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Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.

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Polisemia y disección de la imagen por Ernesto Pesci Gaytán y Salvador Alba Cardona

Diciembre 2016, número 15.
Autor: Iván Chávez. Título: Paisaje de la cueva. Técnica: fotoserigrafía. Año: 2012.

Pesci Gaytán, Ernesto y Salvador Alba Cardona. (2016).Polisemia y disección de la imagen. Revista Digital FILHA. [en línea]. Diciembre. Número 15. Publicación bianual. Zacatecas: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: www.filha.com.mx. ISSN: 1870-5553.

Ernesto Pesci Gaytán es egresado de la maestría en filosofía e historia de las ideas de la Universidad Autónoma de Zacatecas es docente investigador de la Unidad Académica de Docencia Superior de la Universidad Autónoma de Zacatecas, fue director de la mencionada Unidad, fue ganador del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico de Zacatecas PECDAZ, es autor del libro: El Multivium de lo Virtual. Contacto: ernesto.pesci@gmail.com

Salvador Alba Cardona es licenciado en derecho por la Universidad Autónoma de Zacatecas y maestro en investigaciones humanísticas y educativas por la misma universidad. Ha sido profesor de preparatoria en el colegio de bachilleres del estado de Zacatecas. Actualmente es abogado postulante, pero se interesa por el cine y el análisis cinematográfico. Contacto: chavaquintero7@hotmail.com 

POLISEMIA Y DISECCIÓN DE LA IMAGEN

Resumen: Este ensayo explica cómo se ha trivializado la imagen y  cómo se puede obtener mucho de la imagen trivial si se observa con detenimiento.  Explica el camino que recorre la imagen que va de la apariencia a la simulación. En particular, trata de encontrar el origen de la violencia en México a través de las imágenes del narcotráfico. Sensibiliza acerca del casi natural ensimismamiento del hombre tanto antiguo, moderno y postmoderno.  Para ello, explica la idea de la simulación. Hace una fuerte crítica a la simulación que produce la élite de la sociedad mexicana y los efectos de pobreza y miseria que arroja la construción de un imaginario egoísta. "La única y sempiterna oferta de estos grupos de poder es su representación icónica, su imagen. Una imagen ubicua que ufana transita por todos los medios de comunicación ocultando todos sus sustratos y, por lo tanto, escondiendo todas sus intenciones."

Palabras clave: simulación, imagen, polisemia, iconofilia, iconoclastia, catástrofe, Baudrillard, Gubern, Debray, imaginario, simbolismo.

Abstract: This essay explains how the image has been trivialized and how much can be gained from this trivial image if viewed closely. It explains the path the image travels from the appearance to the simulation. In particular, it seeks to find the origin of violence in Mexico through images of drug trafficking. It sensitizes about the almost natural self-absorption of the old, modern and postmodern man. To do this, it explains the idea of simulation. This essay makes a strong criticism of the simulation produced by the Mexican elite society and the effects of poverty and misery that leads to the construction of a selfish imaginary. "The only and ever-present offer of these power groups is their iconic representation, their image. A ubiquitous image that protrudes through all the media hiding all its substrates and, therefore, hiding all its intentions."

Keywords: simulation, image, polysemy, iconophilia, iconoclasm, catastrophe, Baudrillard, Gubern, Debray, imaginary, symbolism.

 

1.- INTRODUCCIÓN CATASTRÓFICA

Cuando nosotros los mexicanos, como individuos y como ciudadanos, hablamos de la violencia que causa el narcotráfico en nuestro país, lo hacemos refiriéndonos a este mal específico como algo que está ahí, delante de nosotros, impasible, amenazante y latente, siempre al acecho de nuestra precaria tranquilidad. Este temor espectral que únicamente se verbaliza en quien por fortuna no ha vivido en carne propia los estragos de la barbarie, está muy lejos de comprender el terror infinito y el dolor visceral que supone la efectiva pérdida de un ser querido a manos de la delincuencia organizada, y muy lejos también de asimilar la incertidumbre, la impotencia y la ira de los miles de desplazados y afectados por la ola de delincuencia organizada que ha padecido nuestro país en los últimos años. Sin embargo, y guardando todo el respeto y la proporción posibles hacia nuestros hermanos ultrajados, el espectro de la violencia catastrófica que en cualquier momento puede estallar a nuestro alrededor es para nosotros, los mexicanos comunes, algo muy cercano a la figuración de un veleidoso verdugo a quien nuestra existencia ya fue entregada, y ante cuya voluntad por lo tanto estamos inermes, esperando únicamente el momento de la final resolución.

            Las imágenes que abonan a este permanente estado de zozobra una porción de neurosis son de sobra conocidas: fotografías y videos de decapitados, mutilados, ahorcados, ejecutados, desmembrados y quemados que por lo general, insisten las versiones oficialistas, tenían una relación directa con el crimen organizado. Estos hechos, que en los últimos ocho o nueve años son tan cotidianos como la salida y la puesta del sol, han sembrado en el imaginario colectivo de México una serie de imaginibus (en el más amplio sentido de su raíz latina: fantasmas) que, por su explicitud y crueldad, han hecho de la catástrofe no sólo algo inmanente a nuestra condición de ciudadanos, sino un estado de ánimo permanente en nuestra constitución moral como nación.

            Éstas imaginibus, sin embargo, al constituirse como imágenes violentas que sólo se representan a sí mismas en un afán de comunicar algo grotesco o pavoroso, nos escamotean todos los sustratos que las podrían efectivamente diseccionar. Si las imágenes de las víctimas del narcotráfico y la delincuencia organizada son planas y unidireccionales (como muchos medios de comunicación y el propio gobierno mediático tratan de que sean), la explicación del origen de la violencia en nuestro país es solamente material, es decir, nos conformamos con una exégesis social y económica, cuando mucho política, de la degradación de nuestra patria, y no comprendemos que detrás de esas imágenes se esconde, muy posiblemente, la conflagración de nuestro propio intelecto a manos de una tiranía netamente posmoderna: la tiranía de una imagen completamente trivializada, depauperada y desacralizada, irrespetada no sólo por los grandes poderes fácticos y políticos que oprimen a gran parte de la humanidad, sino también por esta misma humanidad que se ha dejado arrastrar por la tibieza de los tiempos hacia el pozo profundo de la ignorancia heredada, aprendida y aceptada.

            Pero en estos horizontes no todo es pesimismo. Todas y cada una de las imágenes que nos transmiten de forma directa la sensación catastrófica tan propia del mundo occidental contemporáneo, implica asimismo la oportunidad de sumergirnos en su invaluable polisemia. ¿Por qué invaluable? Porque en la comprensión del potencial sígnico, simbólico, semántico y estético de la imagen catastrófica, y en la dilucidación de la multiplicidad de hechos e ideas que pueden escamotear al discernimiento la mediatización de las mismas, se podría encontrar el verdadero origen de la propia Catástrofe.

            Por eso, cuando las imágenes se tratan de estudiar en su multidimensionalidad, comprendemos con la ayuda de Catalá que “el proceso de paulatina conversión del universo en mercancía que vaticinó Marx y en cuyo punto culminante nos encontramos, implica la aparición de una fenomenología menos notoria que constituye el desenlace natural de esta conversión: lo que nos espera al otro lado de la cresta que hemos estado escalando de manera irracional hasta el momento. Me refiero a la trascendental conversión de toda mercancía en conocimiento (Catalá, 2010, pág. 15). Las imágenes catastróficas son por supuesto también un negocio, y uno además pingüe. Pues esta mercancía, afortunadamente, no sólo existe para llenarle los bolsillos a los avezados; se encuentra entre nosotros (y esto ya ha sido dicho desde hace muchos años) como fenómeno cultural, político, social y estético. Pero también como fenómeno cognitivo a través del cual podemos desocultar la realidad.

            Por eso el gran acierto de Giovanni Sartori y su Homo Videns. Televisione e postpensiero, radicó en lo certero de sus cáusticas reflexiones en torno a la imagen y su influencia perniciosa en la vida política del occidente posmoderno. Principalmente, en cuanto a su opinión de que la imagen puede mentir porque sencillamente es posible que sea manipulada, además de que en la televisión (“Caja de Pandora” para Sartori, cuestión justificada si tenemos en cuenta el enorme avance tecnológico del que ha sido testigo el mundo occidental desde 1997, año de publicación del Homo Videns), la imagen es sólo un fragmento del relato complejo que constituye la noticia y/o la información (Sartori, 2011, págs. 107-110). Sin embargo, podemos afirmar que el revuelo intelectual que causó el trabajo en comento dio la pauta para que, olvidando todos y cada uno de los sustratos que componen a la imagen, una porción considerable de académicos, periodistas y pensadores convenientemente convertidos al sartorismo la vilipendiaran desde una posición sumamente parcial.

            ¿Por qué desde una posición sumamente parcial? Porque aunque Sartori arguyera en contra de la imagen (desde una concepción cognitivista siempre debatible) un efecto nocivo sobre el desarrollo mental de los niños, es decir, de las nuevas generaciones que poblarán nuestro por demás conflictivo planeta Tierra, lo hacía basándose en la mediatización que los poderes políticos, económicos y fácticos hacen de ésta para sus intereses hegemónicos y de dominación. Luego entonces, tenemos que la crítica no sólo de Sartori, sino de la hueste de filósofos de lo imaginario que surgió con motivo de la creación del término Homo Videns, dejaban de lado algo esencial cuando se trata de enjuiciar los efectos de la imagen en el mundo moderno: su condición de índice, no de signo; la sugestión antepredicativa y prelingüística en que nos envuelve; y los poderes vicariales de los que está investida. En una palabra: se olvidaban de su polisemia.

            Para comprender de mejor manera las implicaciones de lo que denominamos la “iconofilia” occidental, esto es, la necesidad imperiosa de nuestro mundo moderno por representar a través de imágenes todas y cada una de las partes de la realidad, es necesario recurrir a la “arqueología de lo imaginario” expuesta por el pensador español Román Gubern. Primeramente nos dice que “en efecto, en la mayor parte de imágenes se superponen diferentes estratos de sentido, pues en ellas se puede distinguir lo denotativo y lo connotativo, lo realista y lo simbólico, lo consciente y lo expresado por el artista de modo inconsciente (un campo que interesa sobre todo a los psicoanalistas), así como su significado individual (para el artista que la ha creado) y su significado histórico-social para la colectividad (relevante para los sociólogos e historiadores)” (Gubern, 2004, pág. 37). Esta “arqueología de lo imaginario” llevó a Gubern a explicar la iconofilia occidental a través de un hecho histórico íntimamente vinculado al desarrollo de una de las instituciones mundiales mediáticas por excelencia (y que en sus orígenes era profundamente iconoclasta): la Iglesia.

 

Fue el II Concilio de Nicea, en el año 787, el que confirmó la licitud de la veneración de imágenes, legitimada por la Encarnación, al escribir que ‘el honor rendido al icono alcanza al prototipo y aquel que se postra ante el icono se postra ante la hipóstasis de aquel que se inscribe en ella’… La doctrina canónica de la translatio ad prototypum no pudo impedir que se produjera entre muchos fieles una contaminación milagrera, de la que surgieron numerosas imágenes talismánicas, capaces de obrar curaciones y otros milagros… Pero la Iglesia prefirió considerar esta forma de idolatría como una mera superstición inofensiva (Gubern, 2004, págs. 88-89).

 

            Con ayuda de Gubern le damos la razón a Sartori en cuanto a la mediatización de la imagen en el quehacer político, pues la Iglesia Católica, como institución terrenal, es una de las corporaciones que más lecciones políticas le ha dado a la civilización de occidente. No nos olvidemos, por poner otro ejemplo, además sencillo y cercano a nosotros los mexicanos, de los llamados “Colegios de Propaganda Fide” que se fundaron en el Reino de la Nueva España. [I] Es innegable el uso de la imagen a través de la historia del mundo occidental como instrumento de sugestión política e ideológica, pero reiteramos lo que líneas arribas se expresó: este uso no explica por sí mismo la potencialidad de la imagen y la multidireccionalidad de sus latencias. Para comprender por qué una imagen verdaderamente posmoderna tendría que ser una completamente liberada de su alienación política e ideológica, tendríamos que explicar uno de los principales cometidos de ésta cuando se convierte en ostensible herramienta del poder: la simulación. Es lo que se pretenderá en el siguiente apartado.

 

2.-  POLÍTICA Y SIMULACIÓN

“Consolidación democrática”, “sociedad civil”, “crecimiento económico”, “elecciones”, “Estado”, “bien común”, “participación ciudadana”, “Patria”… Estos conceptos, tan desgastados por el uso retórico de los mismos, actualmente ya le transmiten muy poco al ciudadano mexicano. Su conciencia ha interiorizado el hecho abrumador de que las acciones de la clase política mexicana nada tienen que ver con las necesidades más acuciantes de la sociedad y que, por lo tanto, nada le tienen que ofrecer al pueblo. La única y sempiterna oferta de estos grupos de poder es su representación icónica, su imagen. Una imagen ubicua que ufana transita por todos los medios de comunicación ocultando todos sus sustratos y, por lo tanto, escondiendo todas sus intenciones. Analistas y críticos mexicanos comprenden perfectamente esta situación aberrante, y sus esfuerzos académicos y periodísticos están encaminados a la denuncia de los vicios de la forma en que se hace política en este país y a la condena de una sociedad mexicana cada día más abúlica, conformista y mediocre.

            Sin embargo, a veces se echa de menos en estos líderes de la opinión pública un análisis profundo de la realidad. Lorenzo Meyer, en su valioso libro titulado El Estado en busca del ciudadano. Un ensayo sobre el proceso político mexicano contemporáneo (Meyer, 2005), nos dice que los procesos histórico-políticos en los que ha estado inscrito nuestro país derivaron, en la actualidad, en la conformación de un Estado fuerte y un individuo (un ciudadano) débil. El Estado, nos dice, debe buscar a un ciudadano participativo y consciente de su entorno para crear un sistema político justo. El ciudadano, por su parte, debe fortalecer su “autoestima” a través de la participación electoral, pues fue el voto útil de la sociedad civil y no los acuerdos entre los partidos lo que decidió la alternancia en el poder en el 2000, lo que significó un paso fundamental en la “consolidación de la democracia” (Meyer, 2005). ¿Serán pocos los que piensan que este tipo de análisis de la realidad nacional no son sólo insuficientes, sino ingenuos o incluso cínicos? No, los que lo creen eso son una legión. Sin embargo, bajo el alud de imágenes que justifican el statu quo y que escamotean la compleja realidad simulando un orden de cosas necesario, permanente e inmodificable, la intuición de estos millones de inconformes se ve contaminada por la sutileza de una dominación simbólica contundente.

            ¿Qué hacer ante este hecho incontestable de la dominación simbólica, cuya urgencia se agravará por el desdén que de éste hagan precisamente los defensores del statu quo como una variante más de la “teoría de la conspiración”? Empezar por comprender, con el pensador francés Régis Debray, que “la mirada no es la retina”:

 

Las vías de la eficacia icónica no son menos impenetrables que las de la Providencia. Ninguna imagen es inocente. Pero alguna, a buen seguro, no es culpable, pues somos nosotros que nos complacemos a nosotros mismos a través de ellas. Asimismo, toda vez que ninguna representación visual tiene eficacia en y por sí misma, el principio de eficacia no se debe buscar en el ojo humano, simple captador de rayos luminosos, sino en el cerebro que está detrás. La mirada no es la retina. (Debray, 1994, pág. 96).

 

            Las vías de la eficacia icónica no son menos impenetrables que las de la Providencia. Es decir, el constructo imaginario que hace las veces de instrumento de dominación simbólica se nos presenta como arcano digno de la más recóndita teología. Pero la “eficacia icónica” de este constructo puede ser delatada a través de una dilucidación punzante que se dirija a la comprensión multidimensional de la imagen. En el caso que estudiamos, de la imagen catastrófica. ¿Por qué empezar el presente apartado con un comentario político? Porque principalmente en esta dimensión de la realidad es donde se fraguan las simulaciones.

            Ejemplo: Un flamante secretario de educación pública defiende calurosamente cada que tiene una cámara o un micrófono delante la llamada “Reforma Educativa”, y su bien proporcionado rostro, su traje impecable y su actitud altiva se constituyen en imaginibus de la seriedad y la firmeza. Su semblante inmaculado (virtud del photoshop) puebla la primera plana de algunos diarios nacionales y transmite la honradez y legitimidad de la reforma que él encabeza. De manera eficaz, esta simulación hace creer a buena parte de la población que, en efecto, la “Reforma Educativa” está dirigida a crear un sistema de educación pública integral, que genere individuos críticos y pensantes. Es necesario afirmar que además del escamoteo que de los múltiples factores que se necesitan considerar para realizar una verdadera y profunda reforma educativa hacen estas falaces imaginibus, su ostentación de la instrucción (pues eso es lo que ofertan las escuelas públicas de nuestro país y las coyunturales reformas. La educación verdadera es estructural) como panacea para nuestra nación se antoja como engañosa y pueril propuesta: si así lo fuera ellos, los gobernantes y dirigentes instruidos, desde hace mucho tiempo hubieran acabado con la corrupción y la mentira rampante. Nos dice Ramón Kuri Camacho a propósito de una opinión similar de Elena Poniatowska:

 

Yo, que soy cultivado, no encuentro el mal en mí. Si Mefistófeles hubiera leído o escuchado esta frase, seguramente hubiera prorrumpido en sonora carcajada que haría retumbar los abismos donde mora. ¿Por qué lo haría carcajearse? Por su inmodestia. ¿Por qué nos hace reír? Por su ingenuidad. Igual que Renan, Elena Poniatowska pertenece al mundo del humanismo feliz que cree en el desarrollo de las cualidades esenciales del hombre. Se es hombre, siendo un versado en las humanidades. La esencia del hombre se conquista y se transmite por la educación… La experiencia, tanto del siglo XX como del que comienza, de los que somos herederos, nos impide compartir su esperanza y adoptar su postura. Hay algo roto en el reino de la humanitas. Hay algo roto en la definición del hombre de los libros. La memoria del siglo XX nos obliga a la humildad. Del mal (las monstruosidades cometidas desde la publicación de El porvenir de la ciencia hasta la fecha), la cultura no ha quedado indemne (Kuri, 2012, págs. 178-179).

 

            La mirada no es la retina, y por lo tanto, la razón escruta en los secretos de las imágenes no sólo catastróficas en el sentido material de la palabra (decapitados, quemados, etcétera), sino en aquellas cuya intención de simulacro oculta el origen de la catástrofe, tanto material como (¿por qué no decirlo?) espiritual en que vivimos. En el anterior sentido, las imágenes fementidas de políticos ladrones e instituciones corruptas se deben de presentar a nuestra razón igual de incisivas que las de los decapitados y degollados, pues esconden en su seno el verdadero origen de la catástrofe: la pobreza, la desigualdad y la marginación en las que están hundidas cincuenta millones de personas en México; y, por otra parte, el desprecio, la burla y la perversidad de los que ejercen el poder sin ningún tipo de responsabilidad.

            En palabras de Baudrillard esto “no se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito, todas sus peripecias” (Baudrillard, 1978, pág. 7). La dominación simbólica hace uso de una violencia particular: aquella que consiste en el engaño permanente con respecto al verdadero origen de la desigualdad, de la pobreza y de la ignorancia: la degradación del sistema político y económico vigente y dominante no sólo en México, sino también vigente y dominante en el resto del mundo occidental. En términos imaginarios: la incomprensión total y la falta de respeto absoluto por los poderes de la imagen.

            La catástrofe, desde esta perspectiva, también consiste en la debilidad intelectual y espiritual que actualmente la sociedad ostenta y que no le permite comprender que las imágenes catastróficas esconden detrás de su condición pavorosa o grotesca el engaño infinito de la simulación, de la no explicación coherente y certera de sus causas. “Está claro, pues, que los iconoclastas, a los que se ha acusado de despreciar y de negar las imágenes, eran quienes les atribuían su valor exacto, al contrario de los iconólatras que, no percibiendo más que sus reflejos, se contentaban con venerar a un Dios esculpido” (Baudrillard, 1978, pág. 12). ¿Cuál ha sido el camino por el que ha transitado la imagen catastrófica contemporánea para poder llegar a su estado actual de mero simulacro ocultador de verdades profundas? Nos dice Baudrillard:

 

Las fases sucesivas de la imagen serían éstas: -Es el reflejo de una realidad profunda; -Enmascara y desnaturaliza una realidad profunda; -Enmascara la ausencia de realidad profunda; -No tiene nada que ver con ningún tipo de realidad, es ya su propio y puro simulacro. En el primer caso, la imagen es buena apariencia y la representación pertenece al orden del sacramento. En el segundo, es una mala apariencia y es del orden de lo maléfico. En el tercero, juega a ser una apariencia y pertenece al orden del sortilegio. En el cuarto, ya no corresponde al orden de la apariencia, sino al de la simulación (Baudrillard, 1978, pág. 14).

 

            La simulación, el grado último de descomposición de la sacralidad de la imagen, ve su punto culminante en el engaño que realizan cotidianamente los poderes políticos, cuyos embates hegemónicos y de dominación cada día alienan más y más al hombre, a través de las imágenes que esconden el origen profundo de la catástrofe y que observamos en la imagen que trata de ocultarla. Esa es la violencia originaria y la catástrofe prístina.

 

3.- LA IMAGEN SAGRADA

Nos dice Régis Debray que la imagen como representación tiene origen en la muerte, pues una vez que a nuestros antepasados se les presentó el espectáculo funesto de la mortandad, le siguió a este sentimiento desconcertante de sorpresa y pánico la construcción del doble: la imagen del fenecido que conservaría el principio de vida que otrora animara a su cuerpo inerte (Debray, 1994). Desde esta perspectiva, la imagen tiene un origen metafísico y religioso, y de ahí la riqueza de su condición. De ahí su sacralidad y su polisemia. De ahí también su estatuto de comunicación antepredicativa y prelingüística que nos envuelve en un halo de misteriosa y múltiple significatividad. Es interesante y reveladora la opinión de Debray con respecto a lo que en el imaginario de occidente ha constituido la persona de Jesucristo:

 

¿Por qué la persona de Jesucristo es el emblema de toda representación? Porque es dos: Hombre-Dios. Verbo y carne. Así también la imagen pintada: carne deificada o materia sublimada. Lo Eterno se ha hecho Acontecimiento, como a través de un vitral… Jesucristo tiene todas las características del Hombre y todas las de Dios, las cuales se fusionan sin alterarse. Un cuadro tiene todas las propiedades de la materia y todas las del espíritu (Debray, 1994, pág. 73).

 

            Por eso las imágenes de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos son sagradas. Por el hecho de “ser reflejo de una realidad profunda”, las imágenes son testigos de la sed de conocimiento del ser humano y de su búsqueda de trascendencia. Pero en los últimos siglos sobrevino una imagen diversa, una imagen que, al igual que las catastróficas, sólo se refiere a sí misma y pone a su entera disposición el cúmulo de imágenes que pueblan el universo. Nos referimos a la imagen egocéntrica que surge de la divinización del “Yo”, y que actualmente se encuentra en su punto álgido, excitada y espoleada por el modelo económico y político neoliberal en el que vivimos, donde las certezas sólo las construye el individuo con su capacidad de poseer al mundo. Nos dice el filósofo alemán Martin Heidegger:

 

Lo decisivo no es que el hombre se haya liberado de las anteriores ataduras para encontrarse a sí mismo: lo importante es que la esencia del hombre se transforma desde el momento en que el hombre se convierte en sujeto. Naturalmente, debemos de entender esta palabra, subjectum, como una traducción del griego ?ποκε?μενον. Dicha palabra designa a lo que yace ante nosotros y que, como fundamento, reúne todo sobre sí… Pero si el hombre se convierte en el primer y auténtico subjectum, esto significa que se convierte en aquel ente sobre el que se fundamenta todo ente en lo tocante a su modo de ser y verdad. El hombre se convierte en centro de referencia de lo ente como tal. Pero esto sólo es posible si se modifica la concepción de lo ente en su totalidad (Heidegger, 1995, págs. 72-73).

 

            El subjectum es un todo edificante para sí mismo, desde el cual el mundo se representa y se construye como imagen. Y, por supuesto, la imagen preponderante en ese mundo es el “Yo”. No queremos parecer moralistas con este tipo de comentarios, pues es un hecho indubitable que aún los primeros homínidos que existieron en el planeta Tierra estaban, al igual que todos nosotros, “encarcelados” en su propia e individual conciencia, siempre atentos para protegerse a sí mismos de un derredor hostil que los compelía al “egoísmo”, y siempre embalados en la construcción de un universo individual. Y lo mismo podríamos decir de los hombres de la Antigüedad, de la Edad Media, del Renacimiento y de la Edad Moderna. La nueva identidad del “Yo” posmoderno está muy cerca de un solipsismo salvaje al que su contexto sólo le interesa en la medida en que éste pueda o no satisfacer y beneficiar “su” concepción del mundo. Esta tipología del “Yo” (dirían los psicoanalistas) está magistralmente descrita por Dostoievski en su novela “Humillados y ofendidos”, donde el antagonista de la obra, el príncipe Valkovski, hace una declaración de principios de la posmodernidad:

 

Mi personalidad, mi yo. Para mí se ha creado el mundo… Hace tiempo que me he emancipado de toda traba e incluso de toda obligación. Sólo me siento ligado a aquello que me reporta algún beneficio… La vida es un mercado; no tires dinero por la ventana, pero paga tus placeres, y con esto habrás cumplido todos tus deberes para con el prójimo. Ésta es mi moral, aunque le confieso que me parece preferible no pagar nada y obligar a los demás a hacer las cosas gratuitamente. Ni tengo ideales ni quiero tenerlos, y jamás los he echado de menos. ¡Es tan alegre, tan agradable la vida sin ideales!... ¡Hay todavía tantas cosas buenas en la vida! Adoro los honores, la distinción, las mansiones lujosas, las posturas cuantiosas en el juego. Pero, sobre todo, me encantan las mujeres, las mujeres en todos sus aspectos. Me gustan los antros de disipación, oscuros y clandestinos, extraños, originales y, a veces, para variar, incluso hediondos… (Dostoievski, 2009, págs. 265-266). 

 

            Por eso la insistencia: no es moralismo. Es descripción de identidad. De la identidad de la posmodernidad. Y para volver a la catástrofe: el ideal de vida de la narcocultura no está muy lejos de las declaraciones que el príncipe Valkovski hace al protagonista de la obra de Dostoievski: sólo existe el yo, el ego, el cogito para concebir y valorar el mundo que se habita. Sin ideales es todo más sencillo, sería perjudicial para los placeres un poco de clarividencia. Sin duda, mi honorabilidad procederá de mi capacidad por obtener riquezas, reconocimiento y poder, sin importar de que resquicios tremebundos de la existencia procedan estas cuestiones. Dostoievski formuló en labios del príncipe algunos de los axiomas del mundo posmoderno.

            Por eso en las múltiples imágenes de representación del “Yo” posmoderno se esconde también el origen de la catástrofe contemporánea. Un subjectum desvinculado de su mundo y sus semejantes constituye el inicio de una catástrofe que empezará, necesariamente, por ser simbólica, imaginaria. Mi imagen virtual es más importante, incluso, que mi Yo material, pues a través de aquella habito el mundo de la imago, es decir, el mundo de la simulación galopante a la que no le interesa referirse al origen de la realidad, sino únicamente satisfacer la compulsión posmoderna por las imágenes inocentes, anodinas, insustanciales y huecas, que hacen sólo referencia a sí mismas en su avara representabilidad. ¿Nos suena familiar esto? Por estas razones el arte, considerando a éste como un espacio mental de lo poético que desoculta al mundo, es una de las herramientas más eficaces para comprender el origen de nuestro mundo catastrófico y comprendernos a nosotros como humanidad.

            En su extraordinaria película El espejo (Tarkovski, 1975), Andrei Tarkovski nos muestra el despliegue de las memorias y los recuerdos gratificantes de un “Yo” sumergido por completo en el flujo incesante de su historia, de su relato particular, pero que, asimismo, se sabe deudor de la gracia de la Humanidad y es un ser doliente por los estragos e infortunios en los que se ha visto envuelta la raza humana. Tarkovsky sabía que la excentricidad del “Yo” posmoderno (por no estar en el centro de su realidad) se debe principalmente a su desvinculación con el mundo que habita, y lo expresa de forma poética en una película que además cuenta con poemas de su padre, Arseni Tarkovsky. En uno de estos poemas se expresa:

 

No creo en los presentimientos, tampoco me asustan las señales,

no huyo ni del veneno, ni de las calumnias.

La muerte no existe en el mundo, todos son inmortales,

todo es inmortal, no hay que temer a la muerte

ni a los diecisiete años, ni a los setenta.

Existe solamente la realidad y la luz.

No hay en este mundo ni oscuridad ni muerte.

Estamos todos reunidos en la orilla del mar,

y soy de aquellos que recogen las redes,

cuando viene, en cardumen, la inmortalidad. (Tarkovsky, 1975).

 

            La catástrofe contemporánea causada por los archipiélagos de inmensidad egocéntrica que es la humanidad, se olvida de la enorme deuda que todos tenemos para con la Historia, y como la sangre que corre por nuestras venas es, metafóricamente, inmortal. Por eso “sólo allí en donde el hombre ya es esencialmente sujeto, existe la posibilidad de caer en el abuso del subjetivismo en sentido del individualismo. Pero, del mismo modo, sólo allí donde el hombre permanece sujeto, tiene sentido la lucha expresa contra el individualismo y a favor de la comunidad como meta de todo esfuerzo y provecho” (Heidegger, 1995, pág. 76). 

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Baudrillard, J. (1978). Cultura y Simulacro. Barcelona, España: Editorial Kairós.

 

Catalá, J. M. (2010). La imagen interfaz. Bilbao, España: Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco.

 

Debray, R. (1994). Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en occidente. Madrid, España: Ediciones Paidós Ibérica S. A.

 

Dostoievski, F. (1998). Humillados y ofendidos. Barcelona, España: Editorial Juventud.

 

Gubern, R. (2004). Patologías de la imagen. Barcelona, España: Editorial Anagrama S. A.

 

Heidegger, M. (1995). Caminos de bosque. Madrid, España: Editorial Alianza Madrid.

 

Kuri Camacho, R. (2012). Érase una vez la Suave Patria. Ventanas sobre la peste. D. F., México: Editorial Fontamara.

 

Meyer, L. (2005). El Estado en busca del ciudadano. Un ensayo sobre el proceso político mexicano. D. F., México: Editorial Océano.

 

Sartori, G. (2011). Homo Videns. La sociedad teledirigida. D. F., México: Punto de Lectura S. A. de C. V.

 

Waisberg, E. (Productor), & Tarkovsky, A. (Director). (1975). El espejo. Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas: Mosfilm Studios.

 

NOTAS

I. Estos “Colegios de Propaganda Fide”, derivados de los esfuerzos de la Contrarreforma de la Iglesia Católica que a través del arte barroco pretendía conmover a sus fieles, se creaban, si no ex profeso, sí con el principal cometido de precisamente hacer propaganda a la religión católica entre el pueblo indígena mexicano a través de imágenes (pinturas, retablos) que transmitían los ideales de la vida cristiana plasmados en la obra de los santos y los mártires, así como en la pasión de Jesucristo. El origen histórico de estos Colegios se remonta a 1622, cuando el Papa Gregorio XV creó la Congregatio de Propaganda Fide.

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