FILHA U.A.Z. - Logotipo
revista_filha@yahoo.com

Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.

< Regresar

Publicaciones

Presentación del libro Del Saber de las Musas de Sergio Espinosa Proa por Isaí Soto García

Julio 2016, número 14.
Espinoza Proa, Sergio. (2016). Del saber de las musas. La filosofía y el fenómeno-arte. México: Siglo XXI editores.

Soto García, Isaí. (2016). Presentación del libro Del Saber de las Musas de Sergio Espinosa Proa. En Revista Digital FILHA. [en línea]. Julio. Número 14. Publicación semestral. Zacatecas: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: www.filha.com.mx. ISSN: 1870-5553.

 

Isaí Soto García es licenciado en psicología social y maestro en psicología clínica; ambos grados otorgados por la Universidad Autónoma de Querétaro. Es poeta y actualmente es docente de tiempo libre en la facultad de psicología de la Universidad Autónoma de Querétaro. Investiga sobre el discurso religioso visto a través de la teoría de Lacan. Contacto: isoto1003@gmail.com

Presentación del libro Del saber de las musas de Sergio Espinosa Proa

 

Mi primer impulso es escribir algo coherente y sobrio para la presentación de un libro. Mentira. No es que al libro le falte alguno de estos atributos, todo lo contrario: es un prodigio de rigor y claridad. Pero, precisamente, es muy fiel a sí mismo, se encarga de ir página por página apuntando hacia lo otro que hay en sí mismo.

Darles los pormenores de su contenido resultaría una traición. Este es un libro del que nadie puede hablarnos. Antes bien, nos invita a su deleite, a estar tendidos en una hamaca internándonos entre una línea y otra, indiferentes al amanecer y, simultáneamente, esperando con impaciencia su llegada. Atestiguar el primer rayo del sol que se muestra tímido por no ser enteramente capaz de llenar la extensión celeste a con su incandescencia. Entre tanto seguimos con la lectura, vamos y venimos de la filosofía al arte, de la razón a su fisura, de autor en autor: Spinoza, Baudrillard, Bataille, Freud, por hablar sólo de los que vienen a la mente. Todo esto en la búsqueda de una cosa rara, quizás demasiado rara por cuanto el siglo XX fue, en cierto sentido, el retiro voluntario de su encuentro. Todo esto para ir en busca de lo Real. (Por cierto que ese es el nombre de uno de los últimos libros de Alain Badiou: En búsqueda del Real perdido).

Lo real. Vaya palabra ¿Qué se puede saber de lo real? Nada por supuesto. Y ¿para qué sirve? Para nada tampoco. Se desliza en un constante devenir más allá de lo representable, de lo que puede estabilizarse. Más allá del orden racional del mundo, en el oscuro abismo sobre el que se pasea el espíritu antes de su acto creador. Y es que se trata de eso, en el encuentro con lo real, se abre la posibilidad de una creación. De un creador, también, a condición de que dicho creador sea lo suficientemente osado como para abrirse a sí mismo. Para encontrar, afrontar, interrogar en toda su radicalidad eso otro de sí que lo interrumpe, que lo objeta, que lo niega.

Andar detrás de un real, entonces, es la propuesta del libro. Un real que es a la vez el reverso y el contrapunto de la razón. Siempre elusivo. Evanescente, diría Lacan. Imposible de cifrar. Para el autor es indispensable que el arte se entienda en relación con lo real, no solo eso: apuesta a que en el arte, algo de lo real se muestra con los efectos que le conocemos: trastornar el mundo.

Pienso en la poesía, que es quizás lo que tenemos más a la mano porque supone, para ponerla en escena, solamente su lectura. Pienso en Quevedo:

 

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!, 
y en Roma misma a Roma no la hallas: 
cadáver son las que ostentó murallas, 
y tumba de sí propio el Aventino. 

Yace, donde reinaba el Palatino; 
y limadas del tiempo las medallas, 
más se muestran destrozo a las batallas 
de las edades, que blasón latino. 

Sólo el Tíber quedó, cuya corriente, 
si ciudad la regó, ya sepultura 
la llora con funesto son doliente. 

¡Oh Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura 
huyó lo que era firme, y solamente 
lo fugitivo permanece y dura.

 

Pienso, por supuesto, en Lope de Vega:

Si palabras son viento; si declara

Cuanto el humano proceder previene,

Que de tan fácil fundamento viene

Desde la abarca a la mayor tiara;

Si cuanto del poder mortal se ampara

Es viento que las vidas entretiene

Si cuanto aquí esta máquina contiene

Es viento, en viento vive, en viento para;

El viento viene a ser de grande estima,

Porque si el oro y el mayor contento,

La fama, la gloria que la vida anima,

Tienen en sólo el viento el fundamento,

Y es todo viento cuanto el mundo estima,

Lo más preciso viene a ser el viento.

 

Pienso, también en Blake:

 

To see a world in a grain of sand

And a Heaven in a wild flower

Hold Infinity in the palm of your hand

And Eternity in an hour.

 

Pienso, en la pregunta ¿Cuál es el sabor real del tamal de verde? Se me agrupan en la cabeza todas estas imágenes, y muchas otras: la enumeración de los objetos y los eventos que Borges describe haber visto en el Aleph; pienso en una línea precisa, del color correcto, trazada al vuelo del pincel que parece seguir su propio curso y coincide milagrosamente con su real que solo nos es revelado por ese azar, por esa textura irregular, espontánea. Pienso, por último, en la boca que describe Cortázar en el capítulo 7 de Rayuela.

Sólo se puede hacer arte en relación con lo real. Lo real no es identificable con la realidad. Por lo tanto, el arte no puede tratar de lo que hay. Escapa de su cifrado utilitario. “El arte, por definición -decía Oscar Wilde- no sirve para nada”. Lo mismo afirmará Lacan sobre el goce: no es casualidad que ambos tengan que ver con lo Real. El arte, entonces, no sirve para nada. Lo cual no quiere decir que no haga nada, algo hace, una cosita insignificante, pero perturbadora: raja el mundo, abre una herida en la cara de Dios.

Me gustaría seguir, de una manera quizá demasiado atrevida, una línea desprendida de lo anterior, abordada en su generalidad en el libro, creo, no precisada en la forma en que voy a ponerlo.

Si el arte no puede tratar de lo que hay, si es fundamentalmente inútil. Si el arte tiene que relacionarse con lo radicalmente otro, lo otro dentro de cada pretensión de totalidad, lo otro que objeta desde dentro, no estamos hablando de lo otro como “los otros”. En ese sentido, si he entendido bien, el arte sólo puede realizarse en relación con lo inhumano. Y aquí tengo muchas preguntas, porque debo confesar que, al igual que Harold Bloom, estoy un poco enfadado por cierta crítica, mayormente literaria, que sigue la línea de cierta recuperación de Marx o cierta lectura de Foucault o cierto enfoque de los estudios de género, y es esa que dice que la obra de arte, el texto, en este caso, es expresión de su época. Así que se va a buscar una serie de rasgos externos a la obra en la obra misma. Externos, quiero decir: pertenecientes al contexto de su escritura. Tenemos así a quienes tratan de denunciar, por ejemplo, el machismo latente en la obra de Tolkien, porque no incluye una gran cantidad de personajes femeninos como protagónicos. Lo mismo se le acusó alguna vez a García Márquez: ¿Por qué Úrsula está siempre confinada al ámbito del hogar?

Creo que el presente texto nos permite introducir una posición distinta: la obra literaria no habla de lo que hay, sino, precisamente, habla en el límite de lo que hay, en relación a un real elusivo que intenta captar. Habla, no de un nosotros, sino de un Ello. Pero, precisamente, habría que cuidar -y sobre esto no me atrevo a decir mucho- habría que cuidar el estatuto que le damos a ese Ello.

Y esto me permite apuntar hacia otro de los rasgos más notables del libro: el arte no sólo no sirve para nada, sino que, además, el arte no está en relación con la moral.

La obra de arte no es buena ni mala. Porque lo bueno y lo malo se definen siempre en el estado de cosas que hay. Peor aún, el bien se define siempre como totalidad. Y la obra de arte es precisamente lo contrario. Eso quiere decir, entre otras muchas cosas, que la obra de arte es, en cierto sentido, indiferente al problema del bien y el mal. O, en todo caso, si tuviéramos que elegir, habría que colocarla del lado del mal.

Pero hoy se le pide al arte, se le reza al arte, que nos devuelva el bien: ya sea por la vía de la liberación política o, peor aún, por la vía de la terapéutica psicológica. Claro que habría que decir que eso no es arte, enunciado que no resulta hoy políticamente correcto porque de inmediato tendríamos hordas de intelectuales acusándonos de exclusión. Eso pasa cuando al arte se le coloca al servicio de lo que sea.

La potencia de este libro, me parece, es reivindicar el arte como una especificidad radical, no captable, irreductible, autónoma, despreocupada de la costra de la realidad porque sabe que esa costra no es más que uno de los vestidos posibles con los que lo real a elegido presentarse. Nada garantiza ni anticipa el efecto del arte. Es pues, un encuentro radical con lo otro, lo otro que no son los otros, lo otro que excede, que falta en la realidad tal como la estructuramos. Más allá del sentido. El arte es una muerte.

Les dejo solamente con una línea del libro que me ha parecido genial:

“La Trascendencia no está más allá de mí, la trascendencia soy yo en el instante en que soy incapaz o me rehúso a decir: yo” (Espinosa, 2016, pág. 313).  

 

Bibliografía 

 

Espinosa Proa, Sergio. (2016). Del saber de las musas. La filosofía y el fenómeno-arte. México: Siglo XXI editores.

 

 

Comparte esta página: