En
ocasiones la ciencia escala elevadas profundidades o examina monumentales pequeñeces
donde la lógica convencional deja de servir y lo que era certidumbre y exactitud
se oculta en la luminosa oscuridad de las deducciones aparentemente ilógicas
pero científicamente no incorrectas. Así nos encontramos con el extraño caso
del gato que está vivo y muerto al mismo tiempo.
Imaginemos que en una caja
encerramos a un felino doméstico acompañado de una botella llena de un gas
mortal y un dispositivo con una probabilidad del cincuenta por ciento de
liberar el veneno que ineludiblemente terminaría con –digamos- la última de
nueve disipadas vidas transcurridas en el tejado. Mientras no abramos la caja
para ver qué ha ocurrido, la indeterminación nos permitirá afirmar
categóricamente que el gato sigue vivo y que el gato ya murió. Nos topamos así
con una superposición de estados de vida y muerte.
Sin entrar en las intenciones
ilustrativas que en el campo de la física cuántica tiene este famoso
experimento de Erwin Schrödinger, me gustaría rescatar su faceta metafórica que
se desentiende del principio de no
contradicción, el cual habitualmente nos permite juzgar como falso aquello
que implique una contradicción.
Mientras que la caja siga cerrada
hablará con la verdad quien afirme que el gato está sano y salvo. La misma
persona tampoco mentirá al decir que el gato ha dejado de existir producto de
un envenenamiento fulminante. En paradojas, en singularidades, en perplejidades
como estas, la aplicación universal del “es o no es” de Parménides sobre el
“ser de todo en todo, o de todo en todo no ser”(PARMÉNIDES 2007)
del Ente, queda en entredicho a pesar de lo apodíctico que parece.
La divagación anterior busca
solamente que abramos la puerta de esa habitación con piso pantanoso donde
existe la posibilidad de hacer afirmaciones contrarias sin que alguna de ellas
tenga que ser calificada de falsa.
*
Si
viniera al caso, podría citar la fecha exacta y la hora aproximada en que fui
cuestionado sobre la siguiente particularidad: Borges publicó en 1964 el
poemario El otro, el mismo; en tres
páginas que se suceden, presenta igual número de composiciones que afirman y
niegan la existencia del olvido.
La primera estrofa de Everness inicia con: “Sólo una cosa no
hay. Es el olvido”. El décimo primer verso del siguiente poema, Ewigkeit, reza: “Sé que una cosa no hay.
Es el olvido”. Con la siguiente página viene la contradicción; Edipo y el enigma concluye así:
…piadosamente
Dios nos depara sucesión
y olvido.
(BORGES, 1996a: 326.)
¿Estamos ante una distracción del autor?, ¿un
abrupto contraste de los sentidos de ánimo le hizo cambiar diametralmente de
parecer de un poema a otro?, ¿vaticinó traviesamente vanas reflexiones como
esta?
No nos quedemos con la fácil
explicación de que Borges se distrajo, de que Borges cambiaba de opinión de un
momento a otro, de que Borges quiso jugarnos una broma. Tampoco incurramos en
otra respuesta que a estas alturas algunos ya habrán adoptado: Borges no estaba
escribiendo un tratado científico, sino que estaba poetizando, y en tal humor,
recurrió sin necesidad de reflexionar demasiado en ello, a la libertad poética
donde no gobierna el proceder lógico y la desavenencia pueden ser afinidad.
Descartemos esta última de las
hipótesis. Los poemas de Borges no son pura forma, hay un contenido científico
en lo general (aproximaciones eruditas a la Historia, Religión, Literatura,
Estética, etc.) y filosófico en lo particular. Uno de los temas más recurrentes
en la obra explícitamente teórica de Borges es la memoria, y en consecuencia,
el olvido. Es difícil pensar entonces que el poeta se tomó a la ligera las
afirmaciones antes citadas, aunque se encuentren formuladas en endecasílabos
agradables al oído.
Antes de proseguir, reafirmemos lo
mucho de racional o conceptual que hay en la fábula y en la poesía de nuestro
escritor:
Mi suerte es lo que suele
denominarse poesía intelectual. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto
(la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio
de imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer
gratamente esos dos procesos. (BORGES, 1996a: 319.)
También podemos aludir su aprecio
por las ideas religiosas y filosóficas debido a su valor estético o por lo que encierran de singular y de maravilloso,
(BORGES, 1996a) postura que seguramente le facilitaba expropiar esta o aquella
idea perteneciente al tratado del pensador prestigiado, para después insertarla
en algún cuento o soneto.
*
Ahora formulemos una hipótesis de
porqué el olvido no existe y existe: Pensemos en la presencia de dos tipos de
olvido, cada uno determinado por contextos diferentes en los que logra ejercer
su efecto o donde brilla por su ausencia. Busquemos estos contextos en los
poemas referidos.
Sólo una cosa no hay. Es el
olvido
Dios que salva el metal, salva
la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.
(BORGES, 1996a: 326.)
Como veremos posteriormente, la
primera estrofa de Everness, expone
prácticamente la misma idea que la última cuarteta de Ewigkeit:
Sé que una cosa no hay. Es el
olvido;
sé que en la eternidad perdura y arde
lo mucho y lo precioso que he perdido:
esa fragua, esa luna, esa tarde.
(BORGES, 1996a: 327.)
Aunque en idiomas diferentes,
ambos poemas comparten título: Eternidad.
El olvido no existe en el lugar de lo eterno porque en él tampoco existe la
memoria, propiedad del tiempo, es decir, a la sucesión. Es posible concebir la
eternidad solamente en un entorno atemporal donde nada se recuerda, nada se
olvida.
“Historia de la eternidad” es el nombre del ensayo
en que Borges compendia las más relevantes teorías que han formulado los
filósofos en torno a la posibilidad del hombre para eludirse del tiempo. En el
primero de sus cuatro apartados, sostiene que ninguna de las varias eternidades
que han sido planteadas es una agregación mecánica de pasado, presente y
futuro, “sino que es una cosa más sencilla y más mágica: es la simultaneidad de
esos tiempos” (BORGES, 1996b). Tal eternidad es uno de los atributos de Dios a
quien la totalidad de los lugares y de los instantes le son presentes, todo es
actual para él. Los manuales de teología a partir de Ireneo, se limitan a
presentar la eternidad como “la intuición contemporánea y total de todas las
fracciones del tiempo” (BORGES, 1996b). Es allí donde nos remitimos al segundo y
tercer versos de Everness con la
“profética memoria” de Dios. Nótese el oxímoron: la capacidad de recordar lo
que no ha ocurrido.
Tampoco debemos descuidar otro
tipo de eternidad emparentado con el término de la inmortalidad impersona: Es posible recordar impersonalmente (de una
forma no individuada), la memoria se hereda inconscientemente. Borges refiere
la poética teoría de la Gran Memoria atribuida al escritor W.B. Yeats. El
hombre –dice el poeta irlandés- hereda la memoria de todos los que le antecedieron.
Semejante cúmulo de experiencias que recibe es inconmensurable pues se fue
acrecentando con las experiencias que durante su vida acopiaron cada una de las
personas que ya murieron: dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos y todos
los demás antepasados. Yeats creía que una persona puede no tener muchas
experiencias personales, pero que dispone de ese vasto pasado que en pleno
siglo XX recibiría el nombre de la subconsciencia o inconsciente colectivo.
La anterior es otra de las formas
en que es posible aniquilar el olvido a pesar de estar anegados en amnesia. Aún
es palpable lo desvanecido: “En la eternidad perdura y arde / lo mucho y lo precioso
que he perdido” como se expresa en Ewigkeit.
Si sustituimos el término de “la Gran Memoria” –en el ámbito poético- con el
contemporáneo de “el Subconsciente”, -más científico- encontramos que de
cualquier forma secretamente perdura lo perdido. Recordamos lo que hemos
olvidado. Hemos olvidado los recuerdos que conservamos. Resulta que olvidamos y
no olvidamos: matamos al gato y lo conservamos con vida.
Quien no recuerda dónde dejó las
llaves del automóvil, quien olvidó la combinación de la caja fuerte y quien reprobó
el examen de geometría por no haber recordado el Teorema de Pitágoras, no
dudará en afirmar que el olvido existe. Tal es contexto en el que se ubica el
tercero de nuestros poemas Edipo y el
enigma:
Nos aniquilaría ver la ingente
forma de nuestro ser; piadosamente
Dios nos depara sucesión y
olvido.
En la sucesión de la vida
cotidiana, existe el olvido. El estudiante reprobado y el chofer que no
encuentra las llaves, viven inmersos en el devenir donde las cosas más
inmediatas se extravían a cada momento. Ireneo Funes muere joven por el agobio
de no olvidar, de allí lo piadoso de Dios que nos depara el olvido.
Cuán olvidadiza es la única
especie que sabe acumular el tiempo; cuán importante es el porvenir para la
especie que inventó los museos y las memorias portátiles.
Y no solamente se trata de
olvidar lo inmediato. El olvido y la sucesión también son piadosos al
permitirnos olvidar la abismal Gran Memoria que nos revelaría “la ingente forma
de nuestro ser”. En realidad las aguas del Letheo nos dan la bendición de
apreciar más nuestra actual existencia porque pensamos que estamos viviendo
nuestra única y por lo tanto, valiosa vida. No obstante, olvidamos conscientemente, pero
también recordamos sin intención en raros instantes de revelación apoteósica,
de transe místico, e inspiración, que por fortuna, para poder llevar una “vida
normal”, son poco habituales. En un verso que revela un poco de su ateísmo, Borges
agradece a Dios por esa forma del olvido. El hombre, amnésico de nacimiento, no
renuncia a recordar su muerte.
P.S. Para quienes encuentren
perverso el experimento de Schrödinger van las siguientes líneas.
Los animales naturalmente
desmemoriados viven en la eternidad ignorando su finitud, todo para ellos es
presente. El hombre vive recordando su inminente final, y eso le permite
experimentar varias veces su propia muerte. El ser civilizado suele hacer los
preparativos para su propio funeral pagando ataúd y cementerio en cómodas
mensualidades. Mientras tanto, el gato vive en el instante puro, es decir, en
la eternidad, exento de la pesada carga de recordar que sus días acabarán.
En el cuento “El sur”, Borges
describe la imagen de un enorme gato que “como una divinidad desdeñosa” se
dejaba acariciar por las personas: “El hombre vive en el tiempo, en la
sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante”. La
afirmación del felino inmortal reaparece en el poema “A un gato”:
Tu lomo condesciende a la amorosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
Aunque a los ojos humanos, el
gato de la caja pudiera morir durante la mitad de las ocasiones en que se
realice el experimento, ni la siniestra imaginación de los físicos cuánticos
podrá despojarlo de su eternidad.
Bibliografía
BORGES, J.L. (1996a). Obras Completas,Tomo II. Buenos Aires:
Emecé Editores.
BORGES, J.L. (1996b). Obras Completas,Tomo III. Buenos Aires:
Emecé Editores.
PARMÉNIDES. (2007). Los presocráticos. México: Fondo de Cultura Económica.
|