Frieda Hughes es poeta, pintora y autora de
libros infantiles. El primero de sus tres libros de poesía, Wooroloo, recibió un Poetry Book Society
Special Commendation en el Reino Unido. Sus poemas han
sido publicados en The New Yorker, The Paris Review, Thumbscrew, Tatler, The Spectator y The London Magazine. Los títulos de sus
libros para niños son: The Meal a Mile
Long (La comida de una milla de longitud), Getting ride of Edna (Librándonos de Edna), Waldrof and the Sleeping Granny (Waldrof y la abuela durmiente), The Thing in the Sink (La cosa en el
drenaje), Rent-a-Friend (Renta-un-amigo), The Tall Storie (La
alta historia) y Three Scary Stories (Tres escalofriantes historias). Sus pinturas se han exhibido desde 1989 con
regularidad en distintas galerías de Londres y Australia. La siguiente
conversación está tomada de la versión facsimilar de Ariel (Plath 2000) el texto manuscrito por su madre, la poeta
estadounidense Sylvia Plath.
Has dicho que no habías leído Ariel sino hasta
hace poco tiempo…
Sí, con el fin de escribir el prefacio a la
edición restaurada.
¿Qué efecto tuvo en ti?
En un poeta, cualquier poeta, lo que más
admiro es su energía y su valor de tomar el tema lo más directamente posible y
enfrentarlo. Aplaudo el uso de palabras en tanto herramientas para cincelar
imágenes más allá del fino aire y dotarlas de substancia; he quedado sin
aliento por el vigor emocional creado por la escritora para volverse serena,
directa y clara en su mensaje. Esto es lo que encontré en Ariel.
¿Alguna vez tu padre te leyó Ariel en voz alta
o intentó explicarte los poemas a tu nombre?
Quiso hacerlo pero no se lo permití. Evité
la poesía de mi madre tanto como evité la de él, porque pudieron influir en mí
antes de sentir que había encontrado mi propia identidad.
¿Hay poemas en Ariel con los que sientas una
fuerte conexión en particular?
Hay sobre todo dos. “Morning song” (Canción
matutina) porque habla acerca de mí. Escuché a mi padre mencionarlo a lo largo
de los años, pero siempre imaginé que era sobre mi hermano. No estaba segura de
que tratara de mí hasta que leí el libro y supe cuándo había sido escrito
–antes de que mi hermano naciera. El poema captura ese momento por la
mañana en que la madre responde al llanto del niño, tan claramente y con tal
precisión, que puedo verlo hasta el grado de tocarlo. El otro es “Lesbos”. Mi
conexión hacia este poema tiene que ver con la forma en que está escrito: con
fuerza y moderación, con una especie de una intensidad controlada. Se lee en
voz alta de tal modo que la energía se concentra en una especie de torbellino
caligráfico.
¿Qué imagen tuviste de tu madre mientras
crecías y qué es lo que más influyó en ella –tus memorias, tu padre, el
público?
Antes de mi adolescencia imaginaba a mi
madre angelical. Mi padre estimuló esta imagen de ella diciéndome que su
espíritu me protegía para asegurarse de que estuviera a salvo, y que mientras
estuvo viva, me amó y cuidó. Conservo pocos recuerdos de ella y en muchos no
aparece feliz debido a ciertas cosas que su madre le dijo durante una de
nuestras visitas el año antes de que muriera.
Durante mi adolescencia me di cuenta por
primera vez del modo en que el público veía a mi madre, pero esa imagen no
influyó en mí pues yo sabía que se basaba en una perspectiva parcial. Puesto
que la manera de ser de mi padre era tan diferente de aquella que de él se
presentaba, tuvo sentido imaginar que cualquier descripción sobre mi madre
podía ser objeto de la misma distorsión. Con los años, la imagen que tengo de
ella es la de una mujer con aspectos buenos y malos; de gran talento y con
dificultades emocionales; de un inmenso amor y con tendencia a los celos
–igual que muchos de nosotros. Todos somos un equilibrio de las partes
que nos constituyen y cada uno decidimos a cuál de ellas les concedemos el
mayor énfasis. Mi madre se enfrentó con las partes negativas de su personalidad
y a pesar de que perdió la batalla, utilizó el material de esa lucha en su
poesía.
En el prefacio a Ariel: La edición restaurada escribiste que tu madre “nada de lo que sentía lo desperdició”. Esta es una
hermosa frase y un tributo vívidamente conmovedor. ¿De qué manera la apasionada
integración de vida y de arte de tu madre ha influido en tu pintura y poesía?
A decir verdad, no lo ha hecho, porque es
algo que conocí hace poco cuando tuve que leer su poesía –en especial Ariel– a fin de reconciliarme con
su trabajo y así emprender la escritura del prefacio al Ariel restaurado. Mi pintura y poesía están influenciadas por
emociones personales y por mi propia interpretación de lo que veo, pienso y
siento. El consejo de mi padre siempre fue: “sé fiel a ti misma”. Yo traduzco
esto como: “haz las cosas con naturalidad, que no tengan que ser forzadas ni
manipuladas”. Si mi madre es alguna influencia ésta se deja ver en el hecho de
que, en los momentos más oscuros, impida que me abandone; así como en su ética
de trabajo, misma que también debí heredar de mi padre, pues ambos eran muy
trabajadores.
Mucho se ha escrito acerca de la relación
creativa entre Scott y Zelda Fitzgerald, incluyendo las acusaciones de que
Scott hizo una copia libre de los diarios de su esposa. Se ha dicho que tus
padres componían sus poemas sentados a la mesa. ¿Ofrece esto una imagen
fidedigna de su creativa camaradería?
Claro que lo es. Aunque, en mi opinión, se
trataban de dos talentos en extremo individualistas; de modo que “tomar
prestado” no era parte de lo que hacían, no más allá de tomar el papel sobre el
que escribían –el papel que uno desechaba, el otro lo usaba para escribir
al reverso. Lo que sí sé, por la correspondencia de mi madre y por las
historias de mi padre, es que los dos hacían sugerencias y comentarios al
trabajo del otro, y que se apoyaban con aliento mutuo y con extraordinaria alegría
por los logros que el otro pudiera tener. Los logros de uno eran los logros de
ambos.
Cuando mi padre publicó Birthday Letters (Cartas de cumpleaños) en 1997, un año antes de morir, utilizó
algunas referencias poéticas de mi madre, no a manera de préstamo sino de
respuesta; los poemas fueron escritos como si se tratara de una conversación,
como si hablara con ella.
A propósito de los Fitzgerald, Scott
escribió una vez a su hija Scottie: “Serás entrevistada otra vez, y vuelvo a
pedirte por favor que no hables con ellos sobre tu madre o sobre mí, ni
siquiera vagamente. Una vez hiciste la sorprendente afirmación de que ibas a
escribir nuestras biografías…” ¿Alguna vez tu padre te presionó para que
evitaras entrevistas relacionadas con él o con tu madre?
Cuando iba a ser entrevistada por primera
vez –tenía 29 años– le pregunté a mi padre cuál era su parecer,
imaginando que tal vez no quería que hiciera comentarios acerca de la familia.
Su reacción fue muy distinta a la esperada. Si bien me recomendó estar alerta y
me advirtió de los periodistas en general, también pensó que me vendría bien
conceder la entrevista, sólo me pidió que no dijera nada desfavorable, lo cual
fue sencillo. Por muchos, muchos años, fue mi propia decisión no hablar sobre
mi madre –entonces eso era emocionalmente imposible– o sobre mi
padre; fue después de que él murió que pude romper esta regla. Ahora me
arrepiento de mi temprana decisión, pues creo que desde un principio debí
levantarme en lo más alto de donde me encontraba y gritar lo afortunada que era
de ser su hija. Mi padre me ayudó, me alentó y cuando busqué aprobación y
consejo, él, con infinita paciencia, me hizo perseverar a través de pequeños
esfuerzos literarios. Así durante todos los años de mi vida hasta que murió,
recordándome constantemente lo orgullosa que habría estado mi madre.
¿Tienes alguna biografía favorita sobre tu madre?
Nunca he leído alguna y tampoco tengo
deseos de hacerlo. No obstante, estoy bien informada por quienes han leído
biografías acerca de ella y sé que Bitter
Fame (Fama amarga) de Anne Stephenson es la más precisa. Para mí es sólo
una idea extraña acerca de mi madre y acerca de las personas que figuraron en
su vida.!
Bibliografía
PLATH, S. (2004) Ariel. The restored edition. A Facsimile of Plaths's Manuscript, Reinstaining Her Original Selection and Arrangement. Foreward by Frieda Hughes. New York: Harper Perennial.
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