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Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.

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Reflexiones en torno a la protoautobiografía universal por Salvador Moreno Basurto y Efraín Soto Bañuelos

Julio 2017, número 16.
Autor: Sabino López Aquino. Título: Perro. Técnica: Mixta sobre tela. Medidas: 80 x 122 cm.

Moreno Basurto, Salvador y Soto Bañuelos, Efraín. (2017). Reflexiones en torno a la protoautobiografía universal. Revista Digital FILHA. [en línea]. Julio. Número 16. Publicación bianual. Zacatecas: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: www.filha.com.mx. ISSN: 1870-5553.  

Efraín Soto Bañuelos es docente investigador de la Unidad Académica de Docencia Superior de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Pertenece al cuerpo académico CA-UAZ 150. Es perfil PRODEP y representante en Zacatecas de la Asociación Mexicana de Profesionales de la Orientación (AMPO). Sus áreas de interés son la orientación educativa, profesiografía, práctica docente, currículo, políticas públicas y evaluación en educación. Correo electrónico:psefrasobe@hotmail.com

 

Salvador Moreno Basurto es Licenciado en Humanidades (Área de Historia); Maestría en Estudios Novohispanos y Doctor en Historia por parte de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Docente-investigador de Tiempo Completo en el Programa de Maestría en Docencia y Procesos Institucionales de la Unidad Académica de Docencia Superior, de la misma Universidad. Integrante del CA-150 “Cultura, Curriculum y procesos institucionales.” Autor de los libros:  (2015). Diarios, derroteros e historias. Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas, siglo XVIII. (2014) Paideia Zacatecana. Fuentes para su estudio. 1989-2011. ;  (2014). Inventario del Archivo Parroquial de Los Sagrados Corazones de Guadalupe. Obispado de Zacatecas ADABI-UAZ. Participación en varias memorias como las de Estudios de la Gran Chichimeca, Pensamiento Novohispano. Contacto: salmo_84@yahoo.com.mx  

 

REFLEXIONES EN TORNO A LA PROTOAUTOBIOGRAFÍA UNIVERSAL

 

Resumen: La autobiografía como subgénero a veces subestimado, tiene sus antecedentes desde la antigüedad, aunque la historia de la literatura y los estudiosos de la autobiografía consideran las Confesiones de san Agustín como el escrito más antiguo. Sin embargo los testimonios históricos anteriores dan prueba de la existencia de este ejercicio literario antes del siglo V d.C. Los testimonios protoautobiográficos serían las estelas monumentales y obeliscos de las civilizaciones mesopotámicas y egipcias respectivamente. Estas petrografías, que sin ser escritas por los reyes y faraones, narran los logros de estos en primera persona para conseguir que sean conocidos (y a veces temidos) por sus súbditos. Se puede considerar como el más antiguo ejercicio autobiográfico de forma escrita al libro de Oseas del antiguo testamento escrito en el siglo VIII a.C. mientras que siglos más tarde de la cultura grecorromana apenas se tienen noticias de este tipo de recurso literario; tal es el caso del testimonio de Bión de Borístines en la obra de Diógenes de Laercio o las noticias de escritos denominados Memorias que relata Suetonio a principios del segundo siglo de nuestra era. Flavio Josefo  (37-101 d.C.) historiador romano de origen judío redactó al final de sus obras Antigüedades judías lo que se podría considerar una autobiografía en el sentido estricto a finales del primer siglo.

Pero antes de Suetonio y Flavio Josefo, san Pablo ponía en sus cartas o epístolas fragmentos de su vida y así convertirlas en testimonio que justifiquen los fundamentos de la nueva religión que pregonaba. Así el apóstol de los gentiles inauguró las escrituras interioristas que cayó muy bien a la filosofía de la patrística en donde Confesiones de san Agustín encontró su mejor expositor.
 

Palabras claves: autobiografía, historia antigua, biblia, cultura y literatura grecorromana.


Abstract: Autobiography, as subgenre, sometimes underestimated, has its antecedents since the antiquity, although the history of the literature and the scholars of the autobiography consider Saint Augustine´s work Confessiones the oldest autobiography writing. Nevertheless the previous historical testimonies give evidence of the existence of this literary exercise before century V A.D. The protoautobiographic testimonies would be the monumental stelae and obelisks of the Mesopotamian and Egyptian civilizations respectively. These petrographies, which without being written by kings and pharaohs, narrate the achievements of these in first person to get them to be known (and sometimes feared) by their subjects. It can be considered as the oldest autobiographical exercise of written form to the book of Hosea, old testament, written in century VIII B.C. While centuries later of the Graeco-Roman culture scarcely have news of this type of literary resource; Such is the case of Bionius' testimony of Boristhenes in the work of Diogenes of Laertius or the news of writings called Memoirs which Suetonius relates at the beginning of the second century AD. Flavian Josephus (37-101 AD) Roman historian of Jewish origin wrote in Jewish Antiquities what could be considered as an autobiography in the strict sense at the end of the first century.
But prior to Suetonius and Flavius Josephus, St. Paul put fragments of his life into his letters or epistles and thus converted this fragments of his life into testimony to justify the foundations of the new religion he preached. Thus the apostle of the Gentiles inaugurated the interiorist writings which was very well to the patristics philosophy where St. Augustine´s work: Confessions found his best expositor.

Keywords: autobiography, ancient history, bible, Greco-Roman culture, literature.

 

La autobiografía, en el pleno sentido de la palabra,

como narración regular de experiencias personales externas e internas,

es un fenómeno raro en el mundo antiguo.

Francisco Montes de Oca

 

Para iniciar

 

Generalmente se cree que la obra Confesiones de san Agustín de Hipona (siglo V) es la autobiografía más antigua, cuando en realidad existieron otras que o no se han tomado en cuenta o se perdieron a lo largo del tiempo. Este trabajo –que tiene como trasfondo la magna obra de Misch[1] pese a que no se ha traducido al español y es difícil de encontrarla en México- pretende trazar una síntesis histórica de las autobiografías previas a la de san Agustín y esbozar cómo se fue desarrollando este tipo textual y cambiando su función a lo largo del tiempo en sus respectivos entornos históricos. Es cierto que la obra agustiniana es una de las más antiguas que han llegado a nuestros días, pero no podemos echar en el saco del olvido otras autobiografías que si han llegado a nuestros días, por ciertas circunstancias historiográficas, poco o casi nada se toman como tales.

 

 

¿Pseudoprotoautobiografías o egolatrías?

 

Los antecedentes históricos de la protoautobiografía[2], serían las estelas monumentales de las civilizaciones mesopotámicas o los obeliscos egipcios, en la que los reyes y faraones en un afán autoapologético exaltaban sus logros o conquistas por medio de la escritura monumental. Estas petrografías (escritura en piedra) –redactadas ya sea ideográfica o alfabéticamente, en escritura cuneiforme o en jeroglíficos, ya sean en tabletas, estelas o en gigantescas inscripciones (como la roca de Behistún)- son las primeras narraciones en primera persona. Pero aunque sean la apología del faraón o del rey, no se les puede considerar ni autobiográfica y biográfica por dos causas: No es una autobiografía, pues no está escrito por el soberano, sino que fueron otros los encargados en redactar dichos textos y b) no es biográfico pues exaltan de manera tremenda la figura del personaje central que poco o casi nada se acerca a la condición humana del personaje, ubicándolo más a los mundos míticos o cuasidivinos y por lo tanto alejándolo de la realidad.

Aun así, en ellas se aprecia una discurso similar: se exalta al personaje principal; si es en imagen como en las estelas se exagera las dimensiones de dicho personaje, si es en escrito, se le otorga todo tipo de títulos y epítetos que lo resalten, como “hijo de los dioses”, “rey de reyes”, “Señor de todas las tierras y de los hombres”, etcétera. Luego viene la narración de la acción, que generalmente es una guerra ganada. En las estelas se pueden encontrar las siguientes imágenes: a) la figura del protagonista a veces al lado de un dios y b) la representación del enemigo en actitud derrotada (hombres caídos, mutilados, atrapados o ya sea en posición horizontal en la parte baja de la estela o por la narración de la guerra).

Una de las fuentes escritas narradas en primera persona más antiguas rescatada por los arqueólogos en el siglo XIX es la Estela de Mesha o Estela moabita [Véase figura 1] “escrita” por Mesha rey de Moab (reino vecino de Israel), en una piedra de Basalto en alfabeto paleohebreo del siglo IX a.C. AL inicio se lee en ella:

 

Yo soy Mesha, hijo de Kemosh[-yatti], el rey de Moab, el Dibonita. Mi padre fue rey sobre Moab durante treinta años, y yo llegué a rey después de mi padre. Y yo hice este lugar alto para Kemosh en Qarcho […] porque él me había librado de todos los reyes, y porque él me ha hecho mirar con desprecio a todos mis enemigos. Omrí fue el rey de Israel, y él oprimió Moab durante muchos días, pues Kemosh estaba enfadado con su tierra. Y su hijo reinó en su lugar; y él también dijo, "Yo oprimiré Moab!" En mis días éllo dijo así. Pero yo lo miré con desprecio a él y a su casa, y el Reino de Israel ha sido derrotado; ¡ha sido derrotado para siempre! [Y Omri] tomó posesión de toda la tierra de Medaba, y él vivió allí en sus días y la mitad de los días de su hijo: cuarenta años. Pero Kemosh lo restauró en mis días.[3]

 

En este primer pasaje, el personaje principal se exalta como hijo del dios Kemosh, para luego relatar su rivalidad con Omrí, rey de Israel, por estar disgustado este dios contra Yahveh. Luego describe sus construcciones públicas como la restauración de sus fortalezas, la construcción de un palacio así como los depósitos de agua. Finalmente relata su batalla contra los “horonaim”. Cabe mencionar que la pugna entre los moabitas y los israelitas también está narrada en la Biblia (I Reyes 1,1; 3.5; 16,23-29. II Reyes 1; 3,1-4; 8,18-26), que si bien se relata el triunfo sobre los moabitas, los israelitas se retiran escandalizados por el sacrificio que hizo Mesha con su hijo para el dios Kemosh[4]. Otra estela autonarrativa sería la de Asharadón rey asirio del siglo VII a.C. que se autodenomina amado por la diosa Ishtar y ganador de batallas:

 

El temor a los grandes dioses, mis señores, acarreó su ruina. Al escuchar el tumulto de mi batalla terrible se pusieron fuera de sí. La diosa Ishtar, diosa de las batallas y de las peleas, ella que ama mi sacerdocio, permaneció a mi lado y deshizo su línea. Rompió su línea de batalla y en su asamblea dijeron: “Es nuestro rey”.[5]

 

A finales del siglo VI a.C. el rey persa Darío I ordenó la inscripción de la “Roca de Behistún” [Véase figura 2], que describe un largo relato de su ascenso frente al usurpador Gaumata y las subsecuentes guerras victoriosas de Darío y el sofocamiento de la rebelión, para ser así inscritas en un acantilado cercano a la moderna ciudad de Bisistun, en las colinas de los montes Zagros de Irán. De la misma manera se puede considerar los obeliscos y los murales en bajorrelieve que relatan las hazañas de los faraones como lo fue con los faraones Tutmés III y Ramsés II. En estos testimonios monumentales se relatan las obras de los poderosos en la que a simple vista las gestas fueron hechas por el rey o faraón de manera individual.

Desde el punto de vista de Collingwood, éstas son semihistorias o historias teocráticas, donde las hazañas del rey están supeditadas a la voluntad de los dioses o de Dios, pero siempre narradas en primera persona, pareciendo por ende que los hechos fueron gestados por una sola persona. En estas historias teocráticas, si bien el rey aparece como personaje central, también están presentes otros dos tipos de personajes: el dios o los dioses que están por encima de él y los grupos humanos a la que conquista o domina. Ambos exaltan el poder del protagonista: los dioses lo tienen como elegido y los súbditos a los que hay qué someter o conquistar. El rey o faraón como protagonistas de las acciones, se sitúa en la narrativa como enclave entre hombres y dioses, entre la voluntad humana y las acciones; entre la conquista y la derrota; dirige a los hombres, pero también obedece y se inclina ante los dioses. El “Yo” exaltado exalta a la vez. Así el personaje principal funciona en la trama cósmica al ser mediador y ordenador de su realidad.

 

El Antiguo Testamento, la interioridad del Yo ante Dios

 

Ningún otro libro ha influido tanto en la cultura, historia e ideologías como la Biblia. Es una obra que a lo largo del tiempo ha movido masas y conciencias; con ella se pregonó y se pregona la paz y el amor, pero también las guerras y las diferencias[6]. Así como creó religiones y naciones, fue creada no solo por una civilización, sino en el sincretismo de las culturas del mundo antiguo. La Biblia, pero especialmente los textos veterotestamentarios fueron redactados por una nación que, asimiló las ideologías de otras grandes culturas desde los sumerios hasta los griegos.

Su redacción se dio a lo largo de un milenio, en un principio por la tradición oral de generación en generación y luego, a partir del siglo VIII a.C. aparecieron los primeros escritores en un sentido estricto. Estos primeros autores conocidos más como profetas, hicieron llamadas de atención al pueblo de Israel por alejarse de Dios. En algunos pasajes de los profetas mayores la redacción aparece en primera persona[7], coincidiendo todos en resaltar la vocación del autor: alianza con Dios y a la vez de su misión como mensajero para el pueblo elegido.

En algunos pasajes de estos “profetas escritores” mayores se encuentran datos biográficos, generalmente redactados por algunos de sus discípulos y por ende en tercera persona. Sin embargo, la exégesis moderna considera algunos pasajes de Jeremías como “Confesiones” del profeta mismo[8] y un pasaje pequeño de Oseas como una verdadera autobiografía. A este último se le conoce como el profeta del amor; pese haber predicado en un periodo sombrío para Israel hacia finales del siglo VIII a. C. cuando del exterior se padecía la amenaza de la fuerza asiria y hacia el interior la nación se resquebrajaba en revueltas intestinas[9]. En los primeros capítulos destaca un relato biográfico (1,2-9) y un autobiográfico (3, 1-5). En estos primeros tres capítulos el profeta describe su vida, en medio de la corrupción de costumbres de su pueblo, como un drama personal a la que él se enfrenta ante la infidelidad de su esposa.

 

Yahveh me dijo: «Ve otra vez, ama a una mujer que ama a otro y comete adulterio, como ama Yahveh a los hijos de Israel, mientras ellos se vuelven a otros dioses y gustan de las tortas de uva.»Yo me la compré por quince siclos de plata y carga y media de cebada. Y le dije: «Durante muchos días te me quedarás quieta sin prostituirte ni ser de ningún hombre, y yo haré lo mismo contigo.» Porque durante muchos días se quedarán los hijos de Israel sin rey ni príncipe, sin sacrificios ni estela, sin efod ni terafim. Después volverán los hijos de Israel; buscarán a Yahveh su Dios y a David, su rey, y acudirán con temor a Yahveh y a sus bienes en los días venideros.[10]

 

El profeta relata cómo su esposa se prostituye y le es infiel, mientras que él la perdona para volverla a enamorar. Esta relación esposo-esposa la paralogiza con la relación Dios-pueblo, pues al igual que su esposa, el pueblo de Israel abandona a Dios y se entrega a otros dioses. En ambas situaciones Oseas reclama constantemente estas dos infidelidades. Profeta-marido y Dios perdonan y hablan de amor, conceptos que para la época fueron atrevidos e innovadores[11]. Con una audacia que sorprende (tomando en cuenta la época y la situación histórica) y una pasión que impresiona, el alma tierna y violenta de Oseas expresa por primera vez las relaciones de Dios y de Israel con terminología de matrimonio[12]; que los profetas posteriores como Isaías, Jeremías, Ezequiel reiterarán en sus escritos proclamando al pueblo su fidelidad con Dios; sin embargo el concepto amor quedará resguardado hasta que el cristianismo lo exalte con un nuevo vigor.

 

Grecorromanos. La egolatría negada

 

La Grecia clásica y helénica generó la mayoría de los géneros literarios que continúan vigentes hasta el día de hoy. En un primer momento fue la epopeya que, siguiendo las mismas intenciones de los reyes del Cercano Oriente exaltó a sus personajes mitológicos (sean semidioses o héroes). Un ejemplo de ello son los famosos poemas homéricos, que si bien no fueron narrados en primera persona, sí exaltan la figura de sus personajes hasta llegar a la idealización griega (por ejemplo: Aquiles, Ulises, Héctor y Néstor). Por otro lado, en la poesía la sáfica, se pueden encontrar ejercicios introspectivos.

Cuando aparecieron las primeras historias (Herodoto, Tucídides y Jenofonte) la acción humana se sobrepuso a la voluntad divina. El hombre ya es digno de ser narrado, ya no en lo ficticio o en lo idealizado, sino en lo real. Pero no todos los hombres podían ser dignos de ser recordados por la historia, sino solamente aquellos que asemejaban a los héroes del pasado. Un caso es la vida de Alejandro Magno escrita por Ptolomeo, donde las acciones del gran general se equipararon con las de Aquiles. Los griegos nunca utilizaron el término de “Biografía” sino de “Vidas”. Así es posible encontrar obras célebres como la Vida de filósofos ilustres de Diógenes de Laercio [Véase figura 3] o la Ciropedia o Socráticas de Jenofonte –la primera sobre la vida Ciro el Grande rey de Persia, y la segunda sobre Sócrates- que sin llevar el título de biografía claramente se ve que es una historia de vida.

En la Vida de los filósofos ilustres se encuentran ejercicios autobiográficos. Este es el caso de Bión de Borístines (c. 335-246 a.C.) poeta y filósofo que escribió un relato de su juventud. Se sabe que fue uno de los pensadores más escandalosos de su tiempo: Fue a la vez ostentoso y versátil, pero también inepto; forjó un estilo de vida y de escritura basada en la variedad y el fausto[13]. Escribió Comentarios, Diatribas cínicas, Parodias y Sátiras. Se adhirió al cinismo e impulsó el Spoudoéloion[14], donde las anfibologías, las alegorías, las anécdotas y las paronomasias entretenían a lectores que buscaban moraleja[15]. Actualmente no queda ningún escrito sobre él, sólo se sabe de su existencia y obra por el escrito de Diógenes. Bión se vio obligado a escribir su historia por dos razones: la primera por responderle al rey Antígono las interrogantes que le planteó en una misiva “¿Quién eres? ¿De qué gente?, ¿Dónde está tu ciudad? ¿Dónde tus padres?”. Bión contestó:

 

Mi padre fue liberto, y se limpiaba con el codo (esto significaba que había sido especiero). Era boristenita, y no tenía rostro, sino en él un letrero esculpido, marca de su asperísimo dueño. Mi madre era una del lupanar[16], como correspondía a tal hombre. Habiendo después mi padre cometido no sé qué cosa contra los banqueros, fue vendida su casa con todos nosotros. Como yo era joven y bastante gracioso, me compró un orador, el cual cuando murió me dejó cuanto tenía; y yo quemando todos sus escritos, y recogiendo los demás, me fui a Atenas y me dediqué a la Filosofía. De esta gente me precio, y de esta sangre.[17]

 

La otra razón fue corregir los yerros que sobre él habían escrito otros autores, ya que fue un personaje controversial (según Diógenes “era ciertamente versátil y astuto sofista y daba motivo de hablar contra la Filosofía a los que querían ejecutarlo…”): “Esto es lo que hay acerca de mí; por tanto, pueden ya dejarse de fraguar mi historia Perseo y Filomides; mírame descrito por mí mismo”[18]. La autobiografía, no se desarrolló como un género en la literatura griega, pero este tipo de testimonios fueron apoyos o fuentes para la narración de las “Vidas” de autores griegos.

Los romanos imitaron en esto con más entusiasmo a los griegos, como puede constatarse por la obra de Plutarco (45-120 d.C.) titulada Vidas paralelas en las que el autor expone las biografías de personajes célebres griegos comparadas con las vidas de ciudadanos romanos. Otro autor fue Cornelio Nepote (100-27 a.C.) quien escribió Vidas de los capitanes ilustres y la biografía de su suegro Vida de julio Agrícola. Uno más fue Suetonio (70-126 d.C.) que escribió la  Vida de los doce Césares [Véase figura 4] en las que al registrar las vidas de los emperadores de las dinastías julio-claudiana y flaviana se entretiene en todo tipo de minucias y chismes de la corte, pero sin olvidar las virtudes y vicios de sus biografiados.

Las “autonarraciones” romanas aparecieron como obras menores insertas en las grandilocuentes biografías. En este tenor está la del poeta y militar Quinto Ennio del siglo III a.C. cuyos datos biográficos se conservaron en sus obras[19]. Julio César (siglo I a.C.) uno de los grandes genios militares de Roma y del mundo, fue también un distinguido hombre de letras. En medio de sus actividades militares y políticas escribió sus experiencias y vivencias en Comentarios a la guerra contra las Galias y en Guerra civil, escritas en tercera persona. Las dos obras, hábilmente narradas y objetivas fueron concebidas con la intención de hacer una apología personal en la que se muestre el papel que el autor desempeñó en los acontecimientos narrados, presentándose como el protagonista.

En la literatura romana aparecieron junto con las “Vidas” otro tipo textual denominado “Memorias”, solo que éstas no se conservaron  aunque hay indicios de su existencia. Suetonio en su obra arriba citada señala que tanto emperadores como ciudadanos renombrados de la sociedad de la época escribieron sus “Memorias” como César Octavio Augusto, primer emperador romano:

 

Compuso en prosa muchas obras de diferentes géneros, y recitó algunas en el círculo de sus amigos que le servían de auditorio; entre éstas se encuentran Respuestas a Bruto, concernientes a Catón, de las que leyó él mismo la mayor parte, a pesar de ser ya viejo, pero tuvo que encargar a Tiberio terminase la lectura; compuso también las Exhortaciones a la filosofía y las memorias de su vida, en trece libros que abrazan hasta la guerra de los cántabros y que dejó sin terminar.[20]

 

Todos los biógrafos de Augusto resaltan la sencillez y severidad de su vida, pero a la vez severa. Suetonio, agrega que su escritura también era sencilla y directa y carente de palabras rebuscadas. Lo mismo daba escribir a cualquier ciudadano que a un familiar por medio de “cartas autógrafas”[21]. Su sucesor Tiberio, pese a haber pasado a la historia como un emperador cruel y casi loco, hizo lo propio, pues Suetonio dice que de una “compendiosa memoria que escribió sobre su vida…”[22]. Según el mismo historiador, cincuenta años después el emperador Domiciano sería un asiduo lector: “Nunca [Domiciano] leyó un libro de historia o de poesía, ni cuidó su estilo, ni siquiera en ocasiones de importancia. Fuera de las Memorias y las actas del emperador Tiberio, no leía nada.”[23]

El emperador Claudio que brilló por ser un gran estratega y supo dirigir con prudencia el gobierno de Roma, después de que su sobrino Cayo Calígula dejó en mal estado la economía y la reputación del imperio. Suetonio menciona que también escribió sus memorias:

 

Celebró asimismo los juegos seculares, cuya época había adelantado Augusto, según se decía entonces, aunque dice él mismo en sus memorias que este emperador, después de larga interrupción, los ordenó en su debido tiempo, habiendo calculado exactamente los años transcurridos. [24]

 

Más adelante reafirma la existencia de dichas memorias:

 

Dejó dos libros de la primera de estas historias y cuarenta y uno de la segunda; compuso asimismo ocho libros de memoria sobre su vida, en los que se advierte menos ingenio que elegancia. Escribió además una apología bastante erudita de Cicerón, para contestar a los libros de Asinio Galo. Inventó tres letras que creía de gran necesidad y las cuales quiso añadir al alfabeto. Ya antes de ser emperador había publicado un libro sobre este asunto; cuando lo fue, no tropezó con grandes dificultades para que se adoptase el uso de tales letras que se encuentran en la mayor parte de los libros, actas públicas e inscripciones de aquella época.[25]

 

Finalmente se encuentran indicios de que un personaje llamado Cayo Druso escribió unas memorias, pues Suetonio las cita en su obra. En un primer momento para exaltar la figura de Augusto al narrar su extraordinario nacimiento “en las memorias de C. Druso se lee que habiendo la nodriza de Augusto colocado al niño una noche…”[26]. Luego lo cita reconociéndolo como padre del emperador Claudio:

 

En el elogio público que hizo [Augusto] de él [Druso, padre de Claudio] después de su muerte, suplicó a los dioses que le diesen césares que se pareciesen a Druso y le concedieran a él mismo tan hermoso fin como a aquél. Compuso, además, un epitafio en verso, que se grabó en su tumba; y escribió en prosa la historia de su vida.[27]

 

La historia romana ofrece otros ejemplos de autonarrativa. En el siglo I a.C. algunos escritores famosos incursionaron en este tipo textual: Cicerón, Propercio, Horacio y Ovidio, sin olvidar a Isócrates, Libanio, Apuleyo, Elio Arístides, y el historiador Marco Terencio Varrón. Asimismo, entre los siglos III a.C. y II de nuestra era, fue utilizado por los cónsules Emilio Escauro, Rutilio Rufo Lutacio Cátulo, Sila el dictador, y el emperador Marco Aurelio[28].

Como se ha querido mostrar, la autobiografía no constituyó un género muy difundido en la cultura grecorromana, sino que fue una fuente menor a la que acudieron los historiadores como fuente de sus grandes obras. Por lo general los lectores de este tipo de obras eran escasos, ya sea porque solo la parentela se mostraba interesada o porque el autor, para no verse jactanciosos frente a sus lectores, tenía que evitar cierto afán de notoriedad ególatra. Uno de los grandes filósofos griegos había sentenciado: “El sabio no debe de hablar nunca de sí, ni para humillarse ni para ensalzarse; el desprecio y la gloria deben ser para él dos cosas sin valor que jamás han de perturbar su ánimo”[29]. Faltaría agregar que la idea del hombre en estas dos grandes culturas de la antigüedad, no describía al hombre real, sino al idealizado, al que todo individuo debía aspirar, y que solo unos cuantos por sus acciones lograron imitar. Éstas son las razones por las que en Grecia y Roma la autobiografía fuera fragmentaria y esporádica, aunque como se dijo, sirvió  de fuente para la historia y el registro de las vidas de otros.

 

La primera autobiografía

 

Mención aparte merece Flavio Josefo [Véase figura 5], pues si bien fue un historiador romano que al igual que los demás autores mencionados incluyó la narración de su vida en sus obras, su vida fue digna de una película de acción. Judío de nacimiento (37 o 38 d.C.) perteneciente a una familia de la alta jerarquía sacerdotal. Fue fariseo y posiblemente durante su educación se codeó con los esenios. Representó a este grupo en la corte del emperador romano Nerón, además de que fue ferviente defensor de su nación en plena revuelta judía contra los romanos en el 66 d.C. Participó en la defensa de la fortaleza de Jotapata cuando fue sitiado por Vespasiano. Vencido su grupo y él como único sobreviviente, se pasó al bando del imperio, encargándose de tratar de convencer a sus paisanos los inconvenientes de enfrentarse a Roma. Con la toma de Jerusalén (70) residió en la capital imperial a fin de evitar represalias de los judíos por considerarlo traidor, así consiguió la ciudadanía romana y se cambió el nombre por Flavio en honor a la dinastía de los emperadores que lo protegieron. A partir del 95 se pierde su pista[30], aunque algunas biografías registran el 101 como el año de su muerte.

Sus obras más conocidas son La guerra de los judíos y Antigüedades judías (93). En esta última incluyó su autobiografía cuando oscilaba en los 54 años de vida. Allí expone los principales sucesos de su vida, sobre todo los referentes a la guerra de los judíos contra los romanos. Frecuentemente, su pluma se eleva a un tono autoapologético de sí y de Roma con el fin de justificar sus motivos para haberse pasado al bando de sus enemigos. No es fácil aclarar los móviles de sus actos. Pese a todo, Flavio Josefo fue un judío que sentía profundo amor y admiración por la religión, cultura e instituciones de su patria y de su pueblo, como puede constatarse en sus obras previas a la etapa romana de su vida [31].

Flavio Josefo fue un hombre de acción, sacerdote y guerrero, patriota –y hasta traidor-, diplomático y estratega; esgrimió tanto una espada como la pluma. Tuvo una vida intensa en la cual no fue un simple espectador, sino un actor apasionado de su tiempo y su circunstancia. Su autobiografía estampa todas estas ambivalencias. Ésta puede considerarse por tanto la autonarración más completa de la antigüedad[32].

 

El cristianismo y san Pablo

 

Los griegos preferían considerar al hombre en su pleno desarrollo físico y psíquico, pero no les interesaba el proceso de dicho desarrollo, pues centraban su atención no en los rasgos personales sino en la imagen general e ideal del Hombre. Esto impidió el desarrollo de la autobiografía en los escritos griegos. El romano al seguir esta misma línea, buscaba el “ideal” ciudadano, el hombre virtuoso: el romano por excelencia. De ahí que las “vidas” tuvieron su auge, mientras que las autobiografías solo fungieron como apoyo o fuente para las historias de personajes ilustres; por lo que rara vez se redactó con una expresión personal[33] y por ende nada que se parezca a un estudio psicográfico, esto es la historia íntima de un ser humano que vivió intensamente[34]; sólo el estoicismo se acercó a un tipo de introspección individual mediante un análisis psicológico. El pensamiento cristiano recibió influencia de esta doctrina logrando fortalecer el ejercicio de la autobiografía espiritual. Sin embargo,  antes de que la escritura introspectiva se afianzara en la literatura de la nueva religión, los escritos paulinos contenidos en el Nuevo Testamento fungieron también como un antecedente para las autobiografías espirituales.

El Corpus Paulino[35] es el testimonio de Pablo[36] como promotor de una nueva religión. Sus escritos no son una “obra maestra” desde el punto de vista literario, ni en su época, ni en nuestros días. No destaca por su retórica pues está escrita en el estilo de su época (véase las cartas de Cicerón); va al grano con un griego fuerte y sencillo, de ahí que sus palabras tengan la fuerza que aún hoy siguen moviendo conciencias[37]. Con este estilo sencillo y directo dirigido a la gente de las urbes del imperio y con un cierto nivel cultural helenista, Pablo redactó cartas con su mensaje religioso convirtiéndose él mismo en testimonio del nuevo mensaje; esto es mediante su autobiografía.

Él mismo se pone como ejemplo de conversión, se ubica bajo el escrutinio de sus lectores cuando se muestra primero como un perseguidor del nuevo movimiento religioso, y después como convertido y creyente. A lo largo de sus cartas relata fragmentos de su vida como testimonio para justificar un valor o una idea con el fin de sustentar los fundamentos de la nueva fe que pregonaba.

En cada escrito se insinúan elementos autobiográficos, aunque Pablo es parco en dar noticias sobre sí mismo; aun así son suficientes para reconstruir su vida. Tal pareciera que el autor quisiera dejar testimonio de su vida. Si bien en un principio la intención de sus escritos fueron las de legar un sinfín de reglas moralizantes a las comunidades protocristianas, de manera constante cae en el autotestimonio. Según la socióloga Alicia Lindón, los relatos de vida están anclados en la experiencia humana, las narrativas autobiográficas son un recurso para reconstruir acciones sociales ya realizadas; no son la acción misma, sino una versión que el autor de la acción da posteriormente acerca de su propia acción pasada[38]. Históricamente la primera versión autobiográfica paulina sería su estancia en Atenas:

 

Por lo cual, no pudiendo soportar más, decidimos quedarnos solos en Atenas y os enviamos a Timoteo, hermano nuestro y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo, para afianzaros y daros ánimos en vuestra fe, para que nadie vacile en esas tribulaciones. Bien sabéis que este es nuestro destino: ya cuando estábamos con vosotros os predecíamos que íbamos a sufrir tribulaciones, y es lo que ha sucedido, como sabéis. Por lo cual también yo, no pudiendo soportar ya más, le envié para tener noticias de vuestra fe, no fuera que el Tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo quedara reducido a nada.[39]

 

Este primer pasaje no sería más que un dato adicional a su trabajo como misionero. Sin embargo a medida que Pablo madura en su misión, su autotestimonio se vuelve cada vez más intimista, pues-como asevera Manuel Martínez- si “la escritura autobiográfica  es un proceso de reconocimiento del ser humano como sujeto social, en donde el hombre se observa a sí mismo, se analiza e interpreta, y que por ende, intenta descifrarse como sujeto tratando de reconocerse en los procesos vividos de sus diferentes momentos y etapas de la vida”[40], Pablo cumple con estos requisitos: Se develó ante sus variados lectores relatando pasajes de su vida; para lograrlo tuvo que pasar por un proceso. En la redacción de su segunda carta histórica que sería la dirigida a los gálatas[41], hace un primer intento de autorreflexión:

 

Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas (Pedro) y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor. Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que no miento. Luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia; pero personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo. Solamente habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir.[42]

 

 Sin embargo es en las cartas más pesadas o fuertes I y II a los Corintios, donde se explaya y se da a conocer como un instrumento de Dios: un logro privilegiado donde la búsqueda de encontrarse con la divinidad o divinidades era lo más preciado para el hombre en aquellos tiempos.

 

... y por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció [Jesús] también a mí. Admito que yo soy el más insignificante de los apóstoles y que ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue infructuosa. Al contrario, he trabajado con más tesón que todos ellos, aunque no yo sino la gracia de Dios que está conmigo.[43]

 

Pero no solo se pone de frente con la divinidad, sino también se enfrenta a los hombres en cualquier circunstancia, ya sea para alegrarse de haber convertido a comunidades como la de Filipos, sino que también sufre por causa de los hombres. Así los expresa en la segunda carta a los Corintios en donde afirma que por su misión pasa por hambres, golpes, encarcelamientos, fatigas, etcétera, pero todo lo soporta por defender su verdad y recomienda soportarlo todo como él lo soportó (II Cor 6,4-11; 11, 22-32). La exégesis moderna atribuye el siguiente pasaje como la primera autobiografía paulina conteniendo todos los elementos arriba mencionados por Manuel Martínez y Alicia Lindón:

 

Conozco a un discípulo de Cristo que hace catorce años no sé si con el cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe! fue arrebatado al tercer cielo. Y sé que este hombre ¡no sé si con el cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe! fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que el hombre es incapaz de repetir. De ese hombre podría jactarme, pero en cuanto a mí, sólo me glorío de mis debilidades. Si quisiera gloriarme, no sería un necio, porque diría la verdad; pero me abstengo de hacerlo, para que nadie se forme de mí una idea superior a lo que ve o me oye decir. Y para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.[44]

 

Otra de sus epístolas, la dedicada a los Filipenses redactada alrededor del 53-54 –a los 44 años de vida- es una de las más doctrinales, pero también la más personal. Se encontraba preso en Éfeso, y aunque “no hay mayor dolor en el infortunio que recordar el tiempo feliz” –como lo asevera Dante Alhigieri-, Pablo aprovechó su cautiverio para explayarse del mismo modo que lo hacía siendo libre. Ésta no es una carta teológica ni apologética; sino en la que propone a Cristo como modelo de humildad y abnegación[45], además de expresar de manera sencilla su agradecimiento al Padre y a los cristianos de la ciudad de Filipo por el apoyo que le dieron. Parece que se desahoga; escribe por temor de no volver a verlos. Habla de sus cadenas y se enfrenta a la posibilidad de ser ajusticiado. En esta carta Pablo se abre con una especial intimidad al develar sus anhelos, sus deseos y sobre todo su fe[46].

Los textos paulinos reflejan esta dialéctica universalismo-individualismo. Por una parte reflejan la esperanza de un reino mesiánico y de un reino de Dios que abarcaría todo el orbe, pero al mismo tiempo se nota un tono individualista –pasajes de Corintios, Gálatas y a Filemón- en el que la humanidad está representada por el yo del hombre universal. Como se puede ver Pablo no solo escribió para comunidades, sino que, inmerso en la innovadora idea de rescatar y liberar al individuo, logró cautivar a sus lectores no solo por dirigirse al individuo, sino que puso frente a frente a aquel individuo abstracto con el individuo concreto de su testimonio –él mismo-. No resulta pues extraño que sus cartas, en las que narra pasajes autobiográficos, lograron su cometido: enfrentarse él mismo con sus lectores, dando como resultado uno de los escritos más bellos de la literatura universal, en el que por primera vez en la historia de la literatura se dirige al yo de todos los lectores de todos los tiempos.

 

Patrística y la memoria de la conversión

 

Se le llama patrística a los escritos de los Padres de la Iglesia en los primeros siglos del cristianismo (III al VII) que se encargaron de afianzar los dogmas de la nueva religión y de rebatir las controversias dogmáticas de la época (trinitario, cristológico y soteriológico)[47], por lo que se trata de los primeros autores de la literatura cristiana. Existieron dos grupos: orientales y latinos.

Los padres de la Iglesia no tuvieron un sistema definido y riguroso, tomaron cualquier elemento del pensamiento helénico que les ayude a defender o a fundamentar a la nueva religión. Sus escritores fueron eclécticos, aunque una de sus fuentes principales fue el neoplatonismo[48] que surgió en el siglo II d.C. Sustancialmente utiliza a la filosofía platónica para defender las verdades religiosas, que están en la naturaleza y en la conciencia del hombre. Consideraron que éste era el punto medio entre Dios y el mundo, además de especular sobre su destino (su salvación) a la que el hombre por naturaleza debía tender a lograr mediante un esfuerzo espiritual. Dicho de otra manera, el hombre debía esforzarse por llegar a Dios y en el procesos lograr que la autorreflexión escrita estuviera al servicio de la teología, más específicamente en la soteriología (tratado de la salvación). El individuo estaba listo para autorrelatarse.

Es así que en la patrística abundaron las relaciones autobiográficas. Pero San Agustín no fue ni el primero, ni el único. Existieron ejercicios autonarrativos en los  Diálogos con Trifón (c 161) escrito por San Justino. San Cipriano (†258) detalla sus dudas y cavilaciones antes de convertirse al cristianismo en su opúsculo A Donato. Y está también el extenso relato autobiográfico de san Hilario de Poitiers (†367) en su De Trinitate. Gregorio Nacianzeno (†390) [Véase figura 6] escribió en el periodo 381-389 Carmen de vita sua[49] a pocos años antes que san Agustín redactara sus Confesiones en el 397[50]. Todos estos autores no solo narran sus acciones, sino también los pormenores de su nacimiento y educación religiosa, al igual que sus cavilaciones espirituales para llegar a un ascetismo, en el que lograron mantener un contacto con Dios mediante la reflexión. La intención de esta introspección era autentificar su propia existencia entre Dios el mundo, convencerse que su vida tenía un sentido real y que su alma estaba destinada a la eternidad. Es decir mirarse para lograr la trascendencia.

 

Conclusiones

 

Aunque es cierto que el término autobiografía se acuñó a finales del siglo XVIII, sin embargo, como hemos intentado demostrar aquí, su existencia es más antigua, un buen número de autores sitúan a san Agustín como el primero que escribió este tipo de narrativa. Ya vimos que no es así.

La escritura como tal existe desde hace más de seis mil años, pero las primeras narraciones autoexaltatorias o “egoautobiográfica”[51] –sea escrita o iconográfica- aparecieron ya desde hace cuatro milenios y medio. La escritura como expresión literaria tuvo su desarrollo desde aquellos tiempos, pero su culmen fue hasta en pleno siglo VIII a.C. En este lapso el hombre quiere contar una historia, quiere trascender en la forma escrita, desea adueñarse del tiempo y del espacio. Anhela que su vida no sea olvidada en el tiempo.[52] El hombre se representa por medio de imágenes que puedan representar su existencia. Todo este ejercicio de trascendencia escriturística lo podemos reducir en dos formas: si es de un grupo humano es historia, si es de un individuo es autobiografía. En cualquiera de las dos formas el hombre se escribe a sí y para sí mismo.

El proceso histórico de la autoescritura individual es largo y tuvo que ensayarse más de dos mil años (desde los sumerios a los romanos) para esbozar tímidos renglones de sí mismo. Entre la autonarración ególatra del oriente próximo y la introspección judía, tenía que dar cuentas, ya sea en sus estelas monumentales o a su Dios. Cuando por fin se enfrentó a sí mismo en la cultura grecorromana aparece por primera vez el individuo presentado por sus acciones y virtudes. Con el cristianismo este individuo se espiritualiza de manera teleológica y sus autobiografías narran el cambio de la persona, su conversión.

El mundo moderno le debe mucho a aquellos escritores que se enfrentaron a sí mismos, al crear autobiografías que enseñen por medio de las experiencias de otros. El ser humano quiere vivir en la vida de los otros, desea que otra vida le enseñe a vivir la vida. Dicho de otra manera quiere vivir.

 

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Notas

 

[1] Georg Misch Gerschichte der Autobiographie (Historia de la Autobiografía). Misch dedicó toda su carrera a escribir esta obra monumental iniciándola en 1907. De los ocho volúmenes, tan solo dos se los dedicó a la antigüedad y cuatro para historiar la Edad Media y el Renacimiento, y el restante a la modernidad para detenerse interrumpido por su deceso en 1967. Cfr. Christine Delory-Momberger (2009) Biografía y educación. Figuras del individuo proyecto, Buenos Aires, FF y L-UBA/CLACSO, p 44.

[2] Entiéndase este término en el sentido estricto de su etimología: proto (gr: primero) y autobiografía como narración o escrito de la vida de uno mismo. Esto es: las primeras autobiografías.

[3]Collinwood Idea de la Historia México, FCE, 3era ed. Revisada y aumentada, 2004, p 75.

[4] Ibíd. Narración muy parecida a Ifigenia en Áulide de Esquilo la. Agamenón se ve obligado por Artemisa a sacrificar a su hija Ifigenia a fin de obtener vientos favorables para que las naves aqueas lleguen a Troya.

[5] Ibíd.

[6]Christiane Zschirnt Libros. Todo lo que hay que leer, México, Ed. Taurus, 4ª reimpresión, 2006.

[7] Cfr. Is 6, 1-13. Jer 1, 4-18; 2, 1. Ez caps 1-3. En realidad todo el libro de Ezequiel está redactado en primera persona, pero son estos tres primeros capítulos los que narra su encuentro con Dios, el resto del libro son las visiones que tiene con Dios, ofreciéndose como mediador entre Él y el pueblo de Israel.

[8] Jeremías 11, 18 – 12,6; 15, 10-21, 17, 4-18; 18, 18-23 y 20 7-18.

[9] “Introducción a los profetas” en Biblia de Jerusalén, Editorial Desclée de Brower, 2006.

[10] Os 3,1-5.

[11] Jesús M. Asurmendi Amós y Oseas España, Ed Verbo Divino, 2000, p 31.

[12] “Introducción a los profetas” en Biblia de Jerusalén, Editorial Desclée de Brower, 2006.

[13] Diógenes Laercio Vida de filósofos ilustres, Bión.

[14]Del Griego de “grave” (spuodaion) y ridícula” (geloion). Mezcla de prosa y poesía, de seriedad y de grotesco. Lo serio tras la risa.

[15] Fernando Báez Historia universal de la Destrucción de los libros, México, Ed Debate, 2004, p 52-53.

[16] O prostíbulo.

[17]Diógenes Laercio Vida de los filósofos ilustres, Bión, 1.

[18] Ibídem.

[19] Cfr. Quinto Ennio Fragmentos, Consejo Superior de investigaciones científicas, Madrid, 1999, p VII.

[20] Suetonio, Augusto, LXXXV.

[21] Suetonio, Augusto, LXXXVII.

[22] Suetonio, Tiberio, LXI.

[23] Suetonio, Domiciano, XX.

[24] Suetonio, Claudio, XXI.

[25] Suetonio, Claudio, XLI.

[26] Suetonio, Augusto, XCIV.

[27] Suetonio, Claudio, I.

[28]Cfr. José Rodríguez Díez (OSA) “Introducción” a Obras completas de San Agustín tomo II, Las Confesiones, BAC, Madrid, 2ª ed, 2013, pp XXXIX-XL.

[29] José Rodríguez Díez, op cit. p XXXIX.

[30]Mireille Hadas-Lebel Flavio Josefo. El judío de Roma, Barcelona, Ed. Herder, p 206.

[31] Luis Farré “introducción” en Obras completas de Flavio Josefo Buenos Aires, Acervo Cultural Editores, 1961, Vol. I.

[32]Ibíd.p 221.

[33]Francisco Montes de Oca, op cit. p XXI-XXII.

[34]José Rodríguez Díez (OSA) op. cit. p XL.

[35] Título que se le da al conjunto de cartas y epístolas del canon neotestamentario atribuidas a Pablo.

[36] Su nombre original era Saulo, tocayo del legendario primer rey de Israel Saúl. Ambos curiosamente pertenecieron a la misma tribu de los benjamitas. La corrupción del nombre lo podemos ver a lo largo del tiempo, de la siguiente manera: Saúl – Saulo – Paulo – Pablo.

[37] En el Antiguo Testamento existen pocas cartas como la carta  de David a Joab (2 Sam 11,14 ss), pero solo dos se les puede considerar precedentes de las de Pablo: 2 Cr 30,1.6-9 y Jer 29,1-23. En contraparte el mundo helénico le ofrece un sinfín de modelos como las de Cicerón y Horacio. Pero donde más afín se puede observar son en las cartas de Diógenes y otros filósofos cínicos, en las que hasta tienen cierto puntos símiles: a) su contenido no es tan “filosófico”; b) Los escritos van dirigidos a un colectivo (a los griegos, a los atenienses, a los efesios, a los estudiantes, etcétera) y c) por el uso abundante de la ironía y la paradoja. Cfr. Sánchez Bosch, Jordi Escritos paulinos. Navarra, Ed. Verbo Divino, 6ª reimpresión, 2009, p 56. Un ejemplo es una sentencia del gran Diógenes: “No se hicieron los hombres por causa de los caballos, sino los caballos por causa de los hombres. Por eso, preocupaos de cuidar de vosotros y no de los caballos. Porque si consideráis a los caballos más valiosos, sois menos valiosos que ellos”.

[38] Alicia Lindón "Narrativas autobiográficas, memoria y mitos: una aproximación a la acción social", en Economía, Sociedad y Territorio, núm. 6, vol.2., p 297.

[39] I Tes 3, 1-5.

[40] Manuel Martínez Delgado, “Autobiografía, genealogía y subjetivación” en Pensar con Foucault (Alicia de Alba et al., coords), México, IISUE-UNAM-UAZ, 2011, p 172

[41] La primera fue I de Tesalonicenses redactada alrededor del 50 d.C.

[42] Gal 1,15-23.

[43] I Cor 15, 8-10.

[44] II Cor 12, 2-10.

[45] Fil 2, 6-8.

[46]Joachim Gnilka Carta a los filipenses Barcelona, Ed Herder, 1987, pp 6-7.

[47] Julián Marías Historia de la Filosofía, pp 103 ss.

[48] El neoplatonismo es una escolástica, que utiliza las fuentes platónicas para la defensa de verdades religiosas, o sea de verdades que se consideran reveladas al hombre por derecho y por él redescubiertas en la intimidad de la conciencia. Cfr Nicola Abagnano 1992 Diccionario de Filosofía, México, FCE, novena reimpresión.

[49]José Rodríguez Díez (OSA) op. cit. p XLI-XLII.

[50]Francisco Montes de Oca, op cit. p LXII.

[51] Aclaro: el neologismo es mío. No creo que exista este término, así que lo uso arbitrariamente en este documento.

[52] Véase los primeros párrafos de Los nueve libros de la historia de Herodoto.

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