispánico.” Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 29.2 (2005): 285-305.

González, Aníbal. “Ética y teatralidad: el retablo de las maravillas de Cervantes y El Arpa y la sombra de Alejo Carpentier.” La Torre: Revista de la Universidad de Puerto Rico 7.27-28 [1] (1993): 485-502.

González Echevarría, Roberto. “Carpentier y Colón.” Dispositio. Vol. 11, No. 28/29 (1986): 161-165.

Lugo-Nazario, Félix. “Sentido y función del mito de Jasón en El arpa y la sombra.” Círculo: Revista de Cultura 24. (1995): 99-108.

Mompó Valor, Javier. “El arpa y la sombra: procesos intertextuales en la construcción del personaje de Cristóbal Colón.” América Sin Nombre 9-10. (2007): 139-147.

Stolley, Karen. “Death by Attrition: The Confessions of Christopher Columbus in Carpentier’s El arpa y la sombra.” Revista De Estudios Hispánicos 31.3 (1997): 505-531.

 

Notas

[i] Cervera Salinas, Vicente. “El Diario de Colón y Carpentier: cara y cruz de la utopía americana”, p. 40.

[ii] Golmann, Dara E. “Érase una isla: la llegada como fundamento retórico en la literatura del Caribe hispánico”. P. 295.

[iii] González Echevarría, Roberto. “Carpentier y Colón”, p. 162.

[iv] Fouques, Bernard. “La sombra de Cristóbal Colón en el arpa de Alejo Carpentier”, p. 56.

[v] Carpentier, Alejo. El arpa y la sombra, p. 208.

[vi] Ídem, p. 219.

[vii] Ídem, p. 230.

[viii] Mompó Valor, Javier. “El arpa y la sombra: procesos intertextuales en la construcción del personaje de Cristóbal Colón”, p. 139.

[ix] Stolley, Karen. “Death by Attrition: The Confessions of Christopher Columbus in Carpentier’s El arpa y la sombra.”, p. 509.

[x] Foques, Bernard, op. cit., p. 56.

[xi] Ídem, p. 55.

[xii] Lugo-Nazario, Félix. “Sentido y función del mito de Jasón en El arpa y la sombra”, p. 106.

[xiii] Carpentier, Alejo, op. cit., p. 71.

[xiv] Carpentier, Alejo, op. cit., p. 188.

[xv] Azcárate, Juan Luis de León. “El Libro de las Profecías (1504), de Cristóbal Colón: la Biblia y el descubrimiento de América”, p. 380.

[xvi] Carpentier, Alejo, op. cit., p. 122.

[xvii] Colón, Cristóbal, Diario de a bordo, p. 67.

[xviii] Ídem, 266.

[xix] Ídem, 270.

[xx] Carpentier, Alejo, op. cit., p. 126.

[xxi] Ídem, p. 161.

[xxii] Azcárate, Juan Luis de León, op. cit., p. 401.

[xxiii] Ídem, p. 362.

[xxiv] González Echevarría, Roberto, op. cit., p. 161.

[xxv] Ídem, 162-164.

[xxvi] Azcárate, Juan Luis de León, op. cit., 367.

[xxvii] González, Aníbal. “Ética y teatralidad: el retablo de las maravillas de Cervantes y El Arpa y la sombra de Alejo Carpentier”, p. 486.

[xxviii] González Echevarría, op. cit., p. 161.

[xxix] Colón, Cristóbal, pp. 91-93.

[xxx] Ídem, p. 110.

[xxxi] Ídem, p. 129.

[xxxii] Carpentier, Alejo, op. cit., p. 134.

[xxxiii] Ídem, p. 142.

[xxxiv] Colón, Cristóbal, op. cit., p. 130.

[xxxv] Carpentier, Alejo, op. cit., p. 167.

[xxxvi] Colón, Cristóbal, op. cit., p. 190.

[xxxvii] Ídem, 131.

[xxxviii] Ídem, p. 132.

[xxxix] Ídem, p. 110.

[xl] Cervera Salinas, Vicente, op. cit., p. 40.

[xli] Colón, Cristóbal, op. cit., p. 133.

[xlii] Cervera Salinas, op. cit., p. 37.

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