La paradoja del olvido (in) existente  

 

Implicaciones de eternidad y tiempo

en tres poemas de Borges

 


Raúl García Rodríguez 

 

 
 

 

En ocasiones la ciencia escala elevadas profundidades o examina monumentales pequeñeces donde la lógica convencional deja de servir y lo que era certidumbre y exactitud se oculta en la luminosa oscuridad de las deducciones aparentemente ilógicas pero científicamente no incorrectas. Así nos encontramos con el extraño caso del gato que está vivo y muerto al mismo tiempo.

Imaginemos que en una caja encerramos a un felino doméstico acompañado de una botella llena de un gas mortal y un dispositivo con una probabilidad del cincuenta por ciento de liberar el veneno que ineludiblemente terminaría con –digamos- la última de nueve disipadas vidas transcurridas en el tejado. Mientras no abramos la caja para ver qué ha ocurrido, la indeterminación nos permitirá afirmar categóricamente que el gato sigue vivo y que el gato ya murió. Nos topamos así con una superposición de estados de vida y muerte.

Sin entrar en las intenciones ilustrativas que en el campo de la física cuántica tiene este famoso experimento de Erwin Schrödinger, me gustaría rescatar su faceta metafórica que se desentiende del principio de no contradicción, el cual habitualmente nos permite juzgar como falso aquello que implique una contradicción.

Mientras que la caja siga cerrada hablará con la verdad quien afirme que el gato está sano y salvo. La misma persona tampoco mentirá al decir que el gato ha dejado de existir producto de un envenenamiento fulminante. En paradojas, en singularidades, en perplejidades como estas, la aplicación universal del “es o no es” de Parménides sobre el “ser de todo en todo, o de todo en todo no ser”(PARMÉNIDES 2007) del Ente, queda en entredicho a pesar de lo apodíctico que parece.

La divagación anterior busca solamente que abramos la puerta de esa habitación con piso pantanoso donde existe la posibilidad de hacer afirmaciones contrarias sin que alguna de ellas tenga que ser calificada de falsa.

 

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Si viniera al caso, podría citar la fecha exacta y la hora aproximada en que fui cuestionado sobre la siguiente particularidad: Borges publicó en 1964 el poemario El otro, el mismo; en tres páginas que se suceden, presenta igual número de composiciones que afirman y niegan la existencia del olvido.

La primera estrofa de Everness inicia con: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”. El décimo primer verso del siguiente poema, Ewigkeit, reza: “Sé que una cosa no hay. Es el olvido”. Con la siguiente página viene la contradicción; Edipo y el enigma concluye así:

…piadosamente

Dios nos depara sucesión y olvido.

(BORGES, 1996a: 326.)

 

 ¿Estamos ante una distracción del autor?, ¿un abrupto contraste de los sentidos de ánimo le hizo cambiar diametralmente de parecer de un poema a otro?, ¿vaticinó traviesamente vanas reflexiones como esta?

No nos quedemos con la fácil explicación de que Borges se distrajo, de que Borges cambiaba de opinión de un momento a otro, de que Borges quiso jugarnos una broma. Tampoco incurramos en otra respuesta que a estas alturas algunos ya habrán adoptado: Borges no estaba escribiendo un tratado científico, sino que estaba poetizando, y en tal humor, recurrió sin necesidad de reflexionar demasiado en ello, a la libertad poética donde no gobierna el proceder lógico y la desavenencia pueden ser afinidad.

Descartemos esta última de las hipótesis. Los poemas de Borges no son pura forma, hay un contenido científico en lo general (aproximaciones eruditas a la Historia, Religión, Literatura, Estética, etc.) y filosófico en lo particular. Uno de los temas más recurrentes en la obra explícitamente teórica de Borges es la memoria, y en consecuencia, el olvido. Es difícil pensar entonces que el poeta se tomó a la ligera las afirmaciones antes citadas, aunque se encuentren formuladas en endecasílabos agradables al oído.

Antes de proseguir, reafirmemos lo mucho de racional o conceptual que hay en la fábula y en la poesía de nuestro escritor:

 

Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos dos procesos. (BORGES, 1996a: 319.)

 

También podemos aludir su aprecio por las ideas religiosas y filosóficas debido a su valor estético o por lo que encierran de singular y de maravilloso, (BORGES, 1996a) postura que seguramente le facilitaba expropiar esta o aquella idea perteneciente al tratado del pensador prestigiado, para después insertarla en algún cuento o soneto.

 

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Ahora formulemos una hipótesis de porqué el olvido no existe y existe: Pensemos en la presencia de dos tipos de olvido, cada uno determinado por contextos diferentes en los que logra ejercer su efecto o donde brilla por su ausencia. Busquemos estos contextos en los poemas referidos.

 

Sólo una cosa no hay. Es el olvido

Dios que salva el metal, salva la escoria

y cifra en Su profética memoria

las lunas que serán y las que han sido.

(BORGES, 1996a: 326.)

 

Como veremos posteriormente, la primera estrofa de Everness, expone prácticamente la misma idea que la última cuarteta de Ewigkeit:

 

Sé que una cosa no hay. Es el olvido;

que en la eternidad perdura y arde

lo mucho y lo precioso que he perdido:

esa fragua, esa luna, esa tarde.

(BORGES, 1996a: 327.)

 

Aunque en idiomas diferentes, ambos poemas comparten título: Eternidad. El olvido no existe en el lugar de lo eterno porque en él tampoco existe la memoria, propiedad del tiempo, es decir, a la sucesión. Es posible concebir la eternidad solamente en un entorno atemporal donde nada se recuerda, nada se olvida.

 “Historia de la eternidad” es el nombre del ensayo en que Borges compendia las más relevantes teorías que han formulado los filósofos en torno a la posibilidad del hombre para eludirse del tiempo. En el primero de sus cuatro apartados, sostiene que ninguna de las varias eternidades que han sido planteadas es una agregación mecánica de pasado, presente y futuro, “sino que es una cosa más sencilla y más mágica: es la simultaneidad de esos tiempos” (BORGES, 1996b). Tal eternidad es uno de los atributos de Dios a quien la totalidad de los lugares y de los instantes le son presentes, todo es actual para él. Los manuales de teología a partir de Ireneo, se limitan a presentar la eternidad como “la intuición contemporánea y total de todas las fracciones del tiempo” (BORGES, 1996b). Es allí donde nos remitimos al segundo y tercer versos de Everness con la “profética memoria” de Dios. Nótese el oxímoron: la capacidad de recordar lo que no ha ocurrido.

Tampoco debemos descuidar otro tipo de eternidad emparentado con el término de la inmortalidad impersona: Es posible recordar impersonalmente (de una forma no individuada), la memoria se hereda inconscientemente. Borges refiere la poética teoría de la Gran Memoria atribuida al escritor W.B. Yeats. El hombre –dice el poeta irlandés- hereda la memoria de todos los que le antecedieron. Semejante cúmulo de experiencias que recibe es inconmensurable pues se fue acrecentando con las experiencias que durante su vida acopiaron cada una de las personas que ya murieron: dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos y todos los demás antepasados. Yeats creía que una persona puede no tener muchas experiencias personales, pero que dispone de ese vasto pasado que en pleno siglo XX recibiría el nombre de la subconsciencia o inconsciente colectivo.

La anterior es otra de las formas en que es posible aniquilar el olvido a pesar de estar anegados en amnesia. Aún es palpable lo desvanecido: “En la eternidad perdura y arde / lo mucho y lo precioso que he perdido” como se expresa en Ewigkeit. Si sustituimos el término de “la Gran Memoria” –en el ámbito poético- con el contemporáneo de “el Subconsciente”, -más científico- encontramos que de cualquier forma secretamente perdura lo perdido. Recordamos lo que hemos olvidado. Hemos olvidado los recuerdos que conservamos. Resulta que olvidamos y no olvidamos: matamos al gato y lo conservamos con vida.

Quien no recuerda dónde dejó las llaves del automóvil, quien olvidó la combinación de la caja fuerte y quien reprobó el examen de geometría por no haber recordado el Teorema de Pitágoras, no dudará en afirmar que el olvido existe. Tal es contexto en el que se ubica el tercero de nuestros poemas Edipo y el enigma:

 

Nos aniquilaría ver la ingente

forma de nuestro ser; piadosamente

Dios nos depara sucesión y olvido.

 

En la sucesión de la vida cotidiana, existe el olvido. El estudiante reprobado y el chofer que no encuentra las llaves, viven inmersos en el devenir donde las cosas más inmediatas se extravían a cada momento. Ireneo Funes muere joven por el agobio de no olvidar, de allí lo piadoso de Dios que nos depara el olvido.

Cuán olvidadiza es la única especie que sabe acumular el tiempo; cuán importante es el porvenir para la especie que inventó los museos y las memorias portátiles.

Y no solamente se trata de olvidar lo inmediato. El olvido y la sucesión también son piadosos al permitirnos olvidar la abismal Gran Memoria que nos revelaría “la ingente forma de nuestro ser”. En realidad las aguas del Letheo nos dan la bendición de apreciar más nuestra actual existencia porque pensamos que estamos viviendo nuestra única y por lo tanto, valiosa vida.  No obstante, olvidamos conscientemente, pero también recordamos sin intención en raros instantes de revelación apoteósica, de transe místico, e inspiración, que por fortuna, para poder llevar una “vida normal”, son poco habituales. En un verso que revela un poco de su ateísmo, Borges agradece a Dios por esa forma del olvido. El hombre, amnésico de nacimiento, no renuncia a recordar su muerte.

   

P.S. Para quienes encuentren perverso el experimento de Schrödinger van las siguientes líneas.

Los animales naturalmente desmemoriados viven en la eternidad ignorando su finitud, todo para ellos es presente. El hombre vive recordando su inminente final, y eso le permite experimentar varias veces su propia muerte. El ser civilizado suele hacer los preparativos para su propio funeral pagando ataúd y cementerio en cómodas mensualidades. Mientras tanto, el gato vive en el instante puro, es decir, en la eternidad, exento de la pesada carga de recordar que sus días acabarán.

En el cuento “El sur”, Borges describe la imagen de un enorme gato que “como una divinidad desdeñosa” se dejaba acariciar por las personas: “El hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante”. La afirmación del felino inmortal reaparece en el poema “A un gato”:

 

Tu lomo condesciende a la amorosa

caricia de mi mano. Has admitido,

desde esa eternidad que ya es olvido,

el amor de la mano recelosa.

 

Aunque a los ojos humanos, el gato de la caja pudiera morir durante la mitad de las ocasiones en que se realice el experimento, ni la siniestra imaginación de los físicos cuánticos podrá despojarlo de su eternidad.

 

Bibliografía

 

BORGES, J.L. (1996a). Obras Completas,Tomo II. Buenos Aires: Emecé Editores.

BORGES, J.L. (1996b). Obras Completas,Tomo III. Buenos Aires: Emecé Editores.

PARMÉNIDES. (2007). Los presocráticos. México: Fondo de Cultura Económica.