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Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior,
Universidad Autónoma de Zacatecas, ISSN: 2594-0449.

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La lengua doble por Laura Sánchez Solorio

Octubre 2006, número 2.

Sánchez, Laura. (2006). La lengua doble. Revista digital FILHA. Octubre 2006. Número 2. Publicación semestral. Zacatecas, México: Universidad Autónoma de Zacatecas. Disponible en: http://www.filha.com.mx. ISSN: 2594-0449. 

Laura Sánchez Solorio. Es Licenciada en Filosofía por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Egresada de la Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas, y ganadora de la Beca FECAZ 2009.

LA LENGUA DOBLE

 

“Buscamos siempre el absoluto y no encontramos sino cosas”
Novalis

 

 

INTRODUCCIÓN

ojos cerrados... pecho negro dice:
estoy leyendo a Rosset
DAS DING und DAS NICHT dice:
Va, cuéntame
ojos cerrados... pecho negro dice:
me estaba “peleando” con él o conmigo, no estoy segura
ojos cerrados... pecho negro dice:
hay algo que me cuestiona mucho de este texto que se llama Lo Real y su Doble y justo acabo de entender qué es
DAS DING und DAS NICHT dice:
¿por qué? ¿qué dice?
ojos cerrados... pecho negro dice:
la posición de Rosset plantea una crítica a la imposibilidad de ver lo inme-diato, asegura que sólo vemos el doble de las cosas, pero es una crítica me-diada y no puede ser de otra manera
ojos cerrados... pecho negro dice:
al plantearse Rosset la paradoja entre lo Real (lo imposible, la presencia, la primera vez) y lo Ideal (que sería lo hablado, escrito, pensado) considera que el gran error de los filósofos de occidente es tomar el mundo ideal como el verdadero, hasta aquí me parece muy acertada su postura... pero sigue hablando, es decir, sigue mediando para poder plantear su crítica
DAS DING und DAS NICHT dice:
¿Cómo?
ojos cerrados... pecho negro dice:
según entiendo, dice que la estructura del pensamiento occidental, al menos desde que existe el oráculo griego, consiste en el desdoblamiento de lo real, en crear y creerse otro mundo...
ojos cerrados... pecho negro dice:
generalmente por medio de un modelo ideal como la Utopía, ese lugar de-seable pero imposible para el hombre. Un cielo para ser alcanzado.
ojos cerrados... pecho negro dice:
donde veo la ruptura es en que este doble del mundo es dado precisamente porque hay lenguaje, es el lenguaje que nos desdobla
DAS DING und DAS NICHT dice:
¿Y luego qué hace Rosset con eso?
ojos cerrados... pecho negro dice:
creo que le parece muy jodido, no quiere hacer nada con ello... pero insisto, no deja de desdoblarse en palabras y es que no podemos prescindir del ellas. Creo que es necesaria una relación más sana con el lenguaje y tenemos que dejar de acusarlo de nuestras imposibilidades. Me inquieta mucho porque esa es nuestra tragedia: ser concientes de que desde que tenemos lenguaje se crea en nosotros un otro del mundo (la represión), pero sólo por el lenguaje podemos expresar nuestra conciencia de ello. Aunque para darnos damos cuenta de ello no es necesario hablar, lo vivimos, lo sentimos en el cuerpo
ojos cerrados... pecho negro dice:
pero no me hagas caso... ando muy clavada
DAS DING und DAS NICHT dice:
¿Bueno y a qué quiere llegar?
ojos cerrados... pecho negro dice:
supongo que a nada
DAS DING und DAS NICHT dice:
¡No, pos sí!

 


Este es un diálogo-monólogo, un intento de comprender a Rosset, pla-ticándolo con otro, desdoblándolo, deambular entre lo pasadizos-precipicios o el cuarto de espejos que sus libros delinean en nosotros.
He partido de este diálogo justamente porque creo que con él se abre una pregunta fundamental: ¿Nos sirven acaso las palabras o somos siervos de la lengua? ¿Nos entendemos realmente cuando hablamos? ¿El lenguaje nos comunica y pone en contacto con otras personas o al menos con nosotros mismos?
Creo que no, en el fondo la única respuesta posible a todo in-tento de racionalización es justo ese “¡No, pos si!” con el que se cierra este diálogo. Transmitir emociones, sensaciones, ideas, complejos, lo que sea, siempre queda algo inconcluso o algo dicho de más. ¿Qué nos dice un interlocutor cuando contesta de esta manera? ¿Nos da el avión? ¿Es un irracional y burdo? ¿No es dama o caballero?
Es justamente en estas breves pero duras expresiones donde descubrimos que el pensamiento y el leguaje no pueden llegar tan lejos, más aún, sin piernas que les transporten, no pueden llegar a ningún sitio. No pos sí, es la expresión más clara de la imposibilidad de dar sentido a cada una de nuestras experiencias, sean vividas o leídas, sean de amor, dolor, olvido o muerte.
Y es que encontrarte a Clément Rosset en medio de una forma-ción filosófica, implica un golpe duro a las concepciones habituales del quehacer de estos llamados desde Grecia, “amigos de la sabiduría”. Frente a esa supuesta necesidad de alcanzar la verdad y de descubrir el hilo negro de la vida, que ha hecho de la filosofía (del pensar) un hacer de eruditos y hombres sabios,
Rosset intenta colocarnos frente a un espejo en el que lo único que se refleja es una fantasía, una irrealidad; el chiste terrible de que las moscas son mandriles, o de que un instante sea la eternidad. El “no, pos si”: palabra que corre para no ser alcanzada.
El doble es entonces la sombra del hombre, Se detiene, está allí parada frente a nosotros y a penas nos percatamos de ella; juego de espejos donde el reflejo es proyectado al infinito, pero difusamente pues no tiene límites claros ni precisos,
Así Lo Real (en nosotros, en el mundo) se nos perdió en el camino que supuestamente nos llevaría a La Verdad. No existe la realidad como no existes tu, que lees y yo que intento escribir y no terminamos; somos copias de la copia de una copia chafa de quién sabe qué original. Pero ¿existe un o el original?
El doble de Rosset es un camino directo al precipicio, esa expe-riencia que es mejor no pensar ni imaginar porque siempre llega, se da, te invade cuando no la esperas ni la buscas, sólo, simplemente aparece.
Pero paradójicamente, nunca estamos “realmente” en contacto con lo real, en todo caso, podemos decir que estamos atravesados por ello y no hay otra forma de vivir, a veces de formas violentas; podemos también pensar que lo real es el deseo que, ya nos advierten los psicoa-nalistas, no desea más que seguir deseando que no quiere cosas ni sombras, sino el plus de goce. Somos realidad, seres sociales, pero también deseo que nos atraviesa.
Lo peor de la modernidad, que es también lo mejor de ella, es que a diferencia de la Edad media donde el mal provenía del alma humana, Dios decidió que, entre otras cosas, el hombre desea, y si dios le ha dado el deseo, entonces no es malo desear (pero tampoco bueno). El deseo excluye categorías y juicios, no es bueno ni malo (como lo Real). Es deseo en sí mismo: positivo-negativo, muerto-vivo. Un rehilete que, detenido, tiene sólo dos caras pero que es infinito al momento de ponerle en movimiento.
La moral moderna promete que hagas lo que hagas, seas asesino, violador o político “el cielo”, el Topos Uranus de Platón es para todos; siempre y cuando se dé sentido a las acciones y éstas cumplan un fin determinado. La modernidad hace del deseo una potencia de muerte que debemos limitar y encaminarla. Una deriva, pulsión (triebe), una “celebración fúnebre”. Porque también celebramos la muerte y también la lloramos una y otra vez. La muerte nos abre, nos desliza: máquinas esquizoides en palabras de Deleuze.
El hombre moderno no tiene sólo un doble sino un triple, un infinito ser que no acaba de desdoblarse, de pararse y parirse. Y, también a veces de recostarse y dormir la siesta. La hermosa siesta de tarde para morir un poco y el festejo de estar vivos (o muertos) por la mañana. Un pasillo con espejos en lugar de paredes.

Tal perspectiva (la platónica) está separada, por toda la distancia existente entre la experiencia moderna y la experiencia antigua, de la noción que aporta Kierkegaard en el registro de la repeti-ción. Repetición siempre buscada pero nunca satisfecha. Por su naturaleza la repetición se opone a la reminiscencia. De por sí es siempre imposible de saciar.1

Buscando el original, lo Real, el hombre se ha perdido tras sus máscaras, tras todos los otros que no son él, pero también lo son.

 

I. LA SEGURIDAD FILOSÓFICA.


A Rosset no se le escapa que la filosofía desde su origen, es decir, desde que se concibe en Grecia, se va adaptando (como puede) al paso del tiempo y al sinsentido de la vida, aunque no siempre con fortuna. Más aún, parece que su función ha consistido, precisamente en emprender una ardua guerra contra el tiempo, el azar y el sinsentido. Por un lado el filósofo debe pensar la vida como una continuidad (ocultando la muerte) y por otro darle sentido para no regresar al caos originario.
El origen de la filosofía, nos asegura Rosset, está en otro sitio (siempre en otro sitio), en El oráculo como desdoblamiento de la realidad: el doble del mundo, pero esto lo veremos más adelante.
Podemos pensar que una constante de la filosofía radica en su carácter crítico e inutilizable2 que la ha convertido en un saber o cono-cimiento “seguro, cierto, verdadero” justamente porque no tiene ninguna función práctica y directa con el mundo, tampoco tiene ningún compromiso.
Perfectamente circular y cerrado en sí mismo, el discurso filosófico, podría pensarse como una verruga en la realidad que siempre está en movimiento, que es inaprehensible, no inmediata y a veces hasta imposible de ser captada por los sentidos.
Sin embargo, podemos observar que cada uno de los creadores de los más brillantes sistemas filosóficos ha vivido el momento terrible de la caída de su teoría en la imprecisión, en la grieta que se abre en todo edificio, por más perfectamente construido que esté. Por ejemplo, Platón que intenta crear su República ideal la ve venirse abajo sin tardanza; Kant que termina escribiendo breves ensayos después de crear “el sistema filosófico de la ilustración” y tanto otros.
Un trabajo casi de bisturí es el que despliega Rosset en Lo real y su doble. La disección detallada y lujosa que hace de este “saber del doble” que se sostiene precisamente, frente a una realidad tan inaprehensible como verdadera y también la única posibilidad de un saber perdurable que se aplica no sólo a la filosofía sino a toda la vida.
“La primera vez” siempre suele pasarnos desapercibida o en el desconocimiento y la inseguridad, entonces, será siempre la segunda, la repetición, el doble, de donde aprendemos y vivimos. Un ejemplo clarísimo es la experiencia del deja vu en la que, según Rosset, lo que se está viviendo, es con tal intensidad que abre al hombre a la imposibilidad de enfrentar la realidad de golpe, en primera instancia. Una experiencia tan aguda de lo que se tiene ante los ojos, el oído, el tacto, que buscamos (aunque sea de manera inconsciente) un referente previo, un antes, una copia de la cual asirnos3. Así, ese: “esto ya lo había vivido” es producto del golpe de lo real sobre nuestra exis-tencia.
Apuntaba antes, que esta dependencia humana del doble, encuentra su primera manifestación, su “origen”, en el oráculo, pero haciendo el seguimiento de su rastro descubrimos que el oráculo terminan por se transformarse en filosofía: filosofía metafísica que sigue siendo el pan de la boca de muchos supuestos filósofos contemporáneos. Metafísica, porque justamente se olvida del mundo del devenir y del movimiento de la Physis griega, porque busca supuestos saberes donde sólo hay una red de acontecimientos aparentemente enlazados pero que, en realidad pueden o no tener causas completamente distintas.
Tal como Hume lo desarrolla en su Tratado de la naturaleza humana en 1739, las conexiones de la imaginación humana (semejanza, contigüidad, causa y efecto) que producen las ideas, son capaces de crear la fantasía de que realmente existe una relación de necesidad entre dos hechos o entre dos acontecimientos, cuando en realidad pueden ser completamente independientes uno de otro; la conexión en la que pone más énfasis, es justamente en la causalidad y supongo que lo hace en un afán de desmitificar el pensamiento filosófico que pretende encontrar el origen primero de todas las cosas (en dios o en el motor inmóvil) y por tanto su rumbo, su dirección, su sentido:

“Si toda cosa debe tener una causa, se sigue que al excluir las de-más causas deberemos aceptar al objeto mismo o a nada como causas. Pero precisamente en cuestión es sitota cosa debe tener o no una causa; y según las reglas de todo razonamiento válido, esto no puede darse por supuesto”4

Para Hume es el temor humano de encontrarse ante un suceso que pueda no tener un origen preciso y de perderse en una causalidad ad infinitum lo que ha provocado que se formen estas relaciones de necesidad, cuando la única verdad que podemos obtener del mundo, es justamente la más dispersa y fluctuante, la de los sentidos. En esta línea tenemos que pensar necesariamente en Álvaro de Campos como el heterónimo que re-descubre la inocencia de los sentidos

El mundo no se hizo para pensarnos en él (pensar es estar en-fermo de los ojos) sino para mirarlo y estar de acuerdo …

Rosset ha desarrollado con cautela y detenimiento esta terrible verdad para los buscadores de la verdad que ya Hume ponía al descu-bierto. Pero todo esto viene de otra puerta.

II. SALIENDO DEL ORÁCULO


Antes de continuar, será pertinente hablar con más detalle del Oráculo, o la estructura oracular que tiene su expresión más conocida en el templo de Apolo en Delfos, donde las Pitonisas en éxtasis lanzaban frases al viento a sus consultantes para adivinar su destino. En el oráculo, inevitablemente, se cumple una triple paradoja.
Primero, tiene la extraña propiedad de que siempre se cumple, nunca decepciona la Realidad; aunque aparentemente se dé un rodeo enorme para llegar a su cumplimiento, en realidad el hombre no sólo tiene un destino cantado por la Pitonisa, sino que no ha hecho más que ir de bruces directamente a su cumplimiento.
Segundo: a pesar de su inevitabilidad, siempre sorprende por su cumplimiento. Los hombres griegos sabían que eso que “no es real” sino sólo una premonición (Lo Real como presentimiento) su realidad, se ha de cumplir, pero cuando pasa, no pueden creerlo, es imposible creerlo.
Y el Tercero, como cubeta de agua fría cae sobre la espalada, pa-radójicamente, como si fuera un chiste o un lapsus, el acontecimiento esperado es siempre otro, siempre es distinto de lo que se supone que debería ser, como si el destino estuviera pensando justamente en lo contrario que el hombre piensa.
Edipo podría servirnos como ejemplo para entender el pensa-miento oracular. Primero parece que da un rodeo enorme, un camino elíptico para llegar a cumplir su destino y tal vez, el uno de los peores para el hombre de la polis: engendrar con su madre y matar a su padre. El descubrimiento, tal vez, de los más oscuros secretos y represiones del hombre de cualquier época. Edipo es el que, por más debilidad de sus piernas, no puede perderse en su camino, justamente porque cualquiera que decida tomar será siempre el más recto hasta su realización.
El Oráculo es entonces un doble perfecto, casi exacto de la vida misma, siempre llegará su cumplimiento, el desdoblamiento de la vida; o podríamos pensarlo al revés: ¿el acontecimiento podría ser el doble del Oráculo?
En esta paradoja se abre el pensamiento filosófico. Supongo que Platón pudo formular su teoría de las ideas porque descubrió que no podía hacer nada con ella, (con la realidad nada, con su teoría tampoco); sin embargo, optó, eligió creer que el acontecimiento era el doble del mundo verdadero, que el mundo de las ideas, o los dioses (da lo mismo) sería el original del negativo que es esta vida. Pero, aquí es necesario detener un momento a la filosofía y preguntarnos, en serio, ¿porqué Platón atribuyó al mundo de las ideas el carácter de verdadero y al nuestro el de falso? ¿Qué pasó en su cabecita cuando inventó ese maravilloso mundo de las cavernas?
Yo no podría decirlo, pero Rosset tiene una respuesta consistente y lúcida para la necesidad que se abría como llaga en este ateniense: la búsqueda del sentido de la vida, del valor humano, estar vivo como premio o castigo. ¿A dónde ir cuando el destino se apropia de la vida y porque justo cuando se le quiere esquivar nos alcanza de súbito?
Extraña, afortunadamente es lo menos inmediato aquello que se convierte en verdad, lo que está totalmente fuera del alcance humano, el ideal, el mundo de la Utopía el que crea el sentido, (incluso cuando es contrario a los sentidos), es éste el que debe conducir la vida humana.
Podríamos ver la continuidad que existe entre el oráculo y la filosofía justo en esa necesidad de que su elaboración sea “más sofisticada”, más complicada que los sentidos y la experiencia extática del médium; sobretodo al filosofía debe cumplir la premisa de alejar la experiencia de la realidad y la inmediatez siempre fluctuantes,
Que el hombre sea sombra de un mundo verdadero donde habita su yo verdadero es igual (y distinto) que habitar en un mundo en el que nada es cierto. Tratando de separar lo verdadero de lo falso, parece que se agudiza el límite que divida lo aparente de lo profundo pero se atraviesa una ínfima distancia que separa el vértigo, de la caída.
Los filósofos griegos emprenden primero una lucha contra lo in-mediato, tratando de alejar por medio de los conceptos la realidad (lo Real) en un intento de ponerse una cubierta, una coraza que dé forma a una realidad aparte donde se vive “la verdadera vida” o la vida de la verdad. Como si ésta ya no fuera suficiente o precisamente, porque es demasiado, se cubre o se debe cubrir al hombre con el velo de Maya sobre lo más terrible de la vida: la sentencia que siempre se ha de cumplir, la muerte. Lo real es entonces, la muerte, límite en el que la realidad —mundana— construida en grupo, se disuelve, se hilvana.
Ante la fractura de sí mismo, se construye el hombre una morada donde, trágicamente, tampoco podrá habitar porque está fracturada, porque tiene un hueco o muchos. Terrible es que la haya construido para vivir en ella y que lentamente se le cae en pedazos.
El lenguaje que es lo más real y lo más irreal del hombre ha venido a querer restaurar la obra, cubrir los hoyos y hacer teorías más sólidas y duraderas que la vida, pero parece que la lengua también está rota de raíz.
Roto por dentro porque habla, roto por fuera porque habla o porque calla. La realidad se impone, lo Real aparece siempre imprevisto, justo como nunca lo pensaste, como en el Oráculo, pero ahora lo sabemos porque se convierte en obsesión, porque siempre se cumple el destino (ten cuidado con lo que deseas porque siempre se cumplirá, dice Lacan), aunque no tengas Pitonisa. Eso es Lo real.
Una intromisión, un cálculo de valores para detener la deriva. Pero, ¿se trata de escoger el síntoma que nos aqueja por el lenguaje? ¿Lavar la garganta, de contar hasta tenerla entre las manos? ¿De simplemente ver, oír, tocar? Se abre la grieta y aparece el error, la fractura, la falta (que no es deuda, ni culpa) porque se mueve el edificio desde sus cimientos.
Entonces la grieta es lo Real, ¿o es Nietzsche que se quedó rom-piendo los sistemas, los edificios; el que quebró el espejo para seguir acariciando caballos? Nietzsche es la grieta que hace rato latía en la cabeza de Occidente y que se le rompió justo entre las cejas. Un estremecimiento cayó en el pensamiento y en la lengua, volvió loca la palabra a refugiarse en su bigote, enloquecido sólo miraba el ocaso. Quién le hablaba en sus delirios, nunca le respondió con certezas sino con más preguntas, tal como lo hace lo real, porque no tiene ni quiere tener voz.
Un mundo en el que todos somos príncipes y princesas encanta-dos, azules y solitarios. Nietzsche el excluido de los hombres se vuelve él mismo una fractura de lo Real, como Hölderlin o como Van Gogh en el mundo de la metafísica y del sentido,
Aunque hasta ahora he hablado indistintamente de lo Real y la realidad, supongo pertinente poner en claro una diferencia fundamental entre ambos términos; aunque parece que Rosset los usa como sinónimos, hay en su obra esta división latiendo, supongo. La realidad, es aquello que Heidegger ha denominado en Ser y tiempo “el mundo” es decir, aquella estructura del Dasein en la que se le inserta “culturalmente”, socialmente, el hombre nacido para la vida con otros hombres instalado en su grupo, en la distracción, en la habladuría, en la ocupación

; es el hombre instalado en la realidad, es decir, lo que Rosset considera el doble. Por otro lado, lo real es justo eso que para este autor viene a romper con todo el esquema tradicional de la filosofía: la inmediatez, la grieta en el mundo y en el cerebro, el sinsentido de la vida.


III. LA INVASIÓN DE LA INSEGURIDAD

La verdad tiene necesidad del poder. Por sí misma la verdad no es absolutamente una potencia, digan los que quieran los fabri-cantes del racionalismo. Por el contrario es preciso que ponga el poder de su lado o que se ponga del lado del poder; ¡de lo contrario, perecerá siempre! Esto está demostrado hasta la saciedad. (Nietzsche, Aurora)

Entonces seguimos confirmando la hipótesis de Rosset. Si existe la filosofía y su pretensión de verdad es porque hay una falta, tal vez esencial, en nosotros, un hueco que, o bien se ha intentado tapar o bien, rellenar, aunque después de la más mínima sacudida vuelve a ser tarea de Sísifo.
Desde Nietzsche, pero es claro que desde mucho antes, sólo que como raras excepciones (al menos desde al tragedia griega), la preten-sión occidental de poseer la verdad se ha considerado sólo un paliativo para la inseguridad y el sinsentido de la vida. Rosset, como buena parte del siglo XX viene a poner los puntos sobre la íes en este conflicto.
¿Por qué el ser y no la nada? es una interrogante que ningún filósofo, científico, matemático o profesor de escuela podrá responder sino es desde un horizonte teológico: “porque Dios así lo quiso”. Pero Dios ya está muerto (si es que algún día existió) y aún así lo seguimos adorando, peor aún, tantas veces nos aferramos a defender que es por una razón superior, por un ser perfecto que nos creó, que lo domina todo y que conoce el sentido último de todas las cosas. Hacer filosofía como si se hiciera religión, metafísica y teología.
Pero, tomemos un aire: la razón como tantos otros instrumentos humanos, es tan fácil de poner al servicio del poder; y si se ha querido tener la verdad ha sido generalmente para dominar a otros. Si lo que se pretende es el control y la cohesión social, la verdad (sea revelada, sea buscada por métodos sofisticados, científicos, metafísicos), siempre será utilizada como medio de control. Qué son los hombres religiosos sino sujetos en busca de salvar las almas de los hombres y qué los políticos sino farsantes que quieren llevar a los hombres por el camino del progreso y el bien común (claro que siempre salvándose ellos primero y llenando antes sus bolsillos).
Existe en el mundo posmoderno, por llamarle así a este que nos tocó vivir, una desconfianza enorme hacia la razón y sus productos, hay una crisis de occidente que debe ser tratada con mucha reserva pues no podemos volver a caer en la necesidad de Utopías y nuevas Repúblicas gobernadas por filósofos racionalistas o no, así como tampoco podemos vivir en la completa ausencia de pensamiento, a la manera que proponen los algunos postmodernos “gores”.
En este sentido, parece que Rosset es uno de los autores que no sólo ha sido atinado en su crítica de occidente, haciéndolo de manera valiente sino que se ha privado de regresar a la racionalidad moderna a la manera de Habermas, pero, tampoco ha intentado platear nuevos modelos de verdad. Enfrenta el conflicto de fondo, desde los cimientos es darle su lugar al pensamiento en el sinsentido de la vida.
Si sólo hay un hueco en el fondo de todos los fondos que el hombre pretende llenar con cadenas causales, si sólo hay un hoyo en la “esencia” humana, no volteemos la mirada a otro lado buscando a tientas, no nos envilezcamos ante el hueco tratando de taparlo o rellenarlo, bien sea de basura, bien sea de piedras preciosas. No hay salida versará un hermoso poema de Paz y esto se aplica no sólo a la historia de occidente sino a nuestras propias vidas. No hay necesidad de tapar con discursos y sistemas lo que no ha de ser una vergüenza: la ausencia como esencia.


Notas
Lacan, J. Seminario 4, Paidós, Argentina, 2004, p 16
2 Rosset, C., El principio de crueldad, Pre-textos, Valencia, 1994, p 47.

3 Cfr. Rosset, C., Lo real y su doble, Tusquets, Barcelona, 1993.

4 Hume, D.,Tratado de la naturaleza humana, Barcelona, Biblioteca de los grandes pensadores, 2002, p 167
5 Pessoa, F. El guardador de rebaños
6 Cfr. Rosset, Lo real y su doble, op. cit.
7 Cfr. Heidegger, M., Ser y tiempo, Chile, Trotta, 2005, pgrfs. 14 al 28.

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