En el cuerpo.

Una lectura de

Poética del voyeur, poética del amor

 

José Refugio Resendiz Lara

 

Universidad Autónoma de Zacatecas

 

El erotismo está en el cuerpo; la pornografía, en la cabeza del censor.

Sergio Espinosa Proa

 

El erotismo, tema tan controvertido y cargado de fantasmas, nos exige erradicar nuestros juicios apriorísticos y asumir una posición: contemplarse, visualizarse en esa posibilidad que la existencia exige y manifiesta. Desinhibir la razón y el propio discurso que oferta la corporeidad resulta de vital importancia para comprender desde el no discurso la experiencia de saberse poseedor y con acceso a la experiencia erótica. Esta experiencia no es otra cosa que la opción que se tiene para encaminarse a lo sagrado, desde la vivencia extrema que conjunta a su vez al amor. Temas que, entremezclados, no suelen tener el final feliz que todo humano añora, situación de nuestro tiempo que refleja un síntoma debido a la condición trágica que no termina por ser asumida.

 

Y es que asumir la existencia desde los parámetros del amor, el erotismo y lo sagrado, nos encamina a una vivencia destinada a la contemplación del fracaso, o bien, a la muerte. Hablar de estos temas nos exhibe precisamente como cercanos o al menos como intentos de conciencia que saben, que pueden y deben asumir las consecuencias que esta triada nos reclama. La materialización de estas vivencias se convierte así en lo que Aristóteles denomina como catarsis; sin embargo, y esto hay que subrayarlo, no es sólo una catarsis: la literatura es una provocación, es una exigencia de asumir desdoblados nuestra propia existencia caótica y, por ende, a coquetear tanto con el amor y el erotismo.

 

Lo sagrado alude a lo prohibido, el erotismo a la prolongación de la vida aún en la muerte, el amor es ese intento por negar la muerte. Esto es expuesto en algunos de los cuentos de Juan García Ponce e Inés Arredondo (“Retrato”, “El gato”, “Rito”, “Wanda”, “Olga” y “Mariana”), cuentos que Marita M. Buendía aborda en Poética del voyeur, poética del amor. De tal suerte, este libro se transforma en un puente que establece un diálogo con los autores, con el mundo posible que su literatura crea y con ese sabernos seres eróticos.

 

La autora, como tal, no hace otra cosa que reafirmar por sí mismo la acción del voyeur. Toma textos, los exhibe, los oculta, seduce y provoca (¿de qué acción habla?, ¿por qué retoma esa parte de la obra?). Va recreando narrativamente momentos, chispazos que no terminan por armar el cuadro. Son probaditas, como el erotismo mismo, acercamientos, provocaciones que juegan sucio en la imaginación del lector y que no hacen más que exhibirla en el emerger de su verdadero deseo; sí, Camila una nínfula. El erotismo puede ser la seducción de lo grotesco, de eso animal que aterroriza y genera la posibilidad del disfrute. Es lo siniestro, y lo siniestro que se hermana a la experiencia del voyeur provoca el acercamiento a una verdadera experiencia religiosa, posibilidad de transgresión y, por ende, afirmación del propio deseo.

 

Más que cuentos se trata de una puesta en escena de juegos. Juegos con los que el lector se encara: miradas, palabras, tocamientos; narración de espacios, de lugares, de animales. Como el gato, estos juegos se prestan para armar una cuadro pictórico y desde ahí exhibir, no a los protagonistas, sino al lector atrapado, como quien comienza a descubrir desde el campo racional de qué se trata, que sabe que esto duele y que se inicia en el habla del erotismo y el amor hasta la incomprensión que desnuda. El lector reconoce que precisamente es ese misterio el que atrapa. Ese misterio obliga a hundirnos en los planteamientos que los autores desarrollan.

Gracias a la lectura de Poética del voyeur, poética del amor, he echado a andar la maquinaria psíquica y representado varios cuadros ahí narrados. Es precisamente el misterio de lo sagrado que mediante sueños se encarga de dar rienda suelta al aspecto imaginativo y, con ello, generar una viva experiencia religiosa.

 

El amor y el erotismo caen en un campo que excede al propio lenguaje, que se da en lo sagrado y en la literatura. Lo sagrado irrumpe en el lenguaje que pretende acercarnos a las experiencias religiosas donde se hace hincapié en la imposibilidad de lo mismo. El libro es un intento de acercarnos a la experiencia religiosa que tanto el amor como el erotismo exige. Dice Derrida que hay supervivencia en el momento en que hay huella. Este libro deja huella, no hay manera de escapar al riesgo, a la cotidianidad como amenaza.

 

La hermenéutica como método cuestiona la posibilidad de acceder a lo dicho por el otro a través de la importancia del lector. Implementar un método de interpretación como el de deconstruir el texto sería un exceso que no se requiere, basta con el acercamiento a la hermenéutica de Gadamer y de Ricoeur para lograr el objetivo: exhibir al amante desde el desdoblamiento. Hablamos del amante y del voyeur que todos somos y que todos representamos en algún momento y que, curiosamente, es cuando más queremos ocultarnos, a grado de terminar por dar nuestro brazo a torcer ante las situaciones que se presentan. Porque el erotismo y el mismo amor manifiestan, como dice Buendía, una actitud ante la vida: el reconocimiento mismo de la muerte, de nuestra muerte.

 

El erotismo y el amor encaminan a ello. Reconocerlo y vivirlo desde la literatura plantea el reto de vivirlo en nuestra propia vida, apostar por un instante de erotismo es volvernos feligreses trágicos de la aceptación, de lo duro que es y la manera en que se sufre en ese camino. ¿Qué contempla el voyeur? La posibilidad de su propia muerte. Cada cuento de García Ponce y de Arredondo se torna un espejo de situaciones eróticas que nos negamos a asumir. El letargo de la cotidianidad sobre la realidad y la prostitución que se hace de elementos sagrados como el amor, se encargan de espantar y alejarnos de esta literatura que exige, no moralmente, pero sí desde la estética de nuestra existencia. Reconocer que el erotismo y el amor son ámbitos de lo sagrado, es reconocer la posibilidad que como voyeur o como amante todos estamos destinados a enfrentar, a vivir. Esta acción angustiante reafirma la posibilidad de posicionarse desde ámbitos que exigen observar donde sólo se ve, a exponer posturas y miradas que revelen la insatisfacción gozosa que la poética del voyeur exige: la metamorfosis de voyeur en amante.

 

Referencia

 

BUENDÍA, Maritza M. (2013). Poética del voyeur, poética del amor. Juan García Ponce e Inés Arredondo, CONACULTA, UAM, Gobierno del Estado de Durango, México.