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Fenomenología,
política y estética en Hannah Arendt
La realidad humana, en la épocamoderna,
se ha vuelto opaca y oscura a la luz del pensamiento; Hannah Arendt, una
pensadora alemana de origen judío, desarrolla su pensamiento político exiliada,
y posteriormente, como ciudadana de Estados Unidos, en una época estigmatizada
por las guerras mundiales y los totalitarismos. Defensora de la libertad
política, y del espacio público donde la palabra y la acción puedan aparecer
para todos, y donde cada individuo pueda acceder a la felicidad pública, tal es,
en pocas palabras, el ideal político de Hannah Arendt.
El
pensamiento político de Hannah Arendt ha sido analizado como una fenomenología
de la acción humana, la cual está inserta en el mundo tal como nos aparece,
iluminada por el logos y la propia acción humana rememorada y recreada por la
tradición, es decir, por los relatos y narraciones que sacan del olvido las
grandes historias y hazañas de los hombres, dignas de ser recordadas y
rememoradas. El mundo griego, otorga en el plano político (mítico y religioso),
un lugar privilegiado a la memoria, lo cual ha sido resaltado por Hannah Arendt
a lo largo de toda su obra:
Homero
no fue sólo un brillante ejemplo de la función política del poeta, y por lo
tanto el educador de toda la Hélade: el
mismo hecho de que una empresa tan grande como la guerra de Troya pudiera
haberse olvidado de no haber existido un poeta que la inmortalizara varios
centenares de años después, ofrecía un excelente ejemplo de lo que podría
llegar a ocurrirle a la grandeza humana si para su permanencia sólo se confiaba
en los poetas. (ARENDT, Hannah, La
Condición Humana, Seix Barral, 1974, pp. 260-261.)
Hannah Arendt, apoyándose en la Oración Fúnebre de Pericles, deposita la gran misión de inmortalizar
las acciones humanas, no tan sólo en los poetas, sino en la vida en común de los hombres en la forma de
la polis. (ARENDT, 1974.)
Según la
lectura que realiza Hannah Arendt del mundo griego, la esfera política surge
del actuar juntos, de compartir palabras y actos:
La
polis, propiamente hablando, no es la ciudad-estado en su situación física; es
la organización de la gente tal como surge del actuar y hablar juntos, y su
verdadero espacio se extiende entre las personas que viven juntas para este
propósito, sin importar dónde estén (…) La acción y el discurso crean un
espacio entre los participantes que puede encontrar su propia ubicación en todo
tiempo y lugar. Se trata del espacio de aparición (…) para los hombres, la
realidad del mundo está garantizada por la presencia de otros, por su aparición
ante todos. (ARENDT, Hannah, La Condición
Humana, Seix Barral, 1974, p. 262.)
Hannah Arendt desarrolla a través de su pensamiento político, una “fenomenología de la acción humana” (ENEGRÉN,
André), en la cual se pone de manifiesto los puntos en común entre el arte y la
acción; Tanto la acción como la obra de arte en la concepción de Hannah Arendt,
están ancladas en el mundo, y constituyen una exaltación y afirmación del mundo
de las apariencias, sin conexión con un proyecto de carácter utilitario o racional:
Hannah Arendt, pensadora en tiempos sombríos, trata de repensar lo
político a la luz del pensamiento griego, pero no elude sumergirse en el
corazón de las tinieblas de los tiempos modernos (1990). La pensadora de la
condición humana, no esquiva el problema de la condición moderna, se sumerge en
la oscuridad de los tiempos modernos, trata de arrojar una luz de pensamiento y
de juicio en la condición del hombre moderno, a la vez, alienado, aislado y sin
mundo, refugiado en su mundo interior, desposeído, y por tanto, sin un lugar en
el mundo, un ser humano desamparado y desnudo, que se convierte en un paria o
en el hombre de la sociedad de masas, manipulable hasta el infinito por la
máquina burocrática y tecnocrática del mundo moderno.
La
condición humana, para Hannah Arendt, relacionada con la capacidad humana para
la acción y el discurso en un espacio común de aparición- contrasta con la
condición del hombre moderno, encerrado en su propia subjetividad y desposeído
de un mundo común y compartido. En este ensayo, analizaremos el pensamiento
político de Hannah Arendt a la luz de su crítica a la modernidad,
concretamente, su crítica a la sociedad moderna de masas, y a la aplicación de
la ciencia y de la tecnología a todos los ámbitos de la vida humana. La obra de
arte1, vinculada con la esfera del
pensamiento, es considerada por Hannah Arendt, como una forma de recuperación
del carácter mundano de la actividad humana, y de la permanencia de las
acciones y obras humanas, las cuales corren el peligro, en la modernidad, de
ser engullidas por la instrumentalización sin límites del Homo Faber2, del artesano
convertido, en la época moderna, en un técnico o en un ingeniero.
Hannah Arendt y su biografía: entre la filosofía y la política
Nacida en Hannover el 14 de octubre de
1906, Arendt vive su infancia en Königsberg:
Fue en Königsberg donde la antorcha de la Ilustración brilló
con sus llamas más vivas en el pensamiento y en la persona de Immanuel Kant
(que fue un espíritu universal sin haber salido nunca de su ciudad); fue allí
también donde los seguidores judíos de Moses Mendelssohn sistemáticamente
transmitieron la nueva sabiduría secular de Europa a las comunidades judías de
la Europa Oriental. La aceptación de la nueva Ilustración por parte de ellos y
por parte de sus vecinos gentiles significaba que alguna vez la emancipación
política seguiría a la fusión cultural y social. (GELLNER, Ernest, Cultura, Identidad y
Política, El nacionalismo y los nuevos cambios sociales, Gedisa, 1989, p.
86.)
La familia
de Hannah Arendt, perteneciente a este ambiente ilustrado de la comunidad
judía, “prefería el ideal goethiano de la Bildung a la sinagoga” (ENEGRÉN, 1984); fue en este espíritu de Ilustración en el
que se educó Hannah Arendt. El pensamiento político de Hannah Arendt no está
desvinculado de la historia y de la vida personal de la autora, con lo cual, no
hay mejor introducción a la obra filosófica de Arendt que su biografía, y de
manera muy especial la obra biográfica que escribió Elizabeth Young-Bruehl
consagrada a la vida de nuestra autora (1984).
A pesar de
haber realizado su obra más importante en Inglés, y de haberse convertido en
una ciudadana americana a partir de 1951 (ENEGRÉN, 1984), sus orígenes y su
educación son profundamente centroeuropeos. Desde la adolescencia se manifiesta
su independencia de espíritu, y su vida se rige desde muy temprana edad por los
principios rectores de la Ilustración que le permitieron conjugar la pasión por
el conocimiento y el deseo de libertad que nunca la abandonarían. Desde los
catorce años lee a Kant, se apasiona por Kierkegaard y el estudio del griego.
En 1924 sigue los cursos de Heidegger en Marburgo, y el encuentro con el
brillante profesor de treinta cinco años será decisivo no sólo para su
educación filosófica sino incluso en su educación sentimental (ENEGRÉN, 1984).
También recibe la enseñanza de Husserl en Friburgo (1925) y asiste a los
seminarios de R. Bultmann sobre el nuevo testamento, y sobre todo, allí conoce
a Karl Jaspers que se convertirá en su director de tesis doctoral, con quien
aprenderá a pensar la razón en términos de praxis,
es decir, como “acción”, el concepto que ocupará un lugar central en el
pensamiento político de Hannah Arendt. (ENEGRÉN, 1984).
Bajo la
dirección de Jaspers, Hannah Arendt escribe a los veintitrés años su tesis
doctoral titulada El concepto de amor en San Agustín, donde cuestiona no tanto al
padre de la iglesia sino al pensador que relativiza el amor al próximo
subordinándolo al amor a Dios, el cual termina por aislar al individuo frente a
su creador (ENEGRÉN, 1984). Su educación filosófica a través de las enseñanzas
de Jaspers y de Heidegger la sitúan dentro de la corriente existencialista
moderna, no obstante, es precisamente como judía alemana y su decisiva
experiencia con el nazismo lo que despertará su interés por la cuestión
política y por la cuestión del destino del pueblo judío en el contexto de la
historia secular de Europa.3
La vida de
Hannah Arendt está impregnada de grandes encuentros que serán decisivos para su
formación, y su desarrollo intelectual: gracias a Raymond Aron sigue los
famosos cursos de Kojève sobre Hegel, se encuentra con Brecht, y establece
lazos de amistad con A. Koyré y con Walter Benjamin (ENEGRÉN, 1984). Huyendo de los
nazis, Hannah Arendt escapa con su marido (Heinrich Blücher) a través de los
pirineos, llevando consigo Las tesis
sobre filosofía de la Historia, de Walter Benjamin, para embarcar en 1941
hacia Nueva York (ENEGRÉN, 1984). La vida de Hannah Arendt toma un nuevo
rumbo a partir de esta experiencia de
exilio, o como afirma la misma autora, del “estado de excepción” que marcará
para siempre su vida personal, en el contexto de la historia de Europa en la
segunda mitad del siglo XX. La primera obra importante de Hannah Arendt se
titula Los Orígenes del Totalitarismo, la cual empezó a escribir en su exilio americano a partir de 1948, y que
termina por publicarse en 1951. En
esos años de reflexión aparecieron a continuación otras obras fundamentales de
Hannah Arendt: La Condición Humana, de
1958; La Crisis de la Cultura (entre
pasado y futuro), de 1961; Ensayo
sobre la Revolución, de 1963. En 1961, Hannah Arendt viaja a Jerusalén con
el fin de asistir al proceso de Eichmann como corresponsal del New Yorker. De esta experiencia nacerá
el libro de Hannah Arendt titulado Eichmann
en Jerusalen (1963), libro
polémico, que pondrá a la autora en el punto de mira de la comunidad judía, por
la tesis que resume la autora a través de la expresión: “La banalidad del mal”,
la cual dio lugar a grandes malentendidos, pues su sentido no era tanto afirmar
que los crímenes de los nazis contra los judío, y por ende, contra la humanidad,
eran banales; la banalidad, en el sentido que quiso darle Hannah Arendt, era la
forma de referirse a los criminales, sin conciencia moral ni sentido de la
responsabilidad, los cuales estaban atrapados en los engranajes de la gran
máquina burocrática con fines de exterminio y de dominio totalitario.
La condición humana en Hannah Arendt: labor, trabajo y acción
¿Qué entiende Hannah Arendt por acción
humana? Para responder a esta pregunta nos basaremos fundamentalmente en la
obra donde Hannah Arendt desarrolla su teoría de la acción humana: La condición Humana de 1958. En dicha
obra, Hannah Arendt distingue tres ámbitos de la vida activa: labor, trabajo y acción. Estas tres actividades son fundamentales, pues como afirma Hannah Arendt al comienzo de esta obra, “cada una corresponde a una de las condiciones básicas bajo las
que se ha dado al hombre la vida en la tierra” (ARENDT, Hannah, La Condición humana, op. cit., p. 19.). El objetivo de Hannah Arendt consiste,
por tanto, en recuperar la actividad específicamente humana que corresponde al
concepto de acción, y en base a ello, se plantea explorar las condiciones de la
existencia humana (en el mundo), las cuales remiten a todas las actividades que
hacen posible la vida del hombre en la tierra.
La
labor- afirma Hannah Arendt- es la actividad correspondiente al proceso
biológico del cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y final
decadencia están ligados a las necesidades vitales producidas y alimentadas por
la labor en el proceso de la vida. La condición humana de la labor es la vida
misma. (Ibidem.)
En su
origen como en su fin, la labor gira en el círculo interminable de los procesos
naturales, en la medida en que sólo tiende a la satisfacción inmediata de las
necesidades primitivas de la vida, el sustento del individuo y la conservación
de la especie, y no deja ninguna huella durable. El resultado del esfuerzo
laborioso se desvanece en el consumo que destruye el producto, y por tanto,
toda labor es un interminable retomar desde el principio el proyecto de la vida
sin otro fin que la supervivencia y el sustento. Nada nuevo ni duradero surge
de la actividad laboriosa sino únicamente la perpetuación de la vida en un
interminable ciclo repetitivo que por su carácter de necesidad y de futilidad
acerca el hombre a la naturaleza y por tanto, caracteriza la condición natural
del hombre.
En
contraposición a la labor, Hannah Arendt propone el concepto de trabajo que
define de este modo:
Trabajo
es la actividad que corresponde a lo no natural de la existencia del hombre, el
cual no está inmerso en el constante repetido ciclo de la especie, ni cuya
mortalidad queda compensada por dicho ciclo. El trabajo proporciona un mundo
“artificial” de objetos, claramente distintos de todas las circunstancias
naturales. Dentro de sus límites se alberga cada una de las vidas individuales,
mientras que este mundo sobrevive y trasciende a todas ellas. La condición
humana del trabajo es la mundanidad. (Ibidem.)
En
contraste con la labor, el trabajo posee un comienzo preciso y un final
determinado, en la medida en que desemboca en una creación autónoma y durable,
es decir, en un objeto artificial hecho por el hombre que debido a su carácter
de duración (y perduración) escapa al ciclo vital y biológico del cuerpo. El
trabajo es precisamente lo que separa al hombre de su entorno natural, lo que
dota a la existencia humana de una permanencia y durabilidad de la cual carecen
los frutos perecederos de la naturaleza. Hannah Arendt retoma a su manera la
distinción de Locke entre “la labor de nuestro cuerpo” y “El trabajo de
nuestras manos”. Mientras que la labor de nuestro cuerpo implica la sumisión
del hombre a las energías y necesidades naturales, el trabajo de nuestras manos
conlleva un dominio del hombre sobre la naturaleza, e incluso, una violencia
reflexiva sobre el mundo natural para proteger y preservar el mundo humano, lo
hecho por el hombre, es decir, las formas que imprime el hombre en la
naturaleza y de las cuales surge la cultura.
La acción
es la tercera actividad humana que Hannah Arendt contrapone a la labor natural
de nuestro cuerpo y al trabajo artificial de nuestras manos:
La
acción, única actividad que se da entre los hombres sin el intermedio de cosas
o de la materia, corresponde a la condición humana de la pluralidad, al hecho
de que los hombres, no el Hombre, vivan en la tierra y habiten en el mundo.
Mientras que todos los aspectos de la condición humana están de algún modo
relacionados con la política, esta pluralidad es específicamente la condición –
no sólo la conditio sine qua non, sino
la conditio per quam – de toda vida
política. Así el idioma de los romanos, quizás el pueblo más político que hemos
conocido, empleaba las expresiones ‘vivir’ y ‘estar entre hombres’ (inter homines esse) o ‘morir’ y ‘cesar
de estar entre hombres’ (inter homines
esse desinere) como sinónimos. (…) La pluralidad es la condición de la
acción humana debido a que todos somos lo mismo, es decir, humanos, de tal modo
que nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá.
(ARENDT, Hannah, La Condición humana, pp. 19-21.)
El concepto
de “acción” en Hannah Arendt es la que nos interesa más, y en la cual
trataremos de profundizar para intentar ofrecer una comprensión adecuada de su
pensamiento político. No obstante, la actividad política según Hannah Arendt no
implica la destrucción de las demás actividades que derivan de la condición
humana: la labor y el trabajo. Por el contrario, la política para Hannah Arendt
se sustenta con independencia de la labor y del trabajo, y al mismo tiempo, las
presupone como elementos indispensables para la vida humana. En un párrafo muy
esclarecedor, Hannah Arendt describe de manera sintética la imbricación de las
tres esferas de la vida activa, su mutua interdependencia, y al mismo tiempo,
su esfera propia e independiente que no debe ser usurpada ni eliminada pues
cada actividad humana ocupa un lugar (en el mundo), el lugar que le
corresponde, y cumple con la finalidad que le es propia:
Estas tres actividades y sus correspondientes
condiciones están íntimamente relacionadas con la condición más general de la
existencia humana: nacimiento y muerte, natalidad y mortalidad. La labor no
sólo asegura la supervivencia individual, sino también la vida de la especie.
El trabajo y su producto artificial hecho por el hombre, concede una medida de
permanencia y durabilidad a la futilidad de la vida mortal y al efímero
carácter del tiempo humano. La acción, hasta donde se compromete en establecer
y preservar los cuerpos políticos, crea la condición para el recuerdo, esto es,
para la historia. (Ibid.,
p. 21.)
El trabajo,
frente a la acción, no sólo ofrece al hombre el sentido de la duración y de la
permanencia de un mundo construido artificialmente, sino también la posibilidad
de un sentido o significado. El significado de la acción no la posee el agente
(ej. el héroe de la tragedia griega), sino el narrador o el poeta: “La acción
sólo se revela plenamente al narrador, es decir, a la mirada del historiador,
que siempre conoce mejor de lo que se trataba que los propios participantes.”(Ibid., p. 254). En esta concepción de la
acción humana, totalmente opaca para el agente, cuyo sentido se le escapa
completamente, es totalmente consecuente con la crítica que hace Hannah Arendt
al sujeto transparente a sí mismo de Descartes, el cual puede descubrir la
verdad en su interior sin tomar en cuenta, no sólo la historia, sino también la
diversidad y pluralidad de la condición humana.
Fenomenología y Política: Hannah Arendt frente a la tradición metafísica
Hannah Arendt,
desmarcándose de la tradición metafísica, afirma “soy una fenomenóloga, pero no
a la manera de Hegel, o de Husserl”. La experiencia fundamental que Hannah
Arendt experimenta por sí misma, como heredera de una tradición filosófica
denominada “existencialismo”, la cual reivindica lo individual frente a lo
universal, siguiendo, a este respecto, los pasos de Kierkegaard, así como los
de su maestro Heidegger.
Pero es
concretamente, como judía que huye del nazismo durante la segunda guerra
mundial, lo que constituirá para Hannah Arendt la experiencia existencial
fundamental que dará origen a un pensamiento político preocupado por recuperar
el espacio público de la acción humana, la cual incluye en sí misma aquello
precisamente que permite al hombre actuar en común con otros hombres, es decir,
un espacio común de acción, en otras palabras, la esfera política. Modernidad y
judaísmo son repensados por Hannah Arendt precisamente en los términos de una
pérdida del sentido político de la vida humana. Hannah Arendt sufre la
experiencia del exilio y de la privación del espacio público de acción como
judía perseguida por el nazismo, en la Europa de Goethe y de Kant. La
modernidad, así como la historia judía, es vista como un progresivo devenir
“extraño al mundo”, como un proceso de alienación, por el cual el hombre pierde
contacto con la tradición, con los valores de la vida política; el hombre
moderno, según Hannah Arendt, carece de un lugar propio en el mundo, de un
espacio humano de discurso y de acción; el hombre moderno, alienado y sin
mundo, se opone punto por punto al hombre del mundo antiguo, concretamente, al
hombre de la polis griega tal como lo concibe Aristóteles en su Política.
La crítica
de Hannah Arendt a la modernidad, a la racionalidad de Descartes y de Hegel, se
refiere no sólo a la racionalidad que ha erigido al hombre como dueño y señor
de la naturaleza (Descartes) sino incluso a la racionalidad que culmina con
Hegel según la cual el hombre está totalmente determinado por los fines de la
historia. Los totalitarismos del siglo XX se sustentan en la ideología, es
decir, en la lógica de una idea que constituye la verdad y anuncia lo real en
función de las leyes de la naturaleza o de la historia. La ciencia, o mejor
dicho, la pretensión de las ciencias sociales consiste en aplicar unas leyes
universales e inexorables a la historia, sin dejar espacio para la libertad,
para la diversidad humana; el hombre como sujeto a las leyes de la historia
pierde su individualidad, y se convierte en el hombre superfluo, manipulable, y
sustituible, es decir, en el hombre-masa de las sociedades modernas
totalitarias.
El
propósito de Hannah Arendt consiste en recuperar el espacio de la pluralidad y
de la acción humana, lo cual debe ser vinculado de manera íntima con su crítica
a la modernidad, ésta a su vez ha conducido por medio de los totalitarismos a
la pérdida de un mundo común entre los hombre: la total aniquilación de la
condición de lo político, es decir, la pluralidad y la diversidad humana. Los
totalitarismos han implicado, en todas sus manifestaciones históricas, según
Hannah Arendt, (nazismo o stalinismo) el proyecto de dominación total que ha
tenido como consecuencia la destrucción de la pluralidad humana en provecho de
la unidad y de la realización en la historia de un único proyecto de la
humanidad, sea colectivo o individualista. En este punto, Hannah Arendt no se
separa de Heidegger al defender que la modernidad se auto-constituye como el
cumplimiento a nivel planetario del reino de la técnica:
La deconstrucción de la metafísica de la
subjetividad conducía a Heidegger a confundir en el seno de un mismo modelo el
liberalismo y el comunismo, en tanto que le parecían como los dos rostros
posibles, una individualista, otra colectiva, de un mismo universo de la
técnica (…) Es preciso citar (…) el pasaje de la Introducción a la Metafísica (1935)..: (…) Rusia y América son ambas, desde el punto de vista metafísico, la misma
cosa; el mismo frenesí siniestro de la técnica desencadenada, y de la
organización sin raíces del hombre normalizado. (FERRY, Luc, RENAUT,
Alain, Heidegger et les modernes, Grasset, 1988, pp.
181-182.)
El
pensamiento político de Hannah Arendt se presenta como una crítica a la
modernidad, la cual ha implicado la homogeneización de todo lo humano, en
provecho de la unidad del género humano; la postura Hannah Arendt no está
totalmente desvinculada de una crítica (radical) a la Ilustración, sobre todo,
por su pretensión y aspiración a la universalidad.4 El hombre moderno, como ha sido tematizado
por los pensadores de la Ilustración, es pensado desde la categoría de la
libertad, como ser libre sujeto únicamente a las normas que emanan de su
voluntad, y por tanto, liberado a través de la razón de todos los prejuicios de
la tradición. El carácter emancipador de la razón ha sido objeto de diversas
críticas en la filosofía contemporánea, no sólo desde Heidegger, gran crítico
de Descartes y de la modernidad en su conjunto, sino también a partir de la
escuela de Francfurt: “La Aufklärung tenía por objetivo liberar a los hombres del temor y convertirlos en soberanos;
pero hoy en día, la tierra, completamente ‘ilustrada’, resplandece bajo el
signo de las calamidades que triunfan por todas partes” (Horkheimer, Adorno, Cruce de Culturas y
Mestizaje Cultural, Ed. Jucar, 1988, p. 41.). Este párrafo de Horkheimer y de Adorno,
extraído de su obra La Dialéctica de la
Ilustración, acentúa de manera tajante la desconfianza por el proyecto de
la Ilustración que surge tras la experiencia histórica de los totalitarismos.
Ni Adorno ni Horkheimer cedieron al milagro del retorno a los antiguos, a
diferencia de Hannah Arendt, y de otros autores discípulos de Heidegger, como
Leo Strauss. No obstante, Hannah Arendt se distingue de Leo Strauss, el autor
de Derecho Natural e Historia, quizás
porque la autora de la Condición Humana se mantuvo más cerca al planteamiento de Heidegger, en la medida en que el
concepto de “espacio de aparición”, en
el sentido fenomenológico que le da Hannah Arendt, implica una crítica a la
racionalidad que no deja dudas, en la medida en que esta pensadora afirma la
imposibilidad de pensar la acción humana, el concepto de Praxis de Aristóteles, desde cualquier tipo de racionalidad o de
saber teórico.
Leo
Strauss, al igual que Hannah Arendt, retoma la crítica heideggeriana a la
racionalidad (subjetiva) de los modernos, la cual ha conducido de manera
irremediable a los sistemas totalitarios. Hannah Arendt, se cuenta entre los
críticos a la modernidad como Leo Strauss, así como de los filósofos de la Escuela de Francfurt, Adorno y
Horkheimer5, que denuncian desde
posturas filosóficas diferentes a los heideggerianos, pero con igual
vehemencia, la tiranía de la racionalidad instrumental, la violencia de la
razón en relación a lo real, y por tanto, el triunfo de los totalitarismos como
la expresión de una voluntad que impone de manera imperiosa y violenta la razón
o lo universal en lo particular. El imperio de la subjetividad, como razón y
voluntad, en términos heideggerianos, como metafísica de la subjetividad, está
en el origen de los totalitarismos del siglo XX, en la deriva subjetivista de
la modernidad, desde Descartes hasta nuestros días.
Leo
Strauss, al igual que Heidegger, apuesta por una vuelta a los antiguos contra
los modernos, sin embargo, el primero (Leo Strauss) se opone al segundo
(Heidegger) por reivindicar que los antiguos nos abren a una nueva forma de
racionalidad. Leo Strauss se opone tajantemente al irracionalismo de Heidegger;
Leo Strauss no abandonará nunca la idea de que la crítica a la racionalidad
moderna debe conducir, no al irracionalismo, sino a una de las formas de la
razón, la razón antigua, la cual se manifiesta a través del derecho natural de
los antiguos, que permite al filósofo reivindicar una trascendencia (las ideas
eternas de la filosofía) indispensable para juzgar la realidad positiva.
Hannah Arendt desarrollará una concepción fenomenológica de la
acción humana que se aleja considerablemente del planteamiento de Leo Strauss;
Hannah Arendt desarrolla una crítica radical a la racionalidad del pensamiento
moderno que se aproxima al planteamiento heideggeriano de una crítica radical a
la modernidad. Me centraré, concretamente en la fenomenología que Hannah Arendt
va a desplegar desde un ángulo filosófico en su última obra importante titulada La vida del Espíritu.
Fenomenología, Política y Estética en Hannah Arendt
La
acción no parte según Hannah Arendt de ninguna teoría o saber que lo oriente.
La acción para Hannah Arendt es imprevisible, surge de manera fortuita, y se
ofrece a la visión de los hombres sin realmente desvelarse completamente. La
finalidad de la acción humana, la cual carece de una finalidad externa o
trascendente, es la de aparecer, la de ofrecerse a la vista, la de abrir un
espacio común entre los hombres. La acción, la praxis, tal como la entiende
Hannah Arendt, no puede apoyarse en ningún modelo artificialista. En este
sentido, Hannah Arendt no sólo hace hincapié en la distinción entre teoría y praxis, conocimiento y acción, sino que retomará de manera original
la distinción aristotélica entre praxis y poiesis, entre acción y
fabricación. Aristóteles, en su Ética a
Nicómaco, distingue entre praxis y poiesis: “Mientras que la
producción, en efecto, tiene un fin otro que ella misma, no podría ser de este
modo para la acción, la buena práctica es ella misma su propio fin” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI, 5, 1140 b 6, 7; Lugar citado en Enegren,
André, op. cit., p. 65.). Dicha distinción será retomada por
Habermas, el cual reconocerá la enorme deuda, a este respecto, que ha contraído
con Hannah Arendt.
Es
importante resaltar la íntima relación que existe para Hannah Arendt entre
acción humana y el espacio de las apariencias. La vida política para Hannah
Arendt es un espacio donde se hace visible lo más propio del hombre, su
pluralidad. La acción, tal como la entiende Arendt, presupone una pluralidad de
iguales reunidos en un espacio político que ella califica de espacio de
apariencias. La acción, la praxis se
revela como lexis, como palabra,
(como diría Habermas, como acción comunicativa, o como dirían los filósofos del
lenguaje ordinario, Austin y Searle, como actos de habla6) la cual no revela tanto un saber verdadero
sino más bien una opinión (doxa); la opinión de los hombres, y no la verdad de
la ciencia, es la que guía a los hombres en plural en un espacio público donde
puede surgir y aparecer la acción humana: la prudencia y el sentido común adquieren carta de ciudadanía en un mundo humano plural y al mismo tiempo,
común.
Desde el
momento en que fueron excluidos del ámbito político, por una parte, la labor y
el trabajo, por otra parte, la violencia, Hannah Arendt reconoce que lo
esencial de la actividad (política) reside en la palabra, en el lenguaje
hablado (Habermas sustenta una teoría de la acción comunicativa). La mayoría de
las acciones son realizadas a través del lenguaje, de tal modo, que la acción
es definida como discurso y como toma de decisiones. Es el lenguaje y la
capacidad de discurso, precisamente, lo que hace del hombre, según Hannah
Arendt, un animal político.
La acción,
a diferencia del trabajo, no es una actividad del hombre aislado, encerrado en
su propia creación de un objeto. La finalidad de la acción no es ningún objeto
de conocimiento, manipulable y transformable. La acción no es objeto de
posesión, ni puede ser ejercido por un sujeto individual; por el contrario, la
acción política se opone a la violencia que ejerce el individuo sobre el mundo,
y de igual manera, no es una fuerza que emerge de una supuesta naturaleza
humana; es una posibilidad- la más auténtica- que surge del estar juntos de los
hombres los cuales no pueden actuar solos sino en acuerdo con otros hombres.
Hannah Arendt, al igual que
Aristóteles, se niega a pensar la política bajo el signo de la unidad. La igualdad que defiende Hannah
Arendt no es la unidad que destruye las diferencias entre los hombres, el
sentido de la “distinción” en un sentido aristocrático. Los hombres aparecen en
la arena política, no para fundirse en el todo social, en la masa indiferente
de la sociedad, sino para manifestar su máxima individualidad, lo que les
distingue de los hombres comunes y corrientes, los cuales, en su máxima
generalidad, están determinados por las necesidades más primarias de
subsistencia, por la mera conservación de la vida. La acción humana, para
Hannah Arendt, rompe con el ciclo repetitivo de la vida, irrumpe de manera
imprevisible o imprevista, constituyendo el origen de la novedad o de lo nunca
visto. La natalidad, el nacimiento de cada ser individual, es una brecha que se
abre en el tiempo, entre el pasado y el futuro. El hombre a través del
nacimiento tiene la capacidad de iniciar nuevos comienzos en la historia.
Hannah Arendt toma el concepto de natalidad de San Agustín.
La grandeza
de las acciones humanas no reside, en opinión de Hannah Arendt, ni en las
motivaciones del sujeto ni en las consecuencias o resultados de la acción, sino
en su misma aparición o exposición pública, como un fin en sí mismo; Hannah
Arendt se niega a considerar la acción en función de una teleología, o de una
racionalidad práctica.
La acción
humana, que presupone la pluralidad y la igualdad, es el origen del poder que surge cuando los hombres se
juntan en contraposición a la violencia que surge cuando los hombres se separan. El poder surge entre los hombres
cuando actúan conjuntamente y se disuelve cuando se dispersan. El poder
corresponde a la aptitud del hombre de actuar de manera concertada. El poder,
para Hanah Arendt, no es una propiedad individual, sino que pertenece a un
grupo y perdura en la medida en que este grupo no está dividido. (Esta
consideración es la que lleva a Hannah Arendt afirmar la superioridad de la
revolución americana sobre la revolución francesa, la cual constituyó una
verdadera fundación de la libertad y no una revolución social como la
Revolución Francesa que socavó las estructuras de la sociedad tradicional.) El
hombre moderno, heredero de la revolución francesa, vive en un mundo social
atomizado, cuya deriva individualista y totalitaria conduce a la destrucción de
un mundo común. Frente a la modernidad, Hannah Arendt propone la recuperación
del ideal griego, y concretamente, del concepto de praxis en un sentido aristotélico.
El objeto
de esta incursión en las categorías políticas de Hannah Arendt nos permitirá no
sólo percibir la íntima conexión entre política y fenomenología en Hannah
Arendt sino incluso la proximidad de esta autora a los presupuestos de la
fenomenología, concretamente, la de Merleau-Ponty, según señala André Enegrén,
del último Merleau Ponty.7 Hannah Arendt
manifiesta sus puntos en común con la fenomenología de Merleau-Ponty en la
primera parte titulada “El pensar”, de su obra La vida del Espíritu, en la cual tematiza uno de los temas
centrales de la fenomenología: la coincidencia entre Ser y Aparecer, en contra
de toda una tradición filosófica que consideraba que detrás de los fenómenos,
de las meras apariencias consideradas como ilusiones o apariencias de verdad,
se escondía el Ser, el verdadero ser de la cosas. En contra de esta tradición
metafísica, que se remonta de Platón a Descartes, la cual ha manifestado una
total desconfianza en los sentidos, una depreciación de la realidad tal como la
percibimos a través de los sentidos, se revela Hannah Arendt de acuerdo con una
postura fenomenológica.
De la
fenomenología a la estética en Hannah Arendt, es el tema que vamos a ver a
continuación, partiendo de la concepción fenomenológica de la acción humana,
cuya única finalidad es “aparecer”, auto-exhibirse, exponerse a la mirada de
los hombres. Hannah Arendt, en su obra La
Vida del Espíritu, se basa en la tesis del biólogo y zoólogo suizo Adolf
Portmann, según la cual las apariencias externas no tienen como función
primordial proteger los órganos internos que están ocultos; por el contrario,
los órganos internos sólo existen para sustentar las apariencias:
Hannah Arendt, aunque percibe una continuidad entre el hombre y el
animal en la medida en que ambos se encuadran en un mundo de apariencias, sin
embargo, el hombre se distingue de la vida natural de los animales por el hecho
de poder aparecer tal como lo desea:
Además
del impulso hacia la auto-exhibición, por medio del cual los seres vivos se
insertan en el mundo de los fenómenos, los hombres también se presentan, de
palabra y obra, indicando así la forma en que desean aparecer, es decir, lo que en su opinión es adecuado mostrar
y lo que no. Este elemento de elección deliberada de lo que se puede enseñar y
lo que hay que ocultar parece específicamente humano. Hasta cierto punto, podemos elegir la forma en que vamos a aparecer
ante los demás, y esta apariencia no es, en modo alguno, la manifestación de
una disposición interior. (ARENDT, Hannah, La Vida del Espíritu, op.
cit. p. 48-49.)
En este
párrafo queda resumida perfectamente la postura fenomenológica de Hannah Arendt, (muy próxima a la Merleau Ponty). Toda apariencia
se manifiesta en el mundo de los fenómenos, y al mismo tiempo, en su
manifestación, algo se oculta. El sujeto individual no puede alcanzar la
objetividad sin recurrir al punto de vista de los demás sujetos sobre el
objeto. La objetividad por tanto no se efectúa a partir del objeto ni del
sujeto sino a partir de la intersubjetividad o la pluralidad irreductible de
las perspectivas.
El hombre
puede decidir qué mostrar y qué ocultar. Lo primero, en términos políticos,
corresponde a la esfera pública, mientras que lo segundo a la esfera privada.
El pensamiento político de Hannah Arendt se apoya en esta distinción entre lo
público, lo que se desea mostrar y que aparezca, y lo privado, aquello que
deseamos ocultar y que no aparezca. La acción que presupone la pluralidad
humana, se despliega en plena luz del espacio público, mientras que el trabajo
y la labor, y en general, todas las actividades económicas, utilitarias o
instrumentales son relegadas al dominio
de lo privado. Lo que pertenece al mundo privado, lo que debe permanecer
oculto, es lo económico, lo personal, lo íntimo, todo aquello que está asociado
a la categoría de la necesidad.
La acción
política, para Hannah Arendt, no es un producto de la fabricación, no es un
objeto construido por el hombre, pero tampoco corresponde a la subjetividad
moderna determinada racionalmente según fines, es decir, por la racionalidad
instrumental, la cual reduce todo lo real a la razón o a la voluntad del
sujeto. ¿En qué consiste la alienación moderna, inaugurada por la ciencia de
Galileo y la duda cartesiana sobre los sentidos? La pérdida de confianza en los
sentidos que conduce al divorcio entre el ser y la apariencia y el repliegue de
la verdad en el sujeto. La modernidad inaugurada por Descartes implica la ruina
de la percepción (Merleau-Ponty) y la retirada de la verdad en el sujeto.
La ciencia
de Galileo implica el triunfo del homo
faber, el cual parte de una concepción artificialista de la ciencia y del
conocimiento. Con Hobbes y Vico, el hombre sólo puede conocer lo que hace o
construye con sus propias manos. La alienación del hombre moderno culmina con
la promoción del homo laborans, el
hombre sujeto a las necesidades económicas y al proceso repetitivo de la vida,
devorado por el ciclo interminable de la producción y del consumo.
Hannah Arendt recurre a Merleau Ponty, en primer lugar, para
separarse de manera radical de la filosofía cartesiana, es decir, de la
filosofía que fundamenta todo conocimiento en la subjetividad. En su obra La vida del Espíritu, Hannah Arendt,
analiza las tres actividades mentales o del espíritu: el pensar, la voluntad y
el juicio. Lo que define la actividad del pensar es que implica una retirada
del mundo de los fenómenos, una pérdida del sentido de la realidad del mundo
que tiene como contrapartida la autosuficiencia del yo pensante, la autonomía
del sujeto respecto a la naturaleza, y concretamente, respecto al cuerpo. La
separación entre el cuerpo y el alma que constituye el núcleo del pensamiento
moderno inaugurado por Descartes será rebatido por la fenomenología de Hannah
Arendt.
Lo que Merleau-Ponty afirma para rebatir a
Descartes resulta tremendamente correcto: reducir la percepción al pensamiento
de percibir… es suscribir un seguro contra la duda cuyas compensaciones son más
onerosas que la pérdida por la que pretende indemnizarnos: ya que no es más
que... trasladarse a un tipo de certeza que nunca nos devolverá el ‘estar ahí’
del mundo. (Ibid., p. 65.)
Y termina
afirmando Hannah Arendt:
Por
añadidura, es precisamente la actividad del pensar – las experiencias del yo
pensante – lo que crea la duda acerca de la realidad del mundo y de la propia
existencia. El pensamiento puede alcanzar y apropiarse todo lo que es real- un
acontecimiento, un objeto, los propios pensamientos; la única propiedad que se
mantiene tenazmente fuera de su alcance es la realidad de cada uno de ellos. El
cogito ergo sum es una falacia no sólo en el sentido de que, según señaló
Nietzsche, del cogito sólo se puede inferir la existencia de cogitationes; de
hecho, del cogito se puede dudar del mismo modo que del sum. (Ibid., pp.
65-66.)
En este
mundo, como afirma Arendt, en el cual entramos o nacemos desde ninguna parte y
desaparecemos en dirección hacia ninguna parte, el ser y el aparecer coinciden,
por tanto, no existe ningún ser más allá del aparecer, y por tanto, nada se
disimula detrás de los fenómenos.
La obra de arte y el pensamiento en Hannah Arendt
En el capítulo sobre el pensar, Hannah
Arendt nos propone una definición del arte que está íntimamente relacionado con
la actividad del pensamiento:
El
arte, por lo tanto, al transformar los objetos de sensación en objetos de
pensamiento, los arranca primero de su contexto para hacerlos irreconocibles y
prepararlos así para su nueva y diferente función. (Ibid., p. 66.)
Hannah Arendt no desarrolla propiamente una filosofía del arte,
una reflexión propiamente sobre el fenómeno estético, en otras palabras, el
espacio de aparición tal como es vinculado de manera fenomenológica con la
esfera política, ¿acaso no es también un fenómeno que tiene ciertas afinidades
con la esfera estética? En el último apartado del capítulo sobre el trabajo, de
su obra La Condición Humana, titulada
“La permanencia del mundo y la obra de arte”, constituye una breve exposición
de la concepción del arte, como objeto de pensamiento, que defiende Hannah
Arendt, en contra del arte efímero, del arte moderno sujeto a las revoluciones
de la historia y sometido a los vaivenes de los tiempos.
“Debido a
su sobresaliente permanencia, las obras de arte son las más intensamente
mundanas de todas las cosas tangibles” (ARENDT,
Hannah, La Condición Humana, op. cit.,
p. 223.). La obra
de arte, con independencia de su contenido sensorial, es ante todo, un objeto
de pensamiento, carente de utilidad y de función para la conservación de la
vida. La fuente inmediata de la obra de arte es la capacidad humana para
pensar, como su “tendencia al trueque y permuta es la fuente de los objetos de
cambio, y como su capacidad para usar es el origen de las cosas de uso” (Ibid., p. 224.) En otros términos, la
actividad del pensamiento es actividad pura que sólo se ocupa de sí misma, o
como diría Kant, pensar es la actividad en la cual la razón sólo se ocupa de sí
misma. La actividad del pensamiento, que según Hannah Arendt, da origen a la
obra de arte, no se confunde de ningún modo con la actividad del conocimiento o
de la práctica científica:
Pensamiento y cognición no son lo mismo. El
primero, origen de la obra de arte, se manifiesta en toda gran filosofía sin
transformación o transfiguración, mientras que la principal manifestación del
proceso cognitivo, por el que adquirimos y almacenamos conocimientos, son las
ciencias. La cognición siempre persigue un objetivo definido, que puede
establecerse por consideraciones prácticas o por “ociosa curiosidad”; pero una
vez alcanzado su objetivo, el proceso cognitivo finaliza. El pensamiento, por
el contrario, carece de fin u objetivo al margen de sí, y ni siquiera produce
resultados; no sólo la filosofía utilitaria del homo faber, sino también los
hombres de acción y los científicos que buscan resultados, se han cansado de
señalar lo “inútil” que es el pensamiento, tan inútil como las obras de arte
que inspira. (ARENDT, Hannah, La
Condicción Humana, Seix Barral, 1974, p.227.)
Hannah Arendt al relacionar la obra de arte con el pensamiento,
puede parecer que con esta postura que permite establecer lazos entre la obra
de arte y el pensar, se aleja de su oposición original y radical a la tesis de
los dos mundos de Platón, es decir, a la separación platónica entre el mundo
sensible y el mundo inteligible- la cual toma la forma en la modernidad
inaugurada por Descartes de un dualismo insuperable entre cuerpo y alma, sujeto
y objeto. La fenomenología de Hannah Arendt, en contra de toda la tradición que
arranca desde Platón, se opone totalmente a la separación entre ser y
apariencia. En este punto, no se aleja tanto de Husserl, aunque el punto de
partida del pensamiento político de Hannah Arendt no es el cogito cartesiano,
sino la pluralidad humana (que se traduce en un perspectivismo irreductible)
como condición de la objetividad del objeto. El pensamiento político de Hannah
Arendt se ha desarrollado desde una perspectiva anti-platónica: la acción es lo
más imprevisible que escapa al dominio de la razón, y desde este punto de
vista, la capacidad humana para la acción según Hannah Arendt se ha manifestado
a través de las grandes revoluciones que han irrumpido en la historia. En
cambio, en relación a las obras de arte, Hannah Arendt refleja una postura
platónica y conservadora, y en cierto modo también, anti-moderna. En el fondo,
como la luz platónica o el resplandor del ser heideggeriano, el espacio
público, el espacio de aparición en
Hannah Arendt, no es visible (no es visibilidad) sino que es precisamente, lo
que da la visión. (ENEGRÉN, 1984)
Hannah Arendt: el reino de la técnica y la sociología moderna
Hannah Arendt desarrolla una concepción
de la acción humana que se opone punto por punto al reino de la técnica. Esta
oposición que Hannah Arendt establece entre el espacio público y plural de la
acción humana, es decir, la praxis en un sentido aristotélico, y por otra
parte, la razón instrumental, o en otras palabras, el reino de la técnica, es
uno de los aspectos más controvertidos del pensamiento político de Hannah
Arendt. Hannah Arendt retoma de una manera muy peculiar la distinción
aristotélica entre praxis y technè, entre la acción y la técnica
(1974).
Hannah Arendt describe el paso del mundo antiguo, donde la acción
humana no estaba totalmente determinada por la técnica, al mundo moderno en el
cual el hombre pierde el sentido específico de lo político, como esfera
separada de lo social y de lo económico. La crítica de Hannah Arendt a lo
social, y a la sociología, como opuesto a lo político, coloca a la autora de La Condición humana en una postura
difícil de sostener en la época moderna, tal como lo percibe Habermas. Éste, en
su ensayo sobre Hannah Arendt, incluido en su obra Perfiles Filosóficos-Políticos, compara a la autora de La Condición Humana con Max Weber, uno
de los grandes representantes de la sociología moderna.
De Max Weber, Habermas retoma las sutiles
visiones de este autor sobre la acción humana como orientada hacia un fin, cuya
racionalidad se puede medir por los medios técnicos disponibles para llegar a
ese fin, al que tiende cualquier acción racional orientada hacia un fin, de tal
manera, que toda acción humana para Max Weber sólo tiene realidad efectiva en
la medida en que realiza un fin, o dicho de otra manera, tiende a la
realización de un fin. En cambio, la acción humana para Hannah Arendt se opone
totalmente a la razón técnica o racionalidad instrumental, en la medida en que
la acción para Hannah Arendt, no está orientada hacia ningún fin específico, ni
tampoco la acción, para Hannah Arendt cumple con alguna finalidad ulterior o
externa a la acción misma. El concepto
de poder, en Hannah Arendt y en Max Weber, es completamente distinto, como lo
ha señalado muy acertadamente Habermas:
Max Weber define el poder como la posibilidad
de imponer en cada caso la propia voluntad al comportamiento de los demás;
Hannah Arendt, en cambio, entiende el poder como la capacidad de ponerse de
acuerdo, en una comunicación sin coacciones, sobre una acción en común. Ambos
presentan el poder como una potencia que se sólo se actualiza en acciones; pero
cada uno de ellos parte de un modelo de acción distinto. (…) Max Weber parte de
un modelo teleológico de acción: un sujeto individual (o un grupo, al que
podemos considerar como un individuo) se propone un fin y elige los medios
apropiados para realizarlo. El éxito de la acción radica en suscitar en el
mundo un estado que satisfaga el fin propuesto. (…) Este poder de disposición
sobre los medios que permiten influir sobre la voluntad de los otros es a lo
que Max Weber llama Macht (poder). (HABERMAS, Jürgen, Perfiles Filosóficos-políticos, Taurus, 2000, pp. 205-206.)
Hannah Arendt se opone totalmente a este modelo teleológico
(instrumental) de la acción humana, y en cambio propone un modelo comunicativo
de acción, el cual excluye cualquier forma de coacción y de violencia de unos
sujetos sobre otros; por el contrario, presupone el acuerdo voluntario entre
los sujetos, y por tanto, la libre participación de los ciudadanos en la acción
comunicativa, en contraposición a la concepción del poder, según Weber, como la
capacidad de coaccionar o de persuadir a otras voluntades para la consecución
de un fin particular:
Hannah Arendt reserva
para esto el concepto de Gewalt (fuerza,
violencia, poder instrumental), pues el agente que actúa racionalmente con
respecto a fines y que se interesa exclusivamente por el éxito de su acción
tiene que disponer de medios con los que
obligar a un sujeto capaz de tomar sus propias decisiones, ya sea amenazándolo
con sanciones, ya sea por medio de la persuasión o por medio de una hábil
manipulación de las alternativas de acción. ‘poder significa toda oportunidad,
dentro de una relación social, de imponer la propia voluntad incluso contra las
resistencias. (Ibid,
p. 206.)
Weber,
según Habermas, se opone al modelo de acción de Hannah
Arendt, el cual no está determinado por unos fines específicos, que aunque sean
libremente elegidos, dirigen la acción hacia el cumplimiento de unos fines por
los medios que sean necesarios para tal efecto. El poder como racionalidad
instrumental en Weber se contrapone al poder en Hannah Arendt entendido como
acción comunicativa:
Hannah Arendt parte
de un modelo de acción distinto, de un modelo comunicativo de acción: “El poder
surge de la capacidad que tienen los hombres no solamente para actuar o hacer
cosas, sino también para concertarse con los demás y actuar de acuerdo con ellos”.
El fenómeno fundamental del poder no es la instrumentalización de una voluntad
ajena para los propios fines, sino la formación de una voluntad común en una
comunicación orientada al entendimiento. (Ibidem.)
Esta
comparación, que establece Habermas entre Hannah Arendt y Max Weber, pone de
relieve el rechazo que siente la autora de la Condición Humana hacia cualquier concepción técnica de la política,
y por tanto, hacia toda visión instrumental de la acción humana. Solamente bajo
la visión sociológica, o desde la óptica de las ciencias sociales, se destruye
según Hannah lo propio de la vida política, es decir, la acción humana
imprevisible, y por lo tanto, no determinada por ninguna consideración de tipo
social o económica. Desde el punto de vista de lo social y de lo económico, lo
político, es decir, la acción humana, quedaría irremediablemente absorbida por
la técnica.
Gracias a
la técnica, o al saber tecnológico, el hombre logra el control de la
organización de la ciudad del mismo modo que adquiere a través de la ciencia y
de la técnica el dominio de la naturaleza. El ámbito de lo social, en
contraposición a lo político, favorece el dominio técnico sobre la conducta
humana, atenuando de este modo la separación entre el hombre y la naturaleza. La
sociología, desde la perspectiva de Hannah Arendt, parte de la actividad
instrumental del trabajo como modelo de la acción, destruyéndose de este modo
la autonomía de lo político respecto al modelo de la fabricación. La sociología
moderna se basa en la reproducción de la vida social según un modelo artificial
de la acción humana; asimismo, el paso de lo político a lo social, no sólo
permite explicar el paso de los antiguos a los modernos, sino también, la
pérdida en la modernidad de lo más propio del hombre: la acción humana que se
manifiesta a través de gloriosas acciones y bellos discursos, para dar paso a
la naturaleza socio-económica del hombre recluido en su vida privada, el cual
sacrifica lo singular y lo individual en provecho de lo más general y
universal. Este modelo natural y teleológico de la acción, se convierte, a
través de la técnica y del control objetivo de la ciencia, en conducta social o racional determinada
por unas leyes de carácter científico que se aplican sin excepción a todos los
individuos por igual, aniquilando o eliminando, de este modo, las diferencias
individuales.
Lo social,
en el pensamiento de Hannah Arendt, es el ámbito de la necesidad biológica, el
reino de lo privado y del individuo encerrado en sus necesidades económicas, en
contraposición a lo político como ámbito de la libertad y de la vida pública.
La acción, o la praxis de los antiguos, se opone drásticamente al conocimiento
sociológico de los modernos, el cual no comprende al hombre como ser único e
individual; la sociología moderna explica la conducta humana a partir de roles
sociales preestablecidos y de grupos sociales que se comportan de una manera
regular y predecible. La acción política imprevisible de los antiguos es
sustituida por una conducta social predecible por medio de un cálculo racional
de las consecuencias (Hobbes) o a través de una ingeniería social o
construcción artificial de una sociedad totalmente administrada y racionalizada.
Para los
antiguos, la esfera privada, la economía, está al servicio de la esfera
pública, en otras palabras, de la acción política. Hannah Arendt descubre que
la modernidad implica una inversión de los valores antiguos, pues la polis griega es anterior y superior a
los individuos que la componen, mientras que para los modernos, la política
tiene como función fundamental proteger los intereses privados de los
individuos. Hannah Arendt descubre en la modernidad
una depreciación de lo público en provecho de lo privado: el liberalismo
moderno defiende en líneas generales que “la función de la política consiste en
proteger y en reconciliar los intereses privados de los miembros de una
comunidad”. (CANOVAN,
Margaret, The Political thought of Hannah
Arendt, Methuen & Co. Ltd, 1974, p. 66.) El valor del trabajo, en
la modernidad ha desplazado el valor propio y autónomo de la acción humana, de
tal modo, que la acción para los modernos se ha convertido en un hacer, en un
construir, en una fabricación según el plan o la idea de un gran legislador que
crea como un artesano o un arquitecto desde la altura del conocimiento y del
saber técnico la ciudad ideal, siguiendo el modelo de Platón.
La crítica
a la sociedad moderna conduce a Hannah Arendt a una crítica al concepto mismo
de “sociedad”, el cual hace referencia a una
nueva
y específicamente moderna forma de organización de la vida humana en común, en
la cual los hombres están unidos únicamente por pertenecer a la misma especie
humana, preocupada por las condiciones de supervivencia y no tanto por el mundo
humano común y un espacio público de la acción. (CANOVAN,
Margaret, The Political thought of Hannah
Arendt, Methuen & Co. Ltd, 1974, p. 85.)
Los hombres
en la sociedad moderna han perdido el
sentido original de lo político, de la acción humana, común y concertada, que
tiene lugar en un espacio público. La
economía, para los antiguos, estaba limitada al ámbito de la administración de
los bienes de la casa, mientras que para los modernos se convierte en la actividad predominante de la sociedad como
un todo. La sociedad moderna, determinada por las necesidades económicas de los
individuos y por sus intereses privados, ha sustituido el ámbito de la acción
pública de los hombres por la administración racional de las cosas. Las
ciencias sociales según Hannah Arendt no se ocupan de las acciones que por su
carácter individual e impredecible caen fuera de toda consideración técnica y
científica. Sólo la conducta es susceptible de un análisis estadístico, de un
control racional a través de un método científico, como fue preconizado por la
sociología moderna de Comte a Durkheim.
El reino de
la técnica, el dominio cada vez mayor de la ciencia en el ámbito de la vida humana,
constituye para Hannah Arendt un gran peligro para la preservación de lo
político como esfera separa de lo económico y de lo social. Los modernos
adoptan un concepto de humanidad en un sentido universal: todos los hombres son
iguales por naturaleza o a partir de un contrato social que dota a todos los
individuos de los mismos derechos a la vida, a la libertad; La universalidad de
los derechos humanos destruye, en principio, la reivindicación de una
pluralidad o diversidad irreductible entre los hombres. A la visión de una
sociedad moderna determinada por las necesidades económicas y sociales, sin
espacio para la libertad política en sentido estricto, le corresponde una
visión de la historia humana gobernada por unas leyes necesarias que determinan
el curso unilineal de la historia hacia un fin universal, lo cual, en opinión
de Hannah Arendt, destruye la pluralidad de las historias humanas, las cuales,
por su misma diversidad e individualidad irreductible, no se pliegan ni se
subordinan a la idea de una historia universal.
La ciencia
y la tecnología han permitido a los hombres adquirir un mayor dominio y
conocimiento sobre el hombre y el mundo, sin embargo, lo más propio del hombre,
su capacidad de crear nuevos comienzos en la historia, a través de las
revoluciones políticas, su capacidad para acción política, es precisamente lo
que no puede ser dominado y controlado por la ciencia, siendo la acción política
lo más impredecible en comparación con la conducta, la cual por su carácter
social y natural, es predecible y
cognoscible por medio de las ciencias sociales.
La
modernidad ha sido objeto de una severa crítica por parte de Hannah Arendt,
cuya obra de una gran originalidad ha sido de una enorme influencia para el
pensamiento político moderno: no obstante, la crítica que ofrece Habermas al
pensamiento político de Hannah Arendt nos abre nuevos interrogantes sobre el
valor de una acción política que, según Hannah Arendt, no sólo nos remite a un
mundo antiguo que ya no es el nuestro, sino que además, dicha acción en el
espacio público, donde se da la pluralidad y el sentido común, no puede ser
orientado por ningún saber, ni por ninguna finalidad; la acción humana, que en
la modernidad dio lugar a las diferentes revoluciones políticas, surge de
manera imprevista cuando los hombres se juntan para actuar de común acuerdo,
sin guiarse por ningún fin; se pregunta Habermas: ¿Para qué puede servir una
acción que carece de toda finalidad y que no está dirigida hacia un fin?
Habermas reconoce la aportación crucial de Hannah Arendt en relación a la idea
de libertad política: “Hannah Arendt insiste con razón en que la eliminación
técnico-económica de la miseria en modo alguno significa ya el aseguramiento
práctico-político de la libertad pública” (Habermas,
Jünger, op. cit., p. 215.). Pero por otra parte, Habermas no puede
seguir a Hannah Arendt en su rechazo de la cuestión social (y económica), por
otra parte, tan cruciales en las sociedades modernas; por el contrario,
Habermas considera que los asuntos sociales y económicos no pueden ser
excluidos del ámbito político en las sociedades modernas:
Un estado descargado del tratamiento
administrativo de las cuestiones sociales; una política purificada de las
cuestiones de política social; una institucionalización de la libertad pública,
independiente de la organización del
bienestar; una formación radical y democrática de la voluntad colectiva que se
detiene ante la represión social-esto ya no es un camino practicable por ninguna sociedad moderna. (HABERMAS, Jürgen, Perfiles
Filosóficos-políticos, Taurus, 2000, p. 215.)
Habermas no puede ocultar su perplejidad en relación al concepto de poder en
Hannah Arendt, un poder que no se plantea ningún fin, y por tanto, que no está
sujeto a la razón instrumental que calcula los medios técnicos más convenientes
e idóneos para alcanzar un fin determinado. Una acción política para Hannah
Arendt no puede ser medida con el mismo criterio de racionalidad que una
conducta, en la medida en que escapa a todo criterio de racionalidad práctica
según fines; Habermas se plantea la cuestión de la racionalidad en la
pensamiento político de Hannah Arendt, la dificultad de pensar la acción
humana, como hace Hannah Arendt, totalmente desconectada de cualquier
consideración racional que oriente la acción humana hacia un fin; Habermas saca
a relucir los interrogantes que plantea la problematización de la racionalidad
por parte de Hannah Arendt, dado el carácter intempestivo de un pensamiento
político que se resiste a pensar sobre los fines racionales de la acción humana
:
Pero si el poder ya no es pensado como un
potencial para la realización de fines, si ya no queda actualizado en acciones
racionales con respecto a fines, ¿En qué se manifiesta entonces? y ¿Para qué
puede servir? (HABERMAS, Jürgen, Perfiles Filosóficos-políticos, Taurus, 2000, p. 208.)
El
pensamiento político de Hannah Arendt no permite abordar las exigencias de
racionalidad de Habermas desde su propia teoría de la acción comunicativa;
Habermas, si bien parte de una distinción clara entre los ámbitos de la teoría
y de la praxis, no obstante, trata de acercar y de establecer vínculos entre la
técnica y la praxis; Hannah Arendt no hace ningún intento por abordar
racionalmente la acción humana, la cual, para la autora de la Condición Humana, sólo puede ser
comunicada poéticamente y no científicamente. Hannah Arendt nos recuerda la
función política que tenía el poeta en la ciudad antigua, y al mismo tiempo,
nos invita a una poetización de la polis, que se opone a la estética o
estetización de lo político como forma moderna, es decir, tecnológica, de
dominio y de destrucción del espacio político de aparición.
Notas
1.“Privada de valor de uso, la
obra de arte es por excelencia el objeto inútil que se agota en su destello,
siendo su única función la de aparecer con el fin de ofrecer a la vista lo
bello, es decir, según la interpretación griega de Arendt, lo supremamente resplandeciente”.
2. “La palabra latina Faber, probablemente relacionada con facere (“hacer algo” en el sentido de
producción), designaba originariamente al fabricador y artista que trabajaba el
material duro, tal como la piedra o la madera; (…) Jean Leclercq (…) sugiere
que fue Bergson quien lanzó el concepto de homo
faber en la circulación de ideas” (ARENDT, Hannah, La condición humana, op. cit., p. 183); véase, también, la obra de SENNETT, Richard, El Artesano, Anagrama, 2009.
3. Véase WOLIN, Richard, “Hannah Arendt: Kultur, “Irreflexión” y envidia de la Polis”,
en Los Hijos de Heidegger, Hannah Arendt,
Karl Löwith, Hans Jonas y Herbert Marcuse, Cátedra, 2003, p. 83: “A nivel
personal, Arendt se sintió conmocionada por la llamativa facilidad con que los
principales representantes de la Kultur alemana se habían metamorfoseado de la
noche a la mañana en nazis y antisemitas convencidos; en 1933, después de que
Heidegger se hubiera convertido en rector de la Universidad de Friburgo y
hubiera asumido la responsabilidad de promulgar decretos antijudíos, Arendt le
envió una carta acusadora”. Véase, también, BERNSTEIN, Richard, Hannah Arendt and the Jewish Question, Polity Press, Cambridge,
1996.
4. Sobre el pensamiento anti-moderno de
Hannah Arendt, Véase FERNÁNDEZ-FLÓREZ HIDALGO DE
CAVIEDES, Lucía, La ontología
política de Hannah Arendt y su lugar en el discurso antimoderno del siglo XX, Tesis Doctoral dirigida por
Julio Quesada, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2007.
5. Hannah Arendt está muy alejada del espíritu dialéctico y
sistemático de la escuela de Francfurt; véase POIZAT,
Jean-Claude, Hannah Arendt,
une introduction, Pocket-La Découverte, 2003, p.
171: “Aparte de la personal enemistad que le oponía a Adorno, Arendt no podía
sino estar reticente en relación al dispositivo dialéctico puesto en
funcionamiento por el grupo de Francfurt. Este pensamiento sistemático y
puramente teórico está bastante alejado de la realidad de la experiencia: la
pretensión científica y positiva de la “teoría crítica” y su rechazo de la
filosofía no podían satisfacer a Arendt”.
6. ENEGREN,
A., op. cit., p. 56: “Que la acción
sea fundamentalmente un hecho del lenguaje, es lo que las reflexiones de J. L.
Austin o J. R. Searle nos ayudan a comprender: “nos comprometemos”, “se ha
convenido que..” “hemos decidido”, “nos negamos…”, son
unos de tantos enunciados performativos identificables bajo ciertas condiciones como actos políticos”. Véase,
AUSTIN, J. L., Cómo hacer cosas con
palabras: palabras y acciones, Paidós, 2004; SEARLE, J. R., Actos de Habla, Ensayo de filosofía del
lenguaje, Cátedra, 1990.
7. ENEGREN, André, op, cit., p. 61: “La apología arendtiana de la manifestación se
revela sin embargo muy próxima a la fenomenología de los últimos escritos de
Merleau-Ponty, promovido en el Pensamiento al rango de intercesor privilegiado”.
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